¡LLEGA EL GRAN DÍA!
ETAPA 11: 12/06/2022
TANKAVAARA (FIN) - SKARSVÅG (NOR)
486 km
Sí, hoy es el gran día. Hoy tengo previsto un doble hito, entrar en Noruega y alcanzar Cabo Norte. Como la calefacción de la cabaña estaba encendida despierto con calor y de nuevo con el antifaz en el cuello. Desayuno mi cappuccino instantáneo y mi barrita de cereales y me dispongo, algo ansioso, a salir temprano. Insisto, hoy es el gran día. Aún no he acabado de cargar el equipaje cuando empieza a llover, primero unas gotas pero después lluvia de verdad. Me pertrecho debidamente y allá que voy. Lo que llueve es agua, no ácido sulfúrico, me digo. Un poco de lluvia no me va a detener a estas alturas.
La ropa de lluvia, una vez más, cumple su cometido perfectamente. Mención especial a unas pequeñas piezas de protección que añadí a la parte inferior del carenado antes de salir de viaje, evitan que el agua de la rueda anterior llegue a los pies. La temperatura al salir es de 11º, empieza a hacer fresco.
La lluvia me da una tregua al cabo de una hora más o menos, a tiempo de pasar por Inari, centro de la cultura Sami, pero no veo mucha actividad. Compruebo en el móvil que es domingo (en el viaje he perdido toda noción de qué día de la semana es) así que no es de extrañar. Veo desde fuera el parlamento Sami, un edificio moderno pero singular, con reminiscencias de las construcciones de este pueblo ancestral que habita la región de Laponia. Está cerrado hoy domingo, así que sigo por la E75 hacia el norte un rato más y paro en una gasolinera para repostar. Se trata de un modesto surtidor sin marquesina alguna, a la intemperie, parecido a los del medio oeste americano, con una construcción de madera al lado en la que puedes tomar algo. No habría desentonado nada un chaval tocando el banjo allí fuera. Aprovecho para tomar un café y un bollo, es un sitio peculiar. Hay un poco de todo, se ve que en medio de la Laponia finlandesa una gasolinera es un centro de aprovisionamiento. Desde café y pasteles para el desayuno hasta una pala para quitar nieve, pasando por ropa, leña, utensilios de todo tipo o mesas donde comer y ver la TV, alguna de ellas ocupadas por gente que aparenta no tener ninguna prisa. Es curioso cómo aquí, en el extremo noreste de Europa, las cosas se parecen a veces al far west. Debe ser cosa de que son tierras poco pobladas y duras para el día a día de sus habitantes. En todo caso debo estar en el far north de Finlandia.
Poco después llego al desvío de la carretera 92, que parte hacia el oeste (mi izquierda yendo hacia el norte) buscando la frontera noruega y ahí está, la primera señal de tráfico indicadora de Nordkapp, distante aún 343km. Es un sitio de parada obligada, en el foro se ha convertido en tradición, pero más allá de cumplir con el ritual me quedo mirando el rótulo. Ver por primera vez escrito “NORDKAPP 343KM” provoca un cosquilleo en la barriga. Ya casi puedo tocar mi objetivo, después de tantos kilómetros y tantos días de viaje. Cuántas veces me he imaginado al pie de esta señal de tráfico.
Retomo la ruta y dentro del casco me quedo pensando en que en las carreteras finlandesas, sobre todo en la red secundaria, hay que prestar mucha atención a la señalización horizontal, porque la prohibición de adelantar no suele advertirse más que mediante la raya continua en el suelo. Además me fijo en que el asfalto es por esta zona muy rugoso, al circular emite un sonido muy audible, imagino que será muy abrasivo para los neumáticos, pero también comprendo que es necesario para aportar el agarre extra que necesita una carretera en la que llueve y nieva tan frecuentemente.
