Título trampa: el viaje que cuento aquí se hizo en 1985 y la moto, una R75/6, era jovencísima entonces con sus 9 años apenas cumplidos. Aun así, si queréis, volved conmigo unos momentos a estos tiempos sin internet, sin móviles, GPS o VISA donde se plasmaban las aventuras en rollos de Kodachrome.
En este 1985 vivo en Alemania cerca de Colonia. De joven había pasado unos años maravillosos en Senegal y tengo la cabeza llena de imágenes del Paris-Dakar, de este PD de Auriol y Rahier con sus GS de fábrica, surcando arenas y zigzagueando entre tamariscos saharianos. Sé que con mi moto no puedo llegar a Dakar, pero ¿por qué no ir hasta donde el asfalto me lleve? Quizás hasta El Goléa, un oasis de postal, o incluso In Salah, anegada en las arenas, a 1300 kilómetros al sur de Argel. Más al sur el mapa dice “revêtement détérioré”. Allí esperan la mítica Tamanrasset y su Assekrem. Ya veremos.
La preparación de la moto, cosa de unas horas: como no pienso dejar el asfalto, sólo reemplazo el filtro de aire por un K&N impregnado de aceite. La información sobre la ruta: lectura de una guía y un mapa Michelin. Puesta a punto, un buen Metzeler Touring trasero de carretera, y allá voy, solo con la BMW.
Y así un viernes de abril llego por la tarde a Metz, tomo allí uno de estos geniales trenes “Auto-Moto” de la SNCF, ahora desprogramados, que me deja a las seis del día siguiente en Avignon, a mediodía estoy embarcando en Marsella, el domingo a las tres estoy en Argel, se abre la puerta del ferry, salgo el primero y la noche la paso ya más al sur en un lugar del que no me puedo acordar. Mejor principio, imposible.
Llego ya a las estepas del Sahara norte. Horas y horas a 90/100 sobre la cinta negra, observando cómo cambia y finalmente desaparece el arbolado. Se desvanece la antigua línea de tren que acompañaba hasta hace poco. Las aglomeraciones se espacian, los rebaños son cada vez más pobres y a lo lejos apuntan unas mesetas aisladas que me indican que por aquí voy bien. El flat ronroneando como siempre, chupando encantado una gasolina aun bien llena de plomo.
Descanso. Ghardaia y sus torres de arcilla, rojas y amarillas. La tan descrita capital de los mozabitas, antiguo puerto de caravanas transaharianas. La población, en parte de color, descendientes de los Haratin, esclavos traídos a la fuerza en siglos pasados. Me aventuro en la Kasbah. Sensación desagradable de molestar, las puertas ya de por si pequeñísimas se cierran a mi paso.
Destinación El Goléa. Salgo bien descansado, son unos 250 km. Tres horas después estoy ya en un escenario de cine: unas dunas bien altas, un palmeral magnífico con sus huertas, edificaciones de arcilla de tono subsahariano. Pero se nota un ambiente de aislamiento ya más palpable. Las tiendas no tienen ni fruta ni agua embotellada, la carretera está siempre cubierta de un velo de arena que un viento incesante hace correr en torbellinos. Me doy un buen susto acelerando demasiado temprano dando una vuelta. Es temprano, el sitio tan anhelado es menos acogedor de lo que pensaba. Los jóvenes del sitio, exigentes y poco amables. Se nota que el Dakar pasó dos meses antes. Siento una pizca de aprehensión. Bastante lejos de casa estoy.
Y ahora, ¿qué?
Un indicador a la salida de El Goléa con todos estos sitios lejanos de ensueño me devuelve la motivación y arranco directamente para In Salah. Y yallah, más al sur, al sur...
Las dunas altas se acercan, la luz ya deslumbra y pronto llego al cruce de Timimoun. Para Dakar se toma a la derecha… pero no puede ser.
Después, la carretera atraviesa el Plateau du Tademaït, en otros tiempos una pista infame, una recta de 200km de chapa ondulada terminada por una brusca curva al final de la planicie donde, según dicen, se estrellaban los camioneros dormidos. Un poco de chatarra queda allí, pero en 1985 la pista queda paralela a una cinta de asfalto nuevísimo que atraviesa este desierto de los desiertos. Por suerte no se me cruzan unos torbellinos imponentes que van por allí, por allá en la lejanía.
Bajo del Plateau, unos 100 kilómetros más de absoluta soledad hasta llegar a In Salah. Ahora sí que estoy en el desierto.
Visita del oasis y sus plantaciones, en constante lucha con las arenas que se trata de parar como sea. Casi todas las calles sin asfaltar, una sola tienda sin fruta, sin agua embotellada. A partir de aquí ya uso las pastillas potabilizadoras.
