LAS AVENTURAS DE MOTOMAN

Despertaferro

Curveando
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CAPÍTULO I
(Un superhéroe en estado embrionario, y el nacimiento de la primera mascota)



Jacinto Estan Camino, Jacin para los íntimos (dos, su perro Lucero y el amo del bar Malos Tragos), tenía tan sólo diez minutos para poder realizar la entrega a tiempo y optar a la propina, los señores de Quijano solo se la daban si llegaba en el tiempo previsto.

De modo que salió de la ciudad por el arcén de la A-7 a todo gas, a todo el que su trotinado Scarabeo del 90 daba, para hacer luego un giro poco ortodoxo, y poder llegar a tiempo.

Mientras pensaba en como ingeniárselas para cambiar la moto por algo que no amenazara ruina, su fiel amigo Lucero, instalado en la cesta que él mismo había pegado con cinta americana en la parte trasera del baúl de las pizzas, se refrescaba del agobiante calor de aquel día de agosto, mordiendo y deglutiendo el aire. Ninguno de los dos podía imaginarse que aquel día iba a ser el primero de sus nuevas vidas.

La moto apenas alcanzaba los 40 kilómetros por hora a pesar del ruido del escape, del cante del pistón y del constante tintineo a que las vibraciones sometían a las piezas desencajadas de chasis y carrocería –que eran todas-.

Jacin vió como lentamente –la velocidad no daba para más- una lata de refresco, seguramente arrojada por algún “pelao” a bordo de un coche tuneado, se acercaba a la rueda delantera de su Scarabeo, como tenia tiempo, evaluó sin prisas si la esquivaría por la derecha, o si lo haría por la izquierda. Por la derecha parecía que no tendría suficiente espacio, y si pisaba la lata, con la llanta en forma de símbolo de infinito que llevaba, igual se iba a tomar por culo, por la izquierda tenía más margen.

De modo que tomada la decisión y a solo tres o cuatro metros de la lata, dejó de pensar, y sin mirar el retrovisor, que por cierto hacía más de un año se había dejado colgado de un Aston Martin en un semáforo de la Diagonal, tiró del manillar e hizo desplazarse a la moto hacia la izquierda.

El conductor del trailer de Transcontinental Transports, que en ese momento se estaba sonando unos mocos que se resistían a ser evacuados por la fuerza de su lugar de nacimiento, ni siquiera se enteró, y tres días después, ajeno a todo, estaba descargando tapones de corcho para botellas de vodka barata, en Tirana.

La Scarabeo perdió con el impacto una de sus tres dimensiones y quedó estirada sobre uno de sus, ahora, dos lados, adornada con champiñones, motzarela, salami, bacon i alcaparras –jamás había lucido tan bonita-, Jacin, desapareció de la escena y en un primer momento ni siquiera Lucero, que estaba confundido, pero íntegro, lo pudo localizar, ya que en sus retinas, que en el momento del impacto miraban la caja blanca que a unos veinte metros estaba situada al otro lado del contenerutas, aún persistía el fogonazo del flash.

Motocán se empezaba a forjar, y Lucero aún no lo sabía.



CAPITULO II
(La segunda mascota)



Durante esta época del año, y particularmente durante las horas de más calor, no había manera de distinguir lo comestible de lo que no lo era. La canícula veraniega homogeneizaba la temperatura de todas las cosa, las alimenticias y las otras, de modo que Zzzzsssst, desde el momento en que el sol empezaba a apretar, y hasta bien entrada la tarde se dedicaba a vagabundear sin rumbo, inmerso en pensamientos de tipo filosófico, metafísico, o cualesquiera otros que lo tuvieran entretenido, con el fin de mantenerse ajeno a los requerimientos de su estómago.

En ese momento se entretenía viendo avanzar por delante de él, y a unos tres metros de distancia, un objeto curiosísimo que emitía un zumbido tintineante que se le antojaba simpático y cercano.
Desde su posición, unos ciento cincuenta centímetros por encima del objeto, podía distinguir una especie de caja roja acabada en una esfera amarilla de la que salían unos brazos a derecha e izquierda que sujetaban algo. Detrás de la caja, metido en una especie de cesta y asomando la cabeza, había algo que le recordaba un tipo de comida familiar.
Le resultaba familiar porque tenía experiencia en intentar comer de cosas como esa. Era muy difícil, a veces se conseguía, pero era muy difícil, había que apartar gran cantidad de hilos malolientes, e incluso competir con otros comensales antes de poder instalar la maquinaria de succión.

Súbitamente el objeto que observaba realizó un quiebro hacia la izquierda, Zzzzsssst, absorto como estaba en sus pensamientos dio un respingo casi reflejo y se vio inmerso en el más salvaje de los huracanes que jamás hubiese podido imaginar, al tiempo que una gigantesca muralla metálica que corría como si la persiguieran mil demonios, tapaba completamente el sol por su costado izquierdo.

Sudó tinta roja maniobrando los flaps y el timón de cola, y le costó horrores mantener el morro alto para evitar una cavitación que lo hiciera entrar en barrena –no era plan acabar como una minúscula mancha que ni siquiera sería roja (no había comido desde ayer), en el asfalto-.

Cuando creyó tener controlado el vuelo y pudo volver a mirar hacia delante para arumbar, vio reflejada en los ojos del peludo alimento con orejas que viajaba metido en la cesta, una intensa luz, que milésimas de segundo más tarde fue a impactar en sus propios cientos de ojos.

Zzzzsssst, no lo sabía, pero iba a cambiar de nombre.

Había nacido Mosquimoto.



CAPITULO III
(La toma de conciencia)


Galécrates miró de reojo el reloj que presidía la salita de la cafetera, la que usaban para tomar un refrigerio en las largas y estresantes guardias nocturnas, dio un último sorbo al cortado ya frío, y cuando se disponía a tirar el vaso de plástico a la papelera, lo oyó.

Acababa de entrar una ambulancia en la recepción de urgéncias,con la sirena conectada.

- ¡Joder ¡, por diez minutos. Pensó para sus adentros. Era la tercera vez que esta semana se veía obligado a alargar su guardia.

Apresurado y con semblante circunspecto salió al encuentro de los asistentes sanitarios, topándose con la camilla que hacían avanzar por el pasillo de los box.

- Informe. Dijo , dirigiéndose al sanitario.
-     Un motorista, politraumatismos múltiples, ha hecho un paro durante el traslado. Lo veo muy mal, este pringa.

Galécrates, ignorando la frase final, se extrañó de la apacible e inmaculada apariencia que presentaba el semblante del accidentado, pero siguió caminando ligero junto a la camilla, al tiempo que bajo la sábana verde tomó la muñeca del accidentado para comprobar su pulso. Parecía latir acompasadamente.

Al llegar al quirófano de urgencias, dos enfermeras los estaban esperando con todo el equipo dispuesto, y una de ellas , la que parecía ser mas veterana, se dispuso a relatar al Dr. Hipono el informe de ingreso al tiempo que Galécrates apartaba la sábana dispuesto a actuar.

Después de tan solo tres minutos de inspección, y mientras el equipo –El Dr. Hipono, las dos enfermeras y los dos sanitarios de la ambulancia, llamados exprofeso-, debatía que narices era aquella broma, Jacinto despegó sus párpados, miró a su alrededor, y sus ojos fueron a clavarse en la plaquita de plástico que Galécrates lucía prendida de su bata verde.

-     Dr. Galécrates Hipono Usart, Traumatólogo. Leyó de corrido mientras empezaba a recordar.

Los sanitarios se deshacían en explicaciones sobre el accidente y el estado en que encontraron a Jacin, que si estaba tendido en el carril contrario al que circulaba y en una postura imposible, que había recorrido mas de setenta metros atravesando la mediana de la autopista después de traspasar el tupido seto de adelfas, que sangraba abundantemente por la cabeza...

Jacin, oía las explicaciones e inconscientemente iba asintiendo, pues empezaba a recordar lo ocurrido. Poco a poco fue comprendiendo la situación. No sabía la causa, pero ya empezaba a saberse poseedor de algo especial, de algo único, extraordinario y poderoso, de algo –eso no lo sabía- que iba a ser la peor pesadilla de Pedro Nadetarro y la nefanda DGTR.

CAPITULO IV
(La desaparición de la prueba)



No era normal y la señora de Quijano empezaba a mostrar signos de inquietud, más bien de cabreo, pasaban veinte minutos de las dos y las pizzas no llegaban. A las cuatro y media había quedado con Piluca, Vero y Blanca -compatriotas suyas-, para la partida de bridge, aún tenia que hacerse las uñas, la toga y pintarse y ni siquiera había empezado a comer. De modo que tomó cartas en el asunto:

- Ernesto Carlos, hacé el favor de ubicar al pizzero. Tenés el número del celular sobre la mesita.  Apresuráte.

El señor Quijano, conocedor experimentado –28 años de matrimonio dan para mucho- del grado de enfado de su mujer -por el tono de su voz y por que en esas ocasiones marcaba exageradamente su acento porteño-, localizó el papelito donde estaba anotado el número y marcó.

La ambulancia había quedado aparcada en el arcén a tres o cuatro metros de la grúa –un destartalado Land Rover ciento nueve corto de cabina separada- que vino a recoger lo que quedaba del Scarabeo, de modo que después de asistir al accidentado en el lugar en que lo encontraron, trasladarlo en la camilla hasta el vehículo y acomodarlo, el sanitario jefe se quedó en la parte trasera y Carlitos, el chofer, arrancó el motor e inició la marcha atrás para poder maniobrar esquivando al gruista que andaba trasteando, con las manos llenas de motzzarela y tomate, los restos de lamoto.

- Dos extraños son....los que se miran.   Dos extraños son...

Casi inmediatamente Carlitos alargó la maño derecha buscando el móvil de donde procedía la melodía.
Después de recogerlo del suelo, mientras se dirigía hacia el accidentado, en lugar de entregarlo a los Cuadrantes azules, distraídamente, se lo había colocado en el bolsillo del chaleco reflectante, y al subir a la ambulancia lo había dejado en el salpicadero.

Sin dejar de acelerar, marcha atrás, apretó la tecla verde del móvil y se lo acercó a la oreja.

- Diga ¡

Y lo único que pudo oír fue un tremendo golpe que provenía de la parte trasera de la ambulancia, el teléfono se le escapó de las manos mientras su cogote se hundía en el reposacabezas.

Había destrozado la caja blanca con el lateral trasero derecho del coche, pasando la esquina del mismo por los únicos dos metros en muchos kilómetros en que no había contenerutas.

Eliminada así toda posibilidad de obtener alguna pista sobre la causa de su metamorfosis, Lucero y Zzzzsssst, como movidos por una única voluntad, se dirigieron con gesto cómplice hacía la grúa, dispuestos a subirse a ella en cuanto iniciara la marcha.

Algo les decía que debían hacerlo, para así, poder reunirse con Jacin.

CAPÍTULO V
(La nueva personalidad)


Todo el personal que había tenido que ver con el accidente se hallaba reunido en el despacho del inspector-jefe que en ese momento marcaba el número de su superior jerárquico para traspasarle el marrón.

Galécrates, a pesar de los apretones de estómago que padecía y del lío que se había montado con el ingreso de un código azul (*) que tenía que ser dado de alta ya que su estado era inmejorable tan solo tres minutos después del ingreso, se dedicaba a dejar volar su imaginación pensando que a pesar de todo no estaba mal, era el éxito profesional más grande de su carrera, un caso como aquel; politraumatismos múltiples con parada cardiaca, pérdida de masa encefálica y coma presuntamente irreversible, que además estaba certificado por el informe de pre-ingreso facilitado por los sanitarios de la ambulancia, nunca nadie lo había resuelto en tan solo tres minutos. Mira por donde aún podía hacerse famoso, y quién sabe; optar al Nóbel.

