muuuuucha envidia me da

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Doce meses, 73.000km con mucho barro, sudor, mal de altura, encuentros cercanos con osos y otras experiencias similares... seguramente esto no hace parte de la idea que mucha gente tiene de cómo pasar unas vacaciones, pero nosotros siempre hemos tendido a hacer las cosas de una manera distinta.

Somos la familia Cooper de Nueva Zelanda, Garth (padre) oficial de policía, Sandra (madre) profesora, Nadine (hija, 6 años) y Frank (hijo, 4 años), dejamos Nueva Zelanda en octubre de 2005 con la esperanza de recorrer unos 60.000km desde Santiago de Chile hasta Dead Horse en Alaska, atravesando para ello 28 países. Esperábamos vivir la experiencia de nuestras vidas... al final tuvimos eso y mucho más.

Viajar en moto no es algo nuevo para nosotros, Sandra y yo habíamos realizado previamente un viaje desde Londres, hasta ciudad del Cabo en Sudáfrica, cruzando el desierto del Sahara y las selvas tropicales del continente, como si eso no fuera suficiente, tiempo después regresamos a Inglaterra y a bordo de una XT600, nos lanzamos a una nueva aventura a través del Medio Oriente y Asia hasta llegar a Singapur; el último viaje había sido por Australia, continente que atravesamos de este a oeste y de norte a sur, con la única diferencia de que esa vez nos acompañaron nuestros pequeños hijos, Nadine y Frank.

Partimos desde Chile con nuestras motos, una XT225 y una XT600 que fueron especialmente acondicionadas para llevar los niños, la carpa y el resto del equipaje, seguimos hacia el este, cruzando los Andes hasta Argentina, luego hacia Bolivia, Perú y Ecuador y luego de vuelta hacia Ushuaia, para desde allí subir hasta Buenos Aires, Brasil, cruzar el Amazonas, Venezuela, Colombia y Panamá desde donde continuamos hacia Estados Unidos atravesando América Central.

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Los primeros dos meses del viaje fueron una prueba para mi relación con Sandra y para la resistencia de los niños. Frank viajaba con mi esposa y Nadine conmigo, como es de suponer, no había demasiado espacio para moverse. Yo creo que podemos considerarnos muy afortunados por estar todavía juntos porque la verdad sub-estimamos cuán difícil sería esta aventura realmente, tener los niños con nosotros las 24 horas del día los 7 días de la semana sin colegio, abuelos, ni amigos, implicó que no teníamos ni un minuto de descanso para nosotros, además solo teníamos una carpa para tres personas en la que debíamos dormir los cuatro sin contar con todo nuestro equipaje, al final resultó bastante apretado, más aún porque no tuvimos en cuenta cuánto crecerían los niños durante el viaje.

Casi todo el tiempo estábamos en movimiento, pasamos unas 280 noches acampando en cualquier campo por ahí o en los jardines de algunas casas que nos hospedaban, estuvimos con todo tipo de personas que nos recibieron en sus casas, familias que tenían dos y tres sirvientes y otras que no tenían nada, pero todos por igual nos ayudaron en todo lo que pudieron.

Brasil fue el país en el que por primera vez estuvimos a punto de rendirnos, había una ruta (si es que se puede llamar así) que va de Puerto Velho hasta Manaos, y que al parecer no ha sido usada desde 1986, nos habían dicho que deberíamos poder recorrer ese trayecto en dos días, sin embargo, el barro era tan espeso que estuvimos atrapados durante cinco días, tres de ellos prácticamente sin nada de comida. Mientras Sandra y yo cortábamos pedazos de árboles para usarlos como palancas y sacar las motos del barro, Frank y Nadine hicieron lo que los pequeños saben hacer: jugar en el barro, nosotros pasábamos trabajos y ellos se divertían a lo grande. De hecho, creo que fue probablemente uno de los mejores momentos de todo el viaje para ellos, y uno de los peores para nosotros.

