Tarzán de los Monos
Curveando
Desde que finalizara Camino a Mongolia, aquí para los que no lo conozcais, trato cada noche a la hora de irme a dormir de hacerlo con un recuerdo, da igual el que sea, hay muchos y todos son buenos. El caso es que casi sin esfuerzo se agolpan esos pensamientos que me transportan a momentos, situaciones o lugares con los que esbozo una sonrisa y me quedo completamente absorto ante tanta inmensidad onírica. No hace mucho le decía a nuestro buen @Administrador..."Cada vez que pienso en el viaje Carlos me da envidia de nosotros mismos". Es lo que tiene viajar, que lo revives cuantas veces quieras sin apartar la vista de un nuevo reto, de una nueva vivencia.
El caso es que haciendo esta peculiar práctica diaria de antes de irme a la cama, como los niños buenos, me di cuenta de la cantidad de hoteles en los que habíamos estado y que en todos ellos se repetía lo mismo una vez cogimos la dinámica del viaje, que casi puede decirse que fue tras salir de la Nacional de Ávila.
Hubieron llegadas a los hoteles de todo tipo, las cosas como son, así como sus salidas al día siguiente, pero eso lo dejo para futuros posts; me centraré en esos momentos de llegar a la habitación y soltar los trastos, que no eran pocos, recordad que a diario volcábamos todo lo grabado, hacíamos sus copias de seguridad, poníamos a cargar las baterías y eso nos obligaba a llegar a las habitaciones como digo, cargados. Era casi prioridad absoluta, sacar tarjetas y poner a cargar todo lo que necesitara carga, ya luego venía todo lo demás. Tras apresuradas duchas, cenábamos algo corriendo y nos íbamos nuevamente a la habitación para terminar de hacer las labores cotidianas que menciono, ordenar los archivos volcados, limpiar cámaras, cascos, lavar ropa...las habitaciones siempre fueron de todo menos lo que debían ser. Las botas iban fuera, en las cornisas de las ventanas si las habían, las poníamos muchas veces haciendo equilibrios, los calcetines, camisetas y trajes de las motos estaban repartidos por todas partes, colgados de las ventanas abiertas, en perchas, puertas de armarios o cuarto de baño, mesillas de noche ocupadas; cualquier superficie susceptible de poder ser usada para secar, colgar o simplemente para poder posar algo mientras se cargaba por ejemplo era aprovechada, se puede decir que era un caos ordenado, cada una de nuestras cosa desordenada perfectamente. Este tipo de desperdigamiento masivo de material nos obligaba logicamente al día siguiente a echar una visual por todo, desde el interior de los armarios hasta debajo de las camas, por suerte no perdimos nada. El recuerdo de aquellas habitaciones llenas de ropa de moto, equipo de filmación, mapas y que sé yo que más me resulta ahora interesante en el sentido que a todos nos acerca este tipo de actuaciones cuando viajas en moto, cuando tu estancia en ese lugar va a ser efímera y tu preocupación máxima es la de buscar una comodidad aparentemente caótica que estoy seguro que es común a todos los motoviajeros.
Por regla general buscábamos hoteles con parking privado, por eso solíamos dejar parte del equipo en las motos, como el material de acampada y los utensilios de cocina o las pesadas herramientas; solo nos faltaba cargar con eso. Pronto todo eso se convirtió en algo habitual, una vez lo tienes todo por la mano se vuelve casi mecánico, llegar al hotel, ver la habitación mientras uno de los dos se quedaba con las motos hasta guardarlas en el parking o en su defecto dejarlas a buen recaudo, descargar lo necesario y llevarlo todo para ocupar literalmente aquellas habitaciones que acogían a aquellos huéspedes tan peculiares y polvorientos.
