Viajar...

javit0

Curveando
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LOS DÍAS CERO

Solemos comenzar a narrar un viaje a partir del momento en que llegamos al hotel, dejamos la maleta sobre la cama, comprobamos las vistas desde la habitación, la limpieza del baño y las botellas del minibar, pero el viaje ha comenzado mucho antes y siempre empieza con los ojos cerrados.

“Porque sueño yo no lo estoy, porque sueño yo no estoy loco”.




En un momento de mi viaje me encontré con este mural y no me sorprendió, más bien todo lo contrario, lo sentí como si estuviese esperándome. Esta frase ha resonado en mi cabeza desde que en 1992 vi la película “Léolo”, de Jean-Claude Lauzon. Si tuviese que elegir mi película favorita, sería esta. En ella un niño, Léolo Lauzon, repetía una y otra vez esa frase para reafirmarse en su cordura, buscándola en paisajes lejanos y desconocidos a los que solo podía llegar cerrando los ojos.
Cuando cierro los ojos salgo por la ventana flotando como una semilla, cuando los abro me encuentro frente a mí un esqueleto pesado e iracundo que ancla su vejez al suelo, desperdigando por todas partes su anatomía desvencijada. Una vieja BMW de 1977 que babea aceite con la dignidad con la que un púgil abatido se levanta de la lona para recibir su último golpe. Mis alas son ella y se sostienen en equilibrio sobre una inestable pila de ladrillos.

*Pincha sobre las imágenes para ampliar su tamaño.







Este es mi viaje y ya ha comenzado, pero no con el pitido del despertador al amanecer, ni con la moto reluciente esperándome cargada y lista en el garaje. Mi viaje comienza entre la herrumbre y el óxido, a ratos con los ojos cerrados y a ratos entreabiertos, sacando piezas y más piezas para guardarlas en cajas de cartón que empapan la grasa que escurre del metal, dejando a mi alrededor una pátina oscura y pegajosa que lo impregna todo.






Los días pasan y avanzo lentamente en el despiece por falta de herramientas. Te sientes como un cirujano intentando operar un aneurisma aórtico con un tenedor de postre. Poco a poco me he ido haciendo con un par de llaves dinamométricas, otras planas, acodadas, un vaso del 36 para las horquillas, galgas, un extractor para el rotor, pero siempre te faltan cosas y lo que podrías hacer en cinco minutos te lleva horas, ideando trastos ridículos que no siempre funcionan.



El basculante necesita unos puntos de soldadura, los rodamientos están desechos y las pistas machacadas, el eje secundario de la caja de cambios ha perdido dos dientes. Unos cables están roídos, otros secos como la corteza de un pan olvidado que se cuartea con solo tocarlo. Los muelles de la horquilla blandos y hundidos, los segmentos de los hidraúlicos doblados. Las zapatas cristalizadas, el disco de freno con más surcos que un vinilo. Varios retenes han perdido su estanqueidad haciendo que el aceite pase de su compartimento al contiguo para terminar rebosando. Las culatas necesitan un bruñido, los pistones aros nuevos, las válvulas guías, los cilindros tubos para las varillas empujadoras, etc, etc, etc.

Esta es mi moto, la que me acompañará en mi viaje. Pero no hoy, así que toca cerrar los ojos de nuevo.







Como un gran puzzle las piezas se van colocando, saliendo de las cajas para ser desengrasadas, arenadas, algunas rectificadas, otras directamente sustituídas, hasta ocupar de nuevo su lugar en la moto. Reviso las fotos que hice al desmontar para no cometer errores, aún así hay piezas que monto y desmonto hasta tres veces seguidas por haber equivocado la secuencia o incluso la posición. Nada es más útil que la experiencia en estos casos y yo me muevo por un camino desconocido por el que no recuerdo haber pasado.



Retenes, tóricas, juntas, tornillería de todo tipo y tamaño se raparte por las mesas improvisadas de la cochera a la espera de ser colocados. Van llegando las piezas que envié a reparar; las ruedas radiadas, con las llantas pulidas y los bujes arenados, las culatas bruñidas, la caja de cambios reparada.









Aunque la visión de la moto desarmada se ha convertido en algo familiar, poco a poco va engordando hasta que, con las ruedas en su sitio, vuelve a parecer una moto de nuevo. La verdad es que no se como me gusta más, pero necesito ir cerrando puertas y sobre todo necesito ordenar el garaje.



Llega el momento de girar la llave de contacto y pulsar el botón de arranque.
Dilato ese momento, en parte por miedo a la decepción, en parte por saborear el instante que marcará el final de muchos meses de trabajo. Mi pulgar derecho se coloca sobre el pulsador, lo oprime y se escucha el giro del motor de arranque y movido por este, también el del volante de inercia que hace girar a su vez el cigüeñal; pero en los cilindros no hay combustión y por lo tanto, la moto no arranca. Reviso las bujías, extrayéndolas de los cilindros. No hay chispa.

La decepción es relativa, pienso que después de todo lo raro hubiera sido que arrancase sin problema.

Hay que volver a desmontar. Quito la tapa del alternador. El calado del encendido no está bien hecho. Soy un estúpido, como puedo haberlo dejado tan mal. La chispa salta en las bujías cuando los contactos del ruptor se separan en una medida concreta, pero yo los tenía tan desajustados que no se llegaban a separar y por lo tanto la chispa era imposible.

