Estaba en la casa agobiado. No quería hablar, pues las ganas le faltaban. Todavía no podía sacarse de la cabeza las humillaciones de sus compañeros de equipo. Aquello era su vida. Había dejado los otros deportes. Pero el descubrimiento de aquel equipo, de aquel deporte,… lo absorbía. No tenía otra cosa en mente.
Breogán era un niño muy bueno. Era una persona afable, muy abierta y muy confiada. Ponía gran espíritu y empeño en todo lo que hacía. Mucha pasión en todas sus actividades. Pero ésta se había desbordado con el nuevo deporte. Nunca había tenido contacto con el mismo, hasta que un día, lo invitaron a jugar, y quedó embriagado de aquel absurdo y delirante juego. Le encantaba disfrutar de aquella actividad. No le importaban los sacrificios personales que le imponía aquella nueva afición. Cambió de amistades, de costumbres, de forma de vestir. Lo cambió todo. Se había empezado a convertir en algo propio de su vida.
Y cuando aquello que afecta plena e íntegramente a la vida de las personas, se ve amenazado, empezamos a actuar de forma impulsiva, acelerada y muchas veces descontrolada. Así reaccionó Breogán cuando se enteró de que el lugar donde estaban jugando se lo iban a clausurar. Se verían obligados a jugar en un callejón de cemento, rodeado de frías paredes grises que simulaban más una cárcel que un lugar de entretenimiento para tan sagrado deporte. Cuando fue consciente de la amenaza para con su equipo, intentó buscar una solución junto con el entrenador. Éste era muy consciente de los problemas, e intentaba buscar soluciones para que pudiesen seguir jugando en aquel precioso campo. Era difícil. Suponía un esfuerzo de todos los miembros del equipo. Esfuerzo que muchos de ellos no podían hacer pues para ellos aquello no era tan mágico como para Breogán. Tenían otras prioridades, y puestos en el peor de los casos, en aquel callejón, tampoco se jugaba mal.
Breogán se resistía a perder aquel templo de tan sagrado deporte. No dormía, no comía, no hablaba con sus compañeros más que de solucionar aquel dilema. Estaba agresivo. Estaba acorralado, un poco ofuscado. Porque su gran pasión estaba herida, y las pasiones, son habitantes del alma, y cuando ésta es dañada, nos defendemos temerariamente.
Sus compañeros no compartían los sacrificios que él se disponía a admitir. Los menos entendían su manera de actuar en vista de lo que para él significaba aquel deporte. Así muchos de ellos se lo echaron en cara, se enfadaron de su actitud poco razonable. Pero él seguía ciego. Ciego por la amenaza. Ciego por la pasión.
Cuando el entrenador encontró una solución para que pudiésemos seguir jugando, Breogán se dio cuenta de hasta que punto se había equivocado. Había antepuesto su pasión, a la amistad del resto de los miembros del equipo. Se sintió mal, triste, indignado con su persona. Se dio cuenta de que lo más importante son los compañeros con los que poder disfrutar de aquel deporte. Mucho más que el lugar donde se dedicase a jugar. ¡Cómo estaba de arrepentido el bueno de Breogán!. Habló con varios miembros del equipo que estaban enfadados con él, y los que no, le ayudaron a abrir los ojos. Pidió disculpas a todos. La pasión, había podido a la razón. Ya le había pasado en otras ocasiones. Pero nunca aprendía. Era muy instintivo. Muy visceral. Impulsivo, y ello a veces le ocasionaba problemas como el que tenía.
Pero al final lo perdonaron. Todo volvía a ser como al principio. Todos lo habían olvidado y se habían dado cuenta que lo que pasó, pasó, porque él,… era así. Todos, menos algunos compañeros. No contaban con él en los partidos. Lo ignoraban, y cuando participaba, lo increpaban. Le reprendían continuamente en sus acciones. Breogán se daba cuenta que no lo habían perdonado del todo, y en silencio seguía sufriendo… Así la actitud inicialmente conciliadora de los compañeros pasó a convertirse en una actitud incordiante, maliciosa, escabrosa y molesta. Una actitud caracterizada por la falta de sinceridad, de honestidad, inmadura. Una actitud hasta cierto punto cretina, necia. Una actitud que al resto de los compañeros de equipo también les empezaba a molestar. El entrenador no quería enfadarse con los jugadores, para que todo continuase funcionando como un equipo. Pero la labor se aventuraba ardua y larga.
Los padres de Breogán, se preguntaban que hacer:
- ¿No lo ves muy preocupado?.
- Si, pero no le doy importancia. Siempre se va a encontrar con gente a la que le puede el rencor y la rabia, y que le lleva a estar peleando continuamente con alguien.
