Acabo de recibir el boletín d Axa con esta ruta. Espero que os guste:
[h=2]LEÓN-ASTURIAS: EL ARGAYU DE LA VÍA DE LA CARISA[/h]
La Vía de la Carisa es un camino largo, de más de 40 km que, partiendo del límite norte de la provincia de León, alcanza los 1.620 m de altura antes de precipitarse en varias ramas hasta los 240 m en plena cuenca minera asturiana. Hasta hace poco no tenía claro si este recorrido estaba permitido, o al menos tolerado para vehículos de motor, y las fotos que había visto mostraban un camino roto, a veces muy pedregoso, con aspecto de no ser una travesía fácil para mi pesada y sólo relativamente ágil moto.
En las semanas anteriores recogí información sobre su trazado: una compleja red de pistas rurales, de caminos antiguos y más modernos para acceder a los pastos en las alturas: un campamento romano de importancia, vistas espectaculares, incluso una mina de carbón abandonada en la zona más alta. Pero lo que me llamó la atención, y posteriormente me creó cierta inquietud, fue saber que, hace unos meses, hubo, en un tramo colgado sobre una caída casi vertical de 300 m, un argayu que corta el camino. Y que posiblemente nadie ha reparado dado lo remoto del lugar.
Se llama argayu en Asturias a un desprendimiento de tierras de una montaña. En estas zonas montañosas son frecuentes, como saben muy bien los conductores, fruto de la enorme inclinación de las laderas por donde pasan. En este caso, el argayu era de piedras solamente, lisas y llanas, pizarrosas, que rotas presentan bordes cortantes y esquinas agudas. El argayu de La Carisa empezó a ser motivo de comentario entre algunos moteros atrevidos de la zona, a veces como un obstáculo que hacía infranqueable el camino, a veces como un desafío vencido.
Según se acercaban las fechas de embarcarme, una investigación más detallada me permitió conocer fotografías del sitio, e incluso ver el vídeo de dos aficionados en motos ligeras y maniobrables, calzadas con neumáticos de tacos. Uno de ellos logra pasar limpiamente sobre lo que parece un gran montón de piedra, mientras que el otro resbala y se cae al atravesarlo. El vídeo acaba en esta escena y deja una estela de intranquilidad imaginando el estrecho espacio en que, confío, aterrizaron piloto y montura al borde del abismo.
UN ENCUENTRO SORPRENDENTE
La perspectiva del viaje me fermentaba en la cabeza. Otros aspectos de interés de mi aventura pasaban a segundo plano bajo una sombra de inquietud. Estaba preocupado por lograr pasar aquel obstáculo sobre el vacío y a la vez no me planteaba tener que dar la vuelta. Era un tinte, una preocupación, como un velo que no podía apartar y que veía como inevitable. Desde hace mucho tiempo hago viajes solo y me enfrento, generalmente por casualidad, a situaciones más o menos comprometidas. Pero en este caso, había algo de desafío vacío de contenido, sin premio, que me atraía hacia el riesgo. Así es la mente humana, supongo.
Unos días antes de salir, mi amigo Carlos, con idéntica moto, se unió con entusiasmo al viaje. Juntos partimos un viernes muy temprano por la mañana en dirección a León y de allí al Puerto de Pajares. A primera hora de la mañana ya estábamos desayunando entre álamos rabiosamente amarillos junto al palacio de La Granja, en Segovia. Tres horas después, algo rígidos por la postura continuada, cruzamos León y nos dirigimos hacia el puerto de Pajares. Comimos algo en un mesón de carretera junto a Pola de Gordon, allí donde la carretera atraviesa por varios túneles las rocas del desfiladero del río Bernesga.
Estábamos poniéndonos los cascos con intención de salir, cuando una pareja de motoristas de la Guardia Civil de Tráfico llega y nos cierra el paso con sus motos blancas, casi idénticas a las nuestras. Les miramos extrañados cuando el primero, un hombretón fuerte y de porte autoritario, apartando de su boca el micrófono de la radio, nos pregunta algo evidente: ¿Son estas vuestras motos? Al contestarle que sí, extrañados y por una décima de segundo alarmados ante semejante interpelación, nos vuelve a preguntar: ¿Sois miembros del foro de motoristas GS1200.com? Mi compañero y yo nos miramos, ahora sorprendidos, a pesar de ser conscientes de la fácil confianza que existe entre moteros aunque no se conozcan en absoluto.
