Juan Xixon
Arrancando
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Aventureros del aire
Sensación de libertad, emoción y una gran descarga de adrenalina. Ponerse a los mandos de una aeronave es posible gracias a los diferentes cursos de pilotaje que ofrecen los aeroclubes asturianos
Cascos puestos, palanca en punto neutro, velocidad de 50 millas y al aire. El despegue de un ultraligero resulta muy sencillo y la sensación que ofrece resulta increíble. Por lo menos, esto es lo que piensan las decenas de personas que durante los meses de julio y agosto han tomado clases de iniciación al vuelo en el aeródromo de La Morgal. Los cursos duran tres días y se trabaja tres horas cada jornada. De esta manera, da tiempo a que todos los alumnos piloten por lo menos una vez al día, ya que los grupos de aprendices no superan las seis o siete personas.
Las clases se dividen en dos partes. «Primero hay una introducción teórica y luego llega el momento de obtener la sensación de vuelo», comenta el presidente del aeroclub del Principado, Ángel Reinares, que sabe que esta segunda parte es la más entretenida para sus aprendices.
Los asistentes a estos cursos no necesitan ningún tipo de preparación. «Puede venir cualquiera que sea mayor de edad, o que tenga permiso paterno y, sobre todo, cualquiera que tenga ganas de experimentar con el vuelo», destaca Reinares. En esta ocasión, La Morgal alberga a personas de edades muy diversas. Julio Vigil, de 35 años, ha llegado desde Gijón acompañado de Reyes Winberg. «Siempre había querido pilotar. Un compañero de trabajo vuela en parapente. Me gustó lo de estar por los aires y decidí apuntarme al curso», afirma mientras mira al ultraligero. Volar le ha encantado. «Vas muy lento y como estás a bastante altura lo ves todo. Marea un poco cuando pones el morro hacia abajo, pero está genial», apunta convencido.
La historia de Reyes es bastante diferente. Tiene miedo a las alturas y el vértigo le puede cada vez que se sube a un avión. No obstante, para superarlo «tengo que echarle valor, así que este verano me apunté primero a un curso de parapente y ahora estoy con el ultraligero», destaca orgullosa. El primer día que iba a surcar los aires con una de estas naves se abortó la operación. Hubo tormenta y el único del grupo que finalmente consiguió volar fue el de Julio. Disfrutó muchísimo, pero una de las pocas lluvias de este verano le hizo dejar de intentar hacer de Lindbergh y volvió a tierra. Dejaría la llegada a París para otro día. En la pista le esperaban Reyes y el resto de compañeros. El tiempo no fue motivo para mermar las ansias de Reyes de surcar los cielos y vencerse a sí misma y al día siguiente fue una de las primeras en subir a la aeronave. A su bajada lo tenía claro: «Sí, he sentido vértigo, pero no voy a dejar de intentar seguir volando». Los que estaban con ella, en cambio, no dejaron de disfrutar un solo momento.
Arriba, abajo, pies a la derecha, estabilizar la nave. La adrenalina y el ajetreo son dos fieles acompañantes de los que se ponen por primera vez a los mandos de una nave. «Sientes capacidad de poder. No he tenido nada de miedo, me ha encantado», destaca Luis Manuel Díaz, un gijonés de 49 años al que le apuntó su mujer al curso porque ya sabía de antemano que le iba a encantar. «Recomiendo esta actividad a todo el que venga psicológicamente neutro», explica Luis, que no aconseja la experiencia a quienes les pueda el miedo a surcar los aires.
En avioneta
Pero el gran mundo de los aires no se limita al liviano ultraligero. La oferta del aeródromo de la Morgal también incluye un curso en avioneta. Más sólida, rápida y técnica que el ultraligero, esta nave se antoja perfecta para los que alguna vez han soñado con tener la oportunidad de ponerse al frente de los mandos de un verdadero avión de pasajeros. En realidad en la aeronave sólo caben cuatro personas, pero el saber que se tiene a alguien detrás llena la actividad de un sentimiento de responsabilidad cargado de adrenalina.
No obstante, el pilotaje no es tan complicado como parece y, al igual que en el ultraligero, en la avioneta de La Morgal los mandos son dobles, de manera que el maestro controla en todo momento los pasos del aprendiz al mando de la avioneta.