Empiezo de cero, primero regulando la apertura del ruptor de los platinos a 0,4 mm. Después, para ajustar el avance, giro el motor manualmente desde el tornillo del alternador y con una bombilla de 12 voltios conectada al condensador y a masa busco el momento en que los contactos se separan. En ese punto la bombilla se enciende y el volante de inercia debe estar en la posición “S” en la mirilla del motor. Si su giro está desajustado hay que mover ligerísimamente el disco que sujeta los platinos hasta lograr la concordancia. Este proceso es precioso por su sutileza. Es como sincronizar el pálpito de un pequeño corazón que debe mover el cuerpo de un gigante. He necesitado varios intentos pero ha quedado perfectamente sincronizado para que sus puños de hierro golpeen de nuevo en su interior al ritmo del borboteo de una vieja cafetera.




De nuevo giro la llave de contacto, la corriente llega a las bobinas, se iluminan los pilotos del cuadro y ahora sin pausas protocolarias pulso el botón de encendido. El piñón del béndix del motor de arranque engrana con la corona del volante de inercia haciéndolo girar. Con él, los pistones suben dentro de las culatas. La válvula de admisión de uno de los cilindros se abre para dar entrada a la mezcla de aire y gasolina. El cigüeñal gira arrastrando al árbol de levas. El pistón vuelve a subir comprimiendo la mezcla. El ruptor de los platinos corta la corriente de los primarios de las bobinas provocando una corriente en los secundarios que genera la chispa en los electrodos de las bujías, explosionando la mezcla en uno de los cilindros. Su válvula de escape se abre liberando los gases que circulan por su colector estallando en el tubo de escape y sonando a vida, a despertar, a satisfacción. El ciclo de baile de válvulas y pistones se repite una y otra vez. Suelto el botón de arranque y el piñón del béndix se retrae. La moto está en marcha por primera vez en 18 meses y mantiene el ralentí con un martilleo pausado y continuo como si nunca se hubiese parado.

Ahora toca la burocracia, el seguro y la ITV. Y también plantear las reglas del juego, aunque autoimponerse reglas en un viaje en solitario pueda parecer ridículo. Las mías son solo 3: nada de GPS, nada de autovías, nada de hoteles. La ruta ya estaba decidida desde hacía mucho tiempo, cuando empecé a cerrar los ojos; cruzar los Pirineos desde San Sebastián hasta el Cabo de Créus. Bañar mis pies en el Cantábrico y llevarlos en volandas hasta el Mediterráneo. Es un viaje modesto si lo comparamos con los Alpes, o con Cabo Norte, pero para mi vieja moto y para mi se presenta como una verdadera aventura y en una aventura hay que prescindir de ciertas comodidades. No es cuestión de sufrir por sufrir, es cuestión de disfrutar de las cosas sencillas.

(Continuará)…

 
Última edición:
Muchas gracias Javit0, precioso, esacto y técnico documento el que nos dejas hoy...desde luego yo al menos estoy deseando de ver la continuación y desenlace de este periplo en el que te has embarcado. Todo la suerte y toda la felicidad en el.
Saludos muy cordiales compañero. Por cierto, preciosa compañera de viaje....
 
Preciosa moto, si señor, que tus sueños se hagan realidad ;-)
Un saludo
 
Compañero: te felicito por esta perla que nos has dejado y espero con devoción su continuación... :)
 
Con la boca abierta me he quedado: por el trabajo que has hecho en la moto (por cierto, preciosa), por las fotografías y por tu forma de contarlo. Yo de aquí no me muevo hasta que no termines ese viaje y nos lo cuentes.
Suerte y un saludo.
 
... fantástico ... me encanta, has empezado muy fuerte, así que miedo me da como continuarás :) ... aquí me tienes esperando ... tómatelo con calma y disfruta como nos hacer disfrutar a nosotros.

Suerte y buena ruta !
 
Espectáculo. Que bellas fotos, que dicen más de lo que tu escribes...(que ya es decir).
Buen trabajo, manual y escrito.
 
fotos preciosas .... con alguna se podría hacer un poster. Estupendo el relato, una forma diferente de contar una restauración
 
Con semejante comienzo, ningún viaje puede salir malo. Enhorabuena por el texto, las fotos y, sobre todo, por el curro que te has pegado.
Un saludo. Keito.
 
Que maravilla!!!!!!! Pura poesía para los sentidos!!!!! Mucho sentimiento hay ahí!!!!!! :cool2::cool2:

Que disfrutes de la segunda parte de este maravillo viaje, y no te olvides de contárnoslo!!!!:rolleyes2::rolleyes2:
 
Me acabo de emocionar leyendo esto. IMPRESIONANTE relato.
Estoy de acuerdo en que el viaje, comienza mucho antes de subirse a la moto.
En hora buena por el magnifico trabajo y por el viaje.
Un saludo.
 
Día uno

Nunca he sabido si me gusta más el tiempo que precede a las vacaciones, o las vacaciones en sí mismas. Creo que soy como un niño que mira con los ojos brillantes su cucurucho de helado, disfrutando solo con saber que está ahí y es incapaz de empezarlo hasta que comienza a derretirse.
El día uno ha llegado, no me hubiera importado esperar un poco más, pero ha llegado y hay que salir. Que nadie se engañe, 3.323 solo es un número. Quien sabe las vueltas que esos pequeños números habrán dado, mi responsabilidad ahora es hacer que sigan girando. Las 11:01 de la mañana no parece una buena hora de partida para un intrépido viajero, pero debo reconocer que mi intrepidéz ha dormido el sueño de los justos.