Les contestamos que no conocíamos tal foro, pero si este y aquel otro Y mientras nos miraba atentamente, sin bajar de la moto, entre serio e irónico, su voz retumbó: ¡Pues tenéis que haceros inmediatamente! Estamos lanzando el foro y necesitamos nuevos miembros como vosotros. Me conocen como 'Titorober' y os espero! Ahora ya, divertidos y relajados, hablamos con el motero del que ya no percibimos el uniforme, sino un compañero. Tras unos minutos de conversación, salimos, ellos a su trabajo, nosotros en dirección al Puerto, para desviarnos por una pequeña carretera pocos kilómetros más adelante.
PENDILLA Y EL BALCÓN SOBRE LOS VALLES ASTURIANOS
Estamos en tierra de pastos altos. Pese a lo simple de su apariencia, la historia de este lugar esconde hechos y cicatrices particulares que nos interesan. Hay que imaginar los rebaños de ovejas que huyendo de los calores de la meseta buscaban el verde de las zonas altas de montaña. También que la vegetación original del lugar, con brezos y escobas o piornos, interrumpía las áreas de pasto. Sin embargo, una vez quemados arbustos y plantas leñosas, surgen tallos de hierba tiernos para pastar los animales. Mirando alrededor, vemos praderas mantenidas a base de fuego, rodeados de lugares cuyo nombre incluye derivados de arbustos quemados donde asentar ganados y colonos, como Busdongo, Bustamores, Busbudel, Bustuburín, El Bustillo, Bustamarca. Siglos de fuegos terapéuticos que, a pesar de prohibiciones, se mantienen hoy como podemos ver al pasar.
Hubo una época en la que el avance árabe sobre la meseta empujó hacia las montañas a la población de la alta Castilla. De esa concentración surgieron pueblos importantes y fortalezas, miles de personas agrupadas en zonas menos accesibles y por tanto más defendibles. Pastores que se establecieron en los altos creando la aldea de Pendilla de Arbás, a la que ahora llegamos. Con la dudosa fama de estar con frecuencia cubierta de nieve, fue independiente de la corona cuando Felipe II, forzado a hacer caja para soportar múltiples frentes de guerras, vendió su independencia a este y otros pueblos permitiéndoles tener y ejercer su propia justicia en un marco que llamaban realengos. Un escudo de piedra ennoblece una fachada con sus cuatro cuarteles: un caballero con oso, roble y lobo, un árbol y un caldero, y en otro cuartel un castillo. Es de 1704 y representa las armas de los Bega y los Canseco, según reza en la cartela. Por Pendilla se transportaba la piedra desde el Pico Tresconcejos a la cercana colegiata de San Pedro de Arbás, casi en la cima del Puerto de Pajares. Ahora Pendilla es sólo una aldea más, escasamente habitada y remota.
Sigo pensando, sin querer, en lo que todavía nos espera, mientras paramos a hablar con unos ganaderos en el pueblo. Confirman que es posible pasar, aunque dudan por la envergadura de las motos. Tomamos así el principio de la Vía de La Carisa, un camino poco transitado, roto por el agua, que asciende en zig-zag entre praderías. En muy poco tiempo estamos en el collado que divide las provincias, lugar en que, si hubiera una carretera, se llamaría Puerto de Propinde.
A nuestros pies, en el lado asturiano, se abren los valles del Lena y Caudal, parte de la Cuenca Minera, y detrás, como fondo, las montañas de Ubiña y la sierra del Aramo. La vista es magnífica por la amplitud, la complejidad del paisaje, con lugares habitados como elaboradas manchas en los fondos de los valles y estrechas cintas grises de las carreteras que articulan la obra del hombre. No logramos sacar una foto que haga justicia al paisaje.
UN CAMINO CON NOMBRE DE ROMANO
Sentados al borde del valle seguimos con la vista la complicada traza de nuestro camino, que se pierde a lo lejos en las laderas desnudas. Y podemos imaginar al emperador Augusto en Roma, un par de docenas de años antes de nuestra era, preocupado e irritado por las dificultades que los astures oponían a su avance en esta parte de la península ibérica. Habían transcurrido ya doscientos años desde el desembarco de Publio Escipión en Ampurias, y aún las zonas por encima de la cordillera Cantábrica resistían a su avance conquistador. Y no sólo eso: los pueblos cántabros y astures, dotados de una ferocidad y resistencia notables, se permitían robar cosechas y ganados, o atacar en pequeños grupos de guerrillas los asentamientos más cercanos a las montañas.