Lo primero que uno debe hacer antes de poder elevar el vuelo es pedir permiso para ocupar el espacio aéreo. Luego ya sólo queda hacerse con el valor necesario, marcar el rumbo y prepararse para empezar la carrera. «Se deben alcanzar los 70 ó 75 nudos», apunta el vicepresidente del aeroclub e instructor de estas clases de avioneta, Javier Blanco. «En el despegue se les guía mucho porque puede ser un poco complicado al principio, pero en el aire se intenta que vayan solos y que sigan las indicaciones que les damos», apunta.
El curso de avioneta no es igual que el de ultraligero. Por la misma naturaleza de la nave no se hacen tantos despegues. «Cada día nos da tiempo a hacer dos vuelos», comenta Javier a los pies de la avioneta antes de que le den permiso para hacerse un hueco al lado de las nubes. Los alumnos están encantados, sobre todo con la parte práctica del curso.
El ovetense Jesús García ha disfrutado mucho a los mandos de la aeronave. «El pilotaje es muy suave y tenemos mucha capacidad de maniobra», destaca feliz, aunque no sin añadir que en el aterrizaje les ayuda mucho el profesor. Sus compañeros gijoneses Borja Entrialgo y Salvador Ballesteros tienen 16 años y de mayores quieren ser pilotos comerciales. Han necesitado el consentimiento de sus padres para poder apuntarse a las clases y están disfrutando mucho. «Lo que más me ha gustado ha sido dar la pasada por encima de la playa de San Lorenzo», destaca Borja, que sueña con irse a estudiar a Madrid, que es donde podrá formarse como piloto comercial.
Los paseos no son la única de las actividades que se pueden hacer con la avioneta. En La Morgal también dieron algunas piruetas, controladas en todo momento por el instructor, y se atrevieron con el aterrizaje, uno delos momentos más complicados del vuelo. Los primeros días el control es del instructor casi totalmente, pero en los últimos pilotajes los alumnos tienen la posibilidad de vivir esta sensación en primera persona. «Es lo más complicado por todo lo que hay que hacer a la vez», confiesa Borja Entrialgo.
Aventureros del aire
Sensación de libertad, emoción y una gran descarga de adrenalina. Ponerse a los mandos de una aeronave es posible gracias a los diferentes cursos de pilotaje que ofrecen los aeroclubes asturianos
Cascos puestos, palanca en punto neutro, velocidad de 50 millas y al aire. El despegue de un ultraligero resulta muy sencillo y la sensación que ofrece resulta increíble. Por lo menos, esto es lo que piensan las decenas de personas que durante los meses de julio y agosto han tomado clases de iniciación al vuelo en el aeródromo de La Morgal. Los cursos duran tres días y se trabaja tres horas cada jornada. De esta manera, da tiempo a que todos los alumnos piloten por lo menos una vez al día, ya que los grupos de aprendices no superan las seis o siete personas.
Las clases se dividen en dos partes. «Primero hay una introducción teórica y luego llega el momento de obtener la sensación de vuelo», comenta el presidente del aeroclub del Principado, Ángel Reinares, que sabe que esta segunda parte es la más entretenida para sus aprendices.
Los asistentes a estos cursos no necesitan ningún tipo de preparación. «Puede venir cualquiera que sea mayor de edad, o que tenga permiso paterno y, sobre todo, cualquiera que tenga ganas de experimentar con el vuelo», destaca Reinares. En esta ocasión, La Morgal alberga a personas de edades muy diversas. Julio Vigil, de 35 años, ha llegado desde Gijón acompañado de Reyes Winberg. «Siempre había querido pilotar. Un compañero de trabajo vuela en parapente. Me gustó lo de estar por los aires y decidí apuntarme al curso», afirma mientras mira al ultraligero. Volar le ha encantado. «Vas muy lento y como estás a bastante altura lo ves todo. Marea un poco cuando pones el morro hacia abajo, pero está genial», apunta convencido.
