Una de mis carreteras favoritas en este planeta es la N111, entre Logroño y Soria, pasando por el puerto de Piqueras.
Así que, hace unos días, iba yo rodando por ella.
A lo lejos vi una Suzuki francesa. La alcancé.
Moto alcanzada moto rebasada, ya se sabe.
Se puso a mi regazo, primero a cierta distancia y después descaradamente a rueda.
No es que a mí me guste correr mucho (yo soy de llegar lejos más que de llegar rápido) pero como conozco bien la 111, iba bailando con cierta alegria por las curvas. Y mi nuevo amigo, también.
Si tenía que esperar en algún adelantamiento, lo hacía y si él tenía apurar un poquito alguna vez, apuraba.
En Almarza nos dijimos adiós, más que nada porque no nos entendimos cuando intenté explicarle que yo los torreznos en este pueblo no los perdono nunca (kilómetros después coincidimos en una gasolinera y comentamos, entre risas, la ruta).
Y entre torrezno y torrezno me acordé de la N222 portuguesa de la que, en una ocasión, me habló mi amigo Cervi. La recorrí hace años con una K1600 Grand America que me dejaron y me entraron ganas de recorrerla con mi Adventure.
La 222 cruza el país vecino de lado a lado a lo largo de 222 kms (hay que reconocer que se les da bien el marketing a los lusos) siguiendo el curso del Duero.
Hay estudios que, teniendo en cuenta la cantidad de curvas, su radio, giro y aceleración, eligen la N222 como una de las mejores carreteras del mundo.
A mí estas maneras de medir el disfrute ni me gustan ni me convencen. Llámame rarito pero nunca se me ocurriría recurrir a multiplicaciones, restas y raices cuadradas para medir una noche de pasión. Pues con estas otras curvas, lo mismo.
Pero vaya, la carretera, la recuerdo chula.
Así que decidí volver a la famosa ruta y comenzarla desde el este, desde el cruce que hay a las afueras de Almendra, que es donde está situado el monolito que marca el final de esta carretera. A mí me gusta hacerla en este sentido puesto que así la mayoría del trayecto transcurre llevando el Duero a la derecha, disfrutando más y mejor de las vistas yendo por el carril derecho que viniendo por el izquierdo.
Y comienzan las ecuaciones, digo las curvas. Unas cerradas y lentas, otras más abiertas, unas con mejor firme, otras poco firmes, muchas enlazadas entre ellas, otras unidas por pequeñas rectas y las consiguientes frenadas… y vuelta a acelerar y frenar y tumbar.
Entre viñedos, a veces a la altura del río, otras viendo el agua desde las alturas, van pasando los kilómetros sin mucho tráfico a pesar de que era el mes de julio.
Al menos hasta los últimos 50 ó 60 kilómetros, los más prescindibles, los que están a las afueras de Oporto. La influencia de la cercanía de la gran urbe se hace patente y, aunque se podría tomar un cruce cualquiera para girar hacia el norte o hacia el sur, yo decidí llegar hasta las calles de Oporto y buscar el pequeño mojón que marca el kilómetro 0 de la N222.
No sé si será la más hermosa, la más divertida, la más emocionante o la más recomendable, pero sí estoy convencido de que volveré a volver.
Por MacBauman
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