Augusto decidió acabar con esta incómoda resistencia y, arrollando a estos pueblos difícilmente domables, invadir la Asturias y completar su ocupación de la península. Para llevar a cabo esta ofensiva nombró al general Publio Carisio, gobernador de la provincia de la Lusitania y fundador entre otras ciudades de Astúrica Augusta, la actual Astorga. La historia de las guerras astures, de la Bellum Asturicum, y del final de esta resistencia hacia el año 16 a.C. es larga y llena de momentos trágicos y heróicos. Y en este esfuerzo de conquista se consolidaron algunas de las entradas a través de las montañas, como esta, que posteriormente vino a conocerse como Vía de La Carisa.
Para adaptar lo que era poco más que un camino entre la naturaleza de robledales y piornales, entre caídas espantosas y perspectivas en verde, Publio Carisio encargó que se ensanchara la vía y se pavimentara en los lugares donde le pareció más necesario. Procuró siempre mantener el trazado en los lugares más abiertos, evitando los fondos de los valles donde sus tropas podían ser objeto de emboscadas. Además, conocedor de la importancia estratégica de este paso para sus tropas y las de un posible enemigo, creó un asentamiento militar de importancia sobre un monte que domina bien el trazado del camino y los valles asturianos a sus pies.
Y POR FIN, EL ARGAYU
Seguimos adelante notando losas del pavimento antiguo en algunas zonas y esperando encontrar el derrumbe que interrumpe el paso, cuando por fin nos encontramos con él pocos kilómetros más adelante. La montaña de pizarra y cuarcita, producto de grandes plegamientos del Carbonífero, ha dejado caer varias toneladas de piedra gris que han cortado totalmente el paso en un lugar estrecho junto a una caída abismal. Pero alguien que ya ha estado por aquí ha apartado las piedras mas grandes, dejando un pasillo bien arrimado a la pared que asciende en un lado del montón de piedras y desciende por el otro.
Al verlo, siento un alivio parcial. No es la gran dificultad que mi imaginación exageraba. No deja de ser un obstáculo que podremos pasar, pues aunque la piedra está suelta, hay espacio suficiente para pasar algo apartados del borde. Apartamos algunas piedras más para evitar que las ruedas, lisas a estos efectos, no patinen en medio de la subida, y mientras lo hacemos, la mirada se escapa hacia al borde, no más de medio metro mas allá del eje del camino. Es inevitable una cierta inquietud, porque cualquier pequeña desviación de nuestra trayectoria y el peso enorme de esta moto puede tirarnos hacia el lado malo.
Las preocupaciones persistentes varios días se acaban en pocos segundos cuando, cogiendo unos metros de carrerilla, de pie en los estribos, pasamos al otro lado sin esfuerzo en una cortísima y anticlimática experiencia que cuestiona mi previa ansiedad. Así de fácil.
A partir de ahí, el camino sigue por una amplia ladera, sus condiciones empeorando de vez en cuando con rotos producidos por el agua, piedra grande suelta que demanda continuo control e impide parar por miedo a no poder volver a arrancar en esa dirección. Así llegamos a lo que ha sido una explotación minera, las minas de carbón de Fargosa, que han dejado sus enormes vertidos de piedra gris y negra afeando la ladera.
EL CAMPAMENTO ROMANO
Ante nosotros, que seguimos avanzando en una dirección aproximadamente norte, se levanta un monte sin mayor apariencia que llaman la Boya o más propiamente Monte Curriellos. Me resisto a llamarlo pico como figura en los mapas, porque su forma es redondeada y más bien plana en su parte superior, donde tiene varias marcas concéntricas de trincheras o muros de tierra que rodean lo que fue el campamento romano. Se entiende bien la importancia estratégica del lugar que domina dos valles. La vista es fascinante, pero imagino los inviernos heladores que habrán pasado allí los diferentes destacamentos encargados de su vigilancia.