La historia de Reyes es bastante diferente. Tiene miedo a las alturas y el vértigo le puede cada vez que se sube a un avión. No obstante, para superarlo «tengo que echarle valor, así que este verano me apunté primero a un curso de parapente y ahora estoy con el ultraligero», destaca orgullosa. El primer día que iba a surcar los aires con una de estas naves se abortó la operación. Hubo tormenta y el único del grupo que finalmente consiguió volar fue el de Julio. Disfrutó muchísimo, pero una de las pocas lluvias de este verano le hizo dejar de intentar hacer de Lindbergh y volvió a tierra. Dejaría la llegada a París para otro día. En la pista le esperaban Reyes y el resto de compañeros. El tiempo no fue motivo para mermar las ansias de Reyes de surcar los cielos y vencerse a sí misma y al día siguiente fue una de las primeras en subir a la aeronave. A su bajada lo tenía claro: «Sí, he sentido vértigo, pero no voy a dejar de intentar seguir volando». Los que estaban con ella, en cambio, no dejaron de disfrutar un solo momento.
Arriba, abajo, pies a la derecha, estabilizar la nave. La adrenalina y el ajetreo son dos fieles acompañantes de los que se ponen por primera vez a los mandos de una nave. «Sientes capacidad de poder. No he tenido nada de miedo, me ha encantado», destaca Luis Manuel Díaz, un gijonés de 49 años al que le apuntó su mujer al curso porque ya sabía de antemano que le iba a encantar. «Recomiendo esta actividad a todo el que venga psicológicamente neutro», explica Luis, que no aconseja la experiencia a quienes les pueda el miedo a surcar los aires.
En avioneta
Pero el gran mundo de los aires no se limita al liviano ultraligero. La oferta del aeródromo de la Morgal también incluye un curso en avioneta. Más sólida, rápida y técnica que el ultraligero, esta nave se antoja perfecta para los que alguna vez han soñado con tener la oportunidad de ponerse al frente de los mandos de un verdadero avión de pasajeros. En realidad en la aeronave sólo caben cuatro personas, pero el saber que se tiene a alguien detrás llena la actividad de un sentimiento de responsabilidad cargado de adrenalina.
No obstante, el pilotaje no es tan complicado como parece y, al igual que en el ultraligero, en la avioneta de La Morgal los mandos son dobles, de manera que el maestro controla en todo momento los pasos del aprendiz al mando de la avioneta.
Lo primero que uno debe hacer antes de poder elevar el vuelo es pedir permiso para ocupar el espacio aéreo. Luego ya sólo queda hacerse con el valor necesario, marcar el rumbo y prepararse para empezar la carrera. «Se deben alcanzar los 70 ó 75 nudos», apunta el vicepresidente del aeroclub e instructor de estas clases de avioneta, Javier Blanco. «En el despegue se les guía mucho porque puede ser un poco complicado al principio, pero en el aire se intenta que vayan solos y que sigan las indicaciones que les damos», apunta.
El curso de avioneta no es igual que el de ultraligero. Por la misma naturaleza de la nave no se hacen tantos despegues. «Cada día nos da tiempo a hacer dos vuelos», comenta Javier a los pies de la avioneta antes de que le den permiso para hacerse un hueco al lado de las nubes. Los alumnos están encantados, sobre todo con la parte práctica del curso.
El ovetense Jesús García ha disfrutado mucho a los mandos de la aeronave. «El pilotaje es muy suave y tenemos mucha capacidad de maniobra», destaca feliz, aunque no sin añadir que en el aterrizaje les ayuda mucho el profesor. Sus compañeros gijoneses Borja Entrialgo y Salvador Ballesteros tienen 16 años y de mayores quieren ser pilotos comerciales. Han necesitado el consentimiento de sus padres para poder apuntarse a las clases y están disfrutando mucho. «Lo que más me ha gustado ha sido dar la pasada por encima de la playa de San Lorenzo», destaca Borja, que sueña con irse a estudiar a Madrid, que es donde podrá formarse como piloto comercial.
Los paseos no son la única de las actividades que se pueden hacer con la avioneta. En La Morgal también dieron algunas piruetas, controladas en todo momento por el instructor, y se atrevieron con el aterrizaje, uno delos momentos más complicados del vuelo. Los primeros días el control es del instructor casi totalmente, pero en los últimos pilotajes los alumnos tienen la posibilidad de vivir esta sensación en primera persona. «Es lo más complicado por todo lo que hay que hacer a la vez», confiesa Borja Entrialgo.