En cualquier caso el hambre lo torturaba, la reunión tenía pinta de no tener fin, y su Bentley Mark IV, marcaba ya las cinco y cinco.

Una hora y media antes, cansado ya de esperar sentado en la mesa de operaciones del quirófano de urgencias, Jacin tomó una decisión, y vestido de verde con un fonendoscopio colgado al cuello salió tan tranquilo por la puerta principal.

Quería llegar cuanto antes y quería caminar rápido pero se veía obligado a contenerse, no acertaba a comprender del todo que estaba pasando, cada vez que intentaba acelerar el paso recorría treinta o cuarenta metros sin esfuerzo, aún no se hacía con sus nuevos poderes.

Súbitamente sus oídos percibieron el primer siseo que producen unas Galfer cuando se están acercando al disco impulsadas por la presión descontrolada que se ejerce en la maneta del freno cuando por causa del pánico esta es accionada.

Doce milésimas de segundo más tarde había acomodado a la viejecita, aún temblorosa, en una silla de la terraza de la cafetería “El Canari Lila” y se despedía con un apretón de manos del chaval que conducía la Derbi GPR 125 trucada, en medio de un círculo de transeúntes que aplaudían a rabiar.

No estaba mal para ser su primer trabajo, pero debía buscarse una ropa más apropiada, no le gustó nada que la viejecita le dijera; -Gracias doctor-, mientras la depositaba, descendiendo desde arriba, en la silla.

Así que tomó la segunda decisión consciente desde su transformación, y en el tiempo de llenarse los pulmones de aire, paseaba entre multitud de telas y tejidos.

Estaba en la tercera planta del Corte Inglés.




(*)En los hospitales, interuptor que emite una señal electrónica a los integrantes del Equipo de Código Azul, útil para casos de extrema gravedad.

CAPITULO VI
(El reencuentro)


Ernesto Carlos Quijano era un triunfador nato, la vida le sonreía permanentemente, no podía quejarse de su carrera profesional -era un alto ejecutivo de una multinacional petrolera- , caía bien a las mujeres, a todas, tenia amarrado un lujoso yate de 21 metros en el náutico de Barcena, un Swan 46 MK II con una magnífica cubierta de teca en Puerto Banús, era alto y bien plantado y tenía la labia de un porteño con clase. Pero había una cosa, solo una, que le amargaba la vida y que era incapaz de corregir; los veintiocho años de matrimonio con Martina. Así cuando está le gritó:

-     Ché boludo, mové la colita y bajá al boliiiiche.

A pesar de ser no haber hecho mención a su orto y las variadas cosa que iba a meterle por el, como era usual, si no lo hacía inmediatamente, salió escopeteado hacia la puerta, no sin antes tomar al vuelo su billetero Montblanc, de piel de ornitorrinco, que como siempre descansaba sobre la mesita del hall.

Después de pulsar varias veces seguidas el botón de llamada del ascensor sin éxito, bajó las escaleras de dos en dos y sin saludar al conserje y a paso ligero, muy ligero, atravesó el portal y giró a la derecha con el firme propósito de superar los escasos cincuenta metros que lo separaban del bar “Manolo el Gallego”, en el mínimo tiempo posible.

Acuciado por la prisa a causa del terror que le producía que Martina pensara que se había entretenido innecesariamente, no reparó en el perro que sentado en el escalón del portal le seguía con la mirada, y tampoco notó el sutil pinchazo en la nuca.

Lucero y Zzzzsssst, por indicación del primero, habían decidido dirigirse hacia el domicilio de los señores de Quijano después de que el propio Lucero quedara suspendido del aire, y comprobar que lo podía hacer a voluntad, cuando el Land Rover 109 corto de cabina independiente pasó a toda mecha por uno de esos obstáculos que con objeto de reducir la velocidad, el ayuntamiento, había puesto de moda.

Ernesto Carlos fue aminorando el paso y en el instante en que iba a empujar la puerta del bar tomó una decisión incomprensible y en cierto modo, heróica, dio la vuelta y deshizo el camino. La zorra de su mujer iba a saber de una vez por todas quién era él. Zzzzsssst había decidido saciar su apetito y de paso hacerle un favor al pobre hombre.

Jacin con tres bolsas del Corte Inglés en la mano y vestido con gorra roja y su sempiterno chándal Adidas de color negro con dos rayas blancas verticales recorriendo las perneras –pero nuevo de trinca-, apareció por la esquina. Al verlo Lucero y Zzzzsssst, corrieron..., volaron hacia él.


CAPITULO VII
(El mundo empieza a enterarse)


Gramoz Pashko, siguió durante todo el viaje peleándose con sus mocos, el potente sistema de refrigeración en cabina de su Man TGX 540 con cambio “TipMatic” y las temperaturas de primeros de agosto en la meseta central el Reino Borboneante, resultaron un cóctel letal para sus pituitarias. Llevaba ya gastados 98 € en “Kleenex” cuando tras atravesar el puente de Monina acompañaba a los guardias del prushit(*) en la inspección de la carga.

Después de una hora de concienzuda revisión del vehículo y la carga le devolvieron los documentos debidamente sellados dejándole el paso franco. Ya podía poner rumbo hacia Rinas.

Como siempre que regresaba a casa, su mente andaba entretenida en la diferencia que suponía rodar por las magníficas autopistas de centroeuropa o por las mal asfaltadas, estrecha y caóticas carreteras secundarias de Albania. De todos modos era igual, como en casa en ninguna parte.

Tan solo le faltaban cinco o seis horas, contando el tiempo de la descarga. Para, por fin, poderse curar de golpe la molesta moquera. Se iba a zumbar una botella entera de raki (*) en cuanto traspasara la puerta de su chabola, pero ahora lo más importante era llenar el estómago, desde las ocho de la mañana no había tomado nada, y si no se apresuraba cuando llegara al Xibraku, restaurante donde siempre se detenía al regreso de sus viajes, ya no le servirían.

Diez minutos antes de cerrar la cocina, Gramoz, estaba sentado a la mesa y esperaba el “fërgesë” con pimientos. Abrió el  Veriu Observer por la primera página, y la foto, y más tarde el titular y la crónica de la noticia lo dejaron helado.

No había en la noticia nada que pareciera indicar que había sido él el causante de aquel desastre, de modo que hizo de tripas corazón y siguió ojeando el periódico con aparente tranquilidad.

En la página siete, en el apartado “Cosas curiosas en el Mundo”, el encabezamiento de una de las telegráficas noticias que conformaban la sección, volvió a llamar su atención.

- Anciana da un salto prodigioso y se salva de un atropello-
Reino Borboneante: Según Reuters Group plc, y confirmado por fuentes fiables, una anciana de ochenta y dos años con obesidad mórbida da un salto espectacular de cinco metros de altura según afirman diversos  testimonios, para evitar ser arrollada por una moto.

raki: destilado típico local
prushit: puesto fronterizo
fërgesë: guiso típico a base de carne de vacuno

CAPITULO VIII
(La búsqueda imposible)


Cuando finalmente la encontraron se hallaba interrogando a una dependienta de “Furest”, que acababa de incorporarse a su trabajo después del descanso para el almuerzo de medio día, y que la observaba con cara de incredulidad, sobre si había visto a su hijo de unos siete años jugar por las proximidades, ya que no había regresado a casa a merendar.

- Este niño es un demonio, me va a matar a disgustos-,  Exclamaba.

Tras lo cual procedía a dar a la perpleja dependienta toda suerte de detalles sobre la ropa que vestía el niño.

Así fue como Don Cucufate –su hijo-, y Montserrat –su hija política-, es decir la esposa de Don Cucufate, finalmente la encontraron después de más de una hora de dar vueltas por el barrio y recorrer los lugares a donde acostumbraba a ir cada vez que se perdía.

El estado de mamá requería plantearse en serio que no debían dejarla salir a pasear sola. La demencia senil había llegado a un punto en mamá debía estar siempre vigilada.

Cuando finalmente llegaron a casa y Don Cucufate pudo regresar al negocio familiar –un colmado de productos selectos en la parte alta de la ciudad-, Montserrat decidió dedicarse a buscar al médico ese que según repetía incansablemente su suegra desde que la metieron en el coche tras localizarla, le había salvado la vida.

Así que tomó el listín telefónico y lo abrió por la G de Galeno, Hipócrates Galeno, decía la señora que ponía en la plaquita de la bata. No encontró ningún nombre ni siquiera parecido, pero su suegra no dejaba de insistir, de modo que se ocurrió buscar por la H de Hipócrates. No era la primera vez que Marteta, su suegra, confundía cosas.

Por Hipócrates no aparecía ningún apellido, pero sus ojos parecían verlo en algún lugar de la lista, de modo que siguió la columna y allí estaba. Vaya confusión la de su suegra.

Anotó: “Hipono Usart, Galégrates”, y dos números de siete cifras, uno precedido entre paréntesis de la frase “Domicilio particular”, y el otro de la palabra “Hospital”. Después, marcó el segundo.

Al Dr. Galégrates Hipono se le acabó pronto su sueño de obtener el Nóbel de medicina, resulta que la cruda realidad era que al hospital se le había perdido un accidentado terminal, si es que no era ya un cadáver. Y ese era un tema muy peliagudo.

El órgano de dirección del patronato que regía el hospital había decidido dar unas vacaciones al Dr. Hipono –para quitarlo de en medio y alejar la posibilidad de que la prensa tuviera noticia-, y contratar los servicios de un detective para que investigara porqué el Dr. Hipono estaba la tarde anterior salvando ancianas de ser atropelladas, mientras al mismo tiempo estaba reunido en el despacho del inspector jefe por causa de un ingresado que no estaba ingresado.

Aquella había sido una mañana prolija en decisiones tajantes para el patronato.

Para Motomán y sus mascotas, tan solo la primera mañana de sus nuevas vidas.
 
Realmente Chatarrero, sabes escribir ehhh..., genial!

Felicidades, esperamos los capitulos siguientes... ;)

Me están entrando unas ganas tremendas de hacerlo yo tambien..(de escribir ...no me seais mal pensaos...oye..), por cierto, la crónica de la salida de ayer, genial tambien...! de verdad, disfruté leyendola..., hasta mi MDR que es mucho mas inteligente que yo, la disfrutó...eso si, para que se situara un poco en la narración, tuve primero que leer las cronica de Jesus, la de Gabriel "Solitario" y la Mia propia..a continuación entendio e interpreto a la perfección tu narración...!

a10...Despertaferro..., creo que poco a poco te voy a devolver el nombre verdadero..., vale chatarreroamadorcapdeferro..?   :D :D :D
 
¡¡Genial, genial, bravo, bravo,.....!!

Te has ganado un admirador incodicional...

Desde ahora solo Despertaferro, lo de la memotécnica de tu nick lo dejo solo para Pere.....

Esperando estoy las siguietes entregas..., mientras te voy hacer algo de promoción por el foro, sería una pena que de esto gozaramo solo unos poco....

Hay dos asteriscos no resueltos.
 