- Ya lo se, pero había que decirle que lo mejor que puede hacer con esa gente es ignorarla. No hacerle caso. Así cuando se cansen y vean que no consiguen nada, lo dejarán y se meterán con otros que si le hagan caso.
- Pues díselo.
- Ya lo he hecho.
Breogán era un niño muy bueno. Era una persona afable, muy abierta y muy confiada. Ponía gran espíritu y empeño en todo lo que hacía. Mucha pasión en todas sus actividades. Pero ésta se había desbordado con el nuevo deporte. Nunca había tenido contacto con el mismo, hasta que un día, lo invitaron a jugar, y quedó embriagado de aquel absurdo y delirante juego. Le encantaba disfrutar de aquella actividad. No le importaban los sacrificios personales que le imponía aquella nueva afición. Cambió de amistades, de costumbres, de forma de vestir. Lo cambió todo. Se había empezado a convertir en algo propio de su vida.
Y cuando aquello que afecta plena e íntegramente a la vida de las personas, se ve amenazado, empezamos a actuar de forma impulsiva, acelerada y muchas veces descontrolada. Así reaccionó Breogán cuando se enteró de que el lugar donde estaban jugando se lo iban a clausurar. Se verían obligados a jugar en un callejón de cemento, rodeado de frías paredes grises que simulaban más una cárcel que un lugar de entretenimiento para tan sagrado deporte. Cuando fue consciente de la amenaza para con su equipo, intentó buscar una solución junto con el entrenador. Éste era muy consciente de los problemas, e intentaba buscar soluciones para que pudiesen seguir jugando en aquel precioso campo. Era difícil. Suponía un esfuerzo de todos los miembros del equipo. Esfuerzo que muchos de ellos no podían hacer pues para ellos aquello no era tan mágico como para Breogán. Tenían otras prioridades, y puestos en el peor de los casos, en aquel callejón, tampoco se jugaba mal.
Breogán se resistía a perder aquel templo de tan sagrado deporte. No dormía, no comía, no hablaba con sus compañeros más que de solucionar aquel dilema. Estaba agresivo. Estaba acorralado, un poco ofuscado. Porque su gran pasión estaba herida, y las pasiones, son habitantes del alma, y cuando ésta es dañada, nos defendemos temerariamente.
Sus compañeros no compartían los sacrificios que él se disponía a admitir. Los menos entendían su manera de actuar en vista de lo que para él significaba aquel deporte. Así muchos de ellos se lo echaron en cara, se enfadaron de su actitud poco razonable. Pero él seguía ciego. Ciego por la amenaza. Ciego por la pasión.
Cuando el entrenador encontró una solución para que pudiésemos seguir jugando, Breogán se dio cuenta de hasta que punto se había equivocado. Había antepuesto su pasión, a la amistad del resto de los miembros del equipo. Se sintió mal, triste, indignado con su persona. Se dio cuenta de que lo más importante son los compañeros con los que poder disfrutar de aquel deporte. Mucho más que el lugar donde se dedicase a jugar. ¡Cómo estaba de arrepentido el bueno de Breogán!. Habló con varios miembros del equipo que estaban enfadados con él, y los que no, le ayudaron a abrir los ojos. Pidió disculpas a todos. La pasión, había podido a la razón. Ya le había pasado en otras ocasiones. Pero nunca aprendía. Era muy instintivo. Muy visceral. Impulsivo, y ello a veces le ocasionaba problemas como el que tenía.
Pero al final lo perdonaron. Todo volvía a ser como al principio. Todos lo habían olvidado y se habían dado cuenta que lo que pasó, pasó, porque él,… era así. Todos, menos algunos compañeros. No contaban con él en los partidos. Lo ignoraban, y cuando participaba, lo increpaban. Le reprendían continuamente en sus acciones. Breogán se daba cuenta que no lo habían perdonado del todo, y en silencio seguía sufriendo… Así la actitud inicialmente conciliadora de los compañeros pasó a convertirse en una actitud incordiante, maliciosa, escabrosa y molesta. Una actitud caracterizada por la falta de sinceridad, de honestidad, inmadura. Una actitud hasta cierto punto cretina, necia. Una actitud que al resto de los compañeros de equipo también les empezaba a molestar. El entrenador no quería enfadarse con los jugadores, para que todo continuase funcionando como un equipo. Pero la labor se aventuraba ardua y larga.
Los padres de Breogán, se preguntaban que hacer:
- ¿No lo ves muy preocupado?.
- Si, pero no le doy importancia. Siempre se va a encontrar con gente a la que le puede el rencor y la rabia, y que le lleva a estar peleando continuamente con alguien.
- Ya lo se, pero había que decirle que lo mejor que puede hacer con esa gente es ignorarla. No hacerle caso. Así cuando se cansen y vean que no consiguen nada, lo dejarán y se meterán con otros que si le hagan caso.
- Pues díselo.
- Ya lo he hecho.