¡Celebrando los 50 por Sudamérica!

Que maravilla Kenko, a medida que pasan dias, lares y aventuras, nos seduces mas con la tentación de darnos un paseo por esas maravillosas vistas que nos regalas de las visitas que haces con tu ruta, toda una maravilla, todo esto sumado a la gran vivencia de compartir esos momentos con gente de a pie, ruteros, moteros, residentes... Toda una maravilla que nos hace caer la baba al leer tus narraciones vividas casi al dia. Desde aqui te enviamos un cordial abrazo y sigue celebrando a lo grande esos 50 años que merecido lo tienes!

Salud compañero y buena ruta.
 
Hola Kenko,
Es estupendo leer tus vivencias y aventuras. Mi hija y yo te deseamos mucha suerte en tu viaje, que gracias a tus relatos, tambien podemos disfrutar nosotros. :) Muchos animos y un fuerte abrazo.
 
Muchas gracias amigos! Me alegra que esteis disfrutando con mis crónicas, me siento muy bien acompañado en las rutas diarias con vosotros. Estos días estoy por la patagonia, haciendo rutas entre 400 y 500 km, con lo que cuando llego entre buscar alojamiento, paseito por la ciudad, y apuntar las vicisitudes del día para la futura crónica, no me da tiempo a ir al día. Las crónicas a parte de compartirlas las hago también para mí, para recordar en el futuro aquellos maravillosos días de libertad en mi viaje motoviajero sudamericano. Anoche fui invitado a un encuentro de motoqueros con asado incluido, y una imagen de mi deambular por la patatonia a esperas de poder tener la crónica lista de ese día.
Muchas gracias a tod@s por estar ahí, y un cordial saludo y abrazo!

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Hola un día más amig@s!
Estos días las etapas de regreso por la Ruta 3 son un poco largas, de unos 400 km o 500 km, y cuando llego entre buscar alojamiento y dar un paseíto me queda poco tiempo para escribir, pero vamos a ver si puedo contaros una etapa más.
Recuerdo que ese dia me levanté y me puse a cargar la moto descubriendo a una pareja de jóvenes, chico y chica, unos argentinos de Mendoza que estaban desayunando. Ella enseguida me preguntó por mi viaje. Nos pusimos a charlar y me contaron que viajaban de mochileros, haciendo dedo, y que la gente del sur les paraba, incluso habían dormido en dos casas de gente que no conocían. Me alegró saber que la gente por esta zona era tan hospitalaria no sólo con los moteros, y espero que no se pierda esta hospitalidad con el turismo masivo que creo empieza a llegar por estas tierras e incluso cuando la carretera esté asfaltada completamente seguro que se incrementará todavía más. Luego entre dentro a prepararme un té para tomármelo junto con el resto de viandas con ellos, pero cuando volví a salir ya se habían marchado, aunque me pidieron el Facebook para seguir mis aventuras.
Tras repostar me encamino de nuevo a la Ruta 40, y aquí tenía dos posibilidades, o bien no hacer un tramo de unos 70 km de ripio dando un rodeo de unos 120 km todo por carretera asfaltada, o hacerlos. En principio me paso el cruce de ripio, pero me da la impresión al verlo que no tiene calamina, y en la otra entrada que tiene un poco más allá decido entrar para verlo más de cerca. Efectivamente es similar al que hice con Verónica, así que me aventuro a probar suerte. Me pongo de pie y pongo a Dulcinea a cabalgar sobre el ripio que viene a ser como un empedrado en algunas zonas. Lo que noto es que no pasan coches, y temo que con la variante asfaltada ya no pasen vehículos por aquí y en caso de necesitar ayuda me vea más solo que la una, entonces pienso si sigo o me doy la vuelta. Pero entonces veo que me adelanta un 4x4 que lleva una pegatina de “Expediçao Ushuaia” que me imagino que son los mismos que vi días antes. Veo que le siguen más coches, pero están bien organizados, de tal modo que a pesar de adelantarme cada ciertos kilómetros, unos diez o quince calculo, se paran para reagruparse, y entonces les adelanto, no a todos, porque los primeros van más rápidos, pero los últimos son más rezagados, con lo cual aunque tenga que tragar de vez en cuando mucho polvo, sé que haré la travesía acompañado. Subo el velocímetro a 60 ó 70 km/h y noto que las piedras en ocasiones me van dando en la suela de las botas, porque hay muchas piedrecillas sueltas.
Al final llego al enlace con la Ruta 40 satisfecho y radiante porque me lo he pasado de lujo, cada vez me veo mejor en el ripio bueno, y Dulcinea cabalga en él de lujo, con la sensación de que también se divierte. Paro en la gasolinera donde están también los 4x4 de la Expedición y al bajarme me percato de que la chapa extensora que llevaba en la pata de cabra ¡ha desaparecido! El ripio la ha arrancado, no están ni los tornillos, las piedras han debido de dar en ella y los han partido. ¡Es demoledor! Y ya no es sólo por la labor que tenía de evitar que la pata se hundiera en el barro o terrenos blandos, sino que además me la había hecho mi tío, y siento perderla.
En la gasolinera no tienen super, tiene que suministrarle el camión cisterna. Le comento que quiero ir a ver las Torres del Paine, y me dice que son unos 140 km hasta llegar a Puerto Natales. En total tendré que hacer más de 300 km sin repostar, pero con la que llevo en los bidones podré aguantar. Entonces viene a saludarme un brasileño de la expedición y me pregunta por mi ruta, y yo por la suya, diciéndome que son 12 vehículos que salieron de Brasil, bajaron por Chile y quieren subir desde Ushuaia por la Ruta 3, por el Atlántico, hasta Brasil.
Mientras hablo con el tipo de la gasolinera una familia que está repostando me dicen que ellos vienen de ver las Torres, que les ha gustado mucho, y me dicen que puedo ir a verlas, que no hace falta que vuelva a la carretera por la que voy, que desde las Torres puedo bajar a Puerto Natales, y que podré hacer la ruta con la gasolina que me queda. La verdad es que es una familia chilena majísima, Alex y Karent, hasta nos hacemos unas fotos de recuerdo.
Para llegar a las Torres tengo que salir de Argentina y entrar en Chile. Cuando llego a la aduana argentina hay cola, unos tres o cuatro delante de mí, pero uno de ellos es un guía y cuando le va a tocar llama a los 14 que van en la furgoneta y tienen que pasar delante de mí. El policía tiene que teclear el nombre de cada uno en el ordenador, con lo cual me tiro al final una hora y media esperando. Cuando me toca el chavalillo uniformado me dice que hacen lo que pueden con los pocos medios que tienen. Luego salgo y agarro mi moto para dirigirme a la chilena, que cuando llego no hay nadie, y resuelvo el papeleo en pocos minutos, un poco más porque en la segunda ventanilla no hay nadie, y pone en un cartel que llame al timbre, pero como hay tantos carteles no me fijo, y la persona que está detrás de mí me pregunta si he llamado, y es cuando descubro la cuestión.
Salgo y decido repostar fuerzas en una cafetería en Cerro Castillo, con unas chicas en la barra muy simpáticas a las que doy un poco de vidilla también con mi español exótico. Me despido de la camarera simpática y de otra pareja motera que llevan una BMW 800Gs de California, pero que hablan poco español.
Me pongo en ruta y en principio el camino de ripio es bueno, pero cuando llego al camino que conduce a la entrada el terreno cambia drásticamente y aparece una endiablada calamina que trato de hacer en principio despacio, pero veo que la moto recibe un varapalo de golpes que me temo lo peor, así que le doy un poco más de caña, y además hay un polvo tremendo cuando me cruzo con otro. Paro frente a un mirador y veo que la caja de la cadena está un poco floja, con las vibraciones se habrá aflojado, y cuando voy a apretarla descubro ¡que está vacía! ¡He perdido la cadena de repuesto! ¡La madre que parió al puñetero ripio! Es demoledor, y ahora como para volver a buscarla, han sido varios km los que he recorrido. Además dentro de la caja iba los empalmes, con lo cual si vuelve a partirse la cadena estoy desahuciado. Trato de no cabrearme más todavía, pero no acabo de quitarme de la mente la pérdida de la cadena. Sigo vapuleando la moto hasta llegar a la entrada al Parque, 24 € por ser gringo. Llega un coche del parque y le pregunto si ha visto una cadena por el camino, pero me comenta que no. Debe estar cubierta de polvo y será difícil verla, como para ir a buscarla.
La entrada elevada me cabrea todavía más, aunque me dice el chavalito simpático que me sirve para tres días, pero yo apenas voy a estar un par de horas, luego me queda otra tirada hasta la ciudad. El ripio sigue siendo malo, no me divierto porque tengo que estar todo el tiempo pendiente del camino y no puedo disfrutar de los lindos paisajes que sólo veo con detalle cuando paro frente a algún mirador. Pero cada vez que voy a montar en la moto y veo la caja vacía me vuelvo a cabrear con el puñetero ripio. Me acerco a unas cascadas espectaculares que provocan un gran sonido el precipitar de las aguas caudalosas, y cuando llego una persona que estaba viendo mi moto con su hijo me pregunta cómo la he traído, y me desea buena ruta, un tipo simpático.
Vuelvo a la batalla del ripio demoledor y cuando todavía me falta por ver un lago sobre el que hay trozos de hielo desprendidos del glaciar, y que me dijeron que tendría que hacer una caminata de unos 20 minutos, decido preguntar por el camino de regreso, y un chaval del parque me dice que tengo todavía hora y media de viaje, que el camino es todo de ripio. Así que decido hacerme una última foto con las Torres y tirar para el final de etapa. ¡La madre que pario al puñetero ripio! ¡No está el protector del faro! Es lo más salvaje que he visto este ripio, la ha arrancado, todavía queda un pasador en la defensa, de las vibraciones ha terminado partiendo uno y arrancándola del otro. Al final va a ser cierto que voy a terminar con el manurrio solo, como me vaticinaba el carabinero aquel. No se me quita de la cabeza la pérdida de la chapa extensora de la pata, la cadena y ahora el protector del faro, y este era importante porque cuando me adelantan coches despiden piedras y temo que alguna me pueda romper el faro. Y encima he soltado 24 pavos para completar la función del día. Vamos que las Torres del Paine han sido un desastre, por culpa del ripio no he disfrutado nada.
Cuando salgo del parque veo que un poco más adelante la carretera se convierte en asfalto, y entonces me pregunto si el chaval del parque era tonto o qué, pero más adelante descubro que me dijo la verdad, se terminó y por lo menos el camino era ya bueno, pero tarde como dijo hora y media en llegar, ya bastante cansado. Además menos mal que llevaba los bidones de combustible, porque saltó la reserva y al rato paré para no utilizar toda la gasolina del depósito por miedo a los posos que pudiera haber en el depósito.
Cuando llego a Puerto Natales pregunto por un hostal y me indican uno. La señora sale a recibirme y me comenta que tiene habitación pero con baño compartido, y además los precios siguen siendo altos, el sur es caro y con servicios peores. Además cuando me ve cubierto de polvo me dice que más abajo hay otro, que si quiero que pregunte, que lo mismo es más barato, pero cuando llego el dueño no está, así que me quedo en el otro. La pregunto si hay desayuno y no muy convencida me dice que bueno, que como soy yo solo, que vale, que me pondrá algo. Cuando entro en la habitación no me extraña que no me quisiera, toda llena de alfombritas y cojincitos, y yo con mis botas polvorientas.
Me voy a cenar pizza al local que me ha aconsejado, dejando a la familia que está en la casa alojada con su cena a base de salchichas y patatas fritas. La pizza es cierto que la hacían buena, aunque no acabo de asimilar la pérdida de piezas de Dulcinea y maldigo al ripio del Paine. De regreso veo una pastelería y me compro un cono de crema, a ver si con un dulce se me quita el amargor que llevo dentro, jeje. La señora al oír mi habla española me pregunta de dónde soy y suelto por enésima vez el discurso del españolito motoviajero .
Comienzo a notar que por estas latitudes cada vez anochece más tarde, son más de las diez de la noche y todavía es de día, y el atardecer es precioso, aprovechando mi móvil para hacer unas fotos.
Cuando llego al hostal hablo un rato con la dueña, me dice que tiene una sobrina en España, en Barcelona, que es investigadora bióloga y lleva varios años allí. Ella también dice que ha estado en Madrid y que le gustó mucho. Le pongo la funda a Dulcinea para que no se me constipe y me voy a la habitación. Hablo con Pedro y me cuenta que cuando pasó a Perú “pajarito” le ha sacado también la pasta con el mismo cuento, y nos echamos unas risas porque mejor eso que tomarse un berrinche, jeje.
Y eso fue mi avatar por las Torres del Paine, un día inolvidable para Dulcinea que el ripio me la amputó un poco más.
Un cordial saludo!!

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Kenko seguimos aqui disfruta de ese pedazo de viaje que con el tiempo te traerán grandes recuerdos, hay que ver que bien esta respondiendo Dulcinea sin duda una gran moto.
 
Llegué a Buenos Aires!! Un viaje inolvidable...
Continuará.

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Felicidades Kenko! que bueno saber que ya estás en Buenos Aires y que todo ha salido bien.


Un abrazo! Pura vida!
 
Enhorabuena Kenko, me alegra de que ya estés en Buenos Aires, esperamos que todo saliera bien , que disfrutaras para que nos lo contaras...saludos desde la isla picuda.
 
Anoche cena con grandes viajeros gracias a Mauro que nos deleitó con sus habilidades culinarias.