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De Perú recuerdo dos anécdotas en particular, la primera ocurrió la noche de navidad, que pasamos cerca de Tingo María, una pequeña población ubicada en el este de la Cordillera de los Andes, estábamos arreglando las luces navideñas en el campamento, cuando de repente todo se apagó completamente, las baterías de nuestras motos se habían agotado. La mayor preocupación de Frank y Nadine era que Santa Claus no los podría encontrar, pero obviamente Santa llegó muy puntual, lo que no pudo fue revivir nuestras baterías. En otra ocasión, llegamos a un restaurante (uso esta palabra más bien a la ligera), con el piso de tierra y unos pocos palos quemándose en una especie de fogón puesto en una esquina oscura, en el que prodigiosamente cocinaban los alimentos, uno de ellos precisamente, correteaba bajo la mesa y la tarea de los niños fue atrapar el pequeño cuy para dárselo a la cocinera. Todos comimos, los niños no tuvieron problema con eso, entendían que de no hacerlo, no tendrían nada más para comer aquella noche, y es que con la comida siempre estuvimos en un equilibrio algo delicado pues no siempre hallábamos cosas "normales". No teníamos un presupuesto millonario, vivíamos sencillamente, pero es increíble como se adapta uno a las circunstancias cuando se pone en una situación como esta. Aquella noche no pasó nada pero en varias ocasiones resultamos intoxicados, a pesar de esto nuestro espíritu nunca se quebrantó.

En Ecuador pasamos uno de los sustos más grandes cuando fuimos abordados por las fuerzas especiales de la policía una noche mientras nos preparábamos para dormir en un campo en medio de la nada, varias siluetas armadas hasta los dientes y con unas enormes y potentes linternas se acercaron a nosotros, no teníamos ni idea de lo que estaba pasando, así que yo me fui caminando hacia ellos con las manos en la nuca, tratando de explicarles con mi mejor español posible (si es que eso existe) que éramos mamá, papá y dos hijos. Finalmente aquella noche terminamos hospedados en la estación de policía.
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En contraste, Colombia fue el país que más nos sorprendió entre las 28 naciones que recorrimos en nuestro viaje. En principio estábamos muy preocupados, nuestras familias nos pidieron que no entráramos, pero una vez allí no podíamos creer cuan amable eran todas las personas con nosotros, la hospitalidad fue increíble, nos quedamos con unas familias maravillosas. Los paisajes eran además fantásticos con sus selvas y desiertos, con las montañas, los sitios arqueológicos, los pueblos y las playas del mar. Las carreteras eran un verdadero placer aún con nuestras motos cargadas hasta el tope; Incolmotos-Yamaha nos recibió como si fuéramos de la casa y en Medellín desarmaron por completo nuestras motos y las volvieron a dejar como nuevas para continuar nuestro viaje, incluso uno de los mecánicos nos llevó a su casa y nos dejó su cuarto para que pudiéramos pasar la noche. Esta y otras experiencias similares, son las que hicieron de nuestro paso por Colombia uno de los más memorables de todo el camino, y es también una de las razones por las que preferimos hacernos nuestra propia opinión antes que confiar en lo que digan los medios de prensa.

En algunas ocasiones, sin embargo nos habría gustado no embarcarnos en este viaje, como cuando nos robaron en Panamá, una noche mientras dormíamos en la carpa. Alguien cortó la parte trasera de la tienda y consiguió sacar todo nuestro equipo de fotografía. Esa fue una de aquellas ocasiones en las que nos alegramos de tener un sueño profundo, si ellos usaron un cuchillo para cortar la carpa, seguramente no les habría dado mucho trabajo usarlo con alguno de nosotros.
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Al llegar a los Estados Unidos, tuvimos la oportunidad de vivir otras de las experiencias que más nos marcaron en el viaje, allí las temperaturas extremas fueron un gran tema, tuvimos toneladas de nieve en los Andes y Frank vomitó varias veces en las áreas desérticas de Argentina donde las temperaturas estaban por encima de los 50ºC, pero el record de calor se quedó en el Valle de la Muerte (USA) donde el termómetro marcó 61ºC, ninguno de nosotros pudo con eso, ni nuestros cuerpos ni nuestras motos que se recalentaron y para tratar de bajarles la temperatura tuvimos que llenar nuestras camisas con montones de hielo y dejarlo derretir sobre los motores, es complicado describir lo que se siente con ese calor, no se puede dormir, no se puede ni siquiera sentarse en el piso, al final tuvimos que pasar la noche en un lugar convenientemente llamado Furnace Creek (Riachuelo Caldera).

