NK DIA14
Hoy sí. Vuelvo a mi ritual y nada más despertarme, voy a la ventana y miro al cielo. Ups. Está cubierto y amenaza lluvia, pero eso no me amedranta lo más mínimo. Desayuno y voy a por la gorda. Que campeona. Ni un sólo día se ha quejado de algo.
El plan de hoy es sencillo. Tirar hasta donde me apetezca.
Así que salgo de Amsterdam por secundarias hasta que llego al pueblo de Gouda. Raro, ya que no veo quesos por ninguna parte, pero sí una cafetería con una terraza que me invita a determe. Saboreo el momento. Holanda está muy pero que muy bien.
Pienso que podría hacer ahora y no lo dudo. Me voy a Bruselas. Sigo enfilando secundarias hasta que llego a la frontera. Foto de rigor, y continúo cruzando pueblos por ellas.
Llega un momento en el que se empieza a hacer pesado, así que me salgo a la autovía para quitarme un buen tramo hasta Bruselas. No tengo especial interés en Bruselas, salvo por un punto. El Atomium. Siempre que despego del aeropuerto de Zaventem lo veo a mi izquierda y por debajo. Y hoy quiero verlo desde abajo, leñe. Así que voy para allá. Sin pérdida, está todo bien indicado, y además, mi GPS me lo marca como lugar de interés.
Vuelvo a consultar el GPS. Directamente le pongo mi dirección de casa, para ver por donde me lleva. Llevo días pensando que el final del viaje está cerca, y es este punto el último que considero para visitar. Veo que me manda por París.
Coño, ¿París? Allá que voy. Con el estado de ánimo un poquito bajo por segunda vez en el viaje, enlazo autopistas hasta que llego al centro. Sorprendentemente, no me pilla ningún atasco y voy atravesando la ciudad. Llego al Arco del Triunfo. Triunfo -pienso- es salir de esta megarotonda sin pegarse ninguna toña. Como va el personal. Flipo. Y encima con el firme adoquinado.
Sigo mi camino y llego a la Torre Eiffel. Magestuosa. Y abarrotada de turistas, claro. Así que hago alguna foto rápida y me vuelvo a perder por París, esta vez, en dirección sur.
Hasta que salgo de la ciudad. Sin ningún rumbo fijo más allá de mi casa, empiezo a sumar kms y kms. Veo que tengo el desvío al Castillo de Chambord, en pleno Valle de Loira, y claro, me desvío para verlo. Mi sorpresa es mayúscula cuando veo que está con andamios, lo que supongo será que lo están dejando a tono para la temporada de verano.
Hago una foto. Me fumo un cigarro. En mi GPS sigue puesta la dirección de mi casa. No estoy cansado, y de momento, el tiempo sigue acompañando. Llevaba días pensando en acabar el viaje con una kilometrada. No por nada, sino porque me lo pedía el cuerpo. El GPS me está dando una estimada de llegada a una hora que no se me antoja muy tardía. Pienso que lo puedo hacer, y si por cualquier motivo me encuentro flojo, paro donde sea y listo. Aviso por casa de que llegaré esta noche y vuelvo a subirme en la gorda. Voy sumando kilómetros y me planto en Burdeos. Lo rodeo y enfilo a Bayona. Empieza a llover. Anochece. Pero sigo bien. Estoy cantando dentro del casco la música que suena por el intercomunicador. Me cago en los muertos por como está el último tramo antes de entrar en territorio patrio. Coño, a ver cuando adecentan esto. Pago el último peaje galo y ya estoy en casa. Hago la última de las fotos y me voy.
Me queda una hora. Un hora de lluvia; toda esa lluvia que no he tenido ni en Francia, ni en Luxemburgo, (en Alemania sí), un poco en Polonia, nada en Lituania, Letonia ni Estonia. En Finlandia cielos despejados, casi como en la totalidad de Noruega y Dinamarca. Algo a la salida de Holanda, poco en Bélgica, y en el último tramo de Francia. Y en España, claro. Jarreada antológica.
Pero llego a casa, detengo la gorda en el garaje. Me bajo. Me quito el casco, y la abrazo.
11.000 kms sin ni siquiera toser, a pesar de ser un Cabo Norte Express.
Vuelvo un poco más viejo, pero mucho más sabio. Parasafreando a los grandes, triste por volver, pero contento por regresar.