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Como ya he comentado mi viaje ha terminado, estoy a la espera de embarcar la moto vía aérea y aguardar al día 10 de febrero para cruzar el charco al otro lado. Ahora más que nunca necesito recordar aquellos días que han sido para mí parte de un periodo de mi vida que jamás olvidaré con permiso del Alzheimer.
Sí, el tiempo va pasando, pero de aquel día recuerdo que me levanté y comencé a cargar la moto. Cuando llegué abajo la señora me dijo que tenía listo el desayuno arriba. Una vez que me tomé el pan con mantequilla y mermelada, junto con unos trozos de bollo casero, terminé de cargar la moto y me despedí de ella. Me contó que Punta Arenas era muy linda, y que allí había edificios lindos, y museos, que merecían la pena verlos, era una pena no hacerlo estando ya tan cerca. “A diez minutos del cruce le queda”, me dijo para remordimiento mío que ya no fui capaz de quitármelo de la cabeza y decidí que por lo menos me daría una vuelta. “Dios le bendiga”, me dijo finalmente.
No quise irme sin ir de nuevo a ver la costanera y hacer alguna foto, cuando estoy descansado tengo ganas de disfrutar con mi pasión fotográfica, me siento más receptivo para apreciar la belleza presente a mi alrededor. Una vez puesto en carretera lo que aprecié es que el viento se hacía notar insistentemente, entrando por cualquier resquicio y haciendo que la temperatura exterior fuera más baja sobre el cuerpo. Me tuve que equipar con la camiseta, el jersey, los forros interiores de la chaqueta y la propia chaqueta. Sobre el terreno se apreciaba que la vegetación iba desapareciendo como las lomas, todo el paisaje era mucho más llano. Rompían la monotonía rebaños de ovejas apreciando como muchas de ellas estaban sentadas para resguardarse del viento, y también observando vacas marrones de cabezas blancas que me recordaban a las que salen en las películas del oeste norteamericano.
Cuando me desvié hacia la ciudad ya tenía pensado que iba a quedarme a dormir en ella, con el viento noté un cierto destemple, y a partir del cruce todavía se apreciaba más. Al día siguiente tomaría el ferry hasta Porvenir y así me quitaría unos kilómetros de ripio. Me pongo a buscar alojamiento, los hoteles son carísimos, entonces pregunto por los hostales. En uno que se llama Independencia me atiende un tipo que me dice que no tiene sitio, que sólo hay dos habitaciones reservadas que llegarán más tarde. Hay dos motos aparcadas, y me dice que están alojados en las carpas que han puesto en su jardín. Me indica que vaya al hostal que está en la otra manzana, que si no tiene sitio para la moto que se la lleve a él. Me parece un buen tipo y nos damos un apretón de manos sincero.
Cuando llego al otro hostal la señora mayor me confirma que tiene habitación libre, aunque con baño compartido. La verdad es que es una habitación pequeña, con dos camas y bastante cutre. La señora no se le vuelca el corazón por no tener todo como los chorros del oro, más bien con hacer lo mínimo se da por satisfecha. La moto la puedo meter en el patio, en la parte de adelante, saca su coche y lo mete detrás de la moto. Me dice que esta mañana se percató que los moteros del día anterior al marcharse le han dado con las maletas en el lateral del coche, pero ya cuando se habían ido. Me pide que tenga cuidado, y la digo que no se preocupe, que además como se compromete a quitarme el coche antes de irme no tiene nada que temer.
Una vez que me he cambiado de ropa y dejo descansar a Dulcinea en su nuevo lugar de pernoctaje, me voy a comer y luego patear la ciudad. El sitio que encuentro para calmar los jugos es un restaurant que tiene menú del día, con una sopa y milanesa. Luego me voy a buscar la oficina de turismo para que me aconsejen qué lugares visitar. La encuentro según las indicaciones que me ha dado un cliente del mismo lugar donde he comido, y allí me atiende una atenta persona que me marca sobre un plano los diferentes atractivos que tiene la ciudad, e incluso cuando le digo que quiero tomar el ferry que va desde Punta Arenas a Porvenir, llama para ver si está abierta la oficina pero no obtiene respuesta. La verdad es que me voy con la sensación de que he dado con una persona que le gusta hacer bien su trabajo y mis sinceras gracias y apretón de manos estoy seguro que le sirven como una agradable muestra de gratitud.
Comienzo por una casa museo, Palacio Braun Menéndez, que perteneció al matrimonio formado por un ruso y una española, construida en el siglo XIX y que se conserva impecablemente donde todavía logré ver a las élites dirigentes de la ciudad reunidas en torno a la figura de aquel personaje, y que ya os digo que la decoración es tan genuina que resulta muy fácil hasta escuchar las conversaciones que mantenían en aquellos días pasados y archivados en libros y museos. Lo que no me dijo la chica de la entrada es que quedaban para cerrar veinte minutos, así que me encuentro a otra chica que me dice que tengo que salir porque están cerrando, y me quedo sin ver la planta baja que era donde residía el personal de servicio de la casa, y que estoy seguro que me habría encantado igualmente, con las cocinas intactas según me cuenta. Una lástima no haber entrado un poco antes me digo o no haber hablado tanto con la chica de la entrada.
Como me ha gustado tanto voy a visitar otra casa de la hermana, Sara Braun, pero que ésta a pesar de tener que pagar una pequeña entrada, no le llega a la otra ni a los talones, la mayoría de la decoración es actual, y parte de las salas se utilizan para un bar-restaurante, con lo cual me decepciona bastante.
Luego voy en busca de un museo naval, y preguntando a una señora me dice que le acompañe que ella pasa cerca, y mientras vamos hablando sobre mi viaje y la ciudad, comentándome que el invierno es frío. Finalmente nos despedimos dándonos la mano.
El caso que el museo está cerrado, así que paso al siguiente objetivo que es el cementerio, donde se ubican tumbas de personajes ilustres, “estos alemanes debieron ser importantes porque viene mucha gente a visitarlos”, me dice otra señora mayor que está por allí y que al preguntarle por las tumbas más importantes decide acompañarme para enseñarme unas cuantas que ella conoce aunque no sabe muy bien su historia. Lo cierto es que es un cementerio muy extenso y hay tumbas que se ve que contiene los cuerpos de personajes ilustres u otros menos, el caso que yo me deleito con algunas fotos.
Luego continuo con el itinerario que me he marcado del plano y me voy a visitar la catedral, aunque antes veo un santuario cuyo interior es muy lindo, y ya en la catedral me hubiese gustado hacer otro foto pero hay misa y decido no llama la atención y hacer caso al cartel que figura en la entrada. Me habría quedado más tiempo pues cantan y tocan la guitarra, pero la voz lo cierto es que no me convence mucho y me marcho a ver el atardecer desde un alto que contiene un mirador. Hay que subir una buena rampa de escaleras para llegar, y allí encuentro a Alex y Jorge, dos jóvenes adolescentes con los que me pongo a charlar, les pregunto sobre el estado de algunas carreteras, pero todavía no han salido apenas de la ciudad y no pueden darme más datos sobre ellas. Les cuento algunas cosas sobre mi viaje y finalmente nos hacemos una foto de despedida. Les noto sorprendidos por la conversación conmigo pero se lo han pasado bien, incluso siguen comentando entre ellos cuando me voy. He sido yo el que inicié la charla y poco a poco han ido venciendo su timidez adolescente a base de hacerles cómoda la estancia conmigo.
El sol se está poniendo y la temperatura comienza a bajar, así que decido comprarme un poco de pan y jamón y queso para cenar en casa, me apetece descansar y dar un poco de rienda suelta a mi pluma literaria. Antes me doy una ducha en un baño cutrísimo pero al menos con agua muy caliente.
Lo que no deja es de preocuparme es Pedro, que se le ha averiado “Correndera” otra vez, el grupo del cardan ha vuelto a romperse. Con la ilusión que ha venido a este viaje y parece que su montura anda un poco coja y no termina de reponerse.
Entonces pienso en el buen trabajo que hemos hecho Chano y yo sobre Dulcinea, de momento está aguantando y además la noto con ganas y que también disfruta del viaje, el más espectacular que está teniendo en todo lo que lleva de vida activa.
Y esto fue lo que me aconteció ese día en la ciudad de Punta Arenas.
Un cordial saludo a tod@s!

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Aunque Dulcinea por el momento ya no cabalga más la diversión por las noches continúa alrededor de unas brasas tostando exquisita carne y compartiendo tertulia con mi nueva familia. Cada vez tengo menos ganas de volver a la que fue mi casa...

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Última edición:
Hola de nuevo chic@s!
Voy con otra crónica del día que llegué a Ushuaia donde nuevamente mi Ángel de la guarda seguía rodando conmigo tal y como veréis a continuación.
Al sonar el despertador me levanté y tras ponerme mi traje de astronauta me puse a cargar la moto. La señora me había preparado un desayuno con pan, mantequilla y un té. Sacó el coche y me puse en camino, pero antes tenía que repostar, así que me fui en busca de una gasolinera. Llegué a una que estaba próxima pero que sólo funcionaba con tarjeta, y decidí que era arriesgado meter la tarjeta y que luego no me la devolviera, tenía que llegar con tiempo al puerto para comprar el pasaje. Una persona que estaba repostando me dijo que podría encontrar otra más adelante con empleados, así que salí al galope en su búsqueda. Una vez que llené el depósito me encaminé al puerto, y como era temprano y no había circulación me fui saltando algunos semáforos en rojo tras comprobar que no venía nadie. Pasando el cementerio volví a pasarme otro, y unos taxis que estaban parados me pitaron al ver mi acción, me sentí avergonzado, pero tampoco tenía tiempo de darles explicaciones, y lo peor era que al final sería un español el que cometió aquella infracción.
Iba preocupado por si no podía conseguir pasaje para ese día, quería evitar hacer más ripio del necesario y no retrasarme en mi programa. Cuando llegué ya estaban subiendo los autos. Pregunté a un empleado y me dijo que fuera a la oficina a sacar el pasaje, y vi que todavía había gente sacándolo, con lo cual pensé que también podría obtenerlo, y así fue finalmente.
Regresé a mi moto y me preguntó el empleado que daba paso a la fila de autos que cuántas motos eran, y al decirle una me dijo que pasara sin aguardar la cola. Tras estacionar donde me dijeron amarraron la moto para que no se cayera durante la travesía. Tomé mi portátil y me subí a la sala para escribir durante las dos horas y media que duraba el trayecto, quería sacar la nueva crónica aunque tuviera que colgarla por la noche. Logré escribir dos de ellas con lo cual ya tenía material para compartir si esos días llegaba tarde al destino.
Salgo del ferry y en principio me encuentro con calles asfaltadas, pero no veo carteles que me indiquen el camino dirección a Argentina. Pregunto en una gasolinera y me indican el camino que queda al lado. Me pongo un poco nervioso cuando llego al inicio, no sé si será bueno o malo. ¡Es bueno! No tiene calamina, es similar al de la Austral, con lo cual me voy a divertir, pienso enseguida. Además las vistas son preciosas, la costa la tengo a mano derecha y hacen agradable el paseo. A parte de cruzarme con unos ciclistas no veo que ningún vehículo venga detrás de mí, y eso me inquieta, y debe ser por aquí porque leí un cartel que ponía San Sebastián, donde está la frontera, pero no entiendo dónde están los coches, yo dejé en el barco dos filas más. El problema puede llegar si me ocurre algo, y son ciento y pico los kilómetros que tengo que hacer para llegar. Los tramos como digo son buenos pero al ir bordeado la costa había alguno con fuertes subidas y cambios arrasantes en lo alto. Poco a poco me fui animando y subiendo la aguja a 80 km/h. Veo una nueva subida y cuando llegué al alto ¡Dios que curva en bajada! Dulcinea quería salirse por la tangente y yo no podía aplicar los frenos a fondo porque derraparía. Me acordé del símil que utiliza en uno de sus libros Fabián Barrios de elefanta borracha, pues así se comportaba Dulcinea. Traté de doblegar la inercia que a toda costa quería llevarnos hacia la bionda, y casi lo conseguí, hasta que la maleta derecha pegó en ella y cuando casi la tenía parada entre el golpe y el montón de tierra que bordeaba el camino terminé por hacer caer de lado a Dulcinea. Realmente estaba casi parado, así que no hubo consecuencias graves para ambos. El problema iba a ser levantarla, porque cargada no había manera, me tocaría quitar todo el equipaje. Y entonces llegó la ayuda angelical. Apareció justo en ese momento el coche que necesitaba. Enseguida se bajó su conductor, Cristian que me ayudó a levantar la moto sin tener que desmontar nada. Me comentó que vio toda la maniobra y le comentó a su mujer “ese motoquero se va a caer”, y así fue. “Si quiere le sigo detrás”, me dijo. “No quiero hacerle perder tiempo, yo voy más lento”, le contesté. “No, yo llevo las bicicletas detrás y tengo que ir despacio”, insistió él. Yo sabía que en realidad me estaba haciendo un favor, él iba más rápido que yo, de lo contrario no me habría alcanzado cuando durante todo el camino estuve circulando solo. Acepté y me puse en camino nuevamente. No obstante la pega era que tenía que ir a un ritmo rápido, pues tampoco quería hacerle perder demasiado tiempo, y además me estaba meando, teniendo que seguir por no demorarle más. El problema se agudizó cuando el camino que llevábamos enlazó con el otro que venía de Puerto Sombrero, el de la barcaza, que presentaba calamina, y además había mucho tráfico con una polvareda de cuidado. Así que seguí a 80 km/h y de esa forma la moto no sufría tanto, pero con tanta circulación temía que en algún momento me diera alguna torta. Además tuve que adelantar camiones que iban a 20 ó 30 km/h, y la polvareda era inmensa, sin ver del todo si venía algún vehículo de frente. Menos mal que el camino era ancho y a las malas podríamos pasar los tres, o eso esperaba. Además otra pega era que en determinados momentos entre las rodadas había montones de grava suelta, y salirme de ellas implicaba que las ruedas se deslizaban un poco. Nuevamente seguí los consejos de Chano y me puse de pie para aligerar la amortiguación y ver un poco más lejos el camino. Cuando me cruzaba con otro vehículo y con el que iba delante había unos instantes que no veía nada. Me acordé de las luces que vi en algunas motos, creo que la de Mauricio era una de ellas, rojas parpadeantes, porque el piloto trasero de Dulcinea entre que iba cubierto de polvo más el de la carretera cualquiera me podía llevar por delante, aunque ahora fuera protegido por el auto de Cristian.
El ripio es muy estresante, sucio y obliga a la vista no perder de delante el camino ni un momento todo el tiempo dirigiendo las ruedas por el lugar menos complicado. Al final todo este proceso cansa mucho más que el asfalto. Mi Ángel de la guarda seguramente que con aquella mano que me echó pensó que tenía que ser para algo y finalmente llegué a la frontera chilena. Allí hablo con Cristian, que me dice que aquí los trámites son rápidos, en la argentina son un poco más lentos. También me comenta que este tramo de ripio es muy malo, e incluso que en una ocasión un 4x4 que le adelantó terminó rompiéndole la luna de su auto con las piedras que desprenden a su paso, y él cada vez que quiere ir al resto del país argentino al norte tiene que pasar por aquí. Vive en Rio Grande, y me dice que cualquier problema que tenga que le avise, que me echará una mano encantado, que me va a pedir amistad por el Facebook y así estaremos en contacto. Estoy una vez más sorprendido con la hospitalidad argentina, e incluso le veo que con el vientazo tan fuerte que sopla y como está en camiseta está empezando a tiritar, pero no se disculpa para meterse en el coche, así que le digo que por favor se vaya al auto porque me siento culpable, aunque la conversación es de lo más amena y agradable.
Luego por fin me voy a mear, y los trámites en la aduana son rápidos. Además el aduanero debe ser motoquero, pues cuando le digo que viajo en moto me pregunta el modelo y al momento sabe lo que cuesta en su país, e incluso conoce los modelos de BMW. Nos damos un apretón de manos y nos despedimos. Regreso a la moto y todavía tengo que hacer otro tramo de ripio de varios kilómetros hasta llegar a la frontera argentina.
Cuando llego tengo que hacer un tramo de cola, tardando un poco más que en Chile, y cuando me toca hablo con el aduanero también, diciéndome que ya se ha terminado el ripio. Regreso a la moto y me miro viendo todo mi traje cubierto de polvo, como las botas, pero parece que ya no he perdido ninguna pieza más de la moto. Le doy un corte de mangas mental al ripio sabiendo que ya no volveré a pisarlo más y me voy a comer a una cafetería de al lado. “Por fin he terminado con el ripio en mi viaje”, le digo a la señora, “¿Qué va a Usuhuaia?”, me pregunta. “Si”, la contesto. “¿Y que vuelve usted en barco?”, me vuelve a preguntar. “No, regreso por la Ruta 3 a Buenos Aires”, la digo. “Pues entonces tiene que volver a pasar por acá”, me dice. Yo pensaba que la Ruta 3 estaba toda asfaltada, pero en realidad el trozo chileno falta, y para llegar a Ushuaia hay que pasar por Chile. “¡Ostras vaya mierda!”, digo al ver mi gozo en un pozo.
Regreso a por la moto que la he dejado pegada al abrigo de una pared porque no tenía claro que el viento terminará por volcarla, y tras repostar me pongo en camino que como es pronto decido que llegaré en tres horas más a Ushuaia, allí podré descansar un par de noches en mi habitación privada. Poco antes de llegar la carretera comienza a describir unas curvas que si no fuera porque ya voy cansado y además la temperatura desciende bastante, serían una buena diversión.
Cuando llego voy a una gasolinera a ver si tienen wifi, porque me he acordado por el camino que cuando estuve en Casa Matte de Santiago vi que uno de los viajeros había estado en otro hostel de Ushuaia y me hice amigo, aunque no recordaba el nombre. Cuando entré vi dos motoqueros sentados tomando un café. “Vos sos español, a que sí”, me dijo uno de ellos. Él era un argentino que viajaba en una moto de 1954, sin suspensión trasera, el silletín era el que tenía la suspensión, y con motor de dos tiempos y dos velocidades únicamente. Como a pesar de darme la clave el chaval de la gasolinera yo no conseguía enlazar, me dejó su ordenador para que entrase en mi Facebook. Seguramente aquel chavalito se sentía intrigado por aquellos motoqueros y decidió ayudarnos para romper su monótono laburo. “Lo de Momo, es el sitio donde yo estoy alojado”, me dijo el argentino. “Yo llegué ayer y estuve recorriendo todos los hoteles y fue el único que encontré con sitio, si quieres te llevo”, siguió diciéndome. Como tenía la dirección la puse en el navegador y me fui para él. Antes de llegar vi otro hostel y pregunté, pero me dijo que no tenía habitación privada libre, que costaba 85 dolares, ni parking para la moto. Al decirme el precio le pregunté si tendría que pagar ese precio por una, y me dijo que como mínimo. Tenía otras más baratas pero compartidas con cinco más. No estaba dispuesto a gastarme por dormir esa pasta, y más con dos noches que quería estar allí, así que me fui al otro del argentino. Al llegar vi que tenía un jardín interior donde había otra moto estacionada. Me dijo que no tenía habitaciones individuales, sólo compartidas, con tres más. Mi gozo nuevamente en el pozo. “Aquí está también alojado un argentino que tiene una moto muy antigua”, le dije. “¡Ah sí, Leonardo!, esta tarde estaba viendo una película y se puso a hablarme y aunque yo miraba la tele él seguía, no me dejó ver la peli”, me contestó. Al final me puso en otra habitación con una pareja, aunque allí sólo tenían las mochilas.
Estaba muy cansado y me fui a cenar a la pizzería que me recomendó Momo, pero aparte de esperar nos anunciaron que se habían terminado las pizzas. Me fui a otro y allí cené unas salchichas con chucrut porque no tenían pizza y quería acostarme. Al llegar me encontré con Leonardo que estaba hablando con todo el que se ponía por delante. “Yo no fui a hacerme la foto con el cartelito porque no estaba dispuesto a soltar 20 dólares por entrar en el parque, y yo he estado en Ushuaia que es lo que me importa”, me contestó cuando le pregunté dónde estaba el típico cartel que se encuentra a varios kilómetros de la ciudad. “Porque a ustedes no les dijeron nada cuando lo de Chernóbil, les tuvieron engañados, pero la lluvia ácida…” seguía y seguía hablando sin parar, y yo estaba deseando descansar. “Leonardo discúlpame pero me voy a la cama que estoy hecho polvo”, y me despedí de él mientras seguía hablando con todo el que se ponía por delante.
La habitación era pequeña, con dos literas, pero calentita, y fue echarme y dormirme con la sensación de que cada vez que me sentara en mi despacho de casa y mirara al mapamundi, el puntito de allá abajo lo relacionaría con este día, el ripio polvoriento, la ayuda de Cristian y el mítico lugar que nuevamente alcancé en mi moto, el Cabo Norte austral.
Y hasta aquí el extenso relato que finalmente veo que me ha salido, espero que os agrade.
Un abrazo a tod@s!

