NO NEWS, GOOD NEWS

Debatíamos hace unos días en “el foro” sobre las innumerables facilidades que ha traído la tecnología al asunto de los viajes en moto. Y comentamos lo maravilloso que es disfrutar de la posibilidad de disponer de datos y voz en nuestros móviles, por poco dinero, en prácticamente cualquier país del globo.
También es verdad que tanta información en directo supone que cuando uno regresa a casa ya no hay fotos que enseñar, ni anécdotas que contar, con lo divertido que es. Que era.

Tira, tiraaaa Tira, tiraaaa


Viajaba yo, hace unos años, recorriendo los “istanes” camino de Mongolia.
Entre una cosa y otra, estaba siendo un viaje complicadillo: en Italia tuve un pequeño alcance con un coche; en Estambul perdí la cartera con las tarjetas de crédito, carnet de conducir, el de identidad y algo de dinero; en Georgia me intentaron avasallar a multas; en Uzbekistán cogí una melopea a base de vodka, con unos amigos polacos, cuyas consecuencias duraron varios días; en Kirguistán pinché unas cuantas veces; en Tayikistán padecí un golpe de calor, primero, y mal de altura después… Un cachondeo de viaje, vaya.

Mi última sonrisa a 4.600 metros Mi última sonrisa a 4.600 metros

Hasta Turquía funcionaba gratis el roaming de mi teléfono como si estuviera en casa, pero más allá de Turquía, no.
Así que, dadas las facilidades, en Georgia compré una tarjeta sim para unos cuantos días.
En Rusia, compré.
En Kazajistán, en Uzbekistán, en Tayikistán, compré, compré y compré.
Y en Kirguistán, claro.

De Vodkas con los polacos De Vodkas con los polacos

Tocaba entrar en Kazajistán otra vez, hacia el norte, bordeando China. La sim anterior ya no tenía validez así que me disponía a comprar otra cuando decidí que no, que no me apetecía seguir conectado toda la jornada. Con hacerlo por la noche durante la pernocta, suficiente. Como toda la vida o, mejor dicho, mucho mejor que casi toda la vida cuando, por muy lejos que uno estuviera, la buena noticia era que no hubiese noticias. Y no había más. 

Preciosas montañas con carreteras horribles Preciosas montañas con carreteras horribles

Pero a estas alturas del viaje me apetecía estar unas cuantas jornadas un poco más desconectado que cuando viajo cerca de casa. Me apetecía sentirme… lejos.

Y así, desconectado, iban pasando los aburridos kilómetros del este de Kazajistán. En el oeste uno se va encontrando camellos, salares y torres petrolíferas que hacen entretenido el devenir de los kilómetros. En el este no. En el este solo hay baches y obras.

Típica liada en un salar uzbeko Típica liada en un salar uzbeko

Llevaba algo más de 500 kilómetros cuando pasé por el segundo pueblo grande del día, con su base aérea militar y todo. Me dieron ganas de aparcar hasta la mañana siguiente pero tenía ganas de quitarme esa parte del país cuanto antes, por lo que decidí continuar.

A los 2 ó 3 kilómetros me hundo en un bache de varios metros de longitud del que salí… ¡casi sentado en la rueda de atrás!
Estaba claro, había reventado la suspensión trasera. Lo que me faltaba, estaba harto ya del viaje.
Mal que bien, la moto podía circular así que despacito volví sobre mis pasos hasta Ayagoz, el pueblo que acababa de dejar atrás, pensando en que si había aviones a lo mejor había algún manitas que pudiera meter mano a mi moto, pero confiando en que no fuera así para dar por zanjado el viaje, llamar al seguro y volverme a Santander para pegarme un baño en el Sardinero, que eso sí que mola.

No era la suspensión No era la suspensión

Me alojé en el primer hotel en el que no había boda (pensaba yo) y lo primero que hice fue entrar en la tienda de al lado, ayudado por unas niñas que chapurreaban inglés, a por… ¡una tarjeta sim, claro! 

A pesar de todo, feliz! A pesar de todo, feliz!

Una vez volví a tener el teléfono operativo, llamé a unos y otros hasta que alguien me dijo que eso no era una rotura de la suspensión, que eran los tornillos que sujetan el subchasis trasero de la moto al chasis, que se habían partido -rayos, es verdad- y eso es más fácil de arreglar.

El taller junto al hotel El taller junto al hotel

Al final las niñas que me habían ayudado no me dejaron que les invitara a una Fanta (cosas de la generosidad del buen anfitrión), en el hotel hubo boda hasta las tantas y a 20 metros de donde me desperté había un taller en el que pusieron dos enormes tornillos oxidados que aguantaron el subchasis bien anclado hasta que, 14.000 kilómetros después, llegué a casa.

Una de tantas Una de tantas

Y ya no volví a dejar de comprar, en cada país, una tarjeta sim.
Claro.
 

Por MacBauman

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