CAPITULO IX
(Se empieza a fraguar un plan)
En cierto modo el Director general de la DGTR era un ferviente seguidor de las teorías epicúreas, eso sí, si circunscribimos su disfrute hedonista solo al hecho de complacer a sus superiores.
Por cumplir sus insaciables deseos era capaz de todo, incluso, si era preciso y sospechaba que eso podía dar satisfacción a los jefes, de disfrazarse de Curro Jiménez para comparecer ante los medios de comunicación para decir las sandeces con que acostumbraba a adornar sus comparecencias.
Tenía, a los ojos de los demás, la mala costumbre de sacudirse las muchas responsabilidades que se le achacaban, haciendo bromas de dudoso gusto sobre la opinión ajena, e incluso profería sentencias y chascarrillos con objeto de burlarse abiertamente de sus conciudadanos. Bueno, o era eso, y lo hacía alevosamente, o él mismo era un mentecato de entendederas limitadas pero dotado de un altísimo concepto de si mismo y convencido poseedor de la más elevada de las inteligencias.
Como quiera que fuese, que para el caso da lo mismo, todas las iniciativas y acciones que promovía en nombre de la seguridad del personal y con el noble destino de salvar vidas y accidentes las articulaba para que las arcas de su querida DGTR engrosaran cada vez más para poder dedicar más recursos para poder recaudar más. Un sinsentido, a no ser que alguien también engrosara sus propias arcas personales.
Lo que era evidente, es que lo que no hacía; nada que realmente fuera efectivo para rebajar la siniestralidad de las vías del Reino, que no pasara por ralentizar hasta el paroxismo la fluidez del tráfico.
Nunca se le ocurrió que formar a los futuros conductores desde la más tierna infancia, pudiera hacer crecer en su percepción el sentido de responsabilidad y la sensatez precisas para compartir caminos con otros conductores. Tampoco pensó jamás que promover accesos, graduales, escalonados y dirigidos desde las instancias escolares, a la obtención de licencias para conducir, incluso con prácticas para cultivar la pericia, pudiera ser algo positivo.
Si un farol sabes que es duro, coño, no choques con el que te harás daño. Repetía
Si el firme está lleno de grava y baches y además en sus lindes hay protecciones que acechan cortantes como guillotinas, son para preservar la flora y la fauna circundante. De tus salidas de pista, joder, ves en tren. Pensaba
Si por aquí no quiero que corras más que yo, que voy a pié, pues pongo un muro, y a ver como lo saltas. Hacía
Que no hay puntos negros, que os referís a los agujeros negros, y esos están, bueno, no están, en el espacio exterior. No en mis carreteras.
Pocas muy pocas cosas le quedaban por prohibir;
No fumes, no hables, no te distraigas, no pongas la radio, no pelotillas al volate. no corras, no andes, no salgas de casa, véndete el coche, cómprate un burro.
Esa era su política.

Y por ahora le iba bien, demasiado bien.

El mismo año que Iba Lupino estrenaba la película “El Autostopista” nacía en la misma ciudad que ahora veía nacer a Motomán, -seguramente esa coincidencia fue la causante de que años más tarde prohibiera esa práctica-, Pedro Nadetarro. Más tarde se graduó en Ingeniería Industrial –nadie sabe como- en la misma ciudad. Y amante, como era, del poco curro, o consciente de sus limitaciones para competir profesionalmente, opositó al CSITSS (Cuerpo Superior de Inspectores de Trabajo y Seguridad de los socios que pagan).
Así fue escalando posiciones gracias al amiguismo, el chaqueteo y la medra innoble, para tras pasar por La Consellería del Curro como delegado, la Jefatura del Gabinete del Virrey Civil de Barcieloola y de llegar a ejercer incluso de Virrey de la misma ciudad, y después de un período de “prácticas” como Director del Servicio de Transportes en la casa de la parte izquierda de la plaza del Santo Jacobo, llegaría, por fin, a su anhelada meta, a su deseado y, para él, orgásmico objetivo: la dirección de la poderosa y productiva –económicamente hablando- DGTR.

Tal era el estado de la situación, y sobre todas estas cosas y otras de parecida índole, había estado soñando Jacin la primera noche de su nueva vida.

Después del desayuno se sentarían los tres, desde ahora inseparables amigos, a poner hilo a su justiciera aguja.


CAPITULO X
(Sin subtítulo)


El encargado de recepción de mercaderías estampó su firma en el albarán.

Procedía, así constaba en los documentos, de Albania, y estaba destinada a tapar las miles de botellas de vodka barato que, por orden del mismísimo presidente, se destinaba a mantener las mentes de los ciudadanos de la federación en permanente y continuado estado letárgico.

Vyacheslav Muchomamevich no recordaba haber oído hablar de alcornoques en Albania, pero eso entraba dentro de lo normal, como empleado de Smirsiff Artel, destilería propiedad del estado, tenía, gratis, todo el vodka que pudiera consumir.

Así que cuando el Kamaz verde de tres ejes, partió, siguió con su trabajo, se sentó en la garita y abrió otra botella, ignorante del tortuoso camino que la mercancía había seguido hasta llegar a su destino en las afueras de Voronezh.

Dmediometri Meovedecev, siguiendo las inviolables consignas de su mentor y jefe Vladímir Vladímirovich Reputin, había tenido sumo cuidado en no aparentar ninguna relación comercial con cualquiera de los países de la Unión de la que yació con Zeus, de manera que para este caso tuvo que recurrir al ministro de comercio exterior del Cana-Adá, país que le debía un favor al haber consentido figurar como el suministrador al Reino Borboneante de los radares-cubo-de-basura, que por sugerencia del Director General de la DGTR de este último país, había comprado al suyo.

Desde que José Tontería Ánsar en represalia por el deseo de Reputin de apropiarse de toda la cosecha de Vega Sicilia y Don Simón, comprara a medias con Georges Pelopúvico una destilería rusa, las relaciones comerciales entre ambos países no debían ser conocidas.

Por esa razón los tapones de corcho viajaron por mar desde una remota cala en el litoral noreste del Reino Borboneante hasta el pueblecito de Murtinheira, en la costa atlántica de la península extremo-occidental del continente de la que yació con Zeus, donde Gramoz Pashko la recogió cargándola en un remolque de gran tonelaje con el que gracias a una tractora Volvo FH 12 420, atravesó todo el Reino Borboneante para más tarde, en Bayreuth sustituirla por su Man TGX 540 con cambio “TipMatic”, con el que llegaría al aeropuerto de Rina para su embarque en un destartalado Antonov 22 Antheus, sin matrícula ni bandera.

Mientras, en Barcieloola, Arnaldo Lalupa, seguía sin ninguna pista con que satisfacer a su cliente.

El Dr. Hipono se iba a pegar las vacaciones más largas de su vida.



CAPITULO XI
(Deshaciendo el ovillo)


Pulsó “Pause” en el mando de la “Play”, se sacudió las palomitas que adornaban la sudadera Lonsdale de color caqui, y por si acaso se calzó las TNT Ranger de catorce agujeros, y justo cuando el timbre sonaba de nuevo por cuarta vez, abrió la puerta.

- Carlos Sirena Pipopipó?, vorrei chiederle alcune comande.

La firmeza en la expresión, la anchura y la mirada penetrante del hombre que vestido con exquisitez casi ridícula se hallaba plantado delante de él, hicieron que Carlitos entendiera la pegunta a la perfección y le hiciera pasar al interior, sin ni siquiera pensarlo.

Condujo al visitante hacia el comedor sorteando la ropa que andaba tirada por el suelo, unas tres o cuatro bolsas de basura que esperaban desde hacía una semana a que alguien las bajara al contenedor y varias revistas de ideología skin.

Antes de que pudiera sentarse, el hombre corpulento le espetó:

- Según le nostri informazioni –Arnaldo Lalupa siempre se refería a él en plural, daba más importancia y despistaba a los interrogados sobre su verdadera identidad-, usted era alla guida de la ambulancia que trasladó el pasado lunes a un accidentado non identificato, al Hospital Cíclico de la città. ¿É vero?.

Arnaldo, nacido cuarenta y dos años antes, en Caltanisseta pero criado en Palermo, en un primer momento, y a la vista de la indumentaria que vestía Carlitos y de la literatura que a todas luces consumía, pensó que se iban a entender. Después afinando la vista estuvo a punto de torcer el gesto, no obstante –eran muchos años de profesión- se contuvo y esperó la respuesta con cara de póquer.

Carlitos apartó de un manotazo las palomitas del raído sofá, se sentó y respondió escueto:

- Sí.

- Beh, una cosa che forse puoi dirmi dove site. ¿Tiene usted il cellulare?.

Carlitos tenía mucho que esconder, sus actividades como skinred no eran como para ponerlo de ejemplo en ningún colegio de monjas, y aunque sabía que tenía razón y lo que hacía tenía una buena justificación ideológica, no era como para que aquel poli encontrara motivos más allá de la investigación, que según pensaba, estaba llevando a cabo. No obstante creyó inteligente simular desconcierto.

- Claro que tengo un “celulare” de esos, un móvil quiero decir..., Espere, se refiere al móvil del accidentado. Lo había olvidado por completo, debe seguir en el coche, en la ambulancia.

El detective Lalupa jugaba con las cartas marcadas, había conseguido hablar con Martina de Quijano esa misma mañana tras averiguar la pizzería que había recibido el encargo después de visitar el depósito de vehículos accidentados y gracias a la pintura que aún quedaba indemne de lo que había sido el cofre de la Scarabeo. Tuvo la suerte de que a pesar de tratarse de un pizzero “feelance” pusiera precisamente la pegatina de aquella pizzería en la moto.
Así que ya tenía varios datos seguros; Jacin el nombre del accidentado –Martina de Quijano le dijo que siempre insistía en que fuera él quién llevara los encargos- , la existencia de un móvil, y que, por el estruendo que oyó el marido de Martina a través del móvil, lo más seguro era que lo tuvieran los de la ambulancia, y que el estruendo fuera causado por el accidente que esta sufrió contra la caja del radar.

Carlitos era el tercer hilo de un ovillo que jamás –él no lo sabía aún- Arnaldo, iba a desenmarañar.

Dos paradas de metro más al norte, nuestros héroes ya tenía esbozado un plan.


CAPITULO XII
(El ovillo se sigue enredando)

Yolanda no se separaba del móvil ni siquiera para depilarse –tenía que tomar la decisión de ir a Corporation Steticdermo de una vez por todas, y pedir presupuesto- , la insólita y accidentada visita de Cucu y su mujer, la otra tarde, y sobre todo la falta de noticias desde hacía cuatro días, la tenía con el alma en vilo. Estaba tentada a pasarse la prudéncia por allí, y llamar ella.

No era nada de tipo sentimental, pero para una joven, de buén ver, pero hueca, hija de inmigrantes, con un sueldo de ayudante de dependienta, el padre en paro por causa de no se que ERO y que vivía en el barrio Las Minas en un septimo de 71 metros cuadrados sin ascensor y con aluminosis, pillar un señor acomodado y que le diera todos los caprichos no era para andar con bromas. Además, Cucu, a pesar de la edad, se portaba, y por otro lado no le impedía darse otras alegrías.

Antes de salir de casa para dirijirse al trabajo volvió a mirar el librillo rojo y blanco que tenía sobre la mesilla de noche.

Delsú Vinió, Yolanda – Flye 0857 – 15 AGO 2008 – Seat 26B -, leyó una vez más.

Apenas quedaba una semana para el viaje con Flori y Carla –Cal-la, como ella la llamaba-, y debía dejar todo acordado para que Cuco se reuniera con ella, con la escusa de un simposium sobre denominaciones de origen del mundo y las mejores selecciones para los mejores “gourdmand”.

Se dirijió a la puerta y apartando un montón de “anoraks” de sus hermanos tomó el bolso del colgador, se ajustó las medias –era verano, pero trabajaba en Furest y era norma llevarlas- y salió.