Al pie de la Boya, en su lado sur, estamos parados en una divisoria de caminos. Se llama el lugar La Cruz de Fuentes. A falta de otra explicación, atribuyo el nombre a la afición que tomaron los romanos a castigar con la crucifixión a los rebeldes astures y cántabros. Quién sabe cuántos lugares por estas zonas fronterizas, que llevan le palabra cruz en su nombre, no se lo deberán a haber dejado allí crucificado a algún enemigo buscando mostrar un ejemplo de la ferocidad y autoridad de los invasores. Nada que ver, por otra parte, a pesar de la coincidencia del nombre, con la famosa cruz románica vendida por un ignorante sacerdote de Fuentes (Villaviciosa) y que acabó en lugar muy destacado del Metropolitan Museum de Nueva York como una de las obras más representativas del románico en España.
En esta collada encontramos señales para caminantes que no logramos interpretar, tanto que tomamos el camino que no queríamos tomar. El GPS de la moto marca con exactitud nuestra posición, pero no nos entretenemos lo suficiente para interpretar en detalle las innumerables pistas que retrata y que se pierden fuera de los bordes de su pantalla. Los mapas, por otra, parte muestran aquí la confluencia de varios caminos que tampoco tenemos paciencia para interpretar. Por si fuera poco, los nombres de los sitios que podemos reconocer en los alrededores no coinciden en planos y GPS?
BAJANDO A ASTURIAS SIN SABER MUY BIEN POR DÓNDE
Dejamos atrás el camino que se pierde en la ladera hacia un pueblo cercano a Pajares al que no pretendemos ir. Pasamos una cabaña de pastores rehabilitada junto a una llanura con un lago en el centro, con una perspectiva hermosa hacia el nordeste. Pero nos estamos desviando en una dirección que no es la pretendida. De nuevo paramos un momento y consultamos el GPS sin llegar a una conclusión clara. Así que seguimos la confortable pista, confiados en que pronto caeremos en la cuenta de dónde estamos. El monte alto va dando paso a la vegetación y vemos hayas aisladas, algún roble y signos evidentes de propiedades y pastoreo.
Paramos junto a una cabaña de la que en ese momento sale un todoterreno. El encuentro resuelve los problemas de orientación, al menos por el momento, confirmando que efectivamente teníamos que haber tomado un tercer camino en el alto que ni siquiera habíamos considerado. Vergüenza de planos, GPS y sentido de la orientación? Nos dirige otra vez hacia arriba, rodeando La Boya, por un camino cubierto y hierba y musgo. Pronto volvemos a unirnos al camino principal, que baja a Carabanzo, ahora por la ladera oeste de otro monte con restos de fortificaciones llamado el Homón de Faro. En este caso, la ciencia puede haber dejado en mal lugar a algunos historiadores, pues los vestigios de muros que se atribuían a los romanos fueron recientemente datados hacia el S.VII, cuando ya estos habían marchado hacía unos cientos de años. El camino sigue pendiente abajo por el cordal de Carracedo, la espina dorsal de La Carisa, aquí devenido en Camino Real que acabará en Ujo. En un momento determinado elegimos dejarlo y caer al valle mas frondoso que se abre hacia Moreda. Aun así, el camino nos presenta opciones cada varios kilómetros y llegado un momento decidimos que, de perdidos al río? y así hacemos, mirando hacia abajo y tomando cada vez el camino que mejor le parece a nuestra intuición.
Pasamos tramos embarrados, sinuosos, forzados en la montaña para ganar la máxima altura en los mínimos metros. Pasamos matorrales y prados, nos sumergimos en un bosque en el que el camino no se distingue bajo la capa de hojas de haya, uno tras el otro, atentos al suelo, cada uno perdido en sus pensamientos, con el fondo del ronroneo de la moto a la que no pedimos más esfuerzo que mantenerse de pie en curvas cerradas y de piso resbaladizo. Se va haciendo tarde para estar dudando en la montaña sobre si vamos o no vamos bien, pero el recurso es que los caminos siempre van a algún sitio y con esa fe seguimos atravesando kilómetros en los que no se distingue el paso reciente de nada o nadie.
Hasta que unos kilómetros más allá, un cruce nos recibe con un camino arreglado en que las curvas están afirmadas con hormigón reciente. De ahí en adelante, sabiendo que aunque caiga la noche estamos en buena dirección, nos relajamos y descendemos varios centenares de metros de altura en pocos kilómetros de aquella pista remodelada a través del bosque.
Al final, efectivamente, el río Negro y como primer signo de actividad las construcciones abandonadas de las minas en La Maravilla. Y, ya sobre asfalto saliendo de este valle, Moreda, un centro minero de gran tradición cuando el carbón era esencial para la industria.
