SIMBOLOS HISTORICOS (Artículo de Pérez Reverte, Octubre 2004)
Que sí, hombre. Que sí. Me parece de perlas. A ver por qué diablos se han
mosqueado algunos carcamales por el hecho de que el cabildo de la catedral
de Santiago de Compostela, con buen criterio y admirable visión de la
coyuntura, anuncie la retirada de la belicosa imagen del apóstol Santiago
escabechando morisma: una talla de madera policromada del siglo XVIII en
la que, con absoluto desprecio hacia la realidad multicultural, el respeto
a la totalidad de etnias y la verdadera misión de los ejércitos españoles,
que es hacer de oenegés y de Beba la Enfermera poniéndole tiritas a la
gente cuando se hace pupa, representa al Hijo del Trueno en actitud
neonazi, espada en mano, ejerciendo intolerable violencia racial contra el
colectivo magrebí que en el siglo IX se buscaba la vida en Clavijo. Ya era
hora, aplaudo, de que alguien pusiera coto a esa provocación. Gesto que
estoy seguro responde a causas éticas -al fin la Iglesia Católica ha visto
la luz, después de tantos siglos pidiendo leña y cajitas de fósforos- y no
a la egoísta preocupación ante la posibilidad de que un peregrino chungo
llamado Ornar o Ali, por ejemplo, al grito de Alá Ajbar, meta una mochila
bomba debajo del botafumeiro y nos fastidie el Jacobeo. Es más. Creo que al
hilo de esa admirable iniciativa, el nombre de Santiago Matamoros que
figura en tantos textos seculares y en tanto monumento, debe ser reescrito
de forma conveniente. Santiago Matamagrebíes suena menos ofensivo y más
socialmente correcto. Porque una cosa es explotar a mis primos por cuatro
duros y llamarlos moromierdas por la calle, y otra herir su sensibilidad
sensible con iconografía fascista. Ojo.
Por eso, puestos a mejorar el ambiente, estoy dispuesto a ir más lejos.
Para radical, yo. Así evitaré cartas como la última, en la que un lector
imbécil me llama de derechas porque hace semanas critiqué la eliminación
del yugo y las flechas, sin caer en la cuenta, el analfabeto, de que yo no
me refería al emblema falangista, sino al Tanto monta, monta tanto de
Isabel, reina de Castilla, y Fernando, rey de Catalunya, antes
absurdamente llamado rey de Aragón. Pero a lo que iba. Decía que lo de
quitar a esa mala bestia asesina del apóstol Santiago dando mandobles debe
hacerse no sólo en Compostela, sino en todas partes: el palacio Rajoy, la
ciudad, el Camino, etcétera. Y puestos a ello, a fin de mantener las
sensibilidades musulmanas en estado razonable, sugiero eliminar también
las cadenas que figuran en el escudo de España y en el de Navarra, pues
conmemoran otras cadenas aciagas: las que rodeaban la tienda del
Miramamolín -Al Nasir para los amigos- aquel año 1212 en que los almohades
se llevaron las suyas y las de un bombero en las Navas de Tolosa. En la
misma línea sería aconsejable, asimismo, eliminar la granada del escudo
español, por razones obvias: ese Boabdil llevado llorando a la frontera
entre tricornios de guardias civiles, como el Lute. Y ya puestos a meter
mano al escudo, sería bueno revisar las dos siniestras columnas del Plus
Ultra, con sus connotaciones de genocidio y limpieza étnica, que a
cualquier mejicano o peruano deben de ofenderle un huevo y parte del otro.
Sin olvidar un buen trabajo de piqueta en los escudos imperiales del siglo
XVI donde campea el águila bicéfala franquista.
La tarea es vasta, pero necesaria. Esa Rendición de Breda, por ejemplo,
donde Velázquez humilló a los holandeses. Ese belicista Miguel de
Cervantes, orgulloso de haberse quedado manco matando musulmanes en
Lepanto. Esa provocación antisemita de la Semana Santa, donde San Pedro le
trincha una oreja al judío Malco en claro antecedente del Holocausto. Y
ahora que Chirac nos quiere tanto, también convendría retirar del Prado
esos Goya donde salen españoles matando franceses, o los insultan mientras
son fusilados. Lo chachi sería crear una comisión de parlamentarios cultos
-que nos sobran-, a fin de borrar cualquier detalle de nuestra
arquitectura, iconografía, literatura o memoria que pueda herir alguna
sensibilidad norteafricana, francesa, británica, italiana, turca, filipina,
azteca, inca, flamenca, bizantina, sueva, vándala, alana, goda, romana,
cartaginesa, griega o fenicia. A fin de cuentas sólo se trata de revisar
treinta siglos de historia. Todo sea por no crispar y no herir. Por Dios.
Después podemos besarnos todos en la boca, encender los mecheritos e irnos
juntos y solidarios, a tomar por saco.