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Dulcinea lista para volver a casa. Ha sido una de mis monturas con la que he gozado un tiempo de mi vida ya inolvidable...

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Hola a tod@s!
Las crónicas se están convirtiendo estos días para mí en otra forma de recordar aquellos inolvidables días que ya empiezo a echar de menos, así que además de proporcionaros algo de distracción también me generan diversión personal. Vamos allá…
Pues de ese día recuerdo que me levanté un poco más tarde de lo habitual, vamos las nueve de la mañana, la idea era hacer una visita turística por la ciudad. Los compañeros de habitación eran un chico y una chica que estaban durmiendo en la otra litera. Debieron llegar tarde y además fueron muy sigilosos porque no les oí llegar, por este motivo yo también procuré hacer poco ruido al vestirme para no interrumpirles el sueño. Me fui a la cocina para desayunar y allí estaba ya Leonardo, charlando con otros hospedados. “Qué gallego ¿ya desayunaste?”, me dijo. “Si no hay desayuno”, le dije. Pero entonces empezó a buscar pan, queso, mantequilla, etc, de la nevera que habían ido dejando otros viajeros. “Ya tienes para tu desayuno”, terminó diciéndome cuando reunió los avíos correspondientes. “Porque yo hay días que me tiro en la moto doce horas, cuando hace viento tengo que ir en primera, y la moto no pasa de 20 km/h”, me comentaba. “Leonardo, tú lo tienes que pasar muy mal en la moto sin poder hablar con nadie”, le dije. Nos reímos, hicimos unas fotos de recuerdo y luego me marché a visitar la ciudad mientras él no acababa de arrancar porque seguía hablando y hablando, jeje.
Mi primer objetivo era la antigua prisión de Ushuaia, y que hoy funciona como museo y alberga exposiciones temporales. Traté de buscar al Kenko treintañero pero no lo encontré, estaba todo tan cambiado que me era imposible reconocer nada. La chica de las entradas me dijo que dentro de unos minutos comenzaría una visita guiada en español, que mientras tanto podía ver la exposición de al lado. Lo curioso que según se fue acercando la hora comenzó a llegar gente y jamás he visto una visita guiada tan multitudinaria, por lo menos cincuenta o sesenta personas. Para facilitar la audición la guía utilizaba un micrófono que estaba conectado a unos grandes altavoces. Estábamos en la primera galería que se abrió al público, la única que se exponía en sus inicios, y la que debí ver, aunque había tantos carteles y demás accesorios que me costó reconocer. Lo que sí me resultó conocida fue la historia de alguno de sus huéspedes. Uno de ellos era un chico joven que disfrutaba torturando y matando a los animales, y que luego pasó a matar a niños. Además fue curiosa la forma de atraparle, porque sospechaban de él, y cuando apareció muerto un niño al que habían torturado y metido un clavo en la sien, lo expusieron sin el clavo, y entonces él cuando lo vio, porque le gustaba asistir a los entierros de sus víctimas, exclamó “¿Y el clavo?”. Otro de ellos fue un famoso anarquista que mató a un Coronel de la policía en Buenos Aires, y que además fue el único que logró escaparse vestido de policía y no morir en el intento, si bien fue atrapado poco antes de llegar a Punta Arenas. Aquellas historias me eran conocidas, pero seguía sin aparecer el Kenko becario. Una vez que terminó la visita nos recomendaron ver la primera galería, que se conservaba tal cual la encontraron, aunque bastante deteriorada por el paso del tiempo y falta de mantenimiento, pero a mí me gustó más, porque además tuve la oportunidad de visitarla sin gente, y cuando miraba a través de las celdas pude distinguir las miradas desesperadas de sus huéspedes consumiendo los días grises de la inhóspita prisión. El paso del tiempo había enterrado muchas vidas y viejos recuerdos que no logré recuperar, así que el nuevo cincuentón se quedó solo en la animada ex prisión austral.
Antes de marcharme adquirí el diploma que certificaba la cancelación definitiva de la pena y que pienso enmarcar para poner junto al otro diploma nordkappero, la constatación de mi paso por los puntos más septentrionales y australes a los que se puede llegar por carretera. Además le pregunté a la chica donde podía comer, y me dijo que había varios en la calle San Martín, la calle principal. “¿Pero dónde vas tu a comer cuando sales?”, le pregunté. “Yo cuando voy con mi padre voy a …”, ahora no recuerdo el nombre, pero quedaba justo enfrente del hostal en el que estaba alojado, en la planta de arriba. Me fui para allá y me di un caprichito pidiendo un risotto de mariscos que estuvo espectacular, y como quedaba al lado del alojamiento con siestecita incluida.
Tras levantarme continué con la visita al museo de la ciudad, una sala con multitud de viejos objetos de antaño que no me produjo ningún entusiasmo, y además la calefacción estaba tan fuerte que allí no se podía estar, menos mal que la entrada era gratuita. Al salir me llamó la atención un cruceiro gallego, que había sido donado por la Xunta, por aquello que tienen en común de ser “el fin del mundo”. Di un paseo por la costanera, pero el viento era tan fuerte y frío que resultaba desapacible el paseo, así que me fui de nuevo a la calle San Martín más abrigada, y con establecimientos que me recordaban a los de la Gran Vía madrileña, bonitos pero caros, dirigidos a un turismo de alto standing de cruceros que hacen escala cuyos turistas quieren ver recompensado el precio del pasaje.
Luego me fui a retirar la ropa de la lavandería, aprovechando la jornada de descanso había que reponer la ropa limpia. Después me voy a cenar una hamburguesa casera que nada tiene que ver con las de McDonalds, exquisita. Aprovechando la wifi hablo con Pedro, que me dice que ha tenido que llevar la moto en una pick up a Argentina, porque en Bolivia no tenía medios para repararla. Una lástima que su viaje esté teniendo este final, pero la aventura es la aventura…
Hablo con Momo y Guadalupe, que gestionan el hostel, y me comentan los problemas de alojamiento en Cerro Castillo, que mejor Río Grande, más tranquilo y un viaje cortito para encarar al día siguiente ripio, aduanas y viento.
Me fui sin lograr encontrar el Ushuaia del recuerdo, sin lugar a dudas se había esforzado por dejar enterrado su pasado, y con él a mi viejo amigo universitario, seguramente se cansó de esperarme, con tanto frío debió volver a tomar el avión de vuelta en vista de que no acabábamos de llegar.
Un cordial saludo desde mis recuerdos de Ushuaia.

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Muchas gracias una vez mas por compartir TU VIAJE. Sublime.
 