El paisaje desde la carretera es una maravilla. El terreno en el norte de Finlandia se riza, las elevaciones y bajadas de la carretera comienzan a ser mucho más pronunciadas, con pendientes del 9% entre los consabidos e inacabables bosques y lagos, aunque ya no son tan numerosos como en el centro y sur del país. Aquí es necesario introducir una reflexión que puede parecer obvia pero que a mi juicio no lo es tanto. Los mapas son planos, pero el terreno no lo es. Los mapas, digitales o en papel, no dan idea exacta de las elevaciones y de la orografía del terreno, por más que lo intenten. Al menos conmigo no acaba de funcionar. En mi imaginario personal, la llegada a la frontera Noruega desde Finlandia se producía en un erial, una llanura en medio de la nada donde el viento ulularía y unos policías con bragas de cuello, guantes gruesos y gorros de pieles, muy abrigados, te darían el alto para pedirte el certificado Covid.
Sumido en ese pensamiento voy cuando de repente, tras coronar una subida bastante notable, llego a un cambio de rasante y en todo lo alto el paisaje cambia totalmente. Un amplísimo valle de un verde intenso se abre hasta donde alcanza la vista desde el inicio de la larga pendiente de bajada hacia Karigasniemi, la última población de Finlandia, fronteriza con Noruega. El espectáculo, mejorado si cabe por unos rayos de sol que se abren paso entre las nubes es fantástico. Hincho los pulmones, respiro hondo y saboreo el momento. Noruega me recibe con los brazos abiertos, o eso pienso yo en ese instante.
En la frontera propiamente dicha aguzo la vista, pongo cara de buena gente (aunque la barba de 10 días no ayude) y cruzo los dedos mentalmente; el año pasado no era fácil pasar por aquí a causa de las estrictas restricciones noruegas por el Covid y en 2020 hubo quien se tuvo que dar media vuelta a mitad de camino. Este año, al menos entre los que participamos en el foro, yo soy de los primeros en llegar y llevo en orden todos los papeles, pero... ay, no quiero ni pensarlo, contengo hasta la respiración. Sin embargo, lo que encuentro son unas instalaciones prácticamente desiertas. Un funcionario va de un lado a otro fumando un pitillo sin mirarme siquiera, carril abierto... y eso es todo. ¡Estoy en Noruega! El subidón es enorme, la excitación me lleva en volandas. Unos cien metros más adelante veo los carteles de Noruega, las limitaciones de velocidad, etc. Me paro tranquilamente (bueno, confieso que miré un par de veces de reojo a las instalaciones fronterizas) a hacer las fotos y retomo la marcha sin más. Entonces voy y me lo repito, a ver si acabo por creérmelo: ¡Estoy en Noruega!
Lo primero que me llama la atención poco después es que curiosamente, la carretera empeora un poco con respecto a la de Finlandia, cosa que no me esperaba. A lo lejos empiezo a ver ya colinas y montañas nevadas, son las primeras nieves que veo en el viaje. En Olderfjord giro a la derecha y abandono la E6 para ir hacia el norte, circulando al costado del fiordo por la E69*.
Hay un incómodo viento de costado, sopla desde el lado izquierdo y reduzco la velocidad porque la moto a veces se me desplaza un metro hacia la derecha sin que yo sea capaz de hacer gran cosa para evitarlo. Aun así, voy con cuidado pero avanzando a una velocidad de 60-80 km/h. La vegetación va desapareciendo, ya no hay árboles y apenas se ven algunos arbustos bajos y musgo en las rocas. La taiga del sur de Laponia ha dado paso a la tundra polar.
Entro en el túnel de Skarvberg, de 3km de longitud, como el que llega a un refugio porque allí el viento me da una tregua, pero al salir siento de nuevo sus efectos. Logro controlar la moto y recupero la compostura con algo de esfuerzo. Luego la carretera pasa por una serie de sitios en los que hay cierto abrigo del viento, pero de vez en cuando veo que al lado izquierdo de la carretera no hay elevaciones del terreno ni nada que me proteja de las rachas, así que me preparo y cargo peso de nuevo a la izquierda para resistir el empuje.
Más adelante llego al túnel de Nordkapp, de 6.870m de longitud, que pasa a 212m bajo el nivel del mar para volver a salir a la superficie ya en la isla de Magerøya, donde se encuentra Nordkapp (Cabo Norte). No contemplo parar, como tenía previsto, a hacer la foto delante de la señal que informa de estos datos a la entrada del túnel. El viento aquí es cada vez más fuerte y no me fío. Hay una gran compuerta (abierta) al entrar y otra en el otro extremo al salir que se cierra en temporada invernal cuando la nieve cae sin miramientos, para impedir que se forme hielo en el interior del túnel, y se abre automáticamente a la llegada de un vehículo.