[h=2]LEÓN-ASTURIAS: EL ARGAYU DE LA VÍA DE LA CARISA[/h]
La Vía de la Carisa es un camino largo, de más de 40 km que, partiendo del límite norte de la provincia de León, alcanza los 1.620 m de altura antes de precipitarse en varias ramas hasta los 240 m en plena cuenca minera asturiana. Hasta hace poco no tenía claro si este recorrido estaba permitido, o al menos tolerado para vehículos de motor, y las fotos que había visto mostraban un camino roto, a veces muy pedregoso, con aspecto de no ser una travesía fácil para mi pesada y sólo relativamente ágil moto.
En las semanas anteriores recogí información sobre su trazado: una compleja red de pistas rurales, de caminos antiguos y más modernos para acceder a los pastos en las alturas: un campamento romano de importancia, vistas espectaculares, incluso una mina de carbón abandonada en la zona más alta. Pero lo que me llamó la atención, y posteriormente me creó cierta inquietud, fue saber que, hace unos meses, hubo, en un tramo colgado sobre una caída casi vertical de 300 m, un argayu que corta el camino. Y que posiblemente nadie ha reparado dado lo remoto del lugar.
Se llama argayu en Asturias a un desprendimiento de tierras de una montaña. En estas zonas montañosas son frecuentes, como saben muy bien los conductores, fruto de la enorme inclinación de las laderas por donde pasan. En este caso, el argayu era de piedras solamente, lisas y llanas, pizarrosas, que rotas presentan bordes cortantes y esquinas agudas. El argayu de La Carisa empezó a ser motivo de comentario entre algunos moteros atrevidos de la zona, a veces como un obstáculo que hacía infranqueable el camino, a veces como un desafío vencido.

Según se acercaban las fechas de embarcarme, una investigación más detallada me permitió conocer fotografías del sitio, e incluso ver el vídeo de dos aficionados en motos ligeras y maniobrables, calzadas con neumáticos de tacos. Uno de ellos logra pasar limpiamente sobre lo que parece un gran montón de piedra, mientras que el otro resbala y se cae al atravesarlo. El vídeo acaba en esta escena y deja una estela de intranquilidad imaginando el estrecho espacio en que, confío, aterrizaron piloto y montura al borde del abismo.
UN ENCUENTRO SORPRENDENTE
La perspectiva del viaje me fermentaba en la cabeza. Otros aspectos de interés de mi aventura pasaban a segundo plano bajo una sombra de inquietud. Estaba preocupado por lograr pasar aquel obstáculo sobre el vacío y a la vez no me planteaba tener que dar la vuelta. Era un tinte, una preocupación, como un velo que no podía apartar y que veía como inevitable. Desde hace mucho tiempo hago viajes solo y me enfrento, generalmente por casualidad, a situaciones más o menos comprometidas. Pero en este caso, había algo de desafío vacío de contenido, sin premio, que me atraía hacia el riesgo. Así es la mente humana, supongo.
Unos días antes de salir, mi amigo Carlos, con idéntica moto, se unió con entusiasmo al viaje. Juntos partimos un viernes muy temprano por la mañana en dirección a León y de allí al Puerto de Pajares. A primera hora de la mañana ya estábamos desayunando entre álamos rabiosamente amarillos junto al palacio de La Granja, en Segovia. Tres horas después, algo rígidos por la postura continuada, cruzamos León y nos dirigimos hacia el puerto de Pajares. Comimos algo en un mesón de carretera junto a Pola de Gordon, allí donde la carretera atraviesa por varios túneles las rocas del desfiladero del río Bernesga.

Estábamos poniéndonos los cascos con intención de salir, cuando una pareja de motoristas de la Guardia Civil de Tráfico llega y nos cierra el paso con sus motos blancas, casi idénticas a las nuestras. Les miramos extrañados cuando el primero, un hombretón fuerte y de porte autoritario, apartando de su boca el micrófono de la radio, nos pregunta algo evidente: ¿Son estas vuestras motos? Al contestarle que sí, extrañados y por una décima de segundo alarmados ante semejante interpelación, nos vuelve a preguntar: ¿Sois miembros del foro de motoristas GS1200.com? Mi compañero y yo nos miramos, ahora sorprendidos, a pesar de ser conscientes de la fácil confianza que existe entre moteros aunque no se conozcan en absoluto.