Recuerdo cada hotel, cada habitación y su decoración, cada desayuno del día siguiente si lo había, recuerdo ir y venir con el equipaje de la moto a la habitación y de la habitación a la moto, recuerdo irme a dormir deseando levantarme para volver a subirme a la moto, aunque el día anterior hubiera sido una larga jornada de mil kilómetros por carreteras rotas y pistas. Pero estas letras son sobre esos imborrables recuerdos de los hoteles y sus habitaciones con tintes de mercadillo donde todo está amontonado para su venta. Reconozco que echo mucho de menos todo eso...
Saludos cordiales.
El caso es que haciendo esta peculiar práctica diaria de antes de irme a la cama, como los niños buenos, me di cuenta de la cantidad de hoteles en los que habíamos estado y que en todos ellos se repetía lo mismo una vez cogimos la dinámica del viaje, que casi puede decirse que fue tras salir de la Nacional de Ávila.
Hubieron llegadas a los hoteles de todo tipo, las cosas como son, así como sus salidas al día siguiente, pero eso lo dejo para futuros posts; me centraré en esos momentos de llegar a la habitación y soltar los trastos, que no eran pocos, recordad que a diario volcábamos todo lo grabado, hacíamos sus copias de seguridad, poníamos a cargar las baterías y eso nos obligaba a llegar a las habitaciones como digo, cargados. Era casi prioridad absoluta, sacar tarjetas y poner a cargar todo lo que necesitara carga, ya luego venía todo lo demás. Tras apresuradas duchas, cenábamos algo corriendo y nos íbamos nuevamente a la habitación para terminar de hacer las labores cotidianas que menciono, ordenar los archivos volcados, limpiar cámaras, cascos, lavar ropa...las habitaciones siempre fueron de todo menos lo que debían ser. Las botas iban fuera, en las cornisas de las ventanas si las habían, las poníamos muchas veces haciendo equilibrios, los calcetines, camisetas y trajes de las motos estaban repartidos por todas partes, colgados de las ventanas abiertas, en perchas, puertas de armarios o cuarto de baño, mesillas de noche ocupadas; cualquier superficie susceptible de poder ser usada para secar, colgar o simplemente para poder posar algo mientras se cargaba por ejemplo era aprovechada, se puede decir que era un caos ordenado, cada una de nuestras cosa desordenada perfectamente. Este tipo de desperdigamiento masivo de material nos obligaba logicamente al día siguiente a echar una visual por todo, desde el interior de los armarios hasta debajo de las camas, por suerte no perdimos nada. El recuerdo de aquellas habitaciones llenas de ropa de moto, equipo de filmación, mapas y que sé yo que más me resulta ahora interesante en el sentido que a todos nos acerca este tipo de actuaciones cuando viajas en moto, cuando tu estancia en ese lugar va a ser efímera y tu preocupación máxima es la de buscar una comodidad aparentemente caótica que estoy seguro que es común a todos los motoviajeros.
Por regla general buscábamos hoteles con parking privado, por eso solíamos dejar parte del equipo en las motos, como el material de acampada y los utensilios de cocina o las pesadas herramientas; solo nos faltaba cargar con eso. Pronto todo eso se convirtió en algo habitual, una vez lo tienes todo por la mano se vuelve casi mecánico, llegar al hotel, ver la habitación mientras uno de los dos se quedaba con las motos hasta guardarlas en el parking o en su defecto dejarlas a buen recaudo, descargar lo necesario y llevarlo todo para ocupar literalmente aquellas habitaciones que acogían a aquellos huéspedes tan peculiares y polvorientos.
Recuerdo cada hotel, cada habitación y su decoración, cada desayuno del día siguiente si lo había, recuerdo ir y venir con el equipaje de la moto a la habitación y de la habitación a la moto, recuerdo irme a dormir deseando levantarme para volver a subirme a la moto, aunque el día anterior hubiera sido una larga jornada de mil kilómetros por carreteras rotas y pistas. Pero estas letras son sobre esos imborrables recuerdos de los hoteles y sus habitaciones con tintes de mercadillo donde todo está amontonado para su venta. Reconozco que echo mucho de menos todo eso...
Saludos cordiales.