*Pincha sobre las imágenes para ampliar su tamaño.



En las maletas llevo la tienda de campaña, el saco de dormir, un pantalón vaquero, un polar, todas las camisetas de manga corta que he encontrado, dos toallas minúsculas, cinco calzoncillos y otros tantos pares de calcetines; un neceser con un cepillo de dientes, pasta dentífrica, lentillas, líquido salino, un botecito con champú, un peine diminuto y varias tiritas. Llevo también unos sobres con embutido, un par de latas de comida precocinada, una botella de agua y unas cuantas piezas de fruta. En el fondo de la maleta una botella de vino verdejo de mi tierra, para regalársela a un amigo al pasar por San Sebastián. En la bolsa sobre el depósito llevo una camiseta térmica, una navaja, una linterna, un manojillo de cuerda, hojas sueltas de una guía campsa del 2001, un libro electrónico -que no encendí en todo el viaje-, un "moleskine" para acuarela -que no abrí en ningún momento-, una estuche de acuarelas, lapiceros y un cuaderno de notas. Llevo también una pequeña cámara de fotos compacta con dos baterías que no espero que me duren todo el viaje. Por cuestión de espacio he prescindido del cargador, igual que he prescindido de otras muchas cosas que me parecían imprescindibles. Bajo el asiento una cajita con herramientas y en la parte trasera, sujeto con un pulpo, un colchón hinchable enrollado.



No puedo negar que estoy nervioso. Por muy tranquilo que haya dormido la noche anterior, ahora frente a la moto cargada, con el casco en la mano, estoy nervioso. Después de sacar las entrañas a mi moto y de volvérselas a colocar lo mejor que he sabido, el único rodaje que le he hecho han sido los sesenta kilómetros de ir y volver de pasar la ITV. Pienso que ya me vale, pero que ahora no sirve de nada lamentarse y que lo que tenga que ser será. Pienso también que más que un viaje esto es una prueba que me impongo. La victoria sería regresar en unos días sentado sobre mi moto. La derrota sería verla llegar sobre una grúa. Veo esa imagen con nitidez en mi cabeza y me parece desoladora.



Lejos de las autovías salgo en dirección a Cuéllar, donde tengo pendiente una foto desde hacía mucho tiempo. Esta foto.



Hasta junio estuve trabajando en el castillo del Duque de Alburquerque, e intenté terminar la moto a tiempo para poder hacer estos viajes diarios en ella, convirtiendo por el mismo precio una obligación en un placer, pero me fue imposible y al final no la terminé hasta agosto. Aunque fuera de tiempo, la foto está hecha.
Continúo hasta Santo Domingo de Silos. Teniendo en cuenta la hora que es me parece un buen sitio para parar a comer. A la sombra de un viejo álamo encuentro un pequeño retiro espiritual donde mi comida precocinada me sabe a placentera soledad, a ilusión infantil, a emoción intransferible.









Sigo cruzando la Sierra de la Demanda por la C-113, según mi viejo mapa. Una estrechísima carretera con el asfalto cuarteado que discurre entre paredes de roca erosionada que parece que se te vienen encima. En unos minutos, sin darme cuenta, he pasado de la civilización a un paisaje lunar que me envuelve entre sus aristas secas y punzantes. Pienso que debería sacar una foto pero también pienso que es tan hermoso que debo disfrutarlo sin más.
Llego al embalse de Mansilla. Otro de esos embalses que en aras del progreso deglutió un pueblo entero cambiando de forma dramática la vida de mucha gente. Los grandes hombres toman grandes decisiones, los pequeños simplemente inundan un pueblo porque resulta más barato que construir un nuevo trazado de carretera.











El primero en viajar es mi dedo índice. Se desliza suavemente sobre las líneas de colores de un viejo mapa desportillado recorriendo en un segundo cientos de kilómetros. A continuación yo le sigo, mucho más despacio, descubriendo los matices exuberantes que se esconden en cada trazo topográfico, ampliando cada línea micrométrica hasta introducirme en ella y discurrir por entre sus límites, fluyendo por sus recodos, perdiéndome por líneas adyacentes desconocidas por las que mi dedo índice no ha pasado, teniendo que volver atrás hasta reencontrar la ruta marcada.




El paisaje cambia, paso por La Rioja y llego a Navarra. Las perfectas hileras de vides a los lados de la carretera crean un efecto óptico que te hace dudar de quien es el que está en movimiento, el paisaje o tú. Al fondo el pueblo de Los Arcos esconde en su aparente quietud el circuito de Navarra.




Un poco más adelante llego al monasterio benedictino de Irache. Fue un punto de referencia para los viajeros desde el siglo XI por su hospital jacobeo y por estar en el centro del Camino de Santiago navarro. Fue universidad pontificia, hospital de guerra del ejército napoleónico, noviciado y parador nacional. Ahora creo que está cerrado y sin uso.




La tarde se echa encima y la luz va desapareciendo lentamente. Llego a Puente La Reina, famosa villa medieval de la ruta jacobea con un imponente puente románico del siglo XI que cruza el río Arga. Uno se queda hipnotizado mirando los destellos sobre el agua, la realidad y su reflejo, la duplicidad, la apariencia.