Con paso ligero y firme en sólo tres minutos superó las dos manzanas que separaban la estación de metro, de su casa, descendió las escaleras del acceso a la línia 12, y accedió al andén tras validar su “Multiviaje 30”.

Ya en el andén, casi vacío, llamó su atención un cartel publicitarió que disimulaba una puerta firmemente cerrada.

Lástima –pensó- , me gustaría ir a verla.

El cartel anunciaba el inmimente estreno en las multisalas D’Ocars de la última película de Marilyn Street, “Kiwis Verdes, verdes”.

Poco sopechaba Yolanda que tras ese cartel se ultimaban los detalles de un plan que revolucionaria el mundo.


CAPITULO XIII
(Un superhéroe. No basta con serlo, hay que parecerlo)



Zzzzsssst, se había convertido en una pieza fundamental del equipo, aunque lo cierto era que todos eran imprescindibles, se complementaban a la perfección.

Como hablaban idiomas diferentes, desde un principio optaron por tener conversaciones silenciosas, y limitarse a utilizar uno de sus variados superpoderes, el de transmitirse los pensamientos directamente, sin utilizar el farragoso mecanismo de convertir esos pensamientos en estado virgen –antes justo de tomar forma en un léxico concreto-, a frases elaboradas que luego debería articular una lengua, o una trompa –en el caso de Zzzzsssst- y tras hacer pasar aire por las correspondientes tráqueas, lanzar palabras por la boca, o por la trompa.

El caso era que Zzzzsssst, conocedor, gracias a sus habilidades congénitas de meterse por todas partes, de los más insospechados lugares, había estado providencial al encontrar aquel refugio perfecto. Era realmente sorprendente la cantidad de sitios que hay tan solo unos metros más allá de donde pasamos todos los días y de los que ni siquiera podemos llegar a sospechar que puedan existir.

Aquella amplia galería habilitada como almacén de material durante la construcción de la línea del metro, y abandonada después, sería un cuartel general perfecto.

La primera decisión que tomaron nuestros amigos fue la primera que todo superhéroe que se precie debe tomar; dotarse de uniformes de guerra adecuados.

Zzzzsssst lo tuvo claro desde el principio porque siempre lo había deseado y nunca pudo hacerlo, pero ahora que tenía superpoderes sería un juego de niños colocarse entre la cabeza y el abdomen (cubriendo parcialmente el tórax) una diminuta –a escala humana- bolita perforada de plata, que además no le costó encontrar. Hacía mucho tiempo que la tenía localizada en la rendija entre dos bordillos de las Ramblas a la altura de la calle Sucedió Bien, justo detrás de un quiosco. Era la que terminaba las cuentas y aún tenía adosado el cierre de lo que fue un collar.

Tras ser debidamente pulida y colocada, Zzzzsssst, al volar, despedía unos destellos espectaculares, como ningún otro superhéroe había sido capaz de hacer hasta entonces. Parecía un minúsculo proyectil capaz de cambiar de trayectoria con la velocidad del rayo.

Jacin, en un principio optó por un traje de vivos colores de tipo “licra”, que se ajustara a su ahora marcada y armónica musculatura, compró varios de esos tejidos en el Corte Inglés el día de su fuga del hospital, pero tras algunas pruebas decidió que no era lo correcto. A pesar de no afectarle a él –era indestructible-, un motard no podía ir vestido de bailarina de ballet, daba un mal ejemplo. El iría vestido de motard; botas de caña alta, pantalones de pana gruesa, chupa de piel años 30, gorro de aviador, también de piel, guantes a juego y gafas de aviador, también años 30. Un gran bordado en la espalda; “MOTOMAN”, completaría su equipo.

Lucero, más prosaico y natural, optó por la desnudez –le resultaba más cómodo-, tan solo una capa de color negro azabache y forrada de lentejuelas azules y blancas dibujando la palabra “MOTOCAN” constituiría su uniforme de guerra.

Vestidos de esa guisa, y a escasos metros de donde Yolanda esperaba el metro que la llevara al Paseo Gracioso, acabaron de perfilar su estrategia.
 
7A6E74796F721D0 dijo:
¡¡Genial, genial, bravo, bravo,.....!!

Te has ganado un admirador incodicional...

Desde ahora solo Despertaferro, lo de la memotécnica de tu nick lo dejo solo para Pere.....

Esperando estoy las siguietes entregas..., mientras te voy hacer algo de promoción por el foro, sería una pena que de esto gozaramo solo unos poco....

[highlight]Hay dos asteriscos no resueltos.[/highlight]

Grácia, eres muy generoso en tu valoración. Por cierto, asteriscos resueltos
 
vaya crack de la narrativa,que entretenido lo que escribes,esperaremos nuevos capitulos. ;)
 
Estoy al día... cuando puedas mas...

Una pregunta amigo, que si no la puedes contestar en directo por no romper la fascianación que en el lector se crea del autor, hazlo con un privado, ¿lo vas escribiendo al momento, o ya lo tenias, digeramos, precocinado?...
 
CAPITULO XIV



En el otro extremo del mundo los herederos y continuadores de las doctrinas económicas implantadas por Ronaldo Reegee y avaladas y potenciadas por su homónima en el Reino de la Decadencia Unida, acababan de perder las elecciones.
Así, el que comprara en sociedad con Ánsar una destilería de wodka y dejara sin Don Simón y Vega Sicilia a Reputin, acabaría su mandato como pésimo estadista –luego se le justificaría por ser amo absoluto de una oligofrenia galopante-, y por ello volvería a darse a la bebida, no de vodka –que no le gustaba- sino de chinchón. Por aquello de la clase y el nivel.

Allí mismo, estaba a punto para ser investido Pope Mayor un tal Obamos Cava, del que muchos decían que “por muy bronceado que esté, un pijo, siempre será un pijo”.

Parecía, de todos modos, que a la fin los voraces integrantes de la secta de los “neocon”, formados en Harvard, empapelados en masters obtenidos en Tokio, y amos de Wall Street, avezados, por tanto, en lenguas crípticas y acuñadores de la máxima hasta el momento imperante de; “A Beneficio privado, error colectivo. A mis pérdidas personales, pérdidas sociales”, parecía que tenían sus días contados.

Sobre todas estas cosas y muchas otras relacionadas con la empresa que se habían propuesto llevar a buen fin, era sobre lo que debatían Motomán, Mosquimoto y Motocan.

Era imprescindible no dejar nada al azar, cualquier dato era relevante, todos los entresijos del sistema debían ser analizados y debatidos, para afrontar con éxito la ardua tarea de sacar de su poltrona a Pedro Nadetarro.

Eran absolutamente sabedores que los fines que movían la DGTR eran única y exclusivamente los de atesorar las más grandes cantidades de dinero, por lo tanto del dinero y del poder –cosas destinadas a compartir techo-, y de aquellos que lo controlaban y manejaban, era de lo que debían saber más.

Si la DGTR dejaba de producir dinero, Pedro Nadetarro habría fracasado, y sus superiores –responsables intermedios entre este y los verdaderos ladrones- se desharían de él, antes que de ellos mismos.

Establecido pues el origen de los males, señalados sus responsables y desgranada la laberíntica trama que los hacía posibles, nuestros héroes se pusieron manos a la obra, y empezaron por salir de “compras”. Necesitaban material y pertrechos, y los tomarían prestados.

Era ocho de agosto, y a esa hora Galécrates Hipono enfilaba en un taxi la Sukhumvit Road en busca del JW Marriott Hotel.


CAPITULO XV



De entre todos los números que encontró en la lista de contactos del Nokia E90 que Carlitos, a su pesar, le entregara, diecisiete habían sido ya descartados, todos pertenecían a domicilios que solían encargar pizzas, aunque no dejaba de ser curioso, que todos, o mejor dicho, todas las entrevistadas –siempre señoras de mediana edad y de buen ver-, acabaran por confesar que también solían pedir que fuera Jacin el que les hiciera llegar el encargo, no obstante, nada más allá de lo que parecía obvio, aportaba ningún dato de valor al detective Lalupa. Revisó el resto de la lista y pudo comprobar que los números restantes también estaban identificados con nombres de mujer.

Decidió probar suerte y accedió a la lista de llamadas recibidas; Un solo número, justo el de Martina. No le serviría.
Lo intentó con la de llamadas enviadas, y ahí estaba, un único número, y esta vez pertenecía a un teléfono fijo con prefijo diferente al de la ciudad. Valía la pena intentarlo.

Cuando tras llamar –a diferentes horas- por décima vez al número no obtuvo respuesta, Arnaldo supo que ahí había pomodoro maturo. Tendría que mover algunos hilos para descubrir quién estaba detrás de aquel teléfono.

No le costó demasiado averiguarlo, y tampoco le costó ningún favor, el prefijo correspondía a un pueblecito interior de la región norte. Se hizo con un listín telefónico de la zona y tras repasar media página –los correspondientes al pueblo ocupaban apenas una- dio con él.

Sería una buena idea aprovechar el fin de semana para presentarse personalmente, y de paso también visitaría alcuni camerati de la familia, que utilizaban la zona para apartarse de la circulación cuando en su Sicilia natal las cosas se ponían feas.

Lalupa, aunque formalmente no pertenecía a ninguna de la familias, se había criado en su ambiente, conocía a sus miembros y se llevaba bien, incluso, con gentes de clanes enfrentados, y ya desde ragazzo hacía para ellos todos los favores que le solicitaban.

Siempre había sido un superviviente nato y sabía nadar en todas direcciones, ninguno le pidió jamás un favor que lo pudiera comprometer con alguno de los otros.

Se levantó –como siempre- temprano, tomó una ducha fría y desayunó dos huevos fritos a la calabresse con mucho picante y acabó con la media botella de Syrah tinto que sobró de la cena.

Lustró a conciencia los “Pollini”, y escogió para la ocasión el Dolce&Gabbana blanco de hilo, llevaría una ligera camisa negra de Enrico Monti, sin corbata.

Ajustó las correas de la fondina, comprobó que los cinco orificios del tambor del pequeño Ruger SP 101 del .357 estuvieran ocupados, lo aseguró a la fondina, y se dispuso a bajar hasta el parking del edificio.

Eran las nueve de la mañana cuando un Triumph GT 6 MkIII 2 litros de color rojo del 70 aminoraba la velocidad al acercarse al primer radar que había al salir de la ciudad. Cuando estuvo seguro de que ya no podía ser detectado, aceleró a fondo.

Arnaldo Lalupa no podía saber que el radar nunca se hubiese disparado.

Aunque involuntariamente, Motoman, lo había inutilizado.


CAPITULO XVI


Si Carlitos Sirena hubiese sabido los problemas que le llegaría a acarrear haber contestado marcando desde el móvil de Jacin una llamada incontestada a su propio teléfono, jamás hubiese pensado en ahorrarse unas monedas utilizando el móvil del accidentado.

Pero así lo hizo, y tras llegar a casa aquel día, después de cinco horas retenido en el hospital, repasó la lista de llamadas recibidas, y marcó. Después de no recibir contestación olvidó la llamada para siempre.

Narcís Surera, era el cabeza visible de la quinta generación. La saga de los Sureras era la viva muestra del éxito empresarial. Él mismo, estaba considerado el único empresario “corchero” de toda la comarca, y aún del país, capaz no solo de sobrevivir, sino, de progresar. Y de que manera.

A partir del segundo tercio del siglo pasado la explotación del corcho sufrió un declive agónico y continuado, solo ciertas modas en el terreno de la decoración, insuflaron algo de aire en la decadente industria que veía, impotente, como nuevos materiales sustituían su materia primera, incluso en aquellos menesteres que consideraban inamovibles.

