
(…)
Me acerqué más a Úrsula y le pasé un brazo alrededor, acariciando el pelo con la mano.
-¿Qué quieres? –me dijo con una mirada suspicaz.
-¿Qué qué quiero? Nada.
Ella soltó un “Mmmmmm” poco convencido, pero se bajó para apoyar su cabeza en mi pecho, con la mirada en el libro que ahora tenía apoyado en el estómago. Seguí acariciando su pelo con los dedos y miré las páginas.
-¿Te parece que mi pol.a está bien de tamaño?
-¿Dónde pone eso?
-Humor. Qué bien. Te lo estoy preguntando: ¿te parece que mi pol.a está bien de tamaño?
-No digas esa palabra. ¿No puedes decir “pito”?
-“Pito” no me gusta. “Pito” es infantil o cómico; “pol.a” es crudo y primitivo. Lo que se usa para practicar sexo palpitante, jadeante, delirante, que te hace perder el sentido, es la pol.a. El pito es de lo que cuchichean la niñas de doce años; no hay más que un paso de “pito” a “pilila”, y una vez ahí ya nos daría lo mismo empezar a hacerlo con tubos de ensayo. En todo caso, es mi pol.a, y eso me da derecho a decidir; tú me obligas a decir “pechos”.
-Porque “tetas” suena ofensivo.
-Te equivocas. Tetas es puro sexo; la “t” es una consonante linguo dental oclusiva, y además aspirada, creo. Eso para empezar, y luego acabas con una “s” fuertemente fricativa, cuya sibilancia puedes prolongar todo el tiempo que tus nervios resistan.
-Oooh, para ya, me vas a poner cachonda.
-Mientras que los “pechos”, por el contrario, se limitan a suministrar leche a los recién nacidos.
-Tonterías. Los pechos son preciosos, las tetas son lo que las inglesas se sacan y menean en las fiestas.
-Estás equivocada. No es culpa tuya, por supuesto, pero estás equivocada.
-Puedes sobrevivir a ese “estás equivocada”. Pero si le añades esa mierda paternalista del “no es culpa tuya”, estás pidiendo que te mate a puñetazos en la cara.
-Son tus palabras inglesas. Tu inglés es soberbio; tu comprensión es asombrosa y apenas cometes algún error ocasional…
-¿Qué error?
-Sólo alguno ocasional.
-¿En qué ocasión?
-Mmm, en este momento no recuerdo ninguno.
-Ah.
-Vale, vale, nunca cometes ningún error. Dios. Pero la cuestión es que nunca pillas la esencia del lenguaje. No a un nivel puramente instintivo.
-Los dos preferimos “coño”.
-Sí, eso es cierto. Pero de vez en cuando se te escapa la palabra “vagina”. Es horrible, horrible. Es un término médico. Que uses “vagina” en un momento crucial puede tener un efecto muy desmotivador sobre mi.
-¿Por qué no me lo habías dicho?
-Nunca parecía presentarse el momento oportuno.
-Pues entonces, de acuerdo –cerró el libro y lo dejó en la mesilla de noche-. Intentaré acordarme de no usar “vagina” en un futuro. Buenas noches.
Me besó la mejilla y apagó la luz.
-Espera. ¿Y mi pol.a? –dije volviendo a encender la luz-. No me has contestado. ¿Intentas evitar el tema?
-¿Qué?
-Te preguntaba si te parecía bien de tamaño.
-Ah, sí. Está bien. ¿Ya podemos dormirnos? –y volvió a apagar la luz.
Nos pegamos el uno al otro, en la misma dirección, de manera que yo la abrazaba y mi nariz cosquilleaba en su oreja. Durante un minuto más o menos flotamos en las oleadas cálidas y rítmicas de nuestra respiración.
-¿No lo dices por decir? –susurré.
-¿Eh? Ah…, no, no lo digo por decir. En serio, tu pito está bien.
-Vale.
Le apreté la mano y dejé que las cosas se calmaran un ratito antes repreguntar, para asegurarme:
-¿Qué quieres decir con “bien”?
-Quiero decir que tienes un pito “bien”. Que está “bien”.
-Sí, ya lo sé. Pero no es una palabra muy estimulante, ¿verdad? Es lo que uno dice cuando no le ha gustado la sopa y quiere ser educado. No es ni “genial”, ni “fantástico”, ni “espléndido”.
-¿Quién coño diría “Tu pito es espléndido”
-¿Quién coño diría “Tu pito está bien”?
-Ay, por amor de Dios. Me has preguntado si está bien de tamaño, y lo está. ¿Qué quieres que te diga? Está bien; no es muy pequeño, ni muy grande…
-Alto ahí, ¿”no es muy grande”?