Me desvío por la NA-7110 hacia Etxauri, donde paso la primera noche. Es una carretera retorcida y estrecha, flanqueada por arbustos, que sigue el cauce del Arga y por la que circulan, haciéndose dueños de ella, ciclistas y patinadores. Yo irrumpo en su circuito privado con un ronquido de motor pausado, porque me reconozco como invitado y porque el paisaje lo merece.

(Continuará...)
 
Última edición:
Siento la lentitud de esta crónica, pero me cuesta sacar tiempo para escribirla.
Si queréis ver las fotos más grandes, solo tenéis que pinchar sobre ellas.
Gracias a todos por los comentarios y por la paciencia ;).
 
Sí; y hay que destacar también el tratamiento dado a las imágenes para obtener ese aire vintage que le queda tan bien a la moto como fondo. Un verdadero placer leer esta crónica...
 
Me está encantando desde el principio. No te preocupes que lo bueno se suele hacer esperar. Sigue bien y ojalá algún día te vea por la carretera, tienes una caña pagada.

V'sssssssssssssssssssssssssss;)
 
El triangulo perfecto: El entorno, La maquina y El hombre disfrutando de los dos.
 
Precioso, si el resto es como las dos primeras entregas, merecerá la pena esperar seguro

Gracias por compartirlo
Santi
 
Muy bueno el relato, estoy en ascuas esperando la siguiente entrega.
 
Lo bueno se hace esperar. Así que esperaremos cada capítulo con ansiedad.
Gracias por compartir esta crónica.
 
No puedo hacer otra cosa que aplaudir tanto el relato, como las fotos, así como reconocer que es una de las mejores historias moteras que jamás he leído...
Enhorabuena.
 
De lo mejor que he leido en cualqquier foro, esperando el Dia 2...
 
Esto es ir sirviendo la comida poco a poco para saborearla mas, jeje;)

Pero no te pares, aunque tardes, esperamos la continuación...........

Un placer leerte y curradas las fotos :cool2::cool2:
 
Grandísimo viaje, espero ansioso la continuación, sencillamente genial
Gracias
 
Lo más difícil de todo no es el viaje o la moto, sino el mostarselo a los demás!! ;) esperaremos lo que haga falta para seguir leyendo la crónica.

buena ruta!
 
puffff esta genial y ya me has dejado enganchado jajajajaj lo mejor ha sido lo de : NO GPS,NO AUTOVIAS ,NO HOTELES .....CON DOS COJONES!!!!!!
 
Estoy encantado con las lecturas de tu preparación y de tu viaje. Transmites pasión en ambas y resulta muy agradable.
Apetece haber estado contigo viviendo esta ruta. No pares y sigue con tus relatos que son una gozada.
Felicidades por el trabajo bien hecho. La moto es preciosa y leerte un placer.
 
Perfecto. Has conseguido de manera magistral , impregnar a tu texto el ritmo de la moto. M´as dejau eskatxuflauu..
Ánimo , y si te veo por aquí, estás invitado a lokesea...

saludos
 
Mecaguen!!!...he empezado a leer hoy esta cronica,segun estaba leyendo me gustaba mas y al ver que ya estaba por la cuarta pagina,me he dicho;bueno seguro que ya ha terminado todo el relato!!...jejejjeje soy mas listo que los demas y no me tengo que esperar a que lo continue...recontramecaguen!!...que no lo ha terminado!!...no si claro!! un tio que se pone a reparar una moto antigua,tiene que ser un tio sin prisas!!...y ahora que??...me has dejado a medias!! collons!! eso no es bueno para mi salud...pero bueno vale!!...me aguantare y esperare por que el relato de verdad que lo merece.Un saludo y si te pasas por el levante alicantino da un toque que te mereces un almuerzo pagado, por el curro que te estas dando.
 
La cronica te delata. Fotografo y restaurador.

A ver si nos desvelas cual es el filtro que has utilizado para esas fotos, da la sensación que esta tomadas en la fabrica de BMW. La primera vez que se monto.

Gracias por compartirlo.
 
Día dos

Ha amanecido un día radiante, con el sol arañando las cimas rocosas de las paredes verticales que flanquean Etxauri y que son un parque de atracciones para escaladores de toda Europa. Pero ya en el desayuno, mientras repaso la ruta del día, el camarero me ha traído junto con el café unos nubarrones que no había pedido.
-Pues han dado lluvias por Huesca. Me dice con un tono que suena a “chincha” infantil, pero que en su cara picada y amarga parece más un “te jodes”.