Hola a tod@s!
Todavía sigo en Buenos Aires quemando los últimos días que me restan antes de tomar el vuelo que me llevará de vuelta al punto de partida, al cierre definitivo de mi programa, pero antes me apetece recordar para compartir con vosotros los acontecimientos del día siguiente al que pasé en Ushuaia…
Me hice un pequeño desayuno con un té y una bollería que adquirí el día anterior, y luego me despedí de Momo haciéndonos una foto. El día anterior no quise sacar la moto porque no me apetecía abrigarme hasta arriba para ir a hacerme la foto típica en el parque nacional de Tierra de Fuego con el cartel del fin del mundo, quise descansar de moto y pasear, y esa mañana lo que quería era salir de allí en busca del calor. Incluso me comentaron que unos días atrás hasta nevó. Para hacerme la foto de mi constancia en Ushuaia me fui con la moto a los del día anterior, me resultaban igual de emocionantes y para mi eran suficiente prueba recordatoria de mi estancia en aquellos confines australes. Cuando estaba haciéndome una foto con uno de los carteles llegó una familia argentina de Córdoba, y se pusieron a charlar conmigo, y cuando les dije que a pesar de ir solo ningún día me había sentido solo por hablar con mucha gente, me dijeron que eso era porque iba solo, si fuera con otro no me pasaría eso. La verdad es que fueron una familia muy simpática, hasta me pidieron el Facebook para seguirme, y encuentros tan agradables como ese es un magnífico comienzo de día. Luego mientras guardaba la cámara apareció una vez más el brasileño de la “Expediçao Ushuaia” que también estaban por allí. Era curioso pero eran ya muchos los días de ruta y comenzaba a coincidir con otros viajeros que seguían igualmente mis pasos, todos los que íbamos persiguiendo hacer realidad un sueño y que ya quedaba poco para verlo hecho realidad.
Aquel día de descanso en el “fin del mundo” fue también un día de reflexión, ya que mi relación con Dulcinea cada vez estaba más consolidada, me sentía muy a gusto con ella y para mí estaba siendo una compañera de viaje excepcional, formaba parte de mi diversión durante todos estos días de aventura tan maravillosos e iba a quedar ligada a una parte de mi vida imborrable, por lo que decidí que se había ganado con creces un puesto entre mis monturas permanentes. Además tenía reservado para ella un nuevo papel, pues la dificultad iba a ser mover mis cuatro monturas, alguna ya casi ando apurado para moverla, y como la mayor dificultad de saltar el charco es el transporte de la moto, pensé que podría alquilarla a bajo coste, tan solo para pagar su mantenimiento, por unos 10 ó 15 € (frente a los 70 u 80 € que piden las tiendas de alquiler) al día a los motoqueros de allá que estén interesados en conocer España o el resto de Europa en moto, y de paso seguir manteniendo comunicación con ellos.
Una vez que Dulcinea podía estar tranquila de que volvería a casa, nos pusimos a cabalgar sin la menor desconfianza el uno en el otro. Además como sabía que estaba dando lo mejor de sí a pesar de no tener por mi parte todos los cuidados debidos, pues el aceite del motor tenía ya quince mil kilómetros y todavía le quedaban por recorrer otros cinco mil. No obstante mi asesor mecánico Chano me dijo que lo correcto era cambiarlo, pero yo no quería perder tiempo en mecánicas que no fuera imprescindibles, pero que por lo menos comprobara la viscosidad tocando una gota de aceite entre los dedos y luego separando los dedos, si el hilo apenas se estiraba era porque no tenía viscosidad, lo podía hacer después con una gota de agua para ver la diferencia, y lo cierto fue que todavía mantenía el hilo. También el neumático trasero empezaba a acusar un fuerte desgaste, aún podía hacer unos kilómetros más pero sin tener claro que pudiera completar el recorrido sin cambiarlo. Ante esta situación decidí que no pasaría ya la moto de 100 km/h, evitando forzar el motor y agudizar más el desgaste de la goma.
El viento hacía que la temperatura ya de por si baja diera la sensación de ser todavía menor, por lo que tuve que poner los puños calefactados, bueno realmente ya estaban puestos del último día que llegué. Tampoco es que el frío fuera helador, pero me gusta llevar las manos calentitas, y tenía un mejor confort con ellos puestos. Me detuve en un mirador donde ya había un autocar de viajeros estacionado. Cuando subí para contemplar las vistas un grupo de personas me preguntaron por mi viaje, sintiéndose sorprendidos por ser tan largo y en una moto, “¿Y no le ha pasado a usted nada?”, me preguntó una de ellas. “Sí, sí me han pasado muchas cosas, como que todos los días voy conociendo gente que se interesa por mi viaje y mi moto, con lo cual hasta se me olvida que viajo solo”, y nos echamos unas risas.
Por el camino me cruzo con tres motoqueros que viajan en BMW, e incluso veo uno que me llama la atención, va con un sidecar sobre el que viaja una señora. El recorrido me sienta mejor que el día anterior que con el frío y el cansancio acumulado el interés estaba más centrado en llegar al destino que disfrutar del camino que restaba por llegar. Cuando llego a Río Grande voy directo al hostal que me han recomendado Momo y Guadalupe, el hostel Argentino, donde me atiende Sebastián que me dice que los moteros que me he encontrado por el camino han dormido allí también, los de la BMW eran brasileños, y los de la sidecar franceses, incluso me comenta que éstos la noche anterior se bebieron una botella de vino y se fueron a la cama calentitos.
Me ofrece la posibilidad de comprar la comida en el restaurante que también regenta y comerla en la cocina del hostel, incluso con un descuento, así que me pido una milanesa con puré y me la como solo en la cocina, y luego me echo una siestecita. Cuando me levanto tengo ganas de escribir, por eso tampoco me he puesto en contacto con un amigo de Pedro que me ha recomendado que le llame, o incluso con Cristian, que seguro que me habría venido a buscar, pero es que me apetece de veras escribir y estar tranquilo esa tarde. Además la cama es de matrimonio, aunque el baño es compartido, pero la habitación es amplia y tiene una ventana con vistas al exterior. Cuando termino la crónica la cuelgo y me voy a dar un paseo por la ciudad. Pregunto a unas chicas y me dicen que lo más interesante del pueblo es la costanera, así que para allá voy. La marea ha bajado, pero las aguas son muy poco profundas con lo cual han retrocedido una barbaridad, además toda la playa es pedregosa, no apta ni para el baño ni para embarcaciones. Voy andando por el paseo y me llama la atención que los autos pasean también por la calle, en vez de lucirse haciendo ruido y corriendo más de la cuenta, los que van dentro van paseando con el coche, incluso los que van detrás, lo cual el lugar transmite una sensación de relax. Me paro frente a unos monumentos a los caídos en la Guerra de las Malvinas, y saco la conclusión de que todavía es una herida abierta, constantemente veo carteles que reivindican la pertenencia de las islas.
De regreso quiero comprar agua, y para ello pregunto a un joven, “si quiere sígame que le acompaño”, me dice. Por el camino le respondo a su pregunta de qué hago allí, y sale una vez más la historia del vaquero solitario. Estoy encantado por enésima vez con la cordialidad sudamericana, es un gran valor añadido que hace a uno sentirse hasta más a gusto que en casa. Nos damos la mano para despedirnos y una vez que compro el agua, por cierto sin bolsa donde guardarla porque hay supermercados que no las dan ni las venden, me voy a cenar a un restaurante que me recomendaron las chicas primeras que vi. Se ve que tiene solera, con muchas fotos de gente famosa, o eso creo, que pasó por allá. Sólo tienen carne, a excepción de unos sándwiches vegetales que es lo que ceno.
De regreso a la habitación aprecio que hay un calor tremendo, por una rejilla del suelo sale mucho calor, así que tengo que dormir con la ventana abierta, e incluso pongo un cajón del armario tapando la rejilla.
Hablo con Pedro y me cuenta que la moto no tiene reparación aquí, tienen que mandar la pieza de Europa y tardará casi un mes, así que va a enviarla por la Sevillanita a Buenos Aires y ellos volarán en avión, porque Humberto ha vendido la moto a un motoquero. Además nos pasan el presupuesto de enviarla por barco y de nuevo es elevadísimo, además la modalidad más barata, aun siendo cara, la envían a Barcelona. Descartamos la opción y apostamos por la aérea, unos 1500 €, más barata que la que nos han dado en barco.
Cómo echo de menos ese día que llegué a Río Grande.
Un cordial saludo!

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Hola a tod@s!
Hoy es mi último día en Argentina, esta noche tomaré el avión de regreso, pero antes quiero recordar un nuevo día de los que viví en este maravilloso continente.
Aquel día me levanté para desayunar, y en el comedor encontré un japonés que hablaba un poco de español, y que también ese día se dirigía a Río Gallegos. Se preparó un filete de vacuno para desayunar, decía que en Japón la carne es cara. Desayunando también conocí a Federico, un italiano que vivía en Canadá y que se ha quedado sin trabajo aprovechado para bajar hasta Ushuaia con su moto, una KTM 990. Su mujer ahora trabaja en Holanda, a donde él quiere ir cuando termine el viaje, mandando la moto a Canadá. Le han ofrecido un trabajo en Alemania, pero me comenta que ese país no le gusta. Cuando terminamos de desayunar nos hacemos una foto de recuerdo, él va hacia el sur y luego subirá por Chile para embarcar la moto en Valparaíso.
El día anterior cuando me puse el pantalón de pasear me di cuenta que tenía en el bolsillo la llave de la habitación del hostel anterior, que sin darme cuenta me la llevé. Todo fue porque cuando me fui a acostar Momo me dijo que lo mismo llegarían unos moteros un poco tarde, pero que no era seguro, entonces me puse a guardar la ropa para levantarme al día siguiente haciendo el menor ruido posible porque seguro que ellos se levantarían más tarde que yo, y entonces cuando metí el pantalón en la bolsa no me percaté que en el bolsillo estaba la llave. Le dije a Sebastián si podía darle la llave a algún viajero que fuera a Ushuaia, y una señora que también se marchaba me dijo que ella iba para allá, que si quería la llevaba, así que se la di.
Me despido de Sebastián que me hace unas fotos porque le gusta tener fotos de todos los moteros que pasan por el hostel, incluso me pide unas pegatinas mías, algo que ya me han pedido en otras ocasiones pero no tengo, no caí en la cuenta cuando preparé el viaje. Me comenta que los motoqueros se suelen fijar en estos detalles cuando paran, por eso le gusta ponerlas en uno de los cristales del establecimiento.
Me pongo en ruta y el viento sopla fuerte pero estoy fresco y lo sobrellevo bien. Al poco llego a la frontera argentina donde se quedan con el papel de entrada de la moto y me sellan el pasaporte como que salgo del país. Luego entro una vez más en ripio y a bañarme en polvo, aunque el tránsito es menor que la vez anterior. Luego toca la frontera chilena de entrada, donde me dan un nuevo papel de ingreso de la moto y me sellan el pasaporte, pero en esta ocasión como no hay mucha gente me revisan la moto. Tengo que abrir las maletas, aunque menos mal que no tengo que sacar las bolsas y abrirlas. Luego me dice que abra la bolsa sobre depósito donde llevo dos plátanos que no puedo pasar, lo que sucede es que los llevo junto con unas patatas fritas y como todo es rápido el aduanero no se percata de ellas. Una vez superada la revisión me echo de nuevo al ripio, pero me percato de los tramos que ya me comentó Pedro que están terminados pero no abiertos a la circulación. Son tramos de hormigón a los que me subo para evitar el ripio con calamina. Cuando se terminan vuelvo al camino y en el siguiente me vuelvo a subir, para un coche es complicado, pero para una moto es fácil salvar los obstáculos para adentrarse en el tramo cementado. Más adelante ya me encuentro con un nuevo tramo pero el acceso está cortado con una red de plástico y unos bidones a los lados, y el desnivel de los bordes es complicado de pasar con la moto, así que me quedo en el ripio. Lo bueno es que esa mañana hay poca circulación, por lo que el polvo lo veo por los retrovisores que lo va despidiendo las ruedas de Dulcinea. Al final estoy terminando por hacerme un experto en el ripio, jeje. El inconveniente es que hace mucho viento y cuando me pongo de pie en la moto me canso, tengo que ir sujetándome del manillar y termino con los brazos muy cansados, e incluso noto callos en las manos de agarrarme fuerte a los puños porque el viento me tira, terminando sentado.
Finalmente llego a Cerro Sombrero, donde se toma el ferry para pasar el estrecho de Magallanes. Uno de los empleados del barco me dice que me quede junto a la moto sujetándola para que no se caiga, por lo que me quedo sin ver la travesía. Si bien la moto no se mueve nada, debe estar la mar tranquila, pero tampoco quiero dejarla por si en algún momento cambia la situación, y la moto no está sujeta con ninguna cincha. La travesía es corta, unos veinte minutos, cuando estamos llegando me dice el encargado de la taquilla que ya puedo ir a pagar el pasaje.
Cuando llego al otro lado son casi las tres de la tarde, así que al ver un comedor entro para reponer fuerzas. Dulcinea la quedo detrás de la casa, porque temo una vez más que el viento la desplome sobre el ripio. Me atiende una chica gordita muy atenta, me dirá luego que es la concejal del municipio, y que tienen previsto hacer un intercambio con una localidad de Portugal, además me recomienda visitar unas lagunas que quedan cerca, a unos cuarenta kilómetros, pero le digo que será para otra ocasión que tenga más tiempo. Por fin puedo salir de la milanesa, y me tomo el menú que ese día es sopa y pasta. Entra un camionero y le pregunto qué tal se pasa el ripio con el camión, y me comenta que ha tardado siete horas en hacer los ciento y pocos kilómetros, y que además ha tenido que cambiar dos ruedas del camión. Para ellos es una tortura, incluso me dice que la empresa cambia los camiones cada cuatro años, porque terminan hechos polvo con tanto ripio. La chica del restaurant también me cambia los pesos chilenos que me quedan, ya no volveré a pisar más ese territorio, el resto de la ruta discurre por territorio argentino. Me habla también de que hay días que el viento es tan fuerte que el ferry no puede cruzar, y entonces a ella le viene bien porque tiene una clientela extra mientras se calman las aguas. Si no fuera por mi carácter abierto que estoy poniendo en práctica en el viaje no llegaría a conocer todos estos detalles que ilustran mi viaje y que le dan más vida.
Regreso al asfalto y cuando estoy a punto de entrar en Rio Gallegos me encuentro con un control policial en el que un policía me dice que entre dentro de una caseta para identificarme. El policía de dentro me pide la documentación de la moto, y le digo que la tengo dentro de la moto, pero me dice que tengo que abrir la maleta. Lo bueno es que a cambio me dice un hostal en la ciudad. Cuando llego al mismo me atiende una chica jovencita, que me dice que sus padres no están y que lo está llevando ella esos días. Lo bueno es que tiene un pequeño porche para la moto que está cerrado, lo malo es que en la habitación hace calor, la cama es pequeña, tiene el baño compartido, y no entra el desayuno. Me dice que si quiere vaya a preguntar a otro de al lado, y así hago. Cuando llego me dicen el precio, más caro, pero además tiene adosado un lugar para aparcar las motos sin la pared lateral que se ha debido caer y está abierta, aunque en él hay tres motos BMW estacionadas. Prefiero la seguridad del parking del otro aunque sea más incómodo.
De camino he visto un lavadero para la moto y como ya he terminado con el ripio decido quitarle unas capas de polvo a Dulcinea. El lavado a mano me cuesta unos 10 €, el caso es que tienen una manguera de presión tan fuerte que hasta le arrancan algunas pegatinas a mi montura. Además es que cada vez que acercaba antes a la moto me ensuciaba las manos o el pantalón del polvo acumulado. Cuando la veo limpita me parece una gran máquina que se está ganando mi reconocimiento con creces después de la pedazo aventura que está viviendo.
Cuando llego al hostal me encuentro con otro motoquero argentino que ha llegado en una Honda 250 de carretera. Nos ponemos a conversar y me dice que tiene intención de ir hasta Cabo Vírgenes, donde termina la Ruta 40, tras 140 kilómetros de ripio. ¡Vaya! Cuando me dice eso descarto ir hasta allá, ahora con Dulcinea limpita no me apetece empolvarla un poco más. Se llama Carlos, y le gustaría tener una moto como la mía, pero son prohibitivas para él, incluso de segunda mano son carísimas. De mi moto se sabe cosas, como que lleva un motor Rotax austríaco. Le comento el plan que tengo pensada para ella, alquilarla en España para seguir en contacto con la gente que estoy conociendo, y entonces enseguida me dice que él está interesado, que le pase mi correo porque se pondrá en contacto conmigo.
Como es tarde me voy a cenar a una pizzería que queda cerca, y allí ¡por fin! puedo cenar una ensalada. Cuando termino me voy a dar un paseo por la costanera, y nuevamente veo a los autos paseando. Además hay unos monumentos a los caídos en las Malvinas, sigue siendo la herida abierta del país.
Cuando termino me vuelvo paseando, es de noche, pero me siento seguro caminando, si bien me noto nostálgico, no me quito de la cabeza que estoy regresando, que mi viaje ha entrado en la fase final, y no quiero que se termine…
Qué lindo día aquel que llegué a Río Gallegos…

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De nuevo en casa satisfecho por haber visto cumplido un nuevo sueño que ha sido mucho mejor de lo que esperaba. Además a Dulcinea no le ha sentado nada bien la vuelta estoy seguro que al final prefería rodar más por allá jaja...