Les contestamos que no conocíamos tal foro, pero si este y aquel otro Y mientras nos miraba atentamente, sin bajar de la moto, entre serio e irónico, su voz retumbó: ¡Pues tenéis que haceros inmediatamente! Estamos lanzando el foro y necesitamos nuevos miembros como vosotros. Me conocen como 'Titorober' y os espero! Ahora ya, divertidos y relajados, hablamos con el motero del que ya no percibimos el uniforme, sino un compañero. Tras unos minutos de conversación, salimos, ellos a su trabajo, nosotros en dirección al Puerto, para desviarnos por una pequeña carretera pocos kilómetros más adelante.
PENDILLA Y EL BALCÓN SOBRE LOS VALLES ASTURIANOS
Estamos en tierra de pastos altos. Pese a lo simple de su apariencia, la historia de este lugar esconde hechos y cicatrices particulares que nos interesan. Hay que imaginar los rebaños de ovejas que huyendo de los calores de la meseta buscaban el verde de las zonas altas de montaña. También que la vegetación original del lugar, con brezos y escobas o piornos, interrumpía las áreas de pasto. Sin embargo, una vez quemados arbustos y plantas leñosas, surgen tallos de hierba tiernos para pastar los animales. Mirando alrededor, vemos praderas mantenidas a base de fuego, rodeados de lugares cuyo nombre incluye derivados de arbustos quemados donde asentar ganados y colonos, como Busdongo, Bustamores, Busbudel, Bustuburín, El Bustillo, Bustamarca. Siglos de fuegos terapéuticos que, a pesar de prohibiciones, se mantienen hoy como podemos ver al pasar.
Hubo una época en la que el avance árabe sobre la meseta empujó hacia las montañas a la población de la alta Castilla. De esa concentración surgieron pueblos importantes y fortalezas, miles de personas agrupadas en zonas menos accesibles y por tanto más defendibles. Pastores que se establecieron en los altos creando la aldea de Pendilla de Arbás, a la que ahora llegamos. Con la dudosa fama de estar con frecuencia cubierta de nieve, fue independiente de la corona cuando Felipe II, forzado a hacer caja para soportar múltiples frentes de guerras, vendió su independencia a este y otros pueblos permitiéndoles tener y ejercer su propia justicia en un marco que llamaban realengos. Un escudo de piedra ennoblece una fachada con sus cuatro cuarteles: un caballero con oso, roble y lobo, un árbol y un caldero, y en otro cuartel un castillo. Es de 1704 y representa las armas de los Bega y los Canseco, según reza en la cartela. Por Pendilla se transportaba la piedra desde el Pico Tresconcejos a la cercana colegiata de San Pedro de Arbás, casi en la cima del Puerto de Pajares. Ahora Pendilla es sólo una aldea más, escasamente habitada y remota.

Sigo pensando, sin querer, en lo que todavía nos espera, mientras paramos a hablar con unos ganaderos en el pueblo. Confirman que es posible pasar, aunque dudan por la envergadura de las motos. Tomamos así el principio de la Vía de La Carisa, un camino poco transitado, roto por el agua, que asciende en zig-zag entre praderías. En muy poco tiempo estamos en el collado que divide las provincias, lugar en que, si hubiera una carretera, se llamaría Puerto de Propinde.
A nuestros pies, en el lado asturiano, se abren los valles del Lena y Caudal, parte de la Cuenca Minera, y detrás, como fondo, las montañas de Ubiña y la sierra del Aramo. La vista es magnífica por la amplitud, la complejidad del paisaje, con lugares habitados como elaboradas manchas en los fondos de los valles y estrechas cintas grises de las carreteras que articulan la obra del hombre. No logramos sacar una foto que haga justicia al paisaje.
UN CAMINO CON NOMBRE DE ROMANO
Sentados al borde del valle seguimos con la vista la complicada traza de nuestro camino, que se pierde a lo lejos en las laderas desnudas. Y podemos imaginar al emperador Augusto en Roma, un par de docenas de años antes de nuestra era, preocupado e irritado por las dificultades que los astures oponían a su avance en esta parte de la península ibérica. Habían transcurrido ya doscientos años desde el desembarco de Publio Escipión en Ampurias, y aún las zonas por encima de la cordillera Cantábrica resistían a su avance conquistador. Y no sólo eso: los pueblos cántabros y astures, dotados de una ferocidad y resistencia notables, se permitían robar cosechas y ganados, o atacar en pequeños grupos de guerrillas los asentamientos más cercanos a las montañas.