El túnel es muy frío, al entrar la temperatura baja de golpe hasta 5º, aunque el respiro que me produce dejar de luchar contra el viento hace que me parezca agradable entrar en él. También es húmedo, el agua se filtra a través de sus paredes, y oscuro, está mínimamente iluminado. Todo eso queda, sin embargo, en un segundo plano ante lo más llamativo, que es la pronunciada pendiente de bajada, del 9% de media, con tramos del 10%. En otras palabras, esto quiere decir que al entrar en el túnel hay una larga y empinada cuesta abajo de unos 3km en los que vas pensando que desciendes a las profundidades de la Tierra. La verdad es que si padeces claustrofobia no es un sitio recomendable. Luego hay un tramo de casi 1km llano, pero acto seguido se empieza a subir por otra pendiente igual de larga y empinada a la primera y que verá la luz en la isla de Magerøya, donde está el destino de mi viaje que ya tengo casi al alcance de la mano.
No obstante, lo que me espera en Magerøya no estaba en el guión. Al salir del túnel siento un latigazo del aire, instintivamente inclino la moto hacia la izquierda para “dejarme caer” sobre un viento que sopla endiablado. Por un instante pienso que la moto se me va, pero a base de tirar de ella y descolgarme a un lado logro mantenerla en el carril. Casi 400 kg entre vehículo y piloto, mecidos como si fuera una hoja de papel. Veo entonces una moto en el suelo junto al arcén derecho, a escasos 50 metros de la salida del túnel. Ese motorista no ha tenido tanta suerte. Mi primera intención es parar a ayudarlo, claro, pero veo al menos a cinco o seis compañeros ya en ello y opto por no hacerlo, no voy a aportar gran cosa y temo que el viento me acabe por tirar a mí también si me detengo.
De esta guisa llego a Honningsvåg, ayudado por un tercer túnel (Honningsvågtunnelen) que me proporciona otros 4,5km de abrigo. Es la principal población de la isla y el último sitio donde repostar gasolina antes de Nordkapp, así que paro a echar gasolina. El cansancio de la pelea contra el viento y la tensión acumulada hacen que no sea capaz de subir la moto al caballete. Lo intento un par de veces y nada. Respiro, cuento hasta tres y lo intento una tercera echando todo mi peso sobre mi pie derecho para ayudar, pero lo que siento es la sensación inconfundible del desgarro del gemelo. El músculo, frío y rígido como estaba por las circunstancias, ha cedido como una tela vieja que se rasga al tirar de sus extremos. Ahora sí que la he liado, pienso. Con mucho cuidado dejo caer la moto sobre la pata lateral, lleno el depósito y voy a pagar cojeando y dolorido, casi no puedo andar. Me preocupa cómo voy a manejarme con la moto sin poder apoyar el pie derecho, pero ahora no tengo ni tiempo de pensar en ello.
Estoy a poco más de 30km de Nordkapp y tengo que llegar al menos al camping Basecamp Nordkapp, donde tengo reservada una hytte (cabaña en noruego). Antes de arrancar me saluda un motero belga que acaba de llegar a repostar y al ver la matrícula me pregunta en un español muy decente cómo está el viento en Nordkapp. Él piensa que vengo ya de vuelta de allí, y le aclaro que acabo de llegar desde el túnel, como él. Me cuenta que dos motos han acabado por los suelos, una la que yo vi al salir del túnel y la otra, la del compañero italiano que viene junto a él y que se nos acerca en ese instante también para unirse a la charla. Me dice que al dejar la moto apoyada en la pata de cabra lateral para socorrer al accidentado, el viento la tiró al suelo, sin más. Una BMW R1250GS Adventure cargada hasta los topes.