Continuará...

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Última edición:
Os dejo la crónica que escribí durante el vuelo de regreso, espero que os guste.

Cada vez tengo más ganas de ponerme a escribir para rememorar los que han sido unos días memorables que me han hecho disfrutar a raudales y que añoro cada día más. Bueno, pues voy con otra crónica a ver que me sale.
Como os comenté en la anterior crónica el hostal no incluía desayuno, la chica joven no tenía ganas de esforzarse lo más mínimo en la cocina, así que tras sacar la moto y cargarla pregunté a unos jóvenes por un bar para desayunar. Carlos se había marchado ya, así que me fui al sitio que me indicaron cordialmente los chavales a los que pregunté. Antes de que se le vaya el brillo a Dulcinea me hago una foto junto a ella en la costanera, hasta la noto mejor cara con ese semblante reluciente.
Como llevo la lección aprendida de todos estos días cabalgando sobre la nada, busco una gasolinera para repostar. Al poco encuentro una y cuando pago en efectivo veo que me faltan cinco pesos (35 céntimos de euro) para ajustarme al total, entonces un tipo que tiene su auto al otro lado le da al empleado la cantidad que me falta. Me quedo otro día más sorprendido, le comento que tengo dinero suficiente, pero que quería quitarme la multitud de billetes pequeños y monedas que llevaba, pero me dice que da igual, que no le de nada. Me pregunta a dónde voy y me desea buen viaje con un apretón de manos. Para mí es un buen comienzo de día, la cordialidad y generosidad argentina me agrada tanto que resulta imposible no disfrutar en este encantador país.
Una vez en medio del desierto patagónico sigo pensando que la monotonía que otros ven en este lugar a mí me ofrece vistas singulares cargadas de bellas fotos. Tengo claro que cada persona vive su viaje de manera única, y aunque otra haga el mismo recorrido seguramente lo vivirá de otra manera, porque hay tantos viajes como personas. Cuando esté en casa y salga a dar mis paseos en moto echaré en falta estos lugares por monótonos que sean, pensaré en ellos para recordar lo libre que un día fui.
Cuando llego a la localidad de Comandante Luis Piedrabuena pregunto por algún lugar para comer porque no veo nada por la calle, y eso que parece un pueblo grande. Una chica me dice que vaya a la terminal de colectivos, que allí hay un restaurante. Cuando lo localizo dejo la moto junto a la entrada, divisándola desde la ventana y pido un lomito que es como se llama aquí al churrasco chileno. Cuando pago me pregunta la chica si no me ha gustado, y le digo que sí, pero que cada vez me lleno antes, y le pido si por favor me puede envolver la otra mitad para llevármela, lo cual hace sin mayor inconveniente.
De nuevo reposto la panza de Dulcinea y después de recorrer 130 kilómetros de desierto patagónico llego a otra localidad, Puerto de San Julián. Comienzo a buscar hostales y en uno de ellos descubro a una agradable señora que me dice que es asturiana, que llegó de pequeñita y que nunca ha regresado. No tiene sitio para la moto, así que me voy a buscar otro pero el precio es muy elevado, y entonces hace una llamada para preguntar por otro más barato, y me dice que en el hotel Argentino me dejan una habitación individual con baño privado en 350 pesos (unos 25 €). Después de conversar sobre mi viaje y los sitios que he visto, lo cual le parece muy interesante porque ella la mayoría de ellos no los conoce, me marcho a buscar el alojamiento que me ha dicho.
Cuando llego una persona me enseña la habitación y está bien, limpio y además tiene un patio descubierto para guardar la moto, así que acepto el trato. Una vez que descargo a Dulcinea le pongo la funda para evitar que se constipe y tras darme una ducha me voy a dar un paseo por el pueblo. En la calle principal se organizan los principales hoteles, comisaría, ayuntamiento e iglesia, esta última no la puedo visitar porque está cerrada. Al final de la misma llego a la costanera, donde hay una réplica de un barco antiguo que funciona como museo. Me entretengo haciendo algunas fotos y compro unos sándwiches y fruta para cenar. Lo que no se me acaba de ir de la cabeza es la sensación de regreso, cada vez que hablo de mi viaje lo termino con “voy a Buenos Aires para volver a casa”, y es que me gustaría seguir cabalgando mucho más, tengo la sensación de que el tiempo transcurrido hasta entonces ha ido muy rápido, tanto que cada vez veo el final más cerca.
La cocina que alberga el hostal para uso de los alojados es cutrísima, se aprecia que todo el mobiliario es viejo y la limpieza escasa, pero bueno yo sólo utilizo una silla y la mesa donde me tomo los víveres del súper. Cuando termino le doy las buenas noches a Dulcinea y me retiro a mis aposentos, donde termino una de las crónicas atrasadas.
Esa noche pienso que son muchos los lugares visitados, ya hay tantos lugares, alojamientos y personas acumulados en mi mente que ubicar todos ellos me lleva un rato, y lo más curioso es que cuando llegué acá todo eran viejos recuerdos e incertidumbre lo que llenaba ese espacio, y ahora era un preciado material obtenido en lo que para mí estaba siendo mis días de libertad con mayúsculas, jamás he sido tan libre y rabiosamente feliz haciendo lo que me gusta y me divierte, viajar y montar en moto siendo el protagonista de mis pelis favoritas.
Bueno, pues eso, hasta aquí la crónica del día que dormí en Puerto de San Julián.
Un cordial saludo!

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Hola a tod@s!
Como comenté en la etapa anterior por entonces mis días transcurrían de regreso por la costa Atlántica, ya un tanto nostálgico por ver cada vez más cerca el final, pero aún estaban por acontecer nuevas anécdotas y conocer nuevos y entrañables amigos, veamos pues.
La noche fue como para olvidar, me tuve que poner unos tapones porque al lado había un boliche con la música a tope, me volví loco hasta que a la seis de la mañana cerró. Estaba tan cabreado que me dije que no iba a pagar la habitación, de haber sabido que tenía gato encerrado no habría dormido allí ni gratis. El caso es que cuando salí me encontré en vez de al hombre del día anterior a una chica joven embarazada, muy amable y tranquila, y me dio apuro liarla un quilombo por si luego salía malparado el futuro bebé. Mientras tanto me fui a desayunar lo que había comprado el día anterior, porque tampoco incluía desayuno la habitación, y a ver si a la vuelta estaba ya el tipo del día anterior. En la cocina me encontré a una persona mayor con una boina que estaba preparándose un mate y que me invitó a compartirlo, pero preferí mi té.
Faustino era su nombre, trabajaba en una estancia cuidando ovejas, ahora estaba con unos días de descanso aunque esperaba que volvieran a buscarle para llevarle de nuevo a la estancia. Me contó que solía tirarse solo cuatro o cinco meses en la estancia, y que para moverse se hacía en moto o a caballo. Él montaba a caballo porque tuvo una moto y se cayó, y la ve más peligrosa que el caballo estando solo. Le pregunto con quién habla todo ese tiempo, y me dice que no hay cobertura de teléfono, sólo tiene un transistor y los perros para hablar. Me quedo asombrado, me parece un trabajo muy sacrificado. Además cuando le digo que por qué no se compra un auto me dice que el sueldo es muy bajo y no da para poder comprarlo, lo cual me indigna todavía más después de estar expuesto a cualquier accidente o enfermedad y no tener a nadie para que puedan ayudarle, y trabajo todos los días. Tan sólo se reúne con las otras personas de otras estancias cuando hay que hacer algún trabajo en común, como esquilar las ovejas, para lo cual tiene que recorrer un trayecto a caballo durante ocho horas. Cuando le pregunto sobre la comida me dice que cuando le dejan en la estancia le proveen de víveres, y que el pan lo hace con la harina que le dejan. También le pregunto por los depredadores de las ovejas, y me comenta que está el zorro colorado y el puma, aunque con un perro valiente ni los pumas se atreven. Las estancias suelen pertenecer a petroleros que raramente aparecen por allí. Este viaje me está descubriendo gente que cuando mire mi mapamundi me va a ofrecer una visión más amplia de la que tenía cuando salí de casa. Me despido de él haciéndonos una foto de recuerdo, y aunque sé que esa es su vida, la de gaucho, me siento un tanto conmovido por su vida solitaria, pues creo que se está perdiendo tantas cosas que si pudiera verlas a través de un cristal abandonaría al galope la estancia y creo que jamás regresaría, o por lo menos tardaría mucho en hacerlo.
Al final como seguía la misma chica en la recepción pago y me marcho a ver de nuevo la costanera con más luz, aprovechando para visitar la iglesia cuyo interior muestra un bonito colorido gracias a los cristales de colores. Y por supuesto antes de partir repostar a Dulcinea, donde encuentro un Chevrolet que todavía anda a pesar de la multitud de años que lleva encima.
Por el camino me entretengo pensando en las reparaciones que tengo que hacerle a Dulcinea, ya que va a regresar con varias heridas de guerra. Tiene algunos roces en la pintura que no sé si pintarla de nuevo o solucionarlo con unas pegatas, pues me gustaría también cubrirla de escudos, banderas, lemas… Desde luego tengo claro que será para mí una montura que cada vez que la monte me recordará una bella etapa de mi vida e incluso me hará sentirme joven.
Cuando llego a una nueva gasolinera aunque es temprano, sobre la una y media, decido que hay que aprovechar para comer, seguro que la siguiente estará a otros ciento y pico de kilómetros. Me pido el menú, una sopa y luego unos raviolis que llenan un montón y no soy capaz de comérmelos todos. La camarera es una mujer gorda que cuando me sirve se mete de nuevo a la cocina. Hay otra pareja comiendo pero en silencio. La tele está echando un programa sobre la hija que ha tenido un famoso con una amante, una chica jovencita que dice que ha acudido a la tele porque no tiene dinero para mantener a su hija. Si en Bolivia eran las telenovelas el plato estrella de la tele acá se llevan la palma los noticieros de sucesos de robos, asesinatos, violaciones, enfrentamientos, etc, sobre todo en Buenos Aires que veo en ocasiones en la tele mientras desayuno, porque en mi habitación ni si quiera agarro el mando cuando me lo da la recepcionista, y cuando como tocan estos programas de la farándula argentina. La verdad es que no estaba echando de menos para nada la televisión, las pocas noticias que me llegaban del cisco político que hay en España me las comentan amigos y familiares cuando hablaba con ellos, “bueno a ver si para cuando vuelva está todo arreglado y es el fútbol el tema estrella” les decía yo.
Pago y me marcho, viendo unas motos brasileñas en la gasolinera a quienes saludo y que luego me pasarán por el camino, pues yo sigo sin pasar de 100 km/h a pesar de las largas rectas. Llegando a la ciudad veo un grupo de policías antidisturbios que marchan a ambos lados de la carretera equipados para una posible batalla campal. El carril de entrada anda, pero el otro está parado, y lo integran una hilera de camiones cisternas. Parece que van a dialogar con unos tipos que hay junto a un vertedero, pero el ambiente lo veo tranquilo, aunque por si acaso no me detengo y quiero quitarme de en medio por si se lía una gorda y empiezan a volar piedras y pelotas de goma. Unos kilómetros más adelante hay un control policial y me piden los papeles, aprovechando para preguntarle por los policías que he visto, y me dicen que es porque hay unos empleados de una petrolera que no han cobrado y quieren cortar la carretera. Allá por lo visto la gente en vez de manifestarse por las calles se van a la carretera y a montar el pitote con el corte de la vía.
Entro en Comodoro Rivadavia y me encamino al hotel que vi por internet más barato, 45 € la habitación individual. La recepcionista, Cristina, es una simpática mujer descendiente de españoles, de madre asturiana y bisabuelas andaluzas. Me dice que es lo más barato que encontraré, porque la ciudad vive del petróleo y es muy caro todo, como también los restaurantes. Sí me entra desayuno pero no tiene aparcamiento, tengo que ir a uno cercano. Acepto porque me cae simpática y no tengo ganas de buscar más, además debe tener razón porque por internet tampoco encontré.
Se nota que lleva sangre española, es muy crítica con los políticos, dice que sólo sacan la plata a los ciudadanos y no ven los frutos. A la vuelta le comento sobre un cerro que están escalonando y me comenta que es porque la ciudad se ha construido sobre terreno ganado al mar, y que llevan con el cerro cuatro años sacando la plata uno tras otro, pero sin acabar de dar solución a los derrumbes. “Si la costanera la han hecho hace nada, y eso que pagamos una plata enorme, todo se va a los bolsillos de los políticos y a otras ciudades”, me dice. Lo cierto es que la ciudad no me gusta, son edificios residenciales sin lugares que me atraigan, ni incluso la costanera que tampoco tiene playa.
A la vuelta ceno en un restaurant el menú que es una hamburguesa casera muy buena y efectivamente también bien pagada, pero por lo menos es buena.
Hablo con Pedro y Humberto y me dicen que ya están en Buenos Aires, para ellos el viaje en moto ha terminado, mientras que para mí continua por unos pocos días más, la preocupación por el envío de la moto es algo que va en aumento y no puedo apurar hasta el final la vuelta como me gustaría.
Y hasta aquí la crónica del día que llegué a Comodoro Rivadavia.
Que la disfrutéis. Un cordial saludo!

