Caray, que duro este partir!
No por la lluvia, que también. No por el frío, que bueno. Sino por todo eso que te hace escapar, o volar sin alas. Según.
Hasta Burgos, bien. Bien mojado, digo. Luego ya, la cosa mejora. Enfilo hacia tierras sorianas por carreteritas que no dicen nada, y lo dicen todo. Bendito silencio. Mola. Hasta que me topo con el Cañón del Rio Lobos. Que te digo, si no lo conoces, estas tardando en hacerlo. La ermita de San Bartolome está un poco más allá, pero poco. Y veo que hay una barrera que acojona, pero no mucho. Así que sin querer, pero queriendo (ya me entiendes), me confundo de dirección y la cruzo.
El frío aprieta, así que paro a ponerme los forros. Primera cagada. Son más listos que yo (fácil), y se han quedado en casa (je). Que cachondos. Menos mal que guardo el de emergencia. Enchufo los calefactables y el asunto mejora sustancialmente. Pero la alegría dura poco, porque sigue viajando conmigo. El frío. Y a base de cafecitos y cigarritos (Pepito Cigarrito que diría aquel), carreteritas que siguen sin hablar, y una puesta de Sol que no calla sin articular palabra, llego a un polígono de Granada, donde el GPS me hace una de las suyas. Mientras lo revivo, escucho una voz.
- ¿Te ayudo a encontrarte, guapo?
Lo flipo. Por lo de guapo, claro.
- Lo siento, pero no tengo suelto.
Entre tú y yo, si llevaba suelto, pero no para esos menesteres. Dejo atrás a la mujer de moral distraída y, ahora sí, enfilo al centro. Y me hospedo. Y me duermo. Sólo.
Nunca cuesta el despertar. Al menos, no hoy, con la Alhambra aquí, y un poco más allá, el Pico Veleta. La Alpujarra Granadina, ¿cómo coño no conocía esto? Iba pensando en ello cuando me planto en Trevelez, que te lo digo, no sé si será el más alto de España, pero sí que hace un frío del carajo.
Y sin saber cómo, pero teniéndolo muy claro, pongo rumbo hacia el sur del norte, o el norte del sur. Esto ya no me queda tan claro.
Cuando me pide el pasaporte, me descojono. Le digo que me lo he dejado en casa. Y al ver que mis pintas raras no lo son tanto, y que el DNI confirma que soy de fiar, me deja pasar.
Y te digo, yo estoy de vacaciones. Así que cruzo la pista por donde nunca lo hago, y paro a tomarme un té, aunque no fuesen las 5 o'clock. Que por cierto, la bronca que me echa un paisano con aires de Thatcher, es de aúpa. Y sólo por dejar la gorda aparcada. Agur salao!
Vuelvo sobre mis pasos y subo a Ronda por donde tú y yo sabemos. La última vez, la subida estaba empapada, y hoy, seca. Y no hablo sólo del asfalto.
En Setenil de Las Bodegas, paro. No por nada en especial, pero si tengo que ayudarles a sujetar las rocas, lo hago. Hoy por tí, y mañana por mi, hermano. Y una polla. Se me cae el casco al suelo, y nadie lo impide.
No sólo el casco, también el sol.
Así que me piro y te lo digo, no mola nada el atasco que me pilla en Sevilla. O sí. Porque el casi viaje que le arreo a una lata con mis maletas, hace que me descojone. Mejor se lo preguntas al caballero sevillano, que igual no se ríe tanto.
En Monesterio, unas viandas.
En Merida, hospedaje.
Cuando abro la ventana, sólo veo azul. Flipo. Del frío, porque es pronto.
Lo de la Plata ya sé porqué es. Pero no te lo digo. Vienes y me lo cuentas. Si no te duermes, claro. Así que en Casar de Cáceres, enfilo por la otra.
Y sigo viendo azul, arriba, y abajo, porque cruzo el Tajo por encima.
Coria está bien, pero sus desayunos acojonan, tanto o más que sus esculturas.
Y cuando me dijeron lo de la Sierra de Francia, no me lo creía. Más que nada, porque estaba más cerca de los lusos, que de los gabachos.
Y es aquí donde el silencio me hizo enmudecer, que curioso.
Entre paellas y algún que otro puente, castaños, colmenas, flores y ermitas, llego a La Alberca. Menudo cerdo. El gorrino que me dá la bienvenida a sus calles, digo. Flipo con el pueblo. Y me pierdo en él, claro.
Muchos recuerdos de tiempos pasados. Donde las nubes surcaban el cielo. Donde los charcos hollaban el asfalto. Asfalto que volvía a mojarse. Estoy acercándome al fin del principio.
He quedado.
Y no puedo llegar tarde.