Augusto decidió acabar con esta incómoda resistencia y, arrollando a estos pueblos difícilmente domables, invadir la Asturias y completar su ocupación de la península. Para llevar a cabo esta ofensiva nombró al general Publio Carisio, gobernador de la provincia de la Lusitania y fundador entre otras ciudades de Astúrica Augusta, la actual Astorga. La historia de las guerras astures, de la Bellum Asturicum, y del final de esta resistencia hacia el año 16 a.C. es larga y llena de momentos trágicos y heróicos. Y en este esfuerzo de conquista se consolidaron algunas de las entradas a través de las montañas, como esta, que posteriormente vino a conocerse como Vía de La Carisa.
Para adaptar lo que era poco más que un camino entre la naturaleza de robledales y piornales, entre caídas espantosas y perspectivas en verde, Publio Carisio encargó que se ensanchara la vía y se pavimentara en los lugares donde le pareció más necesario. Procuró siempre mantener el trazado en los lugares más abiertos, evitando los fondos de los valles donde sus tropas podían ser objeto de emboscadas. Además, conocedor de la importancia estratégica de este paso para sus tropas y las de un posible enemigo, creó un asentamiento militar de importancia sobre un monte que domina bien el trazado del camino y los valles asturianos a sus pies.
Y POR FIN, EL ARGAYU
Seguimos adelante notando losas del pavimento antiguo en algunas zonas y esperando encontrar el derrumbe que interrumpe el paso, cuando por fin nos encontramos con él pocos kilómetros más adelante. La montaña de pizarra y cuarcita, producto de grandes plegamientos del Carbonífero, ha dejado caer varias toneladas de piedra gris que han cortado totalmente el paso en un lugar estrecho junto a una caída abismal. Pero alguien que ya ha estado por aquí ha apartado las piedras mas grandes, dejando un pasillo bien arrimado a la pared que asciende en un lado del montón de piedras y desciende por el otro.

Al verlo, siento un alivio parcial. No es la gran dificultad que mi imaginación exageraba. No deja de ser un obstáculo que podremos pasar, pues aunque la piedra está suelta, hay espacio suficiente para pasar algo apartados del borde. Apartamos algunas piedras más para evitar que las ruedas, lisas a estos efectos, no patinen en medio de la subida, y mientras lo hacemos, la mirada se escapa hacia al borde, no más de medio metro mas allá del eje del camino. Es inevitable una cierta inquietud, porque cualquier pequeña desviación de nuestra trayectoria y el peso enorme de esta moto puede tirarnos hacia el lado malo.
Las preocupaciones persistentes varios días se acaban en pocos segundos cuando, cogiendo unos metros de carrerilla, de pie en los estribos, pasamos al otro lado sin esfuerzo en una cortísima y anticlimática experiencia que cuestiona mi previa ansiedad. Así de fácil.
A partir de ahí, el camino sigue por una amplia ladera, sus condiciones empeorando de vez en cuando con rotos producidos por el agua, piedra grande suelta que demanda continuo control e impide parar por miedo a no poder volver a arrancar en esa dirección. Así llegamos a lo que ha sido una explotación minera, las minas de carbón de Fargosa, que han dejado sus enormes vertidos de piedra gris y negra afeando la ladera.
EL CAMPAMENTO ROMANO
Ante nosotros, que seguimos avanzando en una dirección aproximadamente norte, se levanta un monte sin mayor apariencia que llaman la Boya o más propiamente Monte Curriellos. Me resisto a llamarlo pico como figura en los mapas, porque su forma es redondeada y más bien plana en su parte superior, donde tiene varias marcas concéntricas de trincheras o muros de tierra que rodean lo que fue el campamento romano. Se entiende bien la importancia estratégica del lugar que domina dos valles. La vista es fascinante, pero imagino los inviernos heladores que habrán pasado allí los diferentes destacamentos encargados de su vigilancia.

