Prólogo.

perulero

Curveando
Registrado
31 Dic 2005
Mensajes
3.511
Puntos
113
Ubicación
Consuegra
  Hola que hay. Ya en la oscuridad de la noche pasada, he decidido releer, como tengo habitualmente tradición de hacer. En uno de los doce meses de cada intervalo de tiempo (al que las gentes le dan nombre de año, para hacer subconjunto de curso o transcursos del tiempo.) la novela de don miguel de Unamuno “Niebla”.
En esta oportunidad que, me da la bóveda celeste, he empezado leyendo, lo que habitualmente no hago, que no es otra, que la parte inicial de un trabajo escrito por un autor distinto que hace la presentación y la valoración del autor de la obra en su conjunto.
Como ya conozco el tejido que forma esta Nivola que me gusta, al igual que ha sucedido con el prólogo realizado por Victor Goti de la novela Niebla. Es motivo por el que en un principio, me he dedicado a marcar con un rotulador las frases que me van gustando. En un momento en que lo he estado haciendo me he dicho ¡Si claro, ya esta! hago un duplicado de este encabezamiento,  para que lo leáis vosotras/os. Claro esta, siempre que os apetezca y dispongáis de los minutos precisos para leer.


Prólogo
 Se empeña don Miguel de Unamuno que ponga yo un prologo a este libro en que se relata la lamentable historia de mi buen amigo Augusto Pérez y su misteriosa muerte, y yo no puedo menos sino escribirlo, porque los deseos del señor Unamuno son para mí mandatos en la mas genuina acepción de este vocablo. Sin haber llegado yo al extremo de escepticismo hamletiano de mi pobre amigo Pérez, que llegó hasta de dudar de su propia existencia, estoy por lo menos firmemente persuadido de que carezco de eso que los psicólogos llaman libre albedrío, aunque para mi consuelo creo también que tampoco goza don Miguel de él.
    Parecerá acaso extraño a alguno de nuestros lectores que sea yo, un perfecto desconocido en la república de las letras españolas, quien prologué un libro de don Miguel, que es ya ventajosamente conocido en ella, cuando la costumbre es que sean los escritores más conocidos los que hagan los prólogos la presentación de aquellos otros que lo sean menos. Pero es que nos hemos puesto de acuerdo don Miguel y yo para aclarar esta perniciosa costumbre, invirtiendo los términos, y que sea el desconocido el que al conocido presente. Porque en rigor los libros mas se compran por el cuerpo texto que por el prólogo, y es natural, por tanto, que cuando un joven principiante, como yo, desea darse a conocer, en vez de pedir a un veterano de las letras que le escriba un prólogo de presentación, debe de rogarle que le permita ponérselo a una de sus obras. Y esto es a la vez resolver uno de los problemas de este eterno pleito de los jóvenes y los viejos.
    Unneme, además, no pocos lazos con don Miguel de Unamuno. Aparte que este señor saca a relucir en este libro, sea novela o nivela  -y conste que esto de la nivela es invención mía-, no pocos dichos y conversaciones con el malogrado Augusto Pérez tuve, y que narra también en ella la historia de mi tardío hijo Vectorcito, parece que tengo algún lejano parentesco con don Miguel, ya que mi apellido es el de uno de sus antepasados, según doctísimas investigaciones genealógicas de mi amigo Antolín S. Parrigópulos, tan conocido en el mundo de la erudición.
   Yo no puedo prever ni la acogida que esta nivola obtendrá de parte del público que lee a don Miguel, ni cómo se tomarán a este. Hace algún tiempo que vengo siguiendo con alguna atención la lucha que don Miguel ha entablado con la ingenuidad publica y estoy verdaderamente asombrado de lo profunda y candida que es ésta. Con ocasión de sus artículos en el Mundo Gráfico y alguna otra publicación análoga, ha recibido don Miguel algunas cartas y recortes de periódicos de provincias que ponen de manifiesto los tesoros de candidez ingenua y simplicidad palomina que todavía se conservan en nuestro pueblo. Una vez que comentan aquella su frase que el Sr. Cervantes (don Miguel) no carecía de algún ingenio, y parece se escandalizaban de la irreverencia; otras