Narcís siempre supo encontrar nuevos mercados y aunque ciertas ventas debían ser disimuladas con multitud de complicados papeleos para ocultar el destino de la mercancía, sus empleados nunca estuvieron ociosos. Por eso Florià Malversante, su amigo de la infancia, y desde que se hiciera cargo del negocio familiar, su asesor de confianza, regentaba a su vez la gestoría más floreciente de la capital de la comarca, con delegaciones en casi todos los pueblos de la misma.

En la reunión del dia anterior, Narcís volvió a comentar la intranquilidad que le producía el que aquella llamada a un número equivocado pudiera traerle problemas. Era la primera vez que hacía algo así, llamar desde un fijo de la empresa y encima equivocarse de número. Sí, ya sabía que tan solo sonó dos veces cuando se percató del error y colgó, pero en algún sitio constaría el número. Había llamadas que no se debían hacer aunque fueran de vital importáncia, si la linia no era segura y su móvil inidentificable se hubiese hecho añicos al caérsele del bolsillo en una prensa compactadora.

Floriá volvió a tranquilizar a su amigo quitándole importáncia al hecho y acordaron pasar el fin de semana con las Alsina y los niños –así llamaban entre ellos a sus mujeres, hermanas entre sí, y también colegas de la época escolar.

En el momento en que Arnaldo retiraba la “American Express” de la ranura de cobro del peaje, a unos quince minutos de su destino, Narcís, apretaba ligeramente el acelerador de su Z6 V8 Twin Turbo y dejaba que la transmisión automática hiciera el resto.

Cuando el detective aparcó frente al muelle de carga de “Manipuladors del Suro, S.A.”, el fantástico BMW de su objetivo aquel día, superaba la barrera del peaje mientras su conductor metía el “plástico platino” en su bolsillo.

Esa mañana, mientras Arnaldo Lalupa interrogaba con preguntas aparentemente inocentes al camarero del bar “El Tap”, y Narcís disfrutaba con la familia en Pont a la Aventura, tres sigilosas figuras pintaban de sombras las paredes del depósito de vehículos requisados de los Cuadrantes Azules.
 
NO PARES, SIGUE, SIGUE ... A-COJONANTE CHATARRERO !!!

Esto engancha NENNNNNG !!!!
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V'sss ;)
GeSus
 
Sr. Despertaferro,

Ante tal borrachera de genaialidad y narrativa, lejos, muy lejos de la abstracción...debo quitarme ante usted el sobrero y ser sobre todo el primero de decir a vuestra merced..., Chapeau..! Chapaeu..! Chatarrero..!
 
Debido a una interrupción ajena a nuestra voluntad hemos estado cuatro días y cuarto sin subir nada. Ahora, subsanada la putada de los señores de Fecsa-Endesa o la madre que los parió y sus torres de papel, seguimos con lo nuestro.

Un saludo.
 
CAPITULO XVII


Llevaba poco tiempo a cargo de la división, y aunque era agnóstico, el caso era de “Sagrada Escritura”. Se preguntaba si tendría que pedir ayuda al obispado. Al fin y al cabo muertos resucitados solo se daban como ciertos en ámbitos eclesiales.

El único rastro posible eran las declaraciones del médico, las enfermeras y los sanitarios de la ambulancia y si no fuese por la reputación de todos ellos, se diría que habían sido hechas en pleno “delirium tremens”. Todas menos la reputación del conductor, el tal Carlos Sirena tenía dos personalidades y dos uniformes, el de sanitario y el de skinred. Por otra parte los datos que pudo obtener a través del Scarabeo no le aportaron absolutamente nada. De Scarabeo solo tenía el “logo” de plástico, el resto de la moto era obra de algún Frankenstein especialista en motos; un bloque motor de “Montesita”, un cuadro de “Torrot”, manillar, manetas, puños y guardabarros trasero de “Guzzi”, sillín de “Vespino”, en fin, un injerto total e inclasificable, y menos aún, identificable.

Decidió tirar del hilo del chofer, y envió a dos de sus hombres –de paisano- a sondearlo.

Después de leer el informe, del que se desprendía tan solo la ratificación de lo ya declarado el día de autos en comisaría, llamó a sus hombres para el cambio de impresiones de rigor.

- Puntí, ¿como reaccionó a las preguntas inversas?
- Rectificándolas. Con firmeza y sin dudas.
- Y no hay nada de nada en su manera de reaccionar, de responder, no sé, ustedes ya me entienden.
- Bueno, -esta vez respondió Campos- quizás al abrir la puerta, cuando nos identificamos, bien, no lo sabría decir. Se extrañó. Como si ya hubiese pasado por ello.
- Campos, que ya lo interrogamos, no es extraño.
- No. Quiero decir que reaccionó como si ya alguien se hubiera presentado en su casa para interrogarlo. Es una impresión, igual me equivoco.

Antoni Cartabó llevaba poco tiempo como inspector jefe, pero no había llegado al puesto por casualidad, tenía buen olfato, su paso por los hermanos de la Salle en su época escolar le había facilitado un inacabable campo de prácticas, que aprovechó descubriendo las sutiles contradicciones en que sus educadores indefectiblemente incurrían. Era un educado cínico hábil e inteligente, que leía más allá de lo aparente.

Despidió a sus colaboradores y decidió que pondría a su mejor rastreador a buscarle las cosquillas a Sirena. En tres o cuatro días sabría hasta los antojos que tuvo su madre antes de parirlo.

Una vez resuelta la parte de su trabajo que más le apremiaba, tachó de su agenda la anotación que hacía referencia a ello y leyó la siguiente:

*Llamar a Depósito de Requisas

- ¿Que se les habrá roto? –pensó-, ignorando que catorce metros debajo de sus pies estaba la respuesta.
 
CAPITULO XVIII


Zulahika Gharbi era ciertamente una mujer atípica en un país machista hasta la médula. Huérfana desde los 11 años, supo abrirse paso en la vida, y conocer doce años antes –cuando sus encantos estaban en su cenit- a aquel “guiri” en busca de aventuras “exóticas”, él , había representado para ella el paso definitivo. Desde su cuartel general al pié del Djebel (1) Chambi, en el Kroumir, controlaba la mayor extensión de alcornoques de todo Túnez.

Ahora dirigía un ejército de campesinos que se encargaban de mimar los árboles para que produjeran aquel corcho por el que medio mundo se peleaba.

Cualquier bebida o licor que se sellara en su botella con un tapón hecho del corcho que ella producía, tenía asegurada la demanda. Poco importaba la razón, al fin y al cabo a nadie le importaba si las hormigas, las lombrices y demás bichejos que habitaban en sus plantaciones se sentían más desinhibidos de lo normal en sus relaciones sociales.

Su cometido era controlar cada día que la mezcla se realizase a la perfección y sin “mermas”, y que cada uno de sus 380.000 árboles recibiera su ración de “abono” . Saber que para elaborarlo, alguien desde Dungun[ch7847]b y a través del Mar Rojo les hiciera llegar el polvo blanco, o que la mezcla de minerales y esencias aromáticas, llegara desde Oujda, la tenía sin cuidado.

La correcta gestión de la entresaca del corcho la delegaba a sus capataces y estos debían procurar que la producción no cesara, de modo que cada nueve años todos los árboles hubiesen sido “descorchados” de modo rotativo.

Cada tres meses el convoy de camiones se llevaba el cargamento hasta Bizerte para ser embarcado hacia la costa este del Mediterráneo, donde su “guiri” se encargaría de transformar una parte en tapones y recuperar el polvo blanco de la otra.

Eran poco más de las doce de medio día cuando un Hummer H3 Alpha de color negro y completamente cubierto de polvo frenó bruscamente en el patio.

Vio, sin inmutarse, desde el porche, como descendían cinco individuos. Uno de ellos vestía traje de corte italiano y cubría sus ojos del intenso sol Tunecino con unas Aviator 3030.

- Salam malecom, Zulahika.
- Malecom salam, [ch1608][ch1605][ch1606] [ch1610][ch1585][ch1610][ch1583] [ch1575][ch1606]" (2)




(1) Montaña o monte
(2) “Quién quiera que seas”
 
CAPITULO XIX


Como cada noche cerró el bar a las doce en punto, arrancó la África Twin a la primera y se dirigió hacia su casa, en el barrio antiguo.

Entró con la moto en marcha en el portal -a quién le importaría, era el único inquilino que aún resistía la presión de los propietarios-, paró el motor, buscó la linterna que guardaba en un hueco de la pared, cerró y apuntaló la puerta por dentro y subió las escaleras precedido por el tenue haz de luz de la linterna.

Una vez dentro del piso lo primero que hizo fue arrancar el pequeño generador a gas. Una vez la luz de las únicas tres bombillas que tenía se estabilizó volvió hacia la puerta para asegurarla y algo llamó su atención en el suelo.

Cogió la hoja de papel, afianzó la puerta y se dirigió a la pequeña salita-comedor-cocina para leerla a la luz de la bombilla.

-Mañana te espero a las 12 y media de la noche en el andén de la estación 5 de la línea verde, al lado del cartel que anuncia la peli esa de los kiwis verdes.
Jacin.-

Vaya, ¿donde habría estado todos estos días?

Efrén era un auténtico lobo estepario, no habría corrido ni aunque su padre se estuviera ahogando, pero Jacin era otra cosa, no era un simple humano gris y anodino, era casi como un amigo –nunca había tenido amigos, pero debían ser algo así-.

Ya ni recordaba desde cuando se conocían y bien pocas cosas sabía de él, aparte de que dejó los estudios en primer curso de ingeniería mecánica por que se aburría, o por que lo echaron por dejar en evidencia a los catedráticos – no lo recordaba bien-. Lo cierto es que desde que entrara un día al “Malos Tragos” para tomar un café y tras negárselo por que “La Pavoni” estaba estropeada, se ofreciera a arreglarla, y sin esperar la contestación, lo hiciera en diez minutos, desmontándola y volviéndola a montar con una simple navajita multiusos, habían simpatizado lo suficiente para considerarse amigos.

Y allí estaba él; guardando en su casa todos aquellos libros y las cajas de herramientas, los diversos motores de las cosas más insólitas, multitud de piezas y demás ingenios mecánicos que Jacin le fuera confiando. De hecho ocupaban ya varios de los pisos deshabitados de la finca.

Calentó una olla llena de agua en el “camping gas”, se desnudó, se metió en un barreño de plástico, se aseó a conciencia y destapado, sobre el colchón que ocupaba uno de los dos cuartitos de su humilde vivienda se dispuso a dormir.

Zzzzsssst en esos momentos andaba metido en los armarios de los ordenadores de la DGTR haciendo chisporrotear con su magnífica coraza de plata todos los circuitos internos de las máquinas.

Mientras, Motocan y Motoman se escurrían como sombras por el patio de luces de la casa donde vivía Pedro Nadetarro.
 
CAPITULO XX


Sacó el último cigarrillo y con la mano derecha estrujó el paquete de “Alitas”–ya vacío-tirándolo al suelo de la cabina, lo encendió con calmada parsimonia, dio una fuerte calada, y se dispuso a encarar la pista con la Cessna 170B. La Sig Sauer 9 parabelum de quince balas y cargador al tresbolillo, reposaba en el asiento, preparada por si acaso.

Era el mejor, capaz de meter –y sacar- el pájaro en 200 metros de pista en medio de la selva de la Sierra Madre. Metió la palanca de los flaps en la última muesca y se dejó caer acompañado por el crepitar de la chicharra de pérdida.