La educación muchas veces es un corsé apretado que nos hace decir “gracias” cuando en realidad nos gustaría decir “jódete tú, que yo tengo una moto”.
El plan del día es salir hacia Donosti, dar una vuelta rápida por la ciudad, parar en la Concha, mojarme los pies en el Cantábrico y salir hacia Astigarraga, donde quiero pasar a saludar al que seguramente será el mejor restaurador de motos BMW del país, Natxo Barral. Después de comer quiero quedar con un compañero del foro, Víctor, para saludarle y dejarle la botella de Verdejo que le prometí hace tiempo. Calculo que sobre las cinco cruzaré por Hendaya hacia St. Jean de Luz y después hacia Biarritz. Desde ahí bajaré hacia St. Jean Pied de Port, por donde buscaré camping para pasar la noche. Un buen plan.
A los diez minutos de salir de Etxauri mi moto y yo, pasamos de repente de rodar a bucear. No puedo decir que ha empezado a llover, porque no ha habido un inicio. Un segundo antes estaba seco y ahora estoy empapado. Mi camarero matinal se rompería el pecho a reír si pudiera verme en estos momentos. En otros diez minutos el agua empieza a traspasar la cordura del traje, llegando a la piel. Nunca antes había tardado tan poco en empaparse, pero tampoco antes había estado bajo un diluvio como este. Paro bajo el voladizo de una gasolinera para colocar los forros interiores al traje. El agua está helada y la sensación es muy desagradable. Se que no tardarán en empaparse y volveré a estar igual, pero no puedo hacer otra cosa. Los guantes de piel no pueden absorber más agua y adquieren un tacto gelatinoso de hojas en putrefacción. No me gusta conducir en estas condiciones, los frenos no frenan, las gomas no tienen el agarre suficiente para que me sienta cómodo, y me veo arrastrando por el suelo a la primera de cambio. Lo sensato sería permanecer bajo la marquesina, pero no puedo quedarme quieto. Odio llevar la contraria a mi sentido común, pero tengo que salir de nuevo a la carretera.
Cambio de planes, me voy directamente a ver a Natxo y así al menos estaré a cubierto. Aunque según mi mapa, prácticamente debería pasar por Astigarraga, que está al sur de Donosti, no se como lo hago pero me veo circunvalando la ciudad por una vía de doble carril que me lleva, después de infinidad de vueltas, hasta el peaje que precede la entrada a Irún. Pago, lo cruzo y me desvío por una carretera secundaria que vuelve hacia atrás subiendo por el monte; Elizalde, Ugaldetxo y Astigarraga, por fin. Sigue lloviendo a mares y yo ya hace mucho que no me puedo mojar más. El agua atraviesa el traje, toca mi cuerpo y continúa su camino. ¡Soy impermeable! Son increíbles las tonterías fugaces que constantemente cruzan por nuestra cabeza. Por suerte no todas las hacemos público. Pregunto a un transeúnte apurado por el polígono en el que se encuentra el taller de Natxo. Me indica que hay que cruzar otra especie de autovía para llegar hasta él. Resoplo, porque me veo de nuevo arrastrado por la corriente hasta la cabina de la operadora del peaje que me atendió hacía solo un momento, como una sirena que me atrae indefectiblemente hasta ella en este caudal de agua y vehículos. Al final no es para tanto, cambio de sentido, rotondas varias y estoy entre naves miméticas con traseras de colores. Pregunto de nuevo. Sigo las instrucciones y nada. Vuelvo a preguntar. Me mandan en dirección contraria. Nada. Empiezo a pensar en desistir y salir de allí en cualquier dirección pero en vez de eso paro la moto, me bajo y limpio la visera del casco pues no soy capaz de ver a dos metros de distancia. Vale, lo he encontrado. Distingo al fondo el logotipo monocromo de un piloto de época junto a su R47. Por fin. Subo a la moto y voy hasta la puerta, donde hay aparcadas bajo el agua dos R90S Daytona impolutas. No me lo puedo creer, con la que está cayendo y estas dos joyas de museo en la calle, como si fueran unos simples scooters tailandeses.
Cuando entro en el taller de Natxo entiendo porqué esas dos motos están fuera; todas las que están dentro son igual de fabulosas. Me dicen que Natxo ha salido así que le espero curioseando por el taller. No se ni donde mirar. A ambos lados del pasillo central descansan sobre elevadores barras 6, barras 5, GS de distintas cilindradas, un chasis de R50 recién pintado, dos K1, una R65, una R100R, una moderna 1200 de 4 válvulas y muchas más. El espectáculo es precioso, porque además de la belleza propia de estas motos de época, te encuentras con distintos procesos de restauración por los que uno reconoce haber pasado, aunque con un resultado más modesto, por supuesto. Por todas partes me encuentro piezas que he tenido en mis manos y busco en las motos los detalles del trabajo de un maestro, comparándolos con los de un aprendiz como yo. Veo herramientas que ya me hubiera gustado tener en su momento y que me hubieran ahorrado más de un disgusto.

*Pincha sobre las imágenes para ampliar su tamaño.






Por todas partes se respira aceite y gasolina. En un almacén, repleto de estanterías metálicas, encuentro hileras interminables de piezas, depósitos de todos los modelos, unos oxidados, otros impecables, cajas de cambios, piñas, relojes, asientos. El paraíso de las BMW clásicas.

Entre unas cosas y otras, cuando llega Natxo son las dos de la tarde, así que nos vamos a comer. Sigue lloviendo. Miro al cielo y le pregunto como lo ve, si cree que dejará de llover en algún momento. La respuesta no puede ser más concisa, -Hoy no. A la vuelta, metemos mi R75 en el taller solo para que la escuche y que me de su opinión. Me hubiera gustado que se diera un vuelta en ella pero tal y como está el día, no va a poder ser. Me dice que suena bien, coge un destornillador y toca ligeramente los tornillos del ralentí, dejándolo a 800 rpm. Vaya, -me río-, al menos podré decir que Natxo Barral me ha carburado la moto.
Subimos a un altillo del taller donde se amontonan más motos, pero llaman la atención una R68 en estado de origen, sin restaurar y una R51SS de carreras plateada. Natxo me comenta que la R51SS es una serie limitada fabricada en 1938 y que con ella, el piloto Juan Kutz, gano en el año 1949 el campeonato de España celebrado en Salamanca, en la categoría de sidecars, .
-¿Con una 51 como esta? Le pregunto.
-No, con esta 51. Me responde.