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Hola a tod@s un día más!
La verdad es que la vuelta a casa está resultando más divertida de lo que esperaba, pues hablando con familiares y vecinos que no han seguido mis crónicas cuando les cuento que si por mi hubiese sido habría seguido otros tres meses más allá, y que además la gente que he encontrado ha sido de lo más cordial y hospitalaria, creo que ocultamente piensan que me han debido dar algún narcótico y que todavía estoy bajo sus efectos. “Pero si aquellos países son muy pobres”, me decía un familiar. “La gente cuanto menos tienes más bondadosa es”, me decía una vecina de mi madre. “Si un amigo de un amigo estuvo en México y los policías le robaron” me dice otro vecino. Yo creo que la televisión tiene mucha culpa en esta imagen que algunas personas tienen de Sudamérica, y versiones de amigos de amigos que yo creo que poco a poco se van desligando de la situación real. “Además dice tu madre que te ha encontrado bien”, me decía una tía mía, como si esperara encontrar a la vuelta de su sobrino un esqueleto andante, jeje. La verdad es que cada vez tengo más claro que tengo que confeccionar un nuevo libro contando simplemente mi viaje, jeje.
Bueno pero vamos con otra crónica para que se vea una vez más lo mal que lo he pasado en este viaje.
Aquel día cuando me levanté lo primero que hice fue ir a buscar mi moto. Por la calle pregunté por el garaje porque no me acordaba bien de la calle del estacionamiento, y un par de tipos me empezaron a decir cómo llegar, hasta que al llegar a la entrada me dicen “con que tú eres el de la moto de mi garaje”, ya que ellos trabajan en él. Les cuento mi viaje aventura y nos despedimos con un apretón de manos y un “que tengas una feliz ruta”. Luego llego al hotel y desayuno charlando con Cristina que ya está de nuevo en la recepción. Me cuenta que su marido es norteamericano y quiere volver allí, pero ella le dice que cómo van a ir sin tener nada y más con cincuenta años que tienen. Ella ha estado en España visitando a su familia, que le gusta mucho también aquella zona y otras ciudades españolas. Me comenta que ya que voy a Puerto Madryn que no deje de ver Punta Tombo donde están los pingüinos, y luego Gaiman, el pueblecito de las casas de té donde estuvo Leidi Di. Por último nos hacemos una foto y nos despedimos, me parece una mujer la mar de simpática y agradable que se gana a la clientela.
Cuando salgo de la ciudad me percato que el asfalto es malo, está lleno de rodadas que deforman el piso, y para colmo el viento es fortísimo. Tengo que permanecer atento a la carretera y a los camiones que vienen de frente, porque cuando nos cruzamos es como si chocara con una cortina de agua. Tengo la sensación que el muñequito Michelín esta mañana en vez de darme pataditas en las maletas y reírse, está cabreado y me suelta un patadón en la maleta que me hace casi salirme de la carretera, y cuando le digo que ya está bien, entonces me suelta otra todavía más cabreado. Es el día que más viento fuerte estoy teniendo, y tengo que concentrarme porque no ayuda ni el asfalto ondulado ni la ristra de coches y camiones que vienen y van por la carretera. Además como la banquina o arcén es de tierra tengo que ir por el medio de mi carril y jugando a no salirme ni a un lado ni al otro. Además el viento penetra por todas partes, por las ranuras del casco, por las aberturas del traje, y hace que el ruido dentro del casco sea mayor de lo habitual y que la sensación de frio también aumente. Pedro decía que el viento se empezaba a notar con más virulencia a partir de Comodoro Rivadavia, pero por lo visto era más o menos, porque yo estoy subiendo más al norte y no veas como sopla de endemoniado el vientecito. En un pequeño descampado paro para descansar un rato, y tengo que ayudarme del lacito del Pilar para saber por dónde viene el viento, porque si choca contra el costado del Dulcinea la tira al suelo fijo. Una vez que parece que he conseguido estacionar en dirección al viento me bajo de la moto y me quito el casco, y entonces noto como unas gotas de agua me caen en la cara. Miro al cielo y está completamente azul con un día prácticamente soleado. No entiendo de donde sale el agua, y entonces miro al lado y veo un charco que el viento bate con tanta fuerza que levanta las gotas de agua. ¡Qué pasada! Nunca había visto cosa igual.
Vuelvo a batirme con el Dios Eolo y encuentro una nueva tregua al llegar a una gasolinera donde reposto. Un tipo que ha debido estar leyendo las pegatinas de la maleta mientras estaba en el servicio me dice “yo soy argentino y todavía no he podido celebrar lo que estás haciendo, y me quedan dos años para los cincuenta”. En ese momento me hace sentir todavía más afortunado, pues él ya está en Sudamérica y no necesita llevar ninguna moto para hacer mi viaje. Siento que de veras siente envidia sana por mi viaje aventura y estoy seguro que ese día va conducir su auto dando vueltas en su cabeza a que tiene que preparar su cumpleaños cincuentero con más ahínco. Nos damos un apretón de manos y él me desea que tenga un feliz viaje y yo “lo mismo le digo si no le veo dentro de dos años cuando celebre su aniversario”. No sé si dentro de dos años lo celebrará como yo, pero tengo la sensación de que al menos ese día ha recibido todo un espaldarazo para convertir mi viaje en su anhelado proyecto.
Otro de los inconvenientes del viento endiablado es que me roba la atención sobre el paisaje, y lo único que puedo ver son multitud de trozos de plástico abrazadas a los pequeños arbustos ondeando hasta desprenderse en nuevas trizas. Es una lástima que los conductores no tengan más cuidado en mantener la limpieza del terreno arrojando restos de basura que hieren y hacen sangrar el paisaje.
Un cartel me anuncia el desvío a Punta Tombo, 60 km, y tomo el desvío para visitar la atracción pingüinera que me ha recomendado Cristina. “¡Me cagüen la mar!” exclamo cuando veo que otro cartel anuncia que para llegar tengo que hacer 22 kilómetros de ripio. “¿Y para esto lavo la moto?” me vuelvo a decir frente al ripio que por lo menos es bueno, sin calamina. Al final ya tan cerca me digo que tengo que hacerlo, y allá voy. Circulo despacio para no levantar mucho polvo, pero entonces veo venir otro coche de frente lanzando una nube de polvo. “¡Al final es imposible tener en este viaje la moto limpia!” maldigo al paso del auto. Un cartel avisa de unas curvas peligrosas, que si se va rápido pueden serlas, y alguno parece que no le hizo mucho caso porque descubro un coche destrozado que ha salido por la tangente y que han debido dejar allí abandonado.
Cuando llego dejo la moto en el aparcamiento y voy a la taquilla a sacar la entrada, y taquillero me dice cuando le digo que si me puede guardar el casco que pase la moto hasta el restaurante ya que quiero comer antes y así la tengo a la vista. Los precios del restaurante son un poco caros, así que me tomo una hamburguesa con un refresco que es lo más barato. Entonces dos de los camareros se interesan por mi moto, uno de ellos tiene una pero más pequeña, se acerca a verla de cerca. Luego hablamos sobre mi viaje, y les noto satisfechos cuando les digo que lo que más me está sorprendiendo es la cordialidad de la gente que estoy conociendo cada día, que es lo mejor del viaje. De nuevo nos despedimos con un apretón de manos y una contribución más para engrosar mi abultado baúl de gratificantes recuerdos de mi viaje.
Debería haber un microbús para bajar hasta la entrada a los miradores, pero no está funcionando y dejan que los vehículos bajen al estacionamiento inferior. Dejo la moto junto a una pared por si el viento arrecia más y me tumba a Dulcinea. La dejo con todos los bártulos, menos el casco que le digo a las personas de dentro de la caseta de control si me lo pueden cuidar y que aceptan encantados, “no te preocupes que lo vendemos barato”, jeje. Luego me pongo a caminar por los senderos señalizados y veo los pingüinos magallánicos, que son tan reales que hasta dejan su impronta en el terreno con un ligero olor a granja, jaja. Están por todas partes, cavan unos agujeros junto a los matorrales y los convierten en sus nidos. Luego los veo en la playa, entrando y saliendo del agua, y resulta curioso como logran salir con las olas fuertísimas que azota la costa, hasta el agua sale volando y moja el objetivo de mi cámara. Allí vuelvo a encontrarme con un matrimonio mayor que vi en el mirador y que me comentaron que estaban viajando conociendo un poco su país después de tantos años viviendo en él, y que yo siendo de fuera estaba conociendo más lugares de Argentina que ellos. La visita ha merecido la pena, a pesar de hacer perder parte del esplendor de Dulcinea.
Poco antes de llegar a Trelew veo parado a un motoquero arreglando su moto, una Tornado 250, por lo que me digo que es un argentino. Paro y me comenta que se le ha salido la cadena, se le ha dado de sí y aunque ha echado para atrás la rueda sigue estando muy holgada. Me dice si tengo un tronchador de cadenas para quitarle un eslabón, pero ese invento no le llevo. Llega luego otro colega que al ver que no llegaba a la gasolinera ha salido a buscarle. Me comentan que son argentinos que están viajando en moto, y que tenían pensado llegar a Puerto Madryn, y que todavía pueden llegar a pesar de que el que tiene la moto averiada dice que así no podrá. Al final arrancamos todos y nos vamos a la gasolinera, donde yo aprovecho para repostar y me despido de ellos que quieren seguir para mañana buscar un taller. Le comento al gasolinero si queda muy lejos Gaiman, y me dice que a 18 km, que está cerca y que me gustará más que la ciudad de Trelew en la que estoy. Está anocheciendo pero la temperatura es veraniega, así que me convence y me voy para allá. La carretera es muy divertida, ¡con curvas! Y un paisaje que de repente está plagado de cultivos de regadío. Cuando llego pregunto a un policía por un hostal barato, y enseguida me indica uno cercano, y por si acaso otros tres más. Cuando llego al primero sale una señora para decirme que el dueño ha salido pero que volverá pronto. Me quedo esperando en la puerta y veo pasar a un motoquero, me mira y viene a hablar conmigo. En un principio pienso que es el dueño, pero luego me dice que está en un encuentro de motoqueros, y que si yo voy también. Le comento mi situación y me dice que está al lado, que cuando me aloje vaya y pregunte por él, Mario, que es locutor de radio de un programa de motos. El hostal es muy cutre, pero para dormir un rato puede servir, además me quiero ir al encuentro. Tampoco tiene garaje para Dulcinea, pero me dice que junto a la puerta de entrada no pasará nada, que otros motoqueros han dejado ahí también sus motos y no las sucedió nada, el pueblo es muy tranquilo.
Luego me voy andando a buscar el sitio con una agradable noche de verano. Pregunto a un tipo que veo por la calle y me dice que no sabe, que tal vez sea de frente. Me pongo a caminar y al momento le veo que empieza a llamarme. “No es por ahí, he preguntado a un amigo y ya me ha dicho donde es, es por allá”, termina diciéndome. Cuando llego la concentración es un lugar al aire libre, todo un poco oscuro, y como no veo a Mario pregunto a otro motoquero por él. Entonces me acompaña para ver si lo vemos, preguntando a otros amigos. Al final le encontramos y me presenta a otras personas, como al organizador y un fotógrafo y periodista mapuche, Andrés. Me invitan a beber cerveza me preguntan por mi viaje. Andrés me cuenta que él tuvo que salir de Argentina sí o sí, y que llegó a España, a la Plaza de Cataluña en Barcelona, entonces una chica se acercó a él para pedirle un pitillo sin tener ni idea de que era eso. Al final gracias a ella pudo estudiar la carrera de periodismo en la Universidad de Barcelona. El dinero de la concentración va destinado a una guardería, la finalidad última es solidaria, además de servir para reunir a los amigos motoqueros y pasar un rato agradable comiendo un asado, bebiendo y escuchando rock en directo, bueno y fumando alguna hierbilla, jeje. Muy divertida la entrega de los premios a diversos moto clubes, “este premio es por la buena onda…”, con un organizador un tanto contentillo, jeje. Y para no faltar otra vez me vi sorprendido cuando Andrés pide silencio a los presentes para presentar al “español que está recorriendo en moto Sudamérica”, “un fuerte aplauso para él”, jajaja, me sentí emocionado por la buena onda de los presentes. Además Andrés cuando le dije que mañana tenía pensado ir a Puerto Madryn me dio su tarjeta para que le llamase y que me quedara a dormir en su casa. ¡Qué mal que me lo están haciendo pasar en Sudamérica! Jajaja
Y así fue mi noche en Gaiman. Un cordial saludo!

