Recapitulando a bote pronto, durante 4 meses he recorrido en solitario la distancia comprendida entre Barcelona, Zurich, Viena, Bratislava, Praga, Berlin, Amasterdam, Brujas, Dunkerke, Omaha Beach, París, Basilea, Munich, Venecia, Split, Mostar, Sarajevo, Dubrovnik, Podgorica, Mitrovica, Pristina, Skopje, Tirana, Sarande, Corfú, Brindisi, Napoles, Reggio di Calabria, Messina, Corleone, Palermo...
Todo muy bonito, muy chulo, mucha foto estupenda en el Paso del Estelvio, en los Alpes austriacos, en los Dolomitas. Los Balcanes fueron interesantes por rodar dentro de un telediario y Abania un descubrimiento por cuanto es de lo más surrealista y salvaje.
Lo que puedo decir es que se confirma mi creencia de que la única frontera real no es política ni religiosa. Es cultural y aún podríamos decir más, es estomacal. La frontera entre el carácter frío y el calor mediterráneo está en el aceite de oliva. Cuando llego a un sitio y encuentro aceite de oliva en la mesa sé que estoy en casa. Para mí, el país que mejor define la contraposición es Croacia. El norte es germanófilo y usan mantequilla, el sur, de Split para abajo, son de corazón caliente. Usan aceite de oliva.
Viajo solo porque amo la libertad por encima de todo, pero no soy un solitario; me gusta la gente. En el norte europeo he cenado solo casi todas las noches, desde que crucé la frontera mediterránea; junto al aceite de oliva encontré compañía casi cada día.
Pero es aquí, en África, donde todo vuelve a ser anárquico e impredecible. Ahora sí que estoy en Itaca. Lo pasen ustedes muy bien, que yo regreso al Sahara.
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