¡Buf! Definitivamente esto es mejor que cualquier museo. Ha sido un placer charlar con Natxo, y sobre todo, comprobar como las grandes personas hacen su trabajo con pasión y con mucha humildad.

Salgo del taller, ya son las cinco de la tarde, vuelvo a estar empapado y mi planning se ha ido al carajo. Todavía en Astigarraga llamo por teléfono a Víctor. Me contesta y me dice que está trabajando y que hasta mañana no nos podríamos ver. La opción ahora es ir al camping Igueldo en San Sebastián y esperar a mañana, pero llevo todo el día parado, mojado y parado, y necesito moverme. La botella de Verdejo va a continuar viaje conmigo. Otra vez será compañero.

Subir hasta Biarritz ahora me parece una locura, así que reviso el mapa y opto por ir hasta Erratzu, donde me han dicho que hay un camping. Erratzu está junto a la frontera con Francia, separado de St. Jean Pied de Port por el puerto de Izpegi, con lo cual es una buena opción para reanudar el viaje en esa dirección por la mañana.
Cuando llego al camping la lluvia incesante se ha convertido en un ligero tintineo. Aprovecho para montar la tienda lo más rápido que puedo, me quito el traje de cordura, me doy una ducha y me pongo un vaquero y una sudadera, que si bien no están secos del todo, me aportan una sensación cálida que no había tenido en todo el día. No se donde dejar las cosas, fuera todo está empapado, dentro de la tienda empieza a estarlo también con todo el utillaje repartido por el suelo. Me da igual, todo lo que necesito ahora es una cerveza helada. Cojo la mochila y me voy andando hasta una tabernilla en el pueblo que vi al pasar.
Las calles están vacías, pero todo el que tiene ganas de beber o cantar parece que está en esta taberna. Al fondo, mesa con mesa, han juntado una hilera en la que se sientan más de 20 comensales mediando la cincuentena. La chica del bar me cuenta que son amigos, unos del pueblo, otros del lado francés y otros incluso que emigraron a sudamérica y que se juntan una vez al año para recordar y festejar. En un extremo se sientan un grupo de hombres entorno a otro que sostiene una guitarra. Viéndoles pienso que las canciones son una radiografía del carácter. Con una sobriedad terrible, estos navarros cantan en euskera canciones dramáticas de pasados sombríos. Le pido a la camarera que me lo traduzca o que me cuente al menos de que trata la canción. Me dice que habla de una mujer que tenía dos hijos y para evitar que los alistasen y los llevasen a la guerra (Carlista supongo) los escondió, a uno en un pozo y al otro en una cueva. El primero se ahogó y al segundo lo devoró un oso. La alegría de la huerta, vamos, menudo fiestón. Es gracioso ver el contraste entre la seriedad de estos hombres, que exhalan una dignidad antigua en cada gesto, con la mirada frívola de las mujeres sudamericanas, que supongo que serán las esposas de los emigrantes, y que encajan en esta fiesta como un payaso en un velatorio.

Continuará...
 
Última edición:
Uuuuufffff...que largo se me va a hacer esto!!...ahora comprendo cuando dicen las mujeres que las dejamos a medias!!jejejejej sigue por favor,cuando puedas.gracias.
 
Vamos , estamos esperando....jajajja, cuando usted pueda .Gracias por compartir esta crónica.
 
Acabo de editar el "día dos", que no habían salido las fotos.
Gracias por seguir ahí ;)
 
Día tres

Me despierta el sonido de la lluvia sobre la tela de la tienda de campaña. Joder, joder, joder. Otro día a remojo. Me levanto y me voy corriendo hasta la cafetería a tomar un café lo más cargado posible, lo voy a necesitar. No hay opciones, recoger todo y salir pitando.
El orden cuando se viaja en moto es algo vital. Los objetos tienen su posición y por tanto un orden para llegar a ella. Y tú, que formas parte de ese microcosmos que es tu moto, también debes ordenar tus movimientos y tus rutinas para que todo encaje. Te despiertas, te vistes con ropa de calle s, desayunas, vas al baño, te pones el traje de cordura dentro de la tienda, sales, recoges la tienda, lo guardas todo en las maletas de la única forma que encaja y a rodar. Pero cuando llueve ya no sabes que hacer. Todo a tu alrededor está mojado, embarrado, todo se ensucia, no sabes donde apoyar las cosas y al final nada cabe en su sitio y tu acabas chorreando y de muy mala leche.
Meto de cualquier manera en las maletas todo lo que puedo y acerco la moto a la entrada, donde hay un voladizo que al menos me permitirá colocar las cosas a cubierto. Vuelvo andando a por la tienda de campaña y a por todo lo que no me cupo en las maletas. En este ir y venir ya estoy empapado. Pienso en las grandes empresas que hombres como Scott o Amundsen han acometido, en sus sacrificios y en que yo no duraría un suspiro en esos parajes indómitos. Extiendo la tienda de campaña para intentar doblarla y como no podía ser de otra manera, ocupa tres veces más que antes. Después de vueltas y más vueltas guardo todo, me cambio allí mismo y coloco las maletas en la moto.
Un hombre pasa a mi lado cobijado y seco bajo un paraguas y me dice sonriendo –Yo tuve una siete y medio pero mi mujer me obligó a venderla.
El agua me cae por la cara como si estuviera bajo una ducha. Le sonrío acompañando el estúpido gesto con un movimiento de cabeza. ¡Joder, que foto!
Subo a la moto y salgo del camping hacia el puerto de Izpegi. La carretera es estrecha, con cunetas profundas y a pesar del mal tiempo son muchos los ciclistas que suben y bajan. Si tienes que mojarte lo mejor son unos pantalones cortos y no toda esta parafernalia que los moteros debemos llevar por seguridad. Subo refunfuñando y feliz. Refunfuñando por el agua y feliz por un paisaje que está hecho de agua.