No por la lluvia, que también. No por el frío, que bueno. Sino por todo eso que te hace escapar, o volar sin alas. Según.
Hasta Burgos, bien. Bien mojado, digo. Luego ya, la cosa mejora. Enfilo hacia tierras sorianas por carreteritas que no dicen nada, y lo dicen todo. Bendito silencio. Mola. Hasta que me topo con el Cañón del Rio Lobos. Que te digo, si no lo conoces, estas tardando en hacerlo. La ermita de San Bartolome está un poco más allá, pero poco. Y veo que hay una barrera que acojona, pero no mucho. Así que sin querer, pero queriendo (ya me entiendes), me confundo de dirección y la cruzo.
El frío aprieta, así que paro a ponerme los forros. Primera cagada. Son más listos que yo (fácil), y se han quedado en casa (je). Que cachondos. Menos mal que guardo el de emergencia. Enchufo los calefactables y el asunto mejora sustancialmente. Pero la alegría dura poco, porque sigue viajando conmigo. El frío. Y a base de cafecitos y cigarritos (Pepito Cigarrito que diría aquel), carreteritas que siguen sin hablar, y una puesta de Sol que no calla sin articular palabra, llego a un polígono de Granada, donde el GPS me hace una de las suyas. Mientras lo revivo, escucho una voz.
- ¿Te ayudo a encontrarte, guapo?
Lo flipo. Por lo de guapo, claro.
- Lo siento, pero no tengo suelto.
Entre tú y yo, si llevaba suelto, pero no para esos menesteres. Dejo atrás a la mujer de moral distraída y, ahora sí, enfilo al centro. Y me hospedo. Y me duermo. Sólo.
Nunca cuesta el despertar. Al menos, no hoy, con la Alhambra aquí, y un poco más allá, el Pico Veleta. La Alpujarra Granadina, ¿cómo coño no conocía esto? Iba pensando en ello cuando me planto en Trevelez, que te lo digo, no sé si será el más alto de España, pero sí que hace un frío del carajo.
Y sin saber cómo, pero teniéndolo muy claro, pongo rumbo hacia el sur del norte, o el norte del sur. Esto ya no me queda tan claro.
Cuando me pide el pasaporte, me descojono. Le digo que me lo he dejado en casa. Y al ver que mis pintas raras no lo son tanto, y que el DNI confirma que soy de fiar, me deja pasar.
Y te digo, yo estoy de vacaciones. Así que cruzo la pista por donde nunca lo hago, y paro a tomarme un té, aunque no fuesen las 5 o'clock. Que por cierto, la bronca que me echa un paisano con aires de Thatcher, es de aúpa. Y sólo por dejar la gorda aparcada. Agur salao!
Vuelvo sobre mis pasos y subo a Ronda por donde tú y yo sabemos. La última vez, la subida estaba empapada, y hoy, seca. Y no hablo sólo del asfalto.
En Setenil de Las Bodegas, paro. No por nada en especial, pero si tengo que ayudarles a sujetar las rocas, lo hago. Hoy por tí, y mañana por mi, hermano. Y una polla. Se me cae el casco al suelo, y nadie lo impide.
No sólo el casco, también el sol.
Así que me piro y te lo digo, no mola nada el atasco que me pilla en Sevilla. O sí. Porque el casi viaje que le arreo a una lata con mis maletas, hace que me descojone. Mejor se lo preguntas al caballero sevillano, que igual no se ríe tanto.
En Monesterio, unas viandas.
En Merida, hospedaje.
Cuando abro la ventana, sólo veo azul. Flipo. Del frío, porque es pronto.
Lo de la Plata ya sé porqué es. Pero no te lo digo. Vienes y me lo cuentas. Si no te duermes, claro. Así que en Casar de Cáceres, enfilo por la otra.
Y sigo viendo azul, arriba, y abajo, porque cruzo el Tajo por encima.
Coria está bien, pero sus desayunos acojonan, tanto o más que sus esculturas.
Y cuando me dijeron lo de la Sierra de Francia, no me lo creía. Más que nada, porque estaba más cerca de los lusos, que de los gabachos.
Y es aquí donde el silencio me hizo enmudecer, que curioso.
Entre paellas y algún que otro puente, castaños, colmenas, flores y ermitas, llego a La Alberca. Menudo cerdo. El gorrino que me dá la bienvenida a sus calles, digo. Flipo con el pueblo. Y me pierdo en él, claro.
Muchos recuerdos de tiempos pasados. Donde las nubes surcaban el cielo. Donde los charcos hollaban el asfalto. Asfalto que volvía a mojarse. Estoy acercándome al fin del principio.
He quedado.
Y no puedo llegar tarde.