Después, horas de dudas en el camping. He llegado hasta aquí mucho más rápido de lo que pensaba. La moto no da ningún problema y le tengo total confianza. Pero ahora con una moto de carretera sólo hay dos destinos. Deshacer el camino, o seguir para el sur donde la Transsaharienne está infame – información obtenida de viajeros que van de vuelta. No quisiera dañar la moto, pero me resisto, no tengo mi cupo de Sahara. La sensación de extrañamiento ya es muy fuerte, la disfruto, pero el sueño íntimo es llegar a Tamanrasset. Quedan sólo 658km, y siento que no me voy a atrever.
Entonces por la tarde llegan desde el norte tres paisanos alemanes con una XL600R, una XT250 y una BMW R45 (en estos tiempos no se necesitaban 120 caballos para alejarse uno de casa). Están decididos, irán a Tam y subirán al Assekrem. “Claro que puedes venir con nosotros”. Y si va la R45, ¿cómo no voy a ir yo?
Una tormenta de arena nos impide salir temprano. Horas de espera tomando té en el café “Transsaharien”, pero finalmente despegamos a pesar de todo. Hace frío, la arena está mezclada con unas gotas de agua que pinchan como agujas la piel con las viseras levantadas a la fuerza. El polvo entra en los ojos, en la nariz y finalmente en el encendido de la moto por las aperturas del cárter delantero. Tengo que desmontar y limpiar el habitáculo de los platinos.
Después, primeros encuentros con dunas que se comen la carretera.
Total, no avanzamos mucho y hacemos noche en un sitio desolado sin ninguna posibilidad de hacer fuego. La noche es gélida.
Como no puedo dormir, salgo a caminar. Dejo una lamparita encendida en la moto, y me alejo hacia el oeste caminando una hora en una planicie limitada a lo lejos por unas dunas ahora sombrías. Encima de mí todas las estrellas del firmamento, tan grandes y brillantes que dan una luz irreal irradiando de plata todo el horizonte. Y allí, a la espalda, la lucecita a ras de tierra que me indica por dónde volver a la realidad. El silencio es parecido al que debe reinar en el espacio interestelar. Sólo faltaba el zorro del Principito.
Después del frío de la noche, se anhela la aparición de la bola de fuego en el este. Sale a toda velocidad, cambia el paisaje en minutos y devuelve agilidad a los miembros entumecidos. Ahora lo agradecemos; más al sur aprenderemos a madrugar para ganar algo de tiempo a su asedio.
Cerca de las golas de Arak entramos en un trozo de asfalto nuevo. Un espejismo bien sahariano que dura 20 kilómetros para desvanecerse en seguida: la carretera está completamente cortada, destrozada por unas riadas. Desvío obligatorio de 70 kilómetros por la pista antigua, y allí empieza lo bueno.
Subimos por un oued ancho entre dos filas de montañas, alternando chapa ondulada, pasajes arenosos y unos temibles huecos de fech-fech que delata su color más amarillo. Cada uno busca su ritmo, paramos cada dos por tres para adecuar las cargas – sobre todo la R45, que a pesar de ser la menos potente sirve de mula para mis nuevos compañeros. Yo lo paso mal con el manillar estrecho y la cúpula que termino por desmontar, pero generalmente opto por entrar en fuerza por la arena … con resultados dispares. Escalofrío cuando no logras pasar y lentamente se te cae la moto. Unos pocos camiones cruzan dirección norte. Unos a ritmo lento, otros surfeando la “tôle ondulée”. Mejor apartarse.
Salida temprana y otro día de zigzag en un paisaje que anuncia el Hoggar: grandes bloques de granito redondeados entre los que se cuela la carretera, de tiempo a otro algunos tamariscos y unas hierbas testigos de las lluvias que cayeron en algún momento.
Me falta fe, creo que solo he dado una vuelta.
Unas horas después tenemos una mole impresionante a la derecha. Por todas partes se notan restos abandonados de un campamento militar y chatarras desaprovechadas, lo que sorprende en un desierto donde los coches se suelen desollar hasta quedar la mera carrocería. Tardaré más de veinte años para aprender que estábamos en el ”Taourirt Tan Afella”, donde en 1962 un ensayo nuclear francés salió muy mal, escapándose una cantidad considerable de material radioactivo al estallar con una nube pavorosa la galería de roca donde se suponía que iba a quedar confinada la bomba. (ver en Wikipedia “accident nucléaire Béryl”).
A nosotros sólo nos preocupa que hubiera gasolina cerca, en In Ekker, y la hubo. ¡Consumo en pista/arena cerca de 8 litros! Incluso encontramos un acogedor café. A partir de allí, pista un poco mejor, y a partir de In Amguel incluso asfalto nuevo. Me atrevo a subir las revoluciones y por primera vez desde Arak paso la cuarta y la quinta. Así que sin proponérnoslo llegamos este día por la tarde a Tamanrasset. En la foto se me ve agotado e inquieto, ya que acababa de encenderse el piloto del generador. Camping, comida no recuerdo dónde… Seguro que habrá sido cuscús y limonada.