*Pincha sobre las imágenes para ampliar su tamaño.

Desde lo alto, el horizonte pierde su significado y se convierte en un ramillete de cumbres que se abren capa tras capa, enlazándose como las hojas de una alcachofa verde y madura.



En medio de ese verdor veo, como una salpicadura insólita e insignificante, una casita blanca, diminuta, pero dueña del mote que la rodea y del cielo que la cubre. Mi primer impulso es buscarla, llegar hasta allí, comprobar sin es real, si en ella vive un ogro, una bruja, o está hecha de chocolate y caramelo. No lo hago. Nos pasamos media vida intentando no salirnos del camino y la otra media reprochándonos el no haberlo hecho.
Bajo el puerto entrando en Francia y llego a St. Jean Pied de Port, un pueblito pequeño y bonito invadido por los turistas que lo han convertido en un parque temático. Esta sensación de escaparate continuo, de artificiosidad, de falta de vida, no me gusta. Bajo por una de sus calles empedradas, llego a un puente, me mezclo entre la gente, saco unas fotos y regreso rápidamente a por mi moto para salir de vuelta hacia España, ahora por Roncesvalles.









Vuelve a llover con fuerza mientras enlazo las curvas del puerto de Ibañeta. De repente me doy cuenta de que mi bolsa sobre-depósito tiene una funda impermeable escondida en algún sitio. Paro en la cuneta y la coloco. La cara de tonto que se me queda no me cabe dentro del casco. Llevo día y medio bajo el agua; todo lo que llevaba dentro de la bolsa se me ha empapado, los cuadernos, la ropa, la cámara de fotos, todo, y ahora me acuerdo de que la bolsa tiene chubasquero.



Coronando el puerto hay una ermita de tejado afilado y vértice exquisito, y enseguida, siguiendo una senda empinada se llega a un curioso monumento, un dolmen colocado sobre otras dos losas de granito a modo de basa y en el que se lee la inscripción “Roldan 778-1967”.



En la primavera del 778 Carlomagno, rey de los francos, se adentraba en Hispania para apoyar a Sulayman que se había rebelado contra Abderramán I, con la promesa de entregarle Zaragoza. A su llegada le niega el premio, por lo que sitia la ciudad y regresa hacia Pirineos arrasando Pamplona a su paso y llevándose a Sulayman como prisionero. El 15 de agosto de 778, atravesando el desfiladero de Valcarlos, al norte de Ibañeta, 20.000 soldados al mando de Roldán, sobrino de Carlomagno, que formaban la retaguardia del ejército franco, fueron vencidos por una coalición de tribus vasconas. Posteriormente en “La Chanson de Roland” se habla de sarracenos en lugar de vascones, y de 400.000 soldados en lugar de unos pocos guerreros mal pertrechados, pero claro, si te parten la cara siempre es mejor decir que te la ha roto Mike Tyson que no El Fari. En cualquier caso Roldán palmó, y lo debió de hacer muy bien por que consiguió este bonito monumento como premio de consolación. En el centro de la roca quedan los insertos de metal que sujetaban una espada y un par de mazas que algún listo se llevó de recuerdo al salón de su casa.

Desde un todoterreno de la guardia civil me hacen un gesto indicándome que he dejado la moto mal aparcada delante de la ermita, como si toda la comarca fuera a entrar a misa de 12.
–Voy, voy. Sonrisa hipócrita, saludito con la mano y bajando hacia Roncesvalles.





En Roncesvalles te envuelve un espíritu peregrino poco espiritual, al menos para mí. Desde aquí se inicia el “Camino Jacobeo”, con lo que el trasiego de caminantes es continuo, aunque a veces resulta difícil distinguir a los sufridos peregrinos de los relajados turistas, pues hay peregrinos de centollo y albariño, y turistas de mochila y bocadillo de salami.






Continúo por Ézcaroz y llego al Valle de Roncal, cruzado de norte a sur por el río Esca, que deja en sus veredas hermosos pueblos de montaña, de musgo y roca, con desfiladeros frente a sus ventanas que me imagino deberán crear un fondo de intemporalidad para las personas que los habitan; aunque la dureza del clima y las condiciones de vida a veces no dejen ver la belleza objetiva de la naturaleza.







Uno de esos pueblos es Burgui, vigilando la frontera con Aragón, con un puente romano de cuatro arcos, con tajamares que ahora solo rompen un hilillo inofensivo del río Esca.