-No, no es muy grande.
Encendí la luz de nuevo y me senté en la cama.
-O sea que lo que estás diciendo es, a ver si lo he entendido bien, que no tengo una pol.a muy grande.
-Pues sí; y eso es bueno.
Me quedé mirándola en silencio durante lo que me pareció un millón de años.
-No. Ahora sí que me he perdido por completo.
-¿Para qué quiero que sea grande? Sólo me produciría dolor. ¿Qué sentido tiene que sea impresionante sino me sirve para nada?
-O sea, que no es impresionante. Y ahora, ¿te apetecería clavarme unas tijeras en el pecho?
-Me lo estoy pensando…Mira, yo no he dicho que tu pito sea insignificante; está bien…
-Sí, claro, “bien”.
-…está bien. Es espléndido, podría pasarme horas sin dejar de mirarlo, de verdad, pero lo que estoy diciendo es que es un tamaño que me va bien, físicamente, cuando lo ponemos en práctica, eso es todo. A mí, personalmente, no me gustaría que fuera más grande.
-Genial. O sea que opinas que es diminuto, pero por lo menos no te resulta incómodo. Fantástico. Genial. Tengo un pene “cómodo”, “portátil”, de los que no quitan el apetito. Me puedo imaginar a todas las mujeres del mundo realmente enardecidas con la idea. “Oh, mira, un pene de bolsillo”.
-Espera un segundo. ¿A ti qué te importa lo que puedan pensar las demás mujeres? ¿Qué estás diciendo exactamente?
-Ah, no intentes darle la vuelta. No te voy a permitir que manipules mi argumento. ¿Recuerdas el día que volviste del peluquero toda deprimida por cómo te había quedado el pelo? Y me preguntaste si me parecía que estaba horroroso, ¿verdad?, y yo te dije que daba igual que estuvieras guapa o no, porque yo te quería lo mismo y no me importaba lo que opinaran el resto de los hombres. ¿Recuerdas? Sí, exactamente. Explotaste como una puñetera granada de mano.
-¿Y qué…? Eso no es ni remotamente lo mismo. Tú no tienes el pito en la cabeza, ¿verdad? Se trataba de mi pelo, por el amor de Dios. Es algo muy evidente. Afecta a la imagen que tengo de mí misma. Tú no tienes que enseñarle tu pito a cada persona con la que te cruzas a lo largo del día. A no ser que tu nuevo trabajo incluya algunas responsabilidades que has tenido buen cuidado de ocultarme.
-Pero el pene es mucho más importante para la autoestima que el corte de pelo. Dios, no hay punto de comparación. Para empezar, el pene es para siempre. No puedes elegir el pene en una revista. No puedo entrar en una tienda con una foto de Errol Flynn y decir: “Quiero una como la de éste, por favor”. No puedo mirarlo con tristeza y decir: “Vaya, tan corto no me queda bien, pero ya crecerá”. Estamos hablando de la inalterable definición de mi virilidad, por eso lo llamamos nuestra virilidad. Es absolutamente vital para mi autoestima: ¡yo soy mi pene!
-Necesitas asistencia psiquiátrica urgente. No puedo creer que estemos teniendo esta conversación. ¿Qué hora es ya? Dios mío, la hora que es. Mañana tengo que ir a trabajar, necesito dormir y lo que hago es discutir con un caso clínico: paciente M, el hombre que cree que es su pene. Vamos a olvidarlo todo, ¿de acuerdo? Necesito dormir un rato. Imagínate que me preguntaste por tu pito y yo dije: “Pel, tu pito es gigantesco”, y los dos nos podemos ir a dormir.
-No seas tonta. No hay manera de que haga como que no he oído todo lo que has dicho. Mi diminuto pene a salido a la luz y no podemos ocultarlo otra vez. No me queda más remedio que vivir con ello. Para siempre –alargué la mano y volví a apagar la luz, me enrollé en el edredón, me acurruqué y me giré dándole la espalda.
Oí a Úrsula suspirar en la oscuridad.
-Ya estás enfadado, ¿verdad? Vas a estar enfadado durante días.
-No estoy enfadado.
-Vale, no estás enfadado.
-No estoy enfadado.
Úrsula hizo un ruidito con los labios y se acercó a mi espalda. Me dio un beso en la nuca, dijo “Buenas noches” y se quedó allí, disminuyendo el ritmo de su respiración gradualmente hasta alcanzar el compás relajado de una persona dormida.
Yo me quedé en silencio (salvo por algún suspiro involuntario, largo y afligido) y soporté mi horrible sufrimiento sin rechistar. Sin pedir otra cosa que la soledad sin palabras en la que enfrentarme solo a mi dolor. Así aprenderá.
(Desconozco autor)