se enternecen por esas sus melancólicas reflexiones sobre la caída de las hojas; ya se entusiasman por su grito ¡guerra a la guerra! Que le arranco ver el dolor de los hombres que se mueren aunque no los maten; ya producen aquel puñado de verdades no paradójicas que publicó después de haberlas recogido por todos los cafés, círculos y cotarrillos, donde andaban podridas de puro manoseadas y hendiendo a ramplonería ambiente, por lo que las reconocieron como suyas los que las reprodujeron, y hasta ha habido palomilla sin hiel que se ha imaginado que este logómaco de don Miguel escriba algunas veces Kultura con K mayúscula, y después de atribuirse habilidad para inventar amenidades, reconozca ser incapaz de producir colmos y juegos de palabras.
   Y menos mal que ese ingenuo público no parece haberse dado cuenta de alguna otra de las diabluras de don Miguel, a quien a menudo le pasa lo de pasarse de listo, como aquello de escribir un articulo y luego subrayar al azar unas palabras cualesquiera de él, invirtiendo las cuartillas para no poder fijarse en cuáles lo hacia. Cuando me contó, le pregunté por que había hecho eso y me dijo:
<<!Que se yo… por buen humor!  ¡Por hacer una pirueta!  ¡Ah además porque me encocoran y ponen de mal humor los subrayados y las palabras en bastardilla!  ¡Eso es insultar al lector, es llamarle torpe, es decirle: fíjate, hombre, fíjate, que aquí hay una intención!  ¡Y por eso le recomendaba yo a un señor que escribiese sus artículos todo en bastardilla para que el publico se diese cuneta que eran intencionadísimos desde la primera palabra a la última!  Eso es la pantomima de los escritores; querer sustituir en ellos con el gesto lo que no se expresa con el acento y entonación. Y fíjate amigo Víctor, en los periódicos como abusan de la bastardilla, de la versalita, de las mayúsculas, de las admiraciones y de todos los recursos tipográficos.  ¡Pantomima, Pantomima, Pantomima!  Tal es la simplicidad de sus medios de expresión, o más bien, tal es la consecuencia que tienen de la ingenua simplicidad de sus lectores. Y hay que acabar con esta ingenuidad.>>
   Otras veces le he oído establecer a don Miguel que eso que se llama por ahí humorismo, el legítimo, ni a prendido en España apenas, ni es fácil que en ella prenda en mucho tiempo. Los que aquí se llaman humoristas, dice, son sátiros unas veces y otras irónicos, cuando no puramente festivos. Llamar humorista a Tabeada, verbigracia, es abusar del termino. Y no hay nada menos humorístico que la sátira áspera, pero clara y transparente, de Quevedo, en la que se ve el sermón enseguida. Como humorista no hemos tenido más que a Cervantes, y si este levantara la cabeza, ¡cómo habría de reírse –me decía don Miguel- de los que se indignaron que yo le reconociera ingenio, y, sobre todo, cómo más sutiles tomaduras de pelo! Porque es indudable que entraba en la burla –burla muy en serio- que los libros de caballería hacía el remendar el estilos de estos y aquellos de <<no bien el rubicundo Febo, etc.>>, que como modelo de estilo presentan algunos barroquismo literario. Y no digamos nada de aquello de tomar por un modismo lo de <<la del alba seria>>, con que empieza un capitulo cuando el anterior acaba con la palabra hora.
   Nuestro público, como todo público poco culto, es naturalmente receloso, lo mismo que es nuestro pueblo. Aquí nadie quiere que le tomen el pelo, ni hacer el primo, ni que se queden con él, y así, en cuanto alguien le habla, quiere saber desde luego a qué atenerse o si lo hace en broma o en serio. Dudo que en otro pueblo alguno moleste tanto el que se mezclen las burlas con las veras, y en cuanto a eso que no se sepa bien si una cosa va o no en serio, ¿Quién de nosotros lo soporta? Y es mucho más difícil que un receloso español de término medio se dé cuenta de que una cosa está dicha en serio y en broma a la vez, de veras y de burlas, y bajo el mismo respecto.


*Queda aun unas páginas [smiley=tongue.gif], por lo que [smiley=laugh.gif], me tomo un respiro [smiley=beer.gif] y pongo más tarde lo que queda de esto ;).​

