SantiRD
Acelerando
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Estos días celebro el primer aniversario de la entrada en mi garaje de mi BMW K1200 GT. La historia es muy sencilla: cuando la compró Miguel le dije ‘El día que la vendas me avisas’. Pasados unos años me avisó y el resto os lo podéis imaginar…
La BMW arrinconó en el garaje a mi fiel Honda VFR 750 F roja y con llantas doradas del ’91, la estrené en octubre de ese año y hasta entonces había sido la compañera de aventuras mía y de mi mujer. Hace 19 años, cuando nació mi hija, su uso pasó de ser de habitual a esporádico: algún Pingüinos que otro, un par de bajadas a Jerez (hasta entonces llevábamos 8 consecutivas), ir a comprar el pan a 150 km, alguna salida que otra con los amiguetes... y casi siempre sólo, nos era extremadamente difícil ‘colocar’ unas horas a la niña para disfrutar en pareja. Ahora, con las mencionadas 19 primaveras de la niña, hemos retomado el placer de viajar en moto juntos.
Y después de esta breve introducción vamos al grano. Trasnochar el sábado a partir de ciertas edades es lo que tiene: el domingo por la tarde te quedas sobado en el sofá después de ver Moto GP y comer, te despiertas, trasteas un rato con el ordenador y a esperar a la cena. Tras deambular un rato por casa sin hacer nada bajo al garaje, recojo la ropa de moto y casco y antes de apagar la luz me doy la vuelta, miro la Honda debajo de su funda, me paro y me pregunto ¿por qué no?
Si no recuerdo mal llevaba unos 10 meses sin arrancarla a si que ¡manos a la obra! Fuera funda y antirrobos, abro el grifo de gasolina, desconecto el mantenedor de batería, le pego al botón y… no arranca. Que raro, nunca tuvo problemas para arrancar incluso después de algún periodo prolongado sin hacerlo; 5 minutos y me fundo la batería intentándolo. Como dijo Terminator ‘No problemo’: cables de arranque al coche, botón rojo y… ¡la princesa cobra vida de nuevo! Sonrisa de oreja a oreja, me encanta volver a oír ese particular sonido del V4.
La dejo un rato calentándose, vuelvo a sacar cazadora, casco y guantes, me visto de romano y después de un año la VFR vuelve al asfalto. Salgo, acelero un poco más de lo normal y ¡PEDAZO DE CRUZADA! No sé el motivo, pero me acordé de aquella maravillosa Puch Cobra M82 con la que espantaba todas las liebres y conejos de los alrededores.
A lo tonto no salí de casa hasta las 20:30 por lo que solamente me hice unos 40 km a ritmo ligero, suficientes para rescatar un cúmulo de sensaciones de mi cerebro y poder comparar una moto con otra. Varías cosas:
La postura. La VFR no es precisamente una moto incómoda, pero al volver a subirse encima la primera sensación es como pasar de estar sentado en el sillón de la sala VIP de un aeropuerto a pasar a viajar en turista con Aeroflot. Te encuentras en posición rana con las piernas flexionadas, cargando el peso sobre las muñecas y con la cabeza levantada; contrasta con la postura de la BMW: espalda erguida, cabeza alta y manos flácidas sobre los puños (mucho más gordos, por cierto). Cuando trascurre un rato parece que el ‘efecto memoria’ se aplica sobre mis huesos y es como reencontrase con una vieja amiga… supongo que sabréis por donde voy.
El aire. Aquí tenemos un clarísimo punto a favor de la BMW, comparado con ésta el carenado de la VFR es como ir en tanga: tapa lo justo. Con la K1200 me he acostumbrado a ir con la pantalla del casco abierta la mayor parte del tiempo, oyendo música por el intercomunicador, guantes de entretiempo todo el año y el proteger el cuello con pañuelo o similares pasó a la historia, incluso una vez en la Morcuera me pillaron 5º con ropa de verano y sin embargo no iba mal del todo gracias al carenado. Hoy, bastante más abrigado que aquel día, a unos 13º sentía frío en las manos, en el cuello, en los pies… cuando vas en es First Class te acostumbras rápidamente a lo bueno.