Siete minutos después le daba un trago a la botella de Herradura Reposado que siempre cargaba consigo, y con la panza de la Cessna abarrotada de paquetes de la fina y de mota, aceleraba en vacío dispuesto a soltar los frenos y salir del agujero.

Tenía más de cincuenta años en sus motores pero los mimos que el Güero Polaco le prodigara desde que la compró con el producto de su primer negocio serio, la mantenía impecable y la hacía la mejor herramienta para su trabajo.

Como casi siempre, por poco, por muy poco la Cessna aproó su morro hacia el cielo justo cuando su tren de aterrizaje acariciaba las ramas más altas de una reseca siringa (*).

Ahora que los clásicos se tiraban al cristal y al éxtasis, a ellos, a su jefe, Porfirio Carrillo “El Chinche”, y al él mismo, les iba de lo más con lo clásico, y él siempre podía mantener sus trapiches particulares, así que ahora a volar bajito para eludir los radares del Sistema Hemisférico y las pantallas de los aviones Orión pagados por los gringos.

Los negocios con los morenos del Sudán eran florecientes y no había que desperdiciar mordida. Que se modernicen ellos –solía pensar-

Se sentía un triunfador, tenía un buen carro –rojo y grandón-, su seguro de vida en dólares en una cuenta en Suiza, y jamás pensaba en que en su papel de ratón, los federales, la DEA, o algún pinche mal comprado, lo pudieran quebrar. Todos lo respetaban o lo temian, y la Sig Sauer o la Errequince lastraban con plomo la vida de cualquiera que se le quisiera chingar o le pusiera el dedo.

Así que mientras se mesaba los rubios cabellos, pensando en la José Cuervo Platino que se tomaría en su “caballito” de cristal –como debe ser-, cuando entregada la carga regresara a Culiacán, cantaba su corrido preferido;

Los amigos de mi padre
Me admiran y me respetan
Y en dos y trescientos metros
Levanto las avionetas.
De diferentes calibres,
Manejo las metralletas...


Oriol Puig, alias el Güero Polaco, poco se imaginaba que su carga iba a acabar alimentando alcornoques para tapar con su corteza, entre otras, botellas de cava de su tierra natal.

(*) siringa: Hevea brasiliensis (arbol del caucho)
 
5475636075626471767562627F100 dijo:
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PD: [highlight]Despertaferro[/highlight] :[highlight] El árbol del corcho no és el ALCORNOQUE[[/highlight]/b] ???  :-/ :-/ :-/ ...  ;D ;D ;D


Quién dijo corcho?. Yo dije caucho (gracias por el apunte ;))
[/quote]


Eres grande [highlight]Despertaferro[/highlight] ...
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... Ánimo !!!


V'sss ;)
GeSus
 
CAPITULO XXI


En tan solo cuatro horas consiguieron desmontar y trasladar a su cuartel general todo el material que necesitaban. Verlos trabajar hubiese despertado la envidia y admiración del mejor de los talleres mecánicos. Era una gozada la precisión y rapidez con que Motomám manejaba las llaves fijas, los destornilladores, los extractores, las carracas, en fin, que seguro que lo hubiesen fichado con contrato blindado por un montón de decenas de miles de euros en cualquier concesionario de las mejores y más reputadas marcas.

Mosquimoto y Motocan se encargaban de ir transportando el material con rapidísimos desplazamientos desde la periferia (donde estaba situado el Depósito de Requisas), hasta el otro lado de la ciudad.

Mosquimoto volaba a gran altura para no ser visto. A cualquiera le hubiese extrañado ver volar libremente por la ciudad piezas mecánicas del tamaño de un bloque motor o incluso una embarcación.

Motocan transportaba cargas de menor tamaño, pués se movía por túneles y alcantarillas, ya que utilizaba la ciudad subterránea y paralela que se encuentra bajo los pies de los ciudadanos comunes.

En total transportaron piezas, cables, centralitas y demás componentes mecánicos de siete coches y 16 motos escogidas cuidadosamente de entre todos los vehículos que los Cuadrantes Azules habían requisado a diversos narcos y delincuentes. También se llevaron el casco y los seis fueraborda de una lancha del tipo Go Fast.

Pese a las precauciones tomadas, a la mañana siguiente hubo gente que se despertó recordando vagamente sueños en los que aparecían volando o desapareciendo bajo el suelo extraños objetos mecánicos. 

A las ocho de la mañana el encargado del Depósito de Requisas dio la alarma a la central sobre el desaguisado al encontrar multitud de vehículos desmontados y el almacén patas arriba, y a las nueve la secretaria del Intendente Cartabó anotaba rutinariamente la incidencia en la agenda de su jefe.

León Cifuentes, el encargado de abrir las cancelas del Parque de la Ciudadela, vio aquella mañana el lago del parque vacío. Más tarde, al investigar las causas descubrieron un boquete insondable de unos veinticinco centímetros de diémetro por el que al parecer se había escurrido toda el agua. Nunca llegaron a saber que doscientos metros más abajo descansaba un pistón de falda corta con los aros rotos y aún unido a su biela, ni que a Mosquimoto cuando volaba a mil quinientos metros de altura le dió una rampa en el mosquiceps de la pata del medio del lado derecho.

Los Cuadrantes Azules jamás llegarían a desentrañar el misterio y semanas después seria borrado de todos los registros, los restos mecánicos que quedaron en el depósito llevados furtivamente a un desguace, y el agujero del lago inyectado de hormigón.

Para entonces Motomán y sus mascotas ya disponían, en perfecto orden de marcha, de tres dispares y extraños vehículos con los que abordar su plan.
 
CAPITULO XXII

Les invitó a sentarse en el porche, en la misma mesa donde minutos antes había estado tomando un refrigerio, e hizo servir más limonada dulce y muy fría, espolvoreada con canela molida.

Zulahika escuchaba con aparente atención las amables demandas del hombre de las Ray Ban

Este, se expresaba en un francés con marcado acento ruso y salpicado de palabras nativas;

- Debemos comprrobar todos los estrremos de la norrmativa FSC (1), y parra ello su emprresa deberrá asumir todos los gastos de estansia y desplasamientos de nuestrros técnicos. Calculamos que prrobablemente necesiten entrre... chetire, pyat’..., quierro desir..., entre cuatrro –¿se dise así?, ¿Dà?- y sinco días parra el trabajo de campo.

Había, no obstante, en la impostura del ruso, un cierto aire imperativo, y aquella actitud difícil de disimular del que está acostumbrado a mandar y no espera ser replicado. El ruso se esforzaba por aparecer amable y condescendiente.

Ella era conocedora de las gestiones realizadas por Narci –como solía llamarlo en la inmidad- para conseguir la certificación internacional para los alcornocales. Nada como aparentar una entusiasta conciencia ecológica para dotar de prestigio a cualquier empresa, y mucho más a una empresa como aquella tan alejada de las buenas prácticas –y de los buenos fines-.

Decidió seguir aparentando interés y daba conformidad, asintiendo con la cabeza, a los requisitos y formalidades que Oleg Svistounov le iba exponiendo.

Súbitamente miró el pequeño Omega de oro mazizo y diamantes –regalo de su guiri- que cargaba en la muñeca derecha, se levantantó finjiendo un asunto inaplazable, y disculpándose, entró en la casa.
Mientras Zulahika daba instrucciones a uno de sus ayudantes, Fethaláh el camarero, que desde que sirviera el refresco habia permanecido discretamente a una distáncia prudencial–en realidad era el guardaespaldas personal de Zulahika- no quitaba ojo a los cinco visitantes.

La anfitriona apareció a los pocos minutos y tras unas últimas formalidades y quedar de acuerdo en las fechas para la inspección, se despidieron con un formal apretón de manos;

- Spasibo, Zulahika
- Malecom Salam
- Do svidaniya

El Hummer arrancó suavemente y desapareció, tal como había aparecido, entre una nube de polvo.

Apenas media hora después y durante la comida, Zulahika recibió una llamada a su móvil personal. Una voz neutra, sin entonación, le confirmó que su ayudante había hecho las llamadas precisas. La familiaridad ofensiva de aquel tipo llamándola por su nombre le había molestado, y por ello se alegraba que sus sospechas hubiesen resultado ciertas..

- Ya no hay osos en la arena

Sin responder apretó el botón rojo de su móvil y complacida, siguió comiendo.

Oleg, sus cuatro gorilas y el Hummer negro dejaron este mundo sin llegar a saber que oficialmente nunca habían estado en Túnez. De hecho esa misma noche estarían viajando por el Jónico hacia Grecia. Los seis iban a descansar para siempre, todos juntos, metidos en un container sin marcas, y cubiertos por 5.210 metros de agua salada, en la Fosa de Matapan (2).

Alguien, en algún lugar del este europeo iba ha tener motivos para cabrearse, y Zulahika lo sabía.
(1) Acrónimo de Forest Stewardship Council. (Organización internacional independiente, no gubernamental y sin fines de lucro, fundada en Toronto en 1993. La actividad principal de la FSC es acreditar que la gestión forestal esté inspirada en sus 10 principios).
(2) Fosa marina donde el Mediterràneo alcanza su máxima profundidad
 
CAPITULO XXIII

Ya a bordo y superado trance del despegue que siempre la preocupaba se puso a repasar mentalmente por enésima vez lo que debía hacer;

A las 11:45 aterrizaría en Barajas y tres horas después enlazaría el vuelo de Alitalia que la llevaría hasta Cancún donde, si todo iba bien, a las siete de la tarde de ese mismo día la estaría esperando un trasporte en el mismo aeropuerto que la llevaría hasta el hotel El Dorado, en Kantenah, donde por fin se reuniría con Cucu para pasar quince días a todo tren.

Yolanda se despidió de Carla y Flori en el vestíbulo de vuelos internacionales justo diez minutos después de aterrizar en el aeropuerto de Fiumicino, debía enlazar el vuelo a Cancún y solo disponía de una hora. Quedaron en llamarse doce días después para tener dos o tres de margen para poder volver a reunirse en Roma y regresar juntas a Barcieloola.

A sus cincuenta y nueve años, Cucufate Martí, por fin se consideraba un hombre afortunado, y casi había olvidado por completo sus complejos; Ya no le importaba medir tan solo un metro y sesenta y un centímetros, ni tener la piel blanca como la leche en invierno y roja como una gamba en verano, tampoco le molestaba ya su prominente barriga, ni su antigua calva –era calvo desde que hiciera la mili-. Su negocio, a pesar de no poder atribuirse más mérito que estampar una firma en la aceptación de la herencia, funcionaba bien y por fin había conseguido salir de su gris y anodina existéncia marcada por una rutinaria monotonía y dirigida –eso creía ella todavía- por Montserrat, su santa esposa.

Hacía ya un año y dos meses que Yolanda lo había transformado y le había facilitado transitar por experiencias que nunca antes llegó a imaginar ni en sus sueños más secretos.

Después de ducharse se vistió con unos pantalones cortos, una camisa de algodón natural y unas zapatillas deportivas –todo comprado en “Capitán Mandioca” y oculto en una consigna del aeropuerto de Barcieloola. No era plan que Montserrat descubriera ropa que él “detestaba” en su armario-, se ajustó las gafas de sol –unas Carrera Easyrdriver de cristales azules- y se dirigió al bar donde se dispuso a esperar a Yolanda tomándose un combinado de frutas tropicales con tequila.

Se sentó en la barra, hizo una seña al camarero y cuando este se acercó hizo su petición.

- Un jugo de fruïtas con tequila, por favor

Tres taburetes a su derecha un hombre de mediana edad, fornido, de abundantes cabellos rubios y tez morena, al oírlo se dirigió hacia él.