   Don Miguel tiene la preocupación del bufo trágico, hi me ha dicho más de una vez que no quisiera morirse sin haber escrito una bufonada trágica o una tragedia bufa, pero no en lo que bufo o grotesco y lo trágico este mezclados o yuxtapuestos, sino fundidos y confundidos en uno. Y como yo le hiciese observar que eso no es sino el más desenfrenado, romanticismo, me contesto: <<No lo niego, pero con poner motes a las cosas no se resuelve nada. A pesar de mis más de veinte años de profesar la enseñanza de los clásicos, el clasicismo que se opone al romanticismo no me ha entrado. Dicen que lo helénico es distinguir, definir, separar, pues lo mió es indefinir, confundir.>>
   Y el fondo esto no es más que una concepción, o mejor aun que concepción, un sentimiento de la vida que no me atrevo a llamar pesimista porque se que esta palabra no le gusta a don Miguel. Es su idea fija, monomaníaca,  de que si su alma no es inmortal y no lo son las almas de los demás hombres y aun de todas las cosas, e inmortales en el sentido mismo en que las creían así, nada vale nada ni hay esfuerzo que merezca la pena. Y de aquí la doctrina del tedio de Leopardo después que pereció su engaño extremo,

                                                                              Ch´io eterno mi credea

de creerse eterno. Y esto explica que tres de los autores más favoritos de don Miguel sean Sénancour, Quintal y leopardi.
   Pero este adusto y áspero humorismo confusionista, además de herir la recelosidad de nuestras gentes, que quieren saber desde que uno se dirige a ellas a que atenerse, molesta a no pocos. Quieren reírse, pero es para hacer mejor la digestión y para distraer las penas, no para devolver lo que indebidamente se hubiesen tragado y que puede indigestarles, ni mucho menos para digerir las penas. Y don Miguel se empeña en que si se ha de hacer reír a las gentes, debe ser no para que con las contracciones del diafragma ayuden a la digestión, sino para que vomiten lo que hubieran engullido, pues se ve más claro el sentido de la vida y del universo con el estomago vacio de golosinas y excesivos manjares. Y no admite eso de la ironía sin hiel del humorismo discreto, pues dice donde no hay alguna hiel no hay ironía y que la discreción esta reñida con el humorismo, o, como él se complace en llamarle; malhumorismo.
   Todo lo cual le lleva a una tarea muy desagradable y poco agradecida, de la que se dice que no es sino un mensaje de la ingenuidad pública, a ver si el ingenio colectivo de nuestro pueblo se ve agudizado y sutilizado poco a poco. Porque le saca de sus casillas en que le digan que nuestro pueblo se va agudizando y sutilizando poco a poco. Porque le saca de sus casillas el que digan que nuestro pueblo, sobre todo el meridional, es ingenioso. <<Pueblo que se recrea con las corridas de toros y halla variedad y amenidad en ese espectáculo sencillísimo está juzgando en cuanto a mentalidad>>, dice. Y agrega que no puede haber mentalidad más simple y más córnea que la de un aficionado. ¡Vaya usted con paradojas más o menos humorísticas al que acaba de entusiasmarse con una estocada de Vicente Pastor! Y abomina del género festivo de los revisteros de toros, sacerdotes del juego de vocablos y toda la bazofia del ingenio de puchero.
   Si  a esto se añade los juegos de conceptos metafísicos en que se complace, se considerara que hay mucha gentes que se aparten del disgusto de su lectura, los unos porque tales cosas les levantan dolor de cabeza, y los otros porque, atentos a lo de que sancta sancte trachanda sunt, lo santo a de tratarse santamente, estiman que esos conceptos no deben de dar materia para burlas y juguetes. Más él dice a esto que no sabe por qué han de pretender que se trate en serio ciertas cosas los hijos espirituales de quienes se burlaron de las más santas, es decir, de las más consoladoras creencias y esperanzas de sus hermanos. Si ha habido quien se ha burlado de Dios, ¿por qué no hemos de burlarnos de quien se han burlado de la Razón, de la Ciencia y hasta de la Verdad?  Y si nos han arrebatado nuestra más cara y más íntima esperanza vital, ¿por qué no hemos de confundirlo todo para matar el tiempo y la eternidad y para vengarnos?
   Fácil es también que salga diciendo alguno que hay en este libro pasajes escabrosos, o, si se quiere, pornográficos; pero ya don Miguel ha tenido bien cuidado de hacernos decir algo a mí al respecto del curso de esta nivola. Y esta dispuesto a protestar de esa imputación y ha sostener que las crudezas que aquí puedan hallarse, ni llevan intención de alagar apetitos de la carne pecadora, ni tienen otro objetivo que ser punto de arranque imaginativo de otras consideraciones.
   Su repulsión a toda forma de pornografía es bien conocida por cuantos le conocen. Y no sólo por las corrientes razones morales, sino porque estima que la preocupación libidinosa es lo que más estraga la inteligencia. Los escritores pornográficos, o simplemente eróticos, les parecen los menos inteligentes, los más tontos, en fin. Le he oído decir que de los tres vicios de la clásica terna de ellos: las mujeres, el juego y el vino, los dos primeros estropean más la mente que el tercero. Y conste que don Miguel no veve más que agua.
<<A un borracho se le puede hablar –me decía una vez- y hasta dice cosas, pero ¿quien resiste la conversación de un jugador o un mujeriego? No hay por debajo de ella sino la de un aficionado a toros, colmo y capote de la estupidez.>>
 