Motor. Pues que queréis que os diga, a poco que mantengas en motor de la Honda un poco alegre no echo de menos los 50 cv de diferencia ¿Será por el peso, por la sensación de velocidad? No sé, supongo que en una ruta con la parienta y con las ‘bodegas’ a tope los extrañaría pero para 40 kilómetros en modo Flanders no. El motor de la BMW es fino, increíblemente lleno y potentísimo a cualquier régimen y en cualquier marcha te catapulta hacia delante a la mínima, sin vibraciones. La Honda se mantiene de una forma muy digna y a pesar de no montar cardan no notas ruidos ni vibraciones a bajo régimen.
Peso. Pues aquí empate, en parado mover la BMW es como intentar aparcar un furgoneta de reparto a empujones, es exageradamente pesada. Muy gratificante mover la VFR por el garaje, parece una bici. En marcha la BMW muta y no se nota el peso salvo en retorcidos puertos de montaña o en la ciudad, además las suspensiones se lo tragan todo y pillar un bache en curva con el Duolever y esas cosas no deja de ser una anécdota. Es curioso pero me ha dado yuyu negociar un poco rápido las rotondas con la Honda, con la BMW he rozado alguna vez las estriberas.
Los mandos. Curiosamente una de las cosas que más me ha llamado la atención es el desmesurado tamaño de las piñas y los botones de la teutuna, me gusta bastante más la delicada Honda en el tacto general de sus mandos: embrague de mantequilla y sin necesidad de separar la mano del puño para accionar algunos botones. Hace poco un amigo me dejo su Goldwing y me pasó lo mismo: accionamiento blando y sensación de calidad.
Y llegamos a las conclusiones: tengo que sacar a pasear a la abuela con más frecuencia, es increíble lo fina y bien que va una moto a pesar de los 25 años que tiene. Y lo de la BMW es otro cantar: comodidad, potencia infinita, protección, capacidad de carga, gadgets. Me siento afortunado de tener estas dos joyas en el garaje.
Gracias por leerme, v’ssss.
La BMW arrinconó en el garaje a mi fiel Honda VFR 750 F roja y con llantas doradas del ’91, la estrené en octubre de ese año y hasta entonces había sido la compañera de aventuras mía y de mi mujer. Hace 19 años, cuando nació mi hija, su uso pasó de ser de habitual a esporádico: algún Pingüinos que otro, un par de bajadas a Jerez (hasta entonces llevábamos 8 consecutivas), ir a comprar el pan a 150 km, alguna salida que otra con los amiguetes... y casi siempre sólo, nos era extremadamente difícil ‘colocar’ unas horas a la niña para disfrutar en pareja. Ahora, con las mencionadas 19 primaveras de la niña, hemos retomado el placer de viajar en moto juntos.
Y después de esta breve introducción vamos al grano. Trasnochar el sábado a partir de ciertas edades es lo que tiene: el domingo por la tarde te quedas sobado en el sofá después de ver Moto GP y comer, te despiertas, trasteas un rato con el ordenador y a esperar a la cena. Tras deambular un rato por casa sin hacer nada bajo al garaje, recojo la ropa de moto y casco y antes de apagar la luz me doy la vuelta, miro la Honda debajo de su funda, me paro y me pregunto ¿por qué no?
Si no recuerdo mal llevaba unos 10 meses sin arrancarla a si que ¡manos a la obra! Fuera funda y antirrobos, abro el grifo de gasolina, desconecto el mantenedor de batería, le pego al botón y… no arranca. Que raro, nunca tuvo problemas para arrancar incluso después de algún periodo prolongado sin hacerlo; 5 minutos y me fundo la batería intentándolo. Como dijo Terminator ‘No problemo’: cables de arranque al coche, botón rojo y… ¡la princesa cobra vida de nuevo! Sonrisa de oreja a oreja, me encanta volver a oír ese particular sonido del V4.
