Segunda cita nocturna con la Bruja Gris.
Serían casi las 11 cuando la noche se apiadó de este Sur abrasado y nos dio una tregua, al menos para respirar y poder salir a la calle. No lo dudé, y acudí raudo a mi segunda cita con la bruja. Ya al sacarla de la cochera la noté como más solícita, más propensa al paseo, más ligera. Las primeras trazadas cruzando esquinas era como si hubiera adelgazado. La primera sorpresa, una amplia glorieta a la salida del pueblo. La bruja me invitaba a dejarla ir. Eso hice, con un pellizco en el estómago. Y entonces ocurrió sin darme cuenta: más rápido, un poco más alta de vueltas, sin tocar freno, ya no me quedó otra que acompañarla, como en un baile en el que te abandonas, sin pensar, intuyendo sólo, un golpe de cadera a izquierda y abrir gas suavemente, otro golpe a la derecha y abrir gas despacio para salir de la glorieta. Increible: cómo he podido hacerlo? Dónde se ha ido el peso y la consecuente inercia de este bicho? Y soy consciente: al entrar más rápido la velocidad lo ha compensado todo. La velocidad y que me olvidé del miedo y mi cuerpo se dejaba llevar sobre la bruja.
Qué maravillosa empezaba la noche. De noche hechizada de ayer, a noche de idilio de hoy. Tomé dirección a la sierra. Quería volver a sentir aquello otra vez: el vértigo de dejarte caer al vacío. Así que elegí una carretera que serpentea siguiendo las vaguadas del pantano, cruzando dehesas de encinas, alcornoques y algún quejigo solitario. Dios mío, qué haz maravilloso de luz blanca! Y en luz larga parecía que los árboles se inclinaban despiertos a mi paso. Más de unos ojos fosforescentes sorprendí apostados en su atalaya nocturna. Llegué al cauce del río y empezaron las curvas. El recuerdo del miedo me provocó un extraño en la moto: es lo que conlleva la rigidez cuando bailas o vas sobre una moto, que casi viene a ser lo mismo. Me hice consciente total y absolutamente. Si lo había hecho una vez, no había ninguna razón para no hacerlo una segunda. Volví a sentir más fuerte el pellizco en el estómago. Y dejé que la bruja me llevara. Sin saberlo, mi cuerpo ya sabía los pasos de aquella danza: sin manillar ni contravolante, sólo a golpes de cadera; sin tocar frenos, sólo cerrar y abrir gas acariciando el puño. Así, placer puro hecho inercias físicas y velocidad, de noche de luna menguante y frescor de encinas y de río. Lo que siguió ya lo sabéis de sobra. Era como ir sobre una alfombra, sintiéndome como Aladino sobre Bagdad. Era sentir esa comunión sin palabras que, de pronto, sentimos con la moto. Era fluir con el tiempo, como siente el artista sobre el lienzo. Era haber llegado más allá del hechizo y sentir algo muy parecido y que todos hemos sentido como una especie de locura. Qué me explique alguno de vosotros si no es locura sentir que te has enamorado de mi bruja, de tu moto, y que nunca como en esos momentos te habías llegado a sentir ... tú mismo.
Un abrazo a todos.
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