Al pie de la Boya, en su lado sur, estamos parados en una divisoria de caminos. Se llama el lugar La Cruz de Fuentes. A falta de otra explicación, atribuyo el nombre a la afición que tomaron los romanos a castigar con la crucifixión a los rebeldes astures y cántabros. Quién sabe cuántos lugares por estas zonas fronterizas, que llevan le palabra cruz en su nombre, no se lo deberán a haber dejado allí crucificado a algún enemigo buscando mostrar un ejemplo de la ferocidad y autoridad de los invasores. Nada que ver, por otra parte, a pesar de la coincidencia del nombre, con la famosa cruz románica vendida por un ignorante sacerdote de Fuentes (Villaviciosa) y que acabó en lugar muy destacado del Metropolitan Museum de Nueva York como una de las obras más representativas del románico en España.
En esta collada encontramos señales para caminantes que no logramos interpretar, tanto que tomamos el camino que no queríamos tomar. El GPS de la moto marca con exactitud nuestra posición, pero no nos entretenemos lo suficiente para interpretar en detalle las innumerables pistas que retrata y que se pierden fuera de los bordes de su pantalla. Los mapas, por otra, parte muestran aquí la confluencia de varios caminos que tampoco tenemos paciencia para interpretar. Por si fuera poco, los nombres de los sitios que podemos reconocer en los alrededores no coinciden en planos y GPS?
BAJANDO A ASTURIAS SIN SABER MUY BIEN POR DÓNDE
Dejamos atrás el camino que se pierde en la ladera hacia un pueblo cercano a Pajares al que no pretendemos ir. Pasamos una cabaña de pastores rehabilitada junto a una llanura con un lago en el centro, con una perspectiva hermosa hacia el nordeste. Pero nos estamos desviando en una dirección que no es la pretendida. De nuevo paramos un momento y consultamos el GPS sin llegar a una conclusión clara. Así que seguimos la confortable pista, confiados en que pronto caeremos en la cuenta de dónde estamos. El monte alto va dando paso a la vegetación y vemos hayas aisladas, algún roble y signos evidentes de propiedades y pastoreo.

Paramos junto a una cabaña de la que en ese momento sale un todoterreno. El encuentro resuelve los problemas de orientación, al menos por el momento, confirmando que efectivamente teníamos que haber tomado un tercer camino en el alto que ni siquiera habíamos considerado. Vergüenza de planos, GPS y sentido de la orientación? Nos dirige otra vez hacia arriba, rodeando La Boya, por un camino cubierto y hierba y musgo. Pronto volvemos a unirnos al camino principal, que baja a Carabanzo, ahora por la ladera oeste de otro monte con restos de fortificaciones llamado el Homón de Faro. En este caso, la ciencia puede haber dejado en mal lugar a algunos historiadores, pues los vestigios de muros que se atribuían a los romanos fueron recientemente datados hacia el S.VII, cuando ya estos habían marchado hacía unos cientos de años. El camino sigue pendiente abajo por el cordal de Carracedo, la espina dorsal de La Carisa, aquí devenido en Camino Real que acabará en Ujo. En un momento determinado elegimos dejarlo y caer al valle mas frondoso que se abre hacia Moreda. Aun así, el camino nos presenta opciones cada varios kilómetros y llegado un momento decidimos que, de perdidos al río? y así hacemos, mirando hacia abajo y tomando cada vez el camino que mejor le parece a nuestra intuición.
Pasamos tramos embarrados, sinuosos, forzados en la montaña para ganar la máxima altura en los mínimos metros. Pasamos matorrales y prados, nos sumergimos en un bosque en el que el camino no se distingue bajo la capa de hojas de haya, uno tras el otro, atentos al suelo, cada uno perdido en sus pensamientos, con el fondo del ronroneo de la moto a la que no pedimos más esfuerzo que mantenerse de pie en curvas cerradas y de piso resbaladizo. Se va haciendo tarde para estar dudando en la montaña sobre si vamos o no vamos bien, pero el recurso es que los caminos siempre van a algún sitio y con esa fe seguimos atravesando kilómetros en los que no se distingue el paso reciente de nada o nadie.

Hasta que unos kilómetros más allá, un cruce nos recibe con un camino arreglado en que las curvas están afirmadas con hormigón reciente. De ahí en adelante, sabiendo que aunque caiga la noche estamos en buena dirección, nos relajamos y descendemos varios centenares de metros de altura en pocos kilómetros de aquella pista remodelada a través del bosque.
Al final, efectivamente, el río Negro y como primer signo de actividad las construcciones abandonadas de las minas en La Maravilla. Y, ya sobre asfalto saliendo de este valle, Moreda, un centro minero de gran tradición cuando el carbón era esencial para la industria.