La carretera discurre zigzagueante entre montañas, como si mi destino fuera llegar al corazón de esa alcachofa imaginaria que ronda por mi cabeza junto a otras tonterías. Al cruzar entre dos de sus hojas el cielo se abre como en una película de Cecil B. DeMille, iluminando como en una revelación divina la tierra prometida, una tierra cálida y seca donde los hombres de bien podrán tender su colada al sol. No me lo puedo creer, por fin. Freno bruscamente manteniendo el equilibrio sobre la gravilla suelta de la cuneta y bajo de la moto a toda prisa para extender en ese escueto pedazo de paraíso todas mis pertenencias que siguen empapadas. Cuelgo la tienda de campaña de los pilares metálicos de una estructura agrícola, extiendo por el suelo la ropa, la colchoneta, los guantes, todo, y respiro tranquilo porque ahora se que podré dormir seco.





Con todo en su sitio, organizado y seco, continúo camino hasta llegar a Jaca, capital del antiguo reino de Aragón. Es una ciudad pequeña, bonita y bulliciosa, con un importante casco monumental. La catedral del siglo XI, de dimensiones contenidas, es una de las primeras muestras del románico de nuestro país.







Los capiteles son preciosos. Siguen el modelo Corintio, con sus geometrías de acanto y sus escenas del Antiguo y Nuevo Testamento que servían para adoctrinar al pueblo. Vamos, para meter el miedo en el cuerpo a todo el que no siguiera la doctrina de la iglesia, que antes como ahora, se ha creído con el derecho de marcar con trazo fino los caminos de la gente.





Fuera de la ciudad está la Ciudadela, una fortaleza de planta pentagonal estrellada, del siglo XVI. Llama la atención su foso perimetral, en el que moran un buen grupo de ciervos, ajenos a esa molesta especie que se pasa el día sacándoles fotos.



Son en torno a las 8 de la tarde y salgo apresurado en dirección a Broto, entre los Valles de Ordesa y Bujaruelo, en busca de un camping que unos paisanos me han recomendado. No hace falta una brújula para saber que voy por buen camino. El sol bajo, a la espalda, lanza mi sombra en busca del este y yo la sigo obediente y disciplinado.

Finalmente el camping no está en Broto, sino en Oto, en pleno Parque Nacional de Ordesa. Está anocheciendo y en la recepción me dicen que están llenos. Antes de que me de tiempo a reaccionar, un hombre que estaba colocando folletos en una estantería, se vuelve y me dice – ¡Vienes en moto! Ven que te enseño un hueco a ver si te vale.
-Por supuesto que me vale- pienso. Llevo todo el día sobre la moto, me duelen las muñecas, la espalda, el cuello, me tumbaría en la alfombra de la entrada y me quedaría dormido. -Cualquier hueco me vale, le digo.
Le acompaño y me señala una parcela enorme, tupida de un césped tierno.
-¿Este es el hueco?, le pregunto.
–Sí, es que esta autocaravana se mete un poco en la parcela y por eso no la habíamos alquilado. Me responde.
-Estupendo. Es el mejor camping en el que he estado. Y no le mentía. Es más, en unos días descubriré que con mucho, es el mejor camping en el que estaré.
A un lado la autocaravana que mencionaba, al otro una grandísima y moderna tienda de campaña de esas que parecen diseñadas para descubrir un nuevo continente, y frente a mí otra considerable tienda con porche, mesa, sillas y más complementos de los que normalmente tienes en tu propia casa.
Entre unas cosas y otras, la noche ha caído y las pocas farolas que hay esconden sus cabezas entre la frondosidad de las ramas de los árboles, con lo que apenas veo para montar la tienda. Al momento, una pareja joven sale de la tienda de al lado y me acerca una alargadera con una bombilla.
–Genial, muchas gracias.
Solo con un gesto soy capaz de leer el alma de las personas; al menos la primera página. Se que puede resultar pretencioso por mi parte, pero es cierto. Ese es posiblemente mi único talento.
-¿Tenéis nevera? -Les pregunto. Me contestan que sí.
–Pues poner a enfriar esta botella de verdejo y luego nos la bebemos, que se me está empezando a marear en la moto.
Me gusta el vino, pero beber solo me deprime. Las cosas buenas son para compartirlas y no se me habría ocurrido mejor ocasión para descorchar esta botella. Empiezo a montar la tienda mientras llegan mis vecinos de enfrente, otra pareja de jóvenes, amigos de los anteriores que me ofrecen ayuda.
–No, no hace falta, gracias. -Contesto. Buena gente, no hay duda.
Después de una ducha que me deja como nuevo, compartimos mesa, cena, vino, y al final de la noche un catálogo de cannabinoides variados, cortesía de mis vecinos, que en una cata degustamos y puntuamos de cero a diez, como un jurado de gimnasia rítmica. El humo flota sobre nuestras cabezas como un mar en calma, reflejando la luz y contrastando con la oscuridad estrellada de un cielo infinito.
Voy a dormir como un niño. Seguro.

Continuará…
 
Última edición:
Hola Javito.

Muy bonita cronica y mejor viaje, es un lujo poder viajar en estos tiempos tan extresantes con una clasica con tantos años a sus espandas, eso me pasa a mi cuando viajo con mi BMW R 60/6.

Un saludo y seguire tu cronica.:)
 
Gran crónica Javit0, seguiremos la historia...
muchas gracias,
 
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