Día de intendencia, compras y arreglos. El cuadro trasero de la Yamaha está roto; lo suelda un artista local. El rotor de la /6 se ha desprendido y ha tocado la caja del estator, seccionándose el cable de alimentación del rotor. Junto y sueldo las extremidades del cable y lo aíslo todo con cola araldite (aguantó así años hasta que me cayó otro rotor). No recuerdo que hubiera que intervenir en la R45.
Compra de comida para los días de vuelta. Resulta fácil: pan, dátiles, leche condensada, pasta, harissa, galletas. Lo que hay. Aprovecho para estudiar la estratificación social del sitio: mandan los Tuareg, trabaja la gente de color.
Por la tarde me dirijo al sur de la ciudad para echar una vista de envidia a los camiones preparados para salir al Níger y al Tchad, unos semis capaces de superar las temidas Dunas de Laouni. Del mismo sitio salen pequeñas caravanas de camellos que abastecen unos poblados aislados. Nostalgia de Dakar… Pero para mí ya está bien, he llegado donde soñaba llegar, y queda la subida al Assekrem.
Salimos temprano para subir al Hoggar, ya hace mucho calor. La pista es ancha, bastante rocosa, pero hay algo de mantenimiento para facilitar el tránsito de los todoterrenos subiendo a turistas. El paisaje es lunar, no crece absolutamente nada. A las tres horas llegamos a los primeros conos de basalto, y desde allí siempre subiendo en una pista bien dura hasta llegar por la tarde a cerca de 2600 metros de altura a la ermita del Padre de Foucauld, el entonces destino clásico de los visitantes europeos.
Ahora toca volver a casa. Los compañeros tienen poco tiempo y para mí, es más aconsejable quedarme con ellos. 2000 km hasta Argel y lo que quede. Nos metemos a la obra, bajamos directamente al norte por una pista secundaria a Hirhafok, 85 kilómetros de piedra en un paisaje sublime que no ven los viajeros que suben desde Tam. Se ve que esta cara norte del Hoggar recibe más humedad. Visitamos unas gueltas repletas de agua (y de peces) que rodean unas selvas de adelfas y cañas. Cada flor que nace entre las rocas atrae una legión de mariposas, y de tiempo a otro se ven algunos burros semisalvajes que delatan una improbable presencia humana. Después del paisaje lunar del Assekrem cualquier verde parece un paraíso.
Unos minutos de descanso, y ya volvemos a nuestro Paris-Dakar personal, sorteando las rocas que afloran, buscando siempre el paso menos dañino para amortiguadores y ruedas en unas bajadas vertiginosas. Metzeler de carretera, por si lo habéis olvidado. De tiempo a otro algún frenado límite o el choque de un pedrusco contra cárter o escape nos da un golpe de adrenalina suplementario. Respirando el polvo levantado por el compañero que con más o menos fortuna te abre el camino. Las cuatro motos, un prodigio de fiabilidad y de resistencia.
Hirhafok resulta ser un grupo de 50 casuchas con sus huertas y sin café. En el ejercicio de una obstinada y paternalista mentalidad colonial me aprovecho de la presencia de una múltiple chiquillería para deshacerme de una serie de lápices que había traído a propósito. La X600R añade unos caballitos a petición de los niños que seguramente vieron pasar el Paris-Dakar y seguimos directamente por una pista más arenosa (80 km más) hasta In Amguel.
Después de la roca se agradece la arena, y a estas alturas del viaje todos hemos aprendido a entrar decididos en la zona arenosa que no se puede evitar, bajar de marcha en el buen momento y seguir con el par adecuado hasta que la rueda trasera toque fondo duro de nuevo. O que los compañeros vengan a empujarnos. Este día fue una locura de conducción, desde las cimas del Assekrem llegamos al anochecer hasta la Transsaharienne en In Ekker y echamos gasolina con las reservas mínimas. Caímos muertos unos kilómetros más lejos, durmiendo al pie del Tan Afella y su bomba en un calorcito delicioso. La luna creciente formaba un barquito bien tropical.
Habíamos cerrado el bucle sur de nuestra pequeña aventura, y en este punto voy a cerrar el relato. También es que, con el objetivo cumplido, la ilusión se desvaneció lentamente y casi ya no hice fotos. Llegamos a Argel deshaciendo el camino de ida y sorteando los mismos baches algunos días más tarde. Ferry, y vuelta a casa.
Queda la sensación de haber tenido suerte al vivir esta época en la que salíamos sin miedo a explorar solos el mundo con nuestras motos de todos los días, dispuestos a asumir lo que pasara y determinados a aprovechar la juventud.
Si os han gustado estos recuerdos, en la sección de clásicas de este foro tenéis más fotos de este viaje y un relato de otro (mejor preparado) al Tassili con una BMW 60/7 “GS” en 1987.
Si os han gustado estos recuerdos, en la sección de clásicas de este foro tenéis más fotos de este viaje y un relato de otro viaje (mejor preparado) dirección Djanet con una BMW 60/7 “GS” en 1987. Ver relato en el foro
En cuanto a la 75/6 del viaje a Tam, sigue conmigo hasta hoy.
Axel Matthes, AxelR100/6 en el foro
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