- Perdoni, ve de Barcieloola?, vostè?

Lo que menos deseaba Cucu se había producido, encontrarse un compatriota y además paisano. Lo que añadió el desconocido lo volvió a tranquilizar

- Me llamo Oriol Puig, pero aquí me llaman Guero Polaco, por lo del color del pelo y la procedencia, ¿sabe?, y viví en Barcieloona una larga temporada, hace ya varios años

- Joan, Joan Masdeu. Mintió Cucufate.
 
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Rogamos disculpen las molestias, a causa de unos problemillas informáticos el próximo capítulo se demorará un poco, permanezcan atentos a sus pantallas. :-/

PD: [highlight]Despertaferro[/highlight] está ello ...
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... palabra. ;)
 
527D6B6D6B5E7D6A7679767C7D62180 dijo:
[highlight]Despertaferro [/highlight], ESPAVILATE NENNNNNNNNNG !!!
b_shake.gif
a_hit.gif
  ...

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Quizás el viernes tenga mi máquina de escribir a punto y podamos saber un poco más de las andanzas de nuestros superhéroes.
Al parecer los gusanos se le han comido las entrañas cibernéticas al ordenador, y a pesar de no aparentarlo exteriormente el pobre está hecho un asco por dentro.
Nada que no puedan solucionar 500 eurillos, que yo se que existen, un día los vi juntos.
 
CAPITULO XXIV


Desde que aquella tarde decidiera la “gran rebelión” –como él mismo llamó a aquel acontecimiento- , Ernesto era un hombre nuevo, ahora permanecía poco tiempo en la ciudad –viajaba mucho más que antes- y cuando lo hacía, vivía en el “Gaucho”, era cómodo, amplio y estaba completamente equipado.

Sus abogados se habían encargado de todo el papeleo y el divorcio era solo cuestión de días, a lo sumo semanas. Se iba enterar la malcojida (1) de Martina de quién era él.

Escuchaba atentamente las explicaciones de su colega asiático que iba argumentando todos los motivos por los que defendía una considerable subida de los precios si finalmente la “OPEP” decidía bajar la producción a solo el 10 o el 15%. Eso haría que los stocks descendieran a mínimos en tan solo ocho o diez días y no importaría la recesión general.

La gente forzosamente se ha de desplazar y lo harán. El precio compensará sobradamente el pequeño descenso de consumo que se pueda producir y a medio plazo incrementaremos veinte o treinta puntos los márgenes..., y estos nunca se vuelven a recuperar a la baja. Debemos apretar más. A la fin los consumidores dejarán de hacer otras cosas pero no renunciarán a la movilidad.

Los asistentes -eran todos directores generales regionales de la petrolera- asentian silenciosos.

Ernesto Carlos estaba de acuerdo, opinaba exactamente igual y mientras se palpaba el minúsculo bultito del cuello que le molestaba desde aquella tarde en que se enfrentó definitivamente a Martina, calculaba mentalmente el incremento en su gratificación extra anual que supondría una subida de ese orden en las ventas de la región a su cargo.

Acabada la reunión el global director en un gesto inusual en él –solía mantenerse frío y distante- invitó a los dieciséis altos cargos de la compañía a visitar el Calypso Cabaret uno de los más famosos lugares de Bangkok donde en un ambiente “VIP”, se podía cenar, tomar una copas y esperar la llegada del sol bien acompañado.

Quedaron citados en el hall principal del Marriott -excepto el “global director”, todos estaban alojados en él- y este los recogería a las veinte horas.

Exactamente a las ocho y seis, un Hummer-limusina de 12 metros de largo con diecisiete pasajeros a bordo, partía tras un Toyota “Limo” rojo y azul de la compañía “Taxi-Meter” después que este recogiera a Hipono Galécrates en el mismo hotel apenas un minuto antes.

Ambos vehículos se dirigían al mismo lugar.

(1) malcojida : mujer de mal carácter en argentino rioplatense.
 
CAPITULO XXV


El Director General de la DGTR iniciaba sus vacaciones ese día, y según habían podido averiguar en la inspección que hicieron en su domicilio el mismo día de la desaparición de los vehículos del Depósito de Requisas, nuestros superhéroes, él y su esposa debían tomar un vuelo a las 7:30 horas de la mañana. Era el momento ideal, nadie notaría la ausencia del sátrapa por o menos durante un mes entero. Tiempo más que suficiente para llevar a cabo los estudiados planes que habían concebido.

Entraron en la vivienda a través del terrado, por el patio de luces descendieron hasta la séptima planta y allí se colaron limpiamente, sin un solo roce, por la ventana de la cocina, que a la sazón, y por ser verano, estaba abierta de par en par.

La pareja dormía a pierna suelta y la sirvienta, una inmigrante sin papeles, obligada a trabajar 20 horas diarias, también. No habían contado con la presencia de la chica de servicio y decidieron cargar también con ella.

Antes de que pudieran despertar estaban atados y amordazados, y cuando despertaron los ojos como platos que lucían, evidenciaban el estado de estupor en que se hallaban.

Cogieron los móviles, la cartera y todo el dinero que encontraron –unos treinta mil euros- y cargando con los tres volvieron a salir tal y como habían entrado.

Mosquimoto cargaba entre su patas de en medio con la chica, Motomán llevaba al ladino Nadetarro y Motocán, en un arnés a su espalda, acomodó a la señora que permanecía inmóvil, totalmente paralizada por el miedo.

Antes del amanecer llegaron a su cuartel general -era más cómodo hacerlo así, pues el metro aún no funcionaba- acomodaron a los tres y Motomán los puso al día de como iban a pasar las vacaciones.

A la chica, una vez calmada tras las oportunas explicaciones le dieron los treinta mil euros y le prometieron llevarla a su casa, en Nador, y a la asustada pareja les anunciaron que deberían pasarse todo el mes viajando en automóvil sin poder nunca rebasar los treinta Km./hora, bajo pena de padecer ciertos correctivos en forma de puntos (de sutura) y multas dinerarias. Además lo harían escuchando música a todo volumen, hablando por el móvil entre ellos cada cierto tiempo, prescindiendo de los cinturones de seguridad, fumando, cantando, comiendo, bebiendo y sonándose los mocos.

¿Que les parece? Preguntó Motomán
¡Pedro!. Ya te decía yo que tu actitud y poca cabeza no nos traerían nada bueno. Casi gritó la mujer al pálido y desencajado Nadetarro.

Motomán decidió intervenir

Bien, no es momento de discusiones señora, otra vez no escoja el último de la estanteria como marido. Mosqui, prepara los vehículos. Motocan, lleva a la chica a su casa, asegúrate que desayune bien y regresa antes del anochecer, partiremos en cuanto cierren el metro.

Mientras Motocan volvía a cargar con la chica –esta vez ella estaba encantada- para llevarla a desayunar a Casa Marcelino antes de emprender el viaje hasta Marruecos, Mosquimoto se dirigió al lugar de la nave donde guardaban la embarcación, el coche y la moto que Motomán había construido con las piezas tomadas del depósito. Se hallaban en orden de marcha, es decir, plegados -habían sido diseñados para poder plegarse sobre si mismos de modo que pudieran pasar por espacios reducidos- y se puso a volver a inspeccionar el funcionamiento de todos los mecanismos.

Pedro Nadetarro iba a enfrentarse a una buena dosis de su propia medicina.
 
He leido hasta el capítulo X y me está enganchando... [smiley=thumbsup.gif]
 
CAPITULO XXVI

Como cada día a las siete estaba despierto. Se vistió con calma mientras observaba el papel que descansaba sobre el suelo, junto al colchón y al lado de un informe y mohoso objeto que en su día fue la piel de una manzana “golden”, al tiempo, no cesaba de darle vueltas al contenido del mismo.

¿Que le habría picado a Jacin para hacer cosas tan raras?, pensó en voz alta.

Decidió que abriría el bar solo por la mañana, la tarde se la tomaría libre y acudiría a la cita puntual y con tiempo.

Acabó de vestirse, pasó, al unísono, los dedos índice de ambas manos por la lengua y luego por los ojos, desde el lagrimal hasta las sienes, a fin de deshacerse, de un solo golpe, de las lagañas, cogió una manzana de las tres que le quedaban en el frutero –una caja de zapatos “Panamá Jack” muy chula- y la peló con su inseparable “Opinel” de mango de bubinga y hoja de acero al carbono (la compró en su único viaje al extranjero cuando fue a Andorra en el 87), y comiéndosela a grandes mordiscos –era su manera de lavarse los dientes- cogió la mochila y salió de su piso descendiendo a pié (es un decir, solo había dos modos; este o tirarse por el hueco) los escalones de tres en tres.

Comprobó que la linterna aún tenía pilas, la volvió a dejar en su lugar, retiró el tablón que apuntalaba la puerta, sacó la África Twin, y al cerrar la puerta, desde el exterior, descubrió que la inmobiliaria propietaria de la finca la habia pintado con una nueva amenaza –una más-; “Efrén, vete”, rezaba en el centro de un circular punto de mira. Que te den, pensó colocando la cadena y asegurando el candado. Después, arrancó la moto –como siempre a la primera- y salió zumbando en dirección al “Malos Tragos”.

Antes de llegar, como de costumbre, paró en el kiosco del “Papeles” para leer la prensa del día, se miró por encima “El Mundo Mundial” y “El País este” –le gustaba contrastar las noticias y crearse su propia opinión.

Mira Papeles, los condones valdrán veinte céntimos, dicen que para fomentar su uso, y el cardenal Eructo Va-vela condena al infierno al Remendón y a todo el gobierno. País de locos, tú. –Dijo dirigiéndose al quiosquero- y sin esperar respuesta dejó de nuevo los periódicos en sus correspondientes pilas y se marchó.

Estuvo en el “Malos Tragos” atendiendo a la clientela hasta pasadas las cuatro. El día le fue bastante bien, pues a parte de los habituales, a la hora de comer, le entró un grupo de doce niñatos de esos de la cabeza rapada, la “Bomber” con chapas antinazis y los “piercings” y se dejaron una pasta –no en el menú, si no en las “birras” con que lo acompañaron-.

Metió un bocata de salami y seis “A.K Damm” en la mochila, cerró el bar y se dirigió hacia la parte alta de la ciudad. Había decidido pasar la tarde haciéndose unas pistas con la “África”, de modo que subiría por la “Adelantada Rasa” y tomaría un camino que ya conocía y que quedaba medio oculto después de la segunda curva una vez iniciado el descenso hacia San Cucufate.

Eran casi las nueve cuando sudoroso y cansado de quemar gasolina y harto de beber cerveza caliente decidió regresar a la ciudad y hacer tiempo hasta la hora de la cita viendo una peli en el cine que había a cincuenta metros escasos de la parada de metro de la estación 5.

A las doce menos diez saltó las barreras que daban acceso a los andenes y buscó el cartel que anunciaba aquella peli. Tan solo encontró uno pero la peli que anunciaba era otra, una de espías, “Cuanto sol que hace”, le pareció que ponía en inglés.

El cartel estaba húmedo y en el suelo, bajo él, gotas de engrudo fresco denunciaban que había sido enganchado recientemente, de modo que se sentó en el banco más próximo y esperó.

Esperó y esperó, hasta que diez minutos antes de que pasara el último metro decidió esconderse tras la máquina de “fotomatón”. Oyó pasar el último tren y minutos después tan solo las tenues luces de vigilancia alumbraban el andén.

A la mañana siguiente cruzándose con los viajeros más madrugadores abandonó la estación.