** Que buen ya me queda poco :).  :DPero me doy un respiro para beber agua [smiley=bath.gif]. Hala enseguida vuelvo ;).​

   No me extraña a mí, por otra parte este consorcio de lo erótico con lo metafísico, pues creo saber que nuestros pueblos empiezan siendo, como nuestra literatura nos lo muestran, guerreros y religiosos, para pasar más tarde a eróticos y metafísicos. El culto a la mujer coincidió con el culto a las sutilezas conceptistas. En el albor espiritual de nuestros pueblos, en efecto, en la edad media, la sociedad bárbara sostenía la exaltación religiosa y aun mística y la guerrera –La espada lleva la cruz en el puño-; pero la mujer ocupaba muy poco y muy secundario lugar en su imaginación, y en los claustros conventuales. Lo erótico y lo metafísico se desarrollan a  la par. La religión es guerrera; la metafísica es erótica y voluptuosa.
   Es la religiosidad lo que hace al hombre ser belicoso o combativo, o bien es la combatividad la que le hace religioso, y por otro lado es el instinto metafísico, la curiosidad de saber lo que no nos importa, el pecado original, en fin, lo que hace sensual al hombre, o bien es la sensualidad la que, como a Eva, le despierta el mal. Y luego hay la mística, una metafísica de la religión que nace de la sensualidad de la combatividad.
   Bien sabia esto aquella cortesana ateniense Teodota, de que Jenofontes no cuenta en sus recuerdos la conversación que con Sócrates tuvo, y que proponía al filosofo, encantada de su modo de investigar, o más de partear la verdad, que se convirtiera en celestino de ella y le ayudase a cazar amigos. (Synthérrates, concazador, dice el texto, según don Miguel, profesor de griego, que es a quien debo esta interesantísima y reveladora noticia.) Y en toda aquella interesantísima conversación entre Teodota, la cortesana, y Sacrates, el filósofo partero, se ve bien claro el íntimo parentesco que hay entre ambos oficios, y como la filosofía es en grande y buena parte lenocinio, y el lenocinio es también filosofía.
   Y si todo esto no es así como digo, no se me negará al menos que es ingenioso, y basta.
   No se me oculta, por otra parte, que no estará conforme con esa mi distinción entre religioso y belicosidad de un lado y filosofía y erótica de otro, mi querido maestro don Fulgencio Entreambosmares del Aquilón, de quien don Miguel ha dado tan circunstanciada noticia de su novela o nivola Amor y pedagogía. Presumo que el ilustre autor del Art magna combinatoria establecerá: una religión guerrera y una religión erótica, una metafísica guerrera y otra erótica, un erotismo religioso y un erotismo metafísico, y otro religioso, y, por otra parte, una religión metafísica y una metafísica religiosa, un erotismo guerrero y un belicosísimo erótico; todo esto aparte de la religión religiosa, la metafísica, el erotismo erótico y el belicosísimo belicoso. Lo que hace dieciséis combinaciones binarias.  ¡Y no digo nada de las ternarias de genero; verbigracias, de una religión metafísico-erótica o de una metafísica guerrero-religiosa! Pero ya no tengo ni el inagotable ingenio combinatorio de don Flujencio ni menos el ímpetu confusionista e indefinicionista de don Miguel.
   Mucho se me ocurre atañedero al inesperado final de este relato y la versión que en él da don Miguel de mi desgraciado amigo Augusto, versión que estimo errónea; pero no es cosa que me ponga yo ahora aquí  a discutir en este prólogo con mi prologado. Pero debo hacer constar en descargo de mi consciencia que estoy profundamente convencido de que Augusto Pérez, cumpliendo el propósito de suicidarse, que me comunicó en la ultima entrevista que con él tuve, se suicido realmente y de hecho, y no solo idealmente y de deseo. Creo tener pruebas fehacientes en apoyo de mi opinión; tantas y tales pruebas, que deja de ser opinión para llegar a conocimiento.
   Y con esto acabo.

*** Y yo también :D, que ya esta bien :o :P :o.  ;D ;D ;DHala hasta luego [smiley=vrolijk_26.gif].​
 
 
Atrás
Arriba