Cuando uno está por las europas y recibe una invitación para ver el gran premio de Brno en condiciones exquisitas, no se lo piensa dos veces y va. Pero cuando esa invitación viene de Miquel Silvestre, lo de las motos es lo de menos.
Porque lo importante es subir a una loma desde la que se gobierna todo Brno, retratar a las amables señoritas de BDO, dar cuenta de las viandas que nos ofrecieron, buscar hoteles por calles sin asfaltar, perdernos camino al circuito, pasear por el paddock junto a las jovencitas de playboy…
Comprobar cómo un tío que va a dar la vuelta al mundo buscando exploradores olvidadoes se le iluminan los ojos y pone sonrisa pícara por entrar en un campo de fútbol… (sic)
Perder las llaves de la moto, mola; encontrarlas en un aparcamiento del que no podemos salir, mola; encontrar una húngara en el mismo aparcamiento, con el mismo problema… mola mil. Que aparezca el listo de los alicates… ¡ah, claro, como tenía alicates…!
Acordarnos de nuestros amigos, comprobar que “por aquí no era”, asombrarnos por un alemán que ese sí que era la pera limonera, por un niño danés que era muy listo, por un viejo que se creía el dueño del desierto…
Esquivar los controles de la policía, apostar quién se duerme antes, beber un millón de birras en una taberna indiana y hablar acerca de tres mil estrellas…
Como te decía, cuando esa invitación viene de Miquel Silvestre, lo de las motos es lo de menos.
¡Sí hombre!