Desde Honningsvåg a Skarsvåg, donde está el camping, me quedan 24km que se me antojan un calvario. El viento no tiene pinta de amainar, así que opto por arrancar con mucho cuidado. De entrada, ya he descartado llegar a Nordkapp esta tarde, el plan ahora es refugiarme en la cabaña y esperar a que mejore el tiempo mañana, si es que lo hace. Por cierto, estamos a 6º y la sensación térmica en la moto es muy inferior, precisamente por la velocidad del viento. Ni que decir tiene que ya llevo guantes de invierno (con los sotoguantes debajo) y casi todo el arsenal de ropa térmica del que dispongo, forros en pantalones y chaqueta, calcetines, mallas y camiseta térmicos, etc. Hay bastante nieve junto a la carretera, lo que resultaría muy bonito de no ser porque sólo puedo prestar atención al viento helado y a no tener que apoyar el pie derecho antes que el izquierdo, o no podré sostener la moto.
Me doy ánimos a mí mismo, los colegas belga e italiano también me animan (ellos vendrán detrás, van a repostar y a comer algo) y salgo hacia Skarsvåg. Quiero pensar que el viento ha amainado algo, pero es sólo en el primer tramo. A medida que empiezo a subir pendientes la cosa se pone muy fea. Pongo el parabrisas en la posición más baja, pues si lo elevo actúa como la vela de un barco y la moto se mueve aún más. De nuevo recuerdo que en el mapa esta isla era plana, pero en realidad es un terreno abrupto, roca desnuda y nieve, con pendientes pronunciadas y alguna que otra curva bastante cerrada. En una especie de meseta en alto, con la carretera totalmente expuesta a un viento que suena en mi casco como en la película aquella de “Estación polar Zebra”, voy ya en primera velocidad para contar con toda la tracción posible y a unos 20 km/h, no puedo ir más rápido. Aún así, la moto se zarandea de un lado a otro como una marioneta. Veo delante de mí algún coche pasándolo igual de mal que yo, zigzagueando de un lado a otro de la calzada, y veo también en mi espejo retrovisor un par de motos totalmente inclinadas que luchan como yo para no caer al terraplén nevado. En un momento dado siento que el viento me gana la partida, las fuerzas son ya pocas, me duele el gemelo a rabiar y los ánimos empiezan a flaquear. Asumo que antes o después voy a acabar en la nieve al costado derecho y siento la tentación de soltar la moto para evitar una caída aún más peligrosa si me aferro a ella y se me cae encima de la pierna derecha, que ya va maltrecha.
Justo entonces digo en voz alta, “¡No me vas a tirar, no me vas a tirar!” y saco, no sé bien de dónde, un último resto de fuerzas y ánimo. Resisto ese último envite y veo que a unos cientos de metros delante de mí la carretera comienza a descender, la orografía entonces me protegerá algo del viento y me convenzo de que ya ha pasado lo peor. Poco después avisto el desvío a la derecha hacia Skarsvåg y lo tomo aliviado para llegar al camping, donde bajo de la moto muy lentamente y me dan ganas de agacharme a besar el suelo. Estoy exhausto, pero he llegado sano y salvo, algo por lo que hace unos minutos no habría apostado un céntimo.
Paso por la recepción, me asignan una cabaña y me voy con la moto por un camino de tierra de firme irregular, cuesta arriba y con el viento aún soplando a mala idea, hasta aparcarla al abrigo de la propia cabaña, donde estará protegida del viento. La cabaña es amplia y acogedora, pero el viento hace un ruido en las salidas de aire de la pequeña cocina y del baño que impresiona.
Me instalo y me tomo una sopa bien calentita, no tengo intención alguna de ir al edificio principal a comer algo, no me muevo de aquí ni loco con la pierna como la tengo. Hay renos cerca de la cabaña, son dos manadas de unos 10 ejemplares, algunos de ellos con hermosas cornamentas. Salgo a hacerles unas fotos y en cuanto me ven huyen asustados.
Compruebo entonces en el móvil (bendita cobertura de datos europea) que el viento en Magerøya es esa tarde de 55km/h con rachas de 75km/h. La previsión para mañana por la mañana es que haya descendido a unos 30km/h, así que me reafirmo, intentaré el asalto a “la bola” de Nordkapp a la mañana siguiente y no esta tarde como tenía previsto. Está ahí mismo, a 15km, pero no ya la prudencia, sino el más básico instinto de supervivencia hace que ni se me pase por la cabeza ir hoy, a pesar de que ver allí el sol de medianoche era uno de mis mayores deseos en este viaje. Lo he pasado muy mal esta tarde, ahora toca darme una ducha caliente, descansar y mañana será otro día.