Jacin nunca se presentó.
 
CAPITULO XXVII


Se sentía orgulloso de su habilidad para el camuflaje. Tan pronto como su jefe lo puso al tanto de lo que necesitaba supo como abordar el caso.

Revisó toda la información de la que disponía el departamento y además, a través de la red, localizó toda la complementaria que podía serle útil. En su bien pertrechado ropero encontró todo lo necesario, y el mismo, frente al espejo del lavabo, en su apartamento, dio el toque final a su aspecto.

Descendió por el ascensor privado y salió a pié a la calle por el aparcamiento de la finca.

En solo tres días consiguió que lo invitaran a comer con todo el grupo, en un bareto del tres al cuarto. Se había ganado su confianza ampliamente.

Siempre utilizaba el mismo método, acercarse a la presa indirectamente, ganando primero la confianza de afines, para tener garantizada la de la víctima. Y aquella niña que conocía del barrio y con la que se cruzaba casi cada día a su regreso a casa después de la jornada de trabajo, le vino de perillas.

Hacía varios días que se saludaban con un ligero movimiento de cabeza al cruzarse, y aquella misma tarde la abordó;

Ey tía, ¿que tal?
Bien tronco
Hostia, es que me molas un montón

A pesar de su aspecto, totalmente inadecuado para aquel acercamiento, su habilidad con el lenguaje hizo que fluyera la empatía necesaria.

Joder, es que esos mamones del trabajo me obligan a vestir así y me da corte, solo llevo un mes aquí, pero en mi pueblo me llaman el “Comepelaos” y aquí no conozco a nadie del ambiente...

Esther, tío. Un gusto.

Dos tardes le bastaron para que la niña le presentara a algunos de sus amigos y quedaran para comer en el “Malos Tragos” con el resto del grupo al día siguiente.

Iba a estar codo con codo, de igual a igual, sentado al lado de Carlitos y sabía como sonsacarle todo lo que precisaba saber.

Cuando abordaron los postres –un triste flan de vainilla – se dirigió directamente a Carlitos. La conversación durante la comida ya le había dado suficientes elementos como para hacerlo sin levantar ni una sospecha-;

Ya te vale tío, conductor de ambulancia y caza-nazis. Vas a acabar en el frenopático, chaval.
Es lo que hay, Comepelaos. Te llaman comepelaos ¿no?
No. Si digo que, joder, vaya papelón.
Bah, no pasa nada colega, es cuestión de convencimiento. A mí me mola salvar a la gente, no tengo problema. Pero a los fachas, caña. No son ni gente.

El agente Mortadelo –como gustaba de ser llamado dentro de su ambiente- buscaba la manera de derivar la conversación hacia lo que realmente le interesaba, pero prefería tener menos público, de modo que intentó otra estrategia;

¿Alguien tiene los últimos parches para el  Hell?
Que dices ¿tío?, Carlitos es el master mundial del Hell, contestó Esther.
No jodas, chaval, ¿de verdad? Tío, ¿como quedamos?

Acordaron que aquella misma noche acudiría a casa de Carlitos y le pasaría las actualizaciones. De paso podrían jugar unas partidas.

Por la mañana, cuando se despidió de Carlitos y de la niña –que también asistió y que se estaba convirtiendo en un problema, al parecer le gustaba- Andréu Tehevisto sabía todo lo que necesitaba saber.
 
CAPITULO XXVIII


Oriol, o el Guero, pues esa era su personalidad dominante no era un hombre de muchos escrúpulos –en su profesión los que tenían escrúpulos acababan perdiéndolos junto con la vida-, así que cuando Yolanda por fin llegó y se reunió con ellos en el bar, supo que su recién conocido amigo de Barcieloola tendría que cambiar de talla para su gorra.

Cuco abrazó y besó a Yolanda, se interesó por las condiciones del viaje, los horarios, los enlaces, y si todo había ido según lo previsto, la encontraba la mar de fresca, se había pasado el vuelo durmiendo bajo los efectos de un par de whiskeys y algunos analgésicos. La presentó a Oriol como su novia y este lanzó su primer lazo.

¿Como os vais a desplazar por la zona?, y sin esperar respuesta añadió; Yo tengo el carro afuera, pucha, es descapotable, y la verdad, no tengo planes concretos, estoy de vacaciones. Además conozco muchos lugares lindos.

Cucu trató de ser inconcreto y no revelar planes para no comprometerse con un acompañante que a todas luces le iba a resultar molesto, pero Yolanda lo veía de otra manera.

Di que sí, di que sí Cucu, que suerte que tienes un amigo tan generoso.

A Cucufate se le torció el gesto pero Yolanda, como una criatura, siguió insistiendo y haciéndole pucheros y carantoñas y Cucufate cedió –como siempre- a su capricho.

Quedaron en encontrarse en el hall del hotel aquella misma noche para ir a cenar a lugar típico y auténtico que Oriol conocía. Allí degustarían sin artificios para los gringos la auténtica comida mexicana. La de verdad.

Cucu y Yolanda se dirigieron a la habitación donde mientras ella se duchaba y reponía del viaje, Cucu fue deshaciendo y ordenando el equipaje. Después, durante dos horas largas desaparecieron del mundo y se dedicaron a lo que a Cucufate más le gustaba de Yolanda.

Oriol pasó el resto de la tarde haciendo llamadas con su celular, –en realidad estaba en Kantenah por negocios- después durmió una media hora, se vistió y se dispuso a bajar al hall para reunirse con la pareja.

Se las prometía muy felices y daba por hecho que en un par de días tendría lo que buscaba, jamás fallaba, sabía leer los ojos de las mujeres y los de Yolanda eran un libro abierto.

Estaba tan seguro de ello porque quizás nunca antes se había encontrado con alguien tan poco dispuesto a perder lo que jamás había soñado conseguir, y no serian ni los federales, ni la D.E.A., ni un pinche mal comprado quienes lo chingaran, iba a ser un pacífico tendero, enemigo de los gimnasios, con el nivel de colesterol a 400 y que nunca mató una mosca, quién le pusiera el dedo en el gatillo a una Sig Sauer salida de no supo donde y le hiciera dos boquetes del 9 en la frente.
 
CAPITULO XXIX


Era la segunda de las dos reuniones semanales que como era costumbre se veían celebrando desde que en 1981 –cuatrocientos quince años después de su fundación- Alí Agca intentara asesinar al jefe del estado. Él propio Wojtyla –conocido como Juan Pablo II, estableció la costumbre de integrar “La Entitate” –como se la conoce en el argot interno-, en el conocido como Comité para la seguridad del Estado de la Ciudad del Vaticano (CS-SCV) donde representantes de la gendarmería vaticana, de la guardia suiza, bomberos, protección civil y el servicio de contraespionaje, se encargan de velar por la seguridad del pequeño, pero poderoso, Estado

“La Entitate”, a pesar de haber sido fundada en el 1.566 no disponía de organigrama conocido, pero cada cual de los presentes sabía con total certeza quién era quién.

Así que cuando entró en la sala todos se pusieron de pié y saludaron haciendo una leve reverencia al tiempo que se llevaban la mano derecha al costado izquierdo del pecho.

Aquel hombre a sus sesenta años, poseedor de un rostro afable adornado con gafas sin montura y tocado con el bonete púrpura de Arzobispo, era probablemente el único en el mundo conocedor de todos los secretos más ocultos. Las ramificaciones de La “Entitate” vivían invisibles, incrustadas en los servicios secretos más herméticos del mundo, como el Mossat Israelí o el Iraní Vezarat-e Ettela'at va Amniat-e Keshvar, conocido como VEVAK ,mimetizadas en cualquier callejón miserable de Kuala Lumpur, o en perfecta simbiosis en forma de empleado administrativo del CSID.

Todos sabían el poder que administraba aquella figura de padres gallegos y nacido casi por accidente en un pueblecito aragonés, al ser poseedor del conocimiento de la suma de saber de todos los servicios secretos del mundo, más el suyo propio.

Devolvió el saludo, tomó asiento a la cabecera de la larga mesa de reuniones y apartando los papeles que contenía la escribanía de fina piel incrustada con hilos de oro formando el escudo con la mitra y las llaves, dijo secamente;


Signori, oggi parleremo delle quercie di sughero (1)

Tras lo cual cedió la palabra a su asistente personal.

Monignor López(3), con il permesso...(2)





(1) Señores, hoy hablaremos de alcornoques.
(2) Monseñor López, con permiso
(3) Pedro López Quintana. Actual jefe de la llamada Santa Alianza o en algunos casos "La Entitate", el Servicio Secreto del Vaticano
 
Capitulo XXX


Cuando el Z6 V8 Twin Turbo accedió a la zona de aparcamiento en el complejo de Pont a la Aventura, los guardaespaldas del señor del “suro” lo estaban esperando impacientes. Un SMS procedente de Túnez al teléfono pre-pago dispuesto al efecto para emergencias que no admitían espera había disparado todas las alarmas.

Narcís, nada más ver a su hombre, supo que algo grave pasaba. Aparcó el vehículo y aparentando normalidad susurró algo al oído de Florià que se llevó a las mujeres y los niños hacia las taquillas. Narcís debía resolver algo y se reuniría en seguida con ellos en el interior del recinto.

Recorrió los cincuenta metros que lo separaban de lo que parecían ser dos turistas despistados, y se dirigió al más corpulento;

Panotxa. ¿Que pasa?

El aludido, un tiarrón de metro noventa por metro noventa y con la expresión de un ángel salido del cuadro de La Inmaculada de Murillo, extrajo un móvil del bolsillo de su floreada camisa y sin decir nada se lo alargó.

Narcís supo por la expresión del “pagés” reconvertido en matón que la cosa era seria. Manipuló el aparato, accedió al único SMS que almacenaba, y con parsimonia lo leyó;

“4 osos en remojo permanente, polvorones detrás”.

Devolvió el móvil al hombre con un lacónico;

Ya sabes...

E inmediatamente se hizo cargo de la gravedad de la situación, una situación que siempre, hasta hoy, había sabido evitar jugando con gran habilidad sus cartas. Mantener el equilibrio entre comerciar con alguien mucho más poderoso que él, que al fin y al cabo era solo un chico de pueblo venido a más, y mantenerlo a raya, alejado e ignorante de sus “secretos” comerciales era ciertamente una tarea titánica.
Desde luego él no era alguien que se amedrentase fácilmente, jugaría todas sus bazas. Si tenía que caer un gobierno, incluso todo un estado; caería.

La decisión estaba tomada, y tres horas después, mientras las Alcina, los niños y Florià disfrutaban, ajenos a toda la movida, de las atracciones del parque, Narcís volaba con Egyptair al aeropuerto de Civil en Khartoum.

Mientras Narcís se tomaba un “Ballantine's” largo con hielo, a su lado, durmiendo como un angelito, el Panotxa soñaba corriendo tras jovencitas negras como el carbón cabalgando ovejitas blancas como la coca.
 
He recibido un "aviso" de la mal llamada Santa Sede -que de santa tiene poco- advirtiéndome que no me mete en sus asuntos ni en broma, de modo que me dispongo a darles más caña sacando a la luz sus "demoníacos" trajines. De momento tengo colocados micrófonos en la mismísima habitación del jefe supremo de los hombres de la gran bragueta y estoy dándole vueltas a como transcribir lo
captado sin herir susceptibilidades. Paciéncia.

Esto empezó con la intención de ser una inocente c aricatura de los trapicheos de don "Pere Navarro" y va ha acabar siendo un "merdé" generalizado.

Claro, estúpido de mí. ¿Es que hay algo realmente inocente?.
 
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