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Gracias x compartir el viaje. Estupenda crónica y felicidades de nuevo monstruo!:D
 
Última edición:
Hola de nuevo a tod@s los que todavía estáis enganchados a las crónicas!
A ver si a partir de ahora puedo ser un poco más constante en la publicación de las crónicas que me restan por sacar y que también a mí me consuelan reviviendo aquellos maravillosos días.
A la mañana siguiente me levanté un tanto cansado por haberme acostado tarde, y eso que no me quedé a los conciertos que me hubiera gustado, pero entonces me habría ido todavía más tarde y no me hubiese sentido pletórico para enfrentarme a un nuevo día cargado de emociones. Lo que sí noté es que toda la ropa olía a humo de la barbacoa, con lo cual la metí en la bolsa de la ropa sucia para la siguiente colada. Aun así me desperté a las nueve, y vi a través del móvil varios mensajes de apoyo a mi última crónica, por lo que decidí compensarles con una entrega que me puse a escribir. Sobre las diez y media me di una ducha y me dispuse a levantar el campamento y como tampoco había desayuno lo primero fue ir en busca de una cafetería para repostar. Antes el dueño me pide que nos hagamos una foto, le gusta coleccionar fotos de los moteros que pasan a lo largo del año por su hostal. En la calle principal encuentro una pastelería donde degusto unas medias lunas (cruasanes) con un “chocolate” que en realidad es leche caliente con una pastilla de chocolate dentro del vaso. Lo que más me gusta de todo el desayuno es la música que en ese momento suena en el establecimiento, “A mi manera” de Frank Sinatra, todo un lujazo que me da un subidón espectacular, me hace sentir el tipo más feliz de la tierra. Me siento el vaquero más afortunado del planeta, cabalgando con mi inseparable montura y viviendo el viaje más extraordinario de mi vida, sintiéndome completamente libre y acompañado por gentes entrañables sin olvidar a mi preciado Ángel de la guarda. De nuevo me senté en mi corcel y tras espolearlo salí henchido de gozo a por una nueva recompensa sintiéndome un joven Clint Eastwood cabalgando a mi manera…
Me encamino hacia la famosa casa de té en la que estuvo Leidi Di, y veo que está al lado del sitio de la concentración, pero está cerrada y hasta las dos de la tarde no abren, así que vuelvo a montar en mi Dulcinea y nos despedimos de Gaiman. Sigo las instrucciones del navegador que noto que me está llevando por un nuevo recorrido, más corto que el día anterior que en vez de 18 kilómetros hice 28, ya que era este el camino más próximo a Trelew, pero más feo, sin las curvas ni los verdes del regadío. En las afueras de la ciudad se establecen los que siguen pendientes de cumplir sus expectativas, mientras que hacia el centro aprecio viviendas que indican que sus dueños por el contrario las han visto cumplidas. No me da la impresión de que la ciudad tenga nada relevante con que alagarme y hacerme llevar en la tarjeta SD, así que sigo las indicaciones hacia Puerto Madryn, una ciudad costera que seguramente me ofrezca más imágenes para llevar conmigo.
La ruta que lleva al nuevo destino es toda autovía, una larga recta interminable y como es domingo no lleva mucho tráfico. Cuando llego me voy a la costanera, donde veo un enorme ferry de turistas atracado. La ciudad tiene unas enormes playas de arenas sobre las que hay multitud de turistas, pero lejos de parecer un Benidorm. Me entretengo haciendo unas fotos que me ofrece el bonito día, donde comienzo a notar que estoy realmente en verano. Haciendo una foto a unas pinturas le pregunto a un paseante si me puede decir algún sitio para comer. Me pongo a charlar con Luis y le hablo de mi viaje, él me dice que si quiero ir a descansar, dejar el equipaje o ducharme a su apartamento no hay problema, y me comenta que está de vacaciones con su mujer, que ha salido a dar un paseo por el paseo marítimo, y que se dedica a comprobar las conducciones de los oleoductos. Por motivos laborales viaja mucho, incluso a otros países de Sudamérica. En una ocasión estuvo cerca de Machu Picchu, pero no pudo ir, y ahora que conoce mi viaje y mi versión del lugar cree que es el momento de tratar de recuperar esa visita que además a él también le ha atraído desde hace tiempo. Su hija está estudiado biología marina, y su mujer está estudiando una carrera a distancia en una universidad de Madrid, y el año que viene quiere ir a terminarla allí. Le doy mi correo por si quiere contactar conmigo para cualquier cuestión que necesite, incluso por si le puedo ayudar a su mujer de cara a su visita a nuestro país. Enseguida notamos que hay franqueza y cordialidad por ambas partes, me dice un restaurante donde puedo comer pescado y también unos bancos porque necesito sacar dinero que ya casi no me queda. Nos despedimos una y otra vez porque nos sentimos a gusto el uno con el otro y ambos estamos satisfechos del encuentro, e incluso me dice que cuando vaya hacia la siguiente ciudad por el camino me pase a visitar la Gruta, una localidad también costera con bonitas vistas.
Me pongo primero a buscar un banco, cuando llego al Banco Patagonia que es el que en Ushuaia me ha estado dando pesos sin problemas sin embargo en esta ocasión me dice que operación no valida y no soy capaz de sacar un pavo. Cuando salgo me encuentro con otro motoquero que llega con su moto, una Honda 125, y nos saludamos. Al decirle lo que me ha pasado me dice que le siga para ir a otro banco. En ese me pasa lo mismo, y aprovecho para comentarle mi viaje y mi próximo destino, Puerto Pirámides. Entonces me dice que él ha trabajado allí, y que ahora no interesa ir, que voy a tener que pagar un peaje por entrar, y que además ahora no hay pingüinos, que he hecho bien en visitar Punta Tombo que es donde ahora hay más. Se llamaba también Luis, y como estoy cansado porque he dormido poco, le digo que entonces me voy a quedar en Puerto Madryn, y así me hecho una siesta y luego me bajo a la playa. Me acordé de que tenía la tarjeta de Andrés, el fotógrafo de la noche anterior, pero me apetecía más descansar que disfrutar de su amistad. Luis me dijo que estaba con su sobrino, pero que como estaba durmiendo se había ido a dar una vuelta, y que se ofrecía a llevarme a un hostal. Nos fuimos con las motos hasta un hotel, pero como era muy caro me llevó a otro, donde finalmente me alojé. Además antes de llegar me recomendó un restaurante a donde él iba a comer cuando salía de trabajar, con buen pescado y buen precio, incluso me dice que reserve para esta noche, cosa que hago cuando pasamos por el sitio. Nos despedimos con otro apretón de manos, me sentía como en una nube disfrutando con las personas tan serviciales y amables que estaban saliendo ese día a mi paso.
El recepcionista me dice que tengo que pagar por adelantado, pero le comento que no tengo dinero suficiente, que si puedo pagarle al día siguiente cuando abran el banco, porque dinero tengo en la cuenta, pero que debe ser porque como es festivo los cajeros deben estar agotados con tanto turista, y además como los billetes más grandes vienen a ser de 100 pesos (unos 7 €) todo el mundo tiene que sacar fajos enormes para pasar la semana, de ahí que los cajeros se queden sin dinero. Al final acepta que le pague la mitad ahora y la otra mañana, y así me queda algo para comer. Me compro en la tienda de la esquina unas judías que venden en vinagre, y eso que el vinagre no me gusta, pero así como algo de legumbres y también me compro unas empanadas, agua y fruta.
Tras la siesta me voy a dar un paseo por la playa, no me he puesto el bañador porque el día se ha nublado y no hace día para meterse en el agua. Lo que me llama una vez más la atención es la cantidad de chicas jóvenes de apenas 18 ó 19 años con niños pequeños, son madres muy jóvenes. La gente disfruta pasando un día de playa como en España, leyendo, jugando, paseando… Además me llaman la atención la multitud de negros que venden suvenires en el paseo, nunca antes los había visto en otras ciudades. Me voy a buscar el restaurante que ya no me acuerdo muy bien donde está, aunque sé que estaba un poco alejado de la calle principal y veo un cajero en el que entro para ver si logro sacar pesos porque si no para cenar como no cobre con tarjeta me voy a quedar con las ganas. Tengo éxito y extraigo todo lo que da la tarjeta, unos 350 €, que a pesar de tener mayor cantidad de extracción los bancos deben limitarla en los cajeros para que aguanten un poco más las extracciones de los clientes.
El lugar se llama Marisquería del Atlántico, donde me atienden unas guapas y simpáticas jóvenes camareras tomándome una rica ensalada de mariscos. De regreso al hostal veo una pastelería y entro para endulzar un poco la cena, allí me atiende Andrea, una simpática argentina que tiene exsuegros españoles, gallegos de Cee. Tiene cinco hijos, un año el menor y 14 el mayor, y una niñera para cuidarlos. Por las mañanas trabaja en otro sitio y allí por la tarde. Además va a terminar la carrera de derecho. Ha estado en Fuerteventura, Cee y Toledo, pero no en Madrid. “A España no vayas chica que le vas a quitar el puesto de trabajo a cuatro o cinco por lo menos, jaja” le digo. Me pide el correo y el Facebook para seguir mis andanzas. Además mientras hablamos una señora con dos hijas está pendiente de la conversación, y cuando le digo que escribo libros entran en la conversación y termino dándolas un beso a cada una, jaja. “Vos siendo español y escritor no podía quedarme callada, y no sigo porque nos están esperando”, me dice la madre.
Estoy con un subidón espectacular, me lo estoy pasando bomba, me siento como si las escenas fueran pasando delante de mí cada día y saliendo de la pantalla nuevas personas todas ellas súper cordiales y afables.
Hablo con Juan de Bahía Blanca, que me ha invitado a través del Facebook a su casa, y me dice que mañana habrá un asado, y que dormirá también en su casa un chica motera argentina que ha ido hasta Alaska en una moto de 110 cm3. Le digo que tengo que hacer 660 kilómetros al día siguiente y que no sé si llegaré, pero después de decirme esto le digo que llegaré sí o sí porque no me quiero perder el evento por nada del mundo.
Esa noche me dormí eufórico por el gran día que mi Ángel de la guarda me había regalado, y también me vino a la mente que iba a echar de menos días como estos una barbaridad cuando volviese a la cruda realidad allá… Empezaba a intuir seriamente que lo iba a pasar muy mal cuando volviese a saltar el charco…
Bueno, pues así recuerdo el día que dormí en Puerto Madryn.
Un saludo!!

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Hola de nuevo a los que todavía sentís curiosidad por mis crónicas!
Pues como comenté en el último mensaje dormí pletórico de satisfacción en Puerto Madryn, y a la mañana siguiente me levanté temprano y me puse a cargar la moto, y luego me preparé un té en la cocina comunitaria acompañándolo con unas medias lunas que compré en la pastelería de Andrea el día anterior. Por si todavía no estaba levantado el recepcionista le pagué la mitad pendiente de la habitación antes de ir a costarme, y le devolví el adaptador que le pedí para poder enchufar el celular pues el enchufe que tenía la habitación era para tomas de patillas planas, creo que era la primera vez que me encontraba un enchufe así en todo el viaje.
Sigo las indicaciones del navegador para salir de la ciudad y poco después estoy de nuevo en la ruta trazando una recta tras otra. Al poco vi en un cruce el desvío para la Gruta, indicando 7 kilómetros para llegar hasta allí, con lo cual me acerco a visitarla. Se trata de una localidad con una extensa playa arenosa situada bajo la villa. Me gusta la zona y de tener más tiempo sería un bonito lugar para descansar y darse un baño, además la playa está muy tranquila con poca gente. Tras hacer unas fotos regreso a la ruta, los kilómetros son muchos y quiero llegar para el evento nocturno que está previsto esa noche.
La carretera tal y como me dijo Juan es una sucesión de rectas, y el paisaje formado por arbustos que se pierden en el horizonte hacia cualquier lado que se mire, y esa mañana el viento está más tranquilo, con lo cual los kilómetros se hacen rápidos y sin problema alguno de navegación o conducción. Me gustaría pararme a hacer alguna foto más de las que hago, pero quiero aprovechar todo el tiempo posible antes de que anochezca por si al final tengo que dar un esprintazo para llegar a tiempo al destino.
Llegó a un cruce y me percato de una inmensa cola de coches en la gasolinera, pregunto a un empleado que veo poniendo unos conos y me dice que están descargando combustible, y que tenemos que esperar dos horas. Le pregunto por la siguiente gasolinera y me dice que para donde yo voy me quedan 80 kilómetros, así que me voy a la siguiente que tengo combustible y todavía es temprano para comer. Antes de llegar veo un lugar dedicado a Gauchito Gil y me paro a hacer unas fotos, son multitud de banderolas y casitas las que se sitúan en esa parada junto a la carretera.
Cuando llego a la gasolinera hay también bastantes coches esperando, y cuando me toca, Carolina una chica joven me dice que es porque sólo tienen gasolina súper, y al tener sólo un surtidor se organizan esas colas. En verano la demanda aumenta con el turismo, pero no siempre las previsiones van a la par. Me cuenta también que su abuela era de Asturias, y que además ese empleo es sólo provisional, aguarda a ejercer su verdadera profesión, e incluso quiere ir a España a conocer tanto el país como la zona de sus abuelos. Me gustaría charlar más con ella pero tiene mucho curre, así que nos hacemos una foto porque creo que estoy ante una joven soñadora que está luchando por hacer realidad sus sueños, y estoy seguro que los conseguirá porque la veo con muchas ganas de presentar batalla a la vida, y tengo la intuición que tiene madera de vencedora.
Luego dejo la moto frente a la entrada del restaurante y paso a su interior para comer algo. Allí conozco a otras dos jóvenes, Even y Gisela, y ambas trabajan de camareras. Las pregunto que tienen de comida, y no podía faltar la popular milanesa. Las comento que me llaman la atención la cantidad de chicas jóvenes con unos 18 ó 19 años con hijos, y me comentan que incluso las hay con 14 años, y me acuerdo que eso también me lo comentó Andrea la noche anterior, pero las digo que debe ser una excepción, no la norma general. Even es una chica guapa que tiene 26 años y un hijo de dos años y que me dice que quiere también salir a conocer otros lugares, tanto de Argentina como de Europa. Gisela tiene 29 años y mañana cumplirá los 30, e igualmente es otra chica guapa. No está casada y me dice que antes de tener hijos quiere esperar a hacer otras cosas que tiene pendientes. Me encanta hablar con ellas porque las veo como dos chicas soñadoras con mucho por hacer todavía, y además me hablan con franqueza porque saben que no estoy tratando de ligar con ellas, sino que busco conocer la persona que hay detrás de ese uniforme. La mejor forma de conocer un país es hablando con sus habitantes, escuchándoles y conociendo su forma de pensar y actuar. Me parece estupendo toparme con personas como estas tres chicas, repletas de energía positiva y con ganas de comerse el mundo, y estoy seguro que si volviera a verlas dentro de unos años me hablarían de sus sueños consumados y de los nuevos pendientes. Me despido de ellas con un beso y deseándoles mucha suerte en su vida y que no pierdan esa enorme vitalidad que llevan dentro.
Como ya va haciendo un poco más de calor y con el estómago lleno me voy a la zona de bancos que me ha comentado Gisela para echarme una siestecita. Apenas he comenzado a meditar suena el celular, es Juan que me dice que Belén, la chica argentina que esperaba ese día no podrá venir, ha tenido problemas con el seguro de su moto y lo hará mañana, así que conduzca tranquilo, que la barbacoa será también mañana. Continúo pues meditando y poco después monto de nuevo sobre Dulcinea.
Poco antes de entrar en Bahía Blanca veo una enorme factoría química lanzando humos, y como tengo la dirección de la casa de Juan llego hasta su entrada, aunque un tipo que hay fuera me dice cuál de las puertas que hay junto a la suya es la buena. Con el ruido de la moto sale a recibirme sin que tenga que llamar. “¡Hola Kenko! Mi casita es modesta pero el corazón es grande, así que acá tienes un lugarcito para descansar”, me dijo Juan. Enseguida supe que estaba ante una persona hospitalaria y franca que disfruta recibiendo a motoqueros. “Deja tus cosas en esa habitación y ponte cómodo como si estuvieras en tu casa”, me volvió a decir. “Juan ¿Esta no será tu habitación?”, le dije cuando vi la cama de matrimonio. “Tú tienes que descansar y yo la tendré el resto de días. Además yo soy mayor y tienes que hacer caso a los mayores”, me contestó. Por mucho que insistía que a mí me daba igual una cama que otra él seguía en sus trece de que era el mayor y tenía que hacerle caso. Dentro de la casa tenía una Honda 125 XR que había comprado para dejársela a su yerno, pero cambió de trabajo y la tenía en casa para utilizarla por la ciudad y preservar la Honda Falcon 400.
Como también había dejado el coche nos fuimos a cenar en las motos a una pizzería, donde nos atendieron unos camareros que le conocían y nos trataron de lujo, se nota que donde va Juan hace amigos. Me estuvo contando que tiene un hijo que trabaja en España, en Tarrasa, con lo cual le dije que cuando fuera a verle antes o después se tenía que pasar por mi casa, que entonces estaba en mi campo y ahí su edad no le serviría para tomar la riendas que yo llevaría. Cuando pedí la cuenta se empeñó en invitarme y como los camareros eran amigos suyos no quisieron tomar mi plata. “Ya te pondré las pilas cuando estés en mi terreno” le dije.
Cuando salimos a la calle le quitó la cadena que le puso a mi moto y nos marchamos a dormir. Él iba a dormir en otra cama que le había puesto a una amiga que mientras alquilaba una casa estuvo durmiendo en su casa. “Vas a dormir en la cama que ya han dormido otros como Alicia Sornosa, Vitín o Pedro Madrid”, me dijo.
El viaje una vez más me volvía a impresionar, jamás imaginé encontrarme a una persona como Juan, y ya no sólo era por su hospitalidad con todo el mundo, sino además su entrega desinteresada a los demás que era realmente loable y asombrosa. Cada vez sentía que este viaje estaba entrando en mí para no salir.
Buenas noches y espero que hayáis disfrutado de esta nueva entrega y asombrado de la buena persona que os he presentado en esta ocasión, mi amigo Juan José Fernández de Bahía Blanca.
Un cordial saludo!

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Hola a tod@s un día más!
Al final el laburo me ha hecho entrar a saco y el tiempo que esperaba tener para terminar estas últimas crónicas me lo está robando. Lo cierto es que yo también deseo encontrar un hueco para continuar con ellas porque cada vez las necesito más para recordar quien fui no hace mucho tiempo.
Como os comentaba me quedé en que dormí en casa de Juan, y al día siguiente nos levantamos y tras desayunar le dije a Juan que me gustaría dar una vuelta por la ciudad y conocerla un poco. Me subí sobre Dulcinea y el sobre su Falcon y nos marchamos con un bonito día soleado y veraniego hacia el puerto, donde vimos unas antiguas instalaciones de una central eléctrica en la que había una exposición museística de objetos relacionados con el ferrocarril y de viaje de un tiempo ya lejano y extinguido. La entrada era libre pero Juan introdujo en la caja un donativo para seguir manteniendo vivo aquel pasado momificado. Luego nos acercamos a ver unas antiguas dependencias del puerto con objetos antiguos que igualmente hacían viajar en el tiempo. Juan a pesar tenerlo en su ciudad tampoco las había visitado, con lo cual mi presencia le sirvió aquel día para conocer un poco más a fondo los rincones de la misma. Otra cosa curiosa que me comentó es que las casas antiguas tenían la fachada de chapa, y algunas todavía conservaban ese material. Luego nos fuimos al puerto para ver la parte nueva y una pequeña zona antigua, aunque realmente no me llamó la atención al no poseer nada pintoresco o que por lo menos me llamara la atención poderosamente. Desde allí nos fuimos al centro para visitar el ayuntamiento, el edificio más vistoso después de la catedral pero estaba cerrada. Entramos y Juan saludó a una conocida, la chica se alegró de verle y es que es un tipo tan cordial que no me extrañó que se alegrara.
Desde allí nos marchamos a ver un barrio residencial de gente pudiente con chalets independientes y con un alto desde el que se veía parte de la ciudad. También me enseñó un barrio con casas británicas que pertenecieron a antiguos trabajadores de empresas inglesas. Y como ya teníamos apetito nos marchamos a comer a un centro comercial donde nos encontramos con Lorenzo un presentador del Canal 9 que acaba de hacer una grabación en su interior. Me presenta y cuando le dice que soy un “gallego” que está recorriendo Sudamérica en moto me dice que si puede hacerme una pequeña entrevista. ¡Qué sorpresa tan agradable! Y total que se pone a grabarme preguntándome sobre mi viaje, disfrutando un montón contando mi experiencia viajera. Nos sentamos luego en una mesa de un restaurante que en uno de los carteles tenía fotografiado un plato de paella, y me lo pedí para salir un poco de la típica milanesa. El caso que la realidad fue decepcionante, el arroz era el típico brillante que a mí no me gusta, y los calamares o lo que fueran muy secos. Pido la cuenta y le digo a Juan que hoy pago yo sí o sí, pero él vuelve a tirar de su simpatía con la camarera “tú no le hagas caso a este gallego” y ¡vuelve a invitarme a pesar de evitarlo activamente! Estoy asombrado con la cordialidad de Juan, supone un inolvidable recuerdo pero a la vez me hace sentir todavía más en deuda con él. Al salir nos encontramos con el vigilante del parking del centro comercial haciendo fotos a los cascos que no han dejado amarrados a las motos, pues dice que si los roban es responsable el centro, echando el chorreo al vigilante de la zona, pero si no estaban atados entonces no, parece que algunos utilizan esta picaresca según nos cuenta el chavalito uniformado que se está protegiendo por si le vienen mal dadas.
Regresamos a casa y como hace un calor totalmente veraniego nos echamos una siesta porque la necesitaremos para aguantar la noche festiva que se avecina. Al poco de levantarnos llega Belén, una joven y guapa chica argentina que lleva viajando en moto cuatro años y que ha llegado con una moto de 110 cm3 hasta Alaska. Nos sentamos a charlar pues estoy ansioso de conocer su experiencia. Me cuenta que va viajando y cuando se le termina el dinero se pone a trabajar en lo que encuentra hasta que vuelve a reunir un poco de plata, además ella gasta poco porque duerme en carpa o en casa de gentes que la invitan, y cocina su comida, y como su moto gasta poco logra estirar el dinero bastante. Me cuenta infinidad de anécdotas viajeras que me embelesan. Una de ellas es de cuando estuvo en Colombia, que a raíz de pararse la moto en medio de un bosque porque se le había gripado la bujía, empezaron a salir militares de entre los árboles y se puso a charlar con ellos, e incluso uno que decía que había tenido una moto igual le cambió la bujía, y cuando llego al pueblo siguiente y lo contó le dijeron: “¿Militares? ¿Llevaban en los uniformes unas marcas rojas?”, y al decirles que sí, entonces le dijeron que eran miembros de las FAR. “Yo ni me enteré, jaja”. Otro relato que viví absorto fue el que me contó de cuando estaba por Bolivia, cerca de Oruro y vio a unos niños que iban a buscar agua a unos diez kilómetros de distancia, entonces ella les subió en su moto y fue hasta allí, y luego los llevó hasta su casa. Acampó junto a la aldea disfrutando de la cordialidad de sus habitantes y pasó allí unos días ayudándoles a traer el agua, y cuando se fue se encontró a unos motoqueros de Oruro que les llevó hasta la aldea para que fueran a buscar agua y abastecerla, incluso ha conseguido que ahora una vez a la semana los motoqueros den un paseo para llevarles agua. Es una chica que lleva marcada en la piel su espíritu viajero, hasta el punto de que en su brazo derecho lleva tatuado un mapamundi, y en cada hombro los puntos cardinales E y W, y en su espalda N y S. Estando en El Salvador acampó en un pueblo, bajo unas escaleras, pero como había mucho ruido se fue a las afueras del pueblo y puso su carpa sobre la selva. Por la noche escuchó como un animal extraño rondaba su tienda, y a la mañana siguiente el pueblo estaba asustado porque habían visto una pantera por las inmediaciones. “Y yo sin saberlo estuve seguramente al lado de ella, jaja”. Cuando la pregunté qué sitio había sido el que más le había gustado, “todos han sido bonitos, porque yo no me dejo ningún lugar sin recorrer, visito todos los sitios y acampo para disfrutar los entornos, y hay montón de sitios que me han encantado”, me dijo. “Canadá y Alaska son muy lindos. No te imaginas lo bien que te sientes cuando ves pasar una manada de búfalos desde tu moto”, me siguió contando mientras yo permanecía muerto de envidia. “El Tapón de Darién me costó pasarlo tres semanas, como tenía todo el tiempo del mundo iba todos los días al puerto a preguntar si algún velero partía para Panamá, y yo creo que como todo el mundo me conocía al final encontré una persona que quería compartir gastos, y me salió por 200 €”, siguió contándome. Jamás he conocido una chica tan poseída por el espíritu viajero, me encantaba oírla contar sus vivencias y verla tan ilusionada. Aunque tiene Facebook está desbordada , cada vez que cuelga algo tiene al momento cincuenta o más mensajes, y aunque agradece los mensajes no quiere pasarse el día entero pegada a un ordenador, su pasión es viajar en moto, conocer gente y lugares. Tiene previsto recorrer en 2017 África, lo que no sabe es si comprará allí una moto, la más vendida para tener repuestos, o llevar su moto, “a mí me gustaría llevar mi moto con patente argentina, igual que vos lleváis la española”, me comentó.
Sonó el timbre y llegó Fabio que venía a buscarnos para ir a cenar a la casa de un motoquero de un motoclub que esa noche iban a hacer unos pollos a la barbacoa para celebrar nuestra presencia. “Kenko tu siéntate ahí presidiendo la mesa”, me dijo uno de ellos. Puede resultar reiterativo, pero de verdad es que me volví a sentir sorprendido con la hospitalidad que me brindaban aquellos motoqueros. Además el pollo estaba espectacular, el cocinero los había preparado con todo el cariño del mundo, no hacía más que servirnos a todos, y se notaba que disfrutaba con su labor culinaria, todo eran halagos a su buen hacer. Incluso pusieron para bebe fernet, una típica bebida con alcohol elaborada con uvas fermentadas y hierbas a la que se añade coca-cola, además de agua y refrescos. A mi lado se sentó un ex marinero militar ya jubilado que fue radiotelegrafista que participó en la guerra de las Malvinas, “las Malvinas se perdieron por falta de medios, pero nos faltó poco para conseguirlo. Murieron unos 700 soldados argentinos, pero nosotros también les hicimos unas bajas de otros 500 que no se esperaban”, me cuenta. Echa de menos esa vida marinera, “al final cuando te acostumbras a la mar te gusta y disfrutas trabajando”, me comenta. Nosotros estuvimos en España, participamos del bloqueo del estrecho cuando la guerra del Golfo. Recuerdo que cuando paseábamos por Málaga la gente nos miraba los mates pensando que eran droga como las pipas de los moros, incluso un guardia civil cuando pasamos el escáner se quedó mirándolo porque pensaba lo mismo, hasta que el compañero le dijo que estaba bien, que eran utensilios para hacer infusiones. La conversación fue de lo más amena, disfrutando enormemente de sus relatos tan reveladores de su vida marinera. Después comenzó a funcionar un caraoque en que uno de ellos empezó a cantar canciones de Pappo, un roquero que fue una leyenda y que actuó con B.B. King o Charly García, y que murió en un accidente de moto, considerado todo un ídolo para los motoqueros. Esa noche se estaban aunando diversión y suma de conocimientos, dos buenas razones para pasar un rato inolvidable.
Otra hermosa chica que llegó cuando estábamos cenando fue Lorena, que vivía a unos cien kilómetros de allí, y que quería conocer a Belén, y la verdad es que no me extrañaba nada, yo también los habría hecho para conocerla.
Después de disfrutar una estupenda cena, charlar y hasta bailar, pusimos punto final marchándonos a dormir. El buen samaritano de Juan le dijo a Lorena que se quedara en su casa y que regresara mañana por la mañana, incluso como iba en mi dirección podríamos hacer juntos el recorrido. Todavía charlamos un rato antes de acostarnos, realmente estábamos entusiasmados por aquel recibimiento y la buena gente que nos había acompañado. Lorena y Belén durmieron en la cama de matrimonio, y Juan volvió a invocar su condición de mayor para que durmiese en la otra cama, y él en otra plegable que tenía. Por su supuesto que mi rechazo para ocuparla cayó en saco roto y terminó saliéndose con la suya. Aguardo impaciente a jugar otra partida en mi campo y entonces serán mis canas las que lleven la voz cantante, ¿verdad Juan? Jeje
Aquella noche me acosté henchido de satisfacción, no sabía si mi Ángel de la guarda me estaba lanzando sus últimas salvas que me llenaban de gozo pero a la vez me producían una pena tremenda, pues aquella era mi última noche de viaje. Mañana dormiría ya en Buenos Aires.
Esa noche recuerdo que tuve un sueño muy curioso y lindo. Me vi tumbado en una carpa mirando desde dentro cómo pasaba un enorme oso, y entonces Belén dijo “¡mira Kenko qué lindo!”.
Buenas noches amig@