La dejo un rato calentándose, vuelvo a sacar cazadora, casco y guantes, me visto de romano y después de un año la VFR vuelve al asfalto. Salgo, acelero un poco más de lo normal y ¡PEDAZO DE CRUZADA! No sé el motivo, pero me acordé de aquella maravillosa Puch Cobra M82 con la que espantaba todas las liebres y conejos de los alrededores.
A lo tonto no salí de casa hasta las 20:30 por lo que solamente me hice unos 40 km a ritmo ligero, suficientes para rescatar un cúmulo de sensaciones de mi cerebro y poder comparar una moto con otra. Varías cosas:
La postura. La VFR no es precisamente una moto incómoda, pero al volver a subirse encima la primera sensación es como pasar de estar sentado en el sillón de la sala VIP de un aeropuerto a pasar a viajar en turista con Aeroflot. Te encuentras en posición rana con las piernas flexionadas, cargando el peso sobre las muñecas y con la cabeza levantada; contrasta con la postura de la BMW: espalda erguida, cabeza alta y manos flácidas sobre los puños (mucho más gordos, por cierto). Cuando trascurre un rato parece que el ‘efecto memoria’ se aplica sobre mis huesos y es como reencontrase con una vieja amiga… supongo que sabréis por donde voy.
El aire. Aquí tenemos un clarísimo punto a favor de la BMW, comparado con ésta el carenado de la VFR es como ir en tanga: tapa lo justo. Con la K1200 me he acostumbrado a ir con la pantalla del casco abierta la mayor parte del tiempo, oyendo música por el intercomunicador, guantes de entretiempo todo el año y el proteger el cuello con pañuelo o similares pasó a la historia, incluso una vez en la Morcuera me pillaron 5º con ropa de verano y sin embargo no iba mal del todo gracias al carenado. Hoy, bastante más abrigado que aquel día, a unos 13º sentía frío en las manos, en el cuello, en los pies… cuando vas en es First Class te acostumbras rápidamente a lo bueno.
Motor. Pues que queréis que os diga, a poco que mantengas en motor de la Honda un poco alegre no echo de menos los 50 cv de diferencia ¿Será por el peso, por la sensación de velocidad? No sé, supongo que en una ruta con la parienta y con las ‘bodegas’ a tope los extrañaría pero para 40 kilómetros en modo Flanders no. El motor de la BMW es fino, increíblemente lleno y potentísimo a cualquier régimen y en cualquier marcha te catapulta hacia delante a la mínima, sin vibraciones. La Honda se mantiene de una forma muy digna y a pesar de no montar cardan no notas ruidos ni vibraciones a bajo régimen.
Peso. Pues aquí empate, en parado mover la BMW es como intentar aparcar un furgoneta de reparto a empujones, es exageradamente pesada. Muy gratificante mover la VFR por el garaje, parece una bici. En marcha la BMW muta y no se nota el peso salvo en retorcidos puertos de montaña o en la ciudad, además las suspensiones se lo tragan todo y pillar un bache en curva con el Duolever y esas cosas no deja de ser una anécdota. Es curioso pero me ha dado yuyu negociar un poco rápido las rotondas con la Honda, con la BMW he rozado alguna vez las estriberas.
Los mandos. Curiosamente una de las cosas que más me ha llamado la atención es el desmesurado tamaño de las piñas y los botones de la teutuna, me gusta bastante más la delicada Honda en el tacto general de sus mandos: embrague de mantequilla y sin necesidad de separar la mano del puño para accionar algunos botones. Hace poco un amigo me dejo su Goldwing y me pasó lo mismo: accionamiento blando y sensación de calidad.
Y llegamos a las conclusiones: tengo que sacar a pasear a la abuela con más frecuencia, es increíble lo fina y bien que va una moto a pesar de los 25 años que tiene. Y lo de la BMW es otro cantar: comodidad, potencia infinita, protección, capacidad de carga, gadgets. Me siento afortunado de tener estas dos joyas en el garaje.
Gracias por leerme, v’ssss.