En California tuvimos además el encuentro más cercano con un oso, ocurrió en el parque nacional Yosemite, cerca de las 11:30pm. De repente unos extraños ruidos nos despertaron, yo encendí la linterna y me asomé por un borde de la tienda para encontrarme casi de frente con un enorme oso negro que jugaba despreocupadamente con la XT 225 de Sandra, la movía como si fuera un oso de peluche, la gasolina saltaba del depósito y mientras tanto, nosotros permanecíamos refugiados en la tienda con paredes de 1mm de espesor (valiente consuelo) rezando para que no se le ocurriera venir hacia nosotros. Todo este asunto de los osos fue bastante inquietante, a lo largo de nuestro trayecto por Canadá y Alaska nos encontramos aproximadamente con unos 16 y algunos de ellos eran realmente enormes, de unos 600kg y más de 3m, eran enormes e increíbles, por ellos debíamos mantener la comida en bolsas resellables, colgadas de los árboles lejos del lugar donde acampábamos, y además nos tocaba cocinar en el camino antes de llegar al lugar donde pasaríamos la noche, es cierto que compramos unas latas de spray anti-osos, pero quien sabe qué tan efectivas pudieran ser realmente.
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Cuando llegamos a Alaska, que desde el inicio había sido nuestra meta final, estábamos a punto de tirar la toalla, contentos pero exhaustos, y estando allí, todos acordamos que queríamos continuar hasta completar los últimos 12.000km que quedaban hasta Nueva York. Cuando finalmente llegamos a la gran manzana, nos sentíamos todos como niños pequeños en una enorme dulcería, fue una sensación fantástica haber completado este increíble viaje en familia, tal vez pudimos haber hecho mejor algunas cosas, pero de poder regresar el tiempo, ninguno de nosotros cambiaría absolutamente nada del año anterior.

Recorrimos unos 26.000km de destapado a través de todo tipo de caminos, todos llegamos más allá de nuestro límite, las motos también por supuesto, los chasis se reventaron en no pocas ocasiones, Sandra reventó dos neumáticos y un rin, y mi moto estuvo en un punto, completamente sumergida por una inundación en Perú. Pero lo más importante es que esta experiencia abrió las mentes de los niños, no tuvieron que leer un libro para averiguar sobre las plantaciones de café o azúcar, vieron osos pescando salmones en el río, víboras verdaderas, pumas, armadillos, glaciares de más de 60 metros, habitantes autóctonos de cada región del continente, todo lo tuvieron allí frente a ellos. Obviamente tuvieron sus buenas rabietas, pero la alegría de los niños fue una constante durante el viaje. Inicialmente les resultó muy difícil estar lejos de sus amigos y sus juguetes (llevaban uno solo para cada uno), sin embargo rápidamente aprendieron a improvisar; todo lo que encontraban en el piso era susceptible de ser usado como el más variado artilugio, siempre útil para representar cosas que habían visto el día o la semana anterior, así como eran los niños antes que los juegos de computador y la TV les alienaran las mentes.

De nueva York regresamos a casa en avión y como las buenas costumbres no se pierden, lo primero que hicimos al llegar a casa fue dormir en las sillas del aeropuerto de Auckland, siempre el camino más duro es el que más recompensas te da. Luego fuimos a llenar la nevera con todas las cosas que solo se consiguen en Nueva Zelanda, regresamos a nuestras vidas normales, pero la semilla para el próximo viaje en familia ya está sembrada. DM

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Yo que para mi tengo un espiritu aventurero y por suerte he viajado mucho , después de leer este tipo de aventuras.... Olé olé olé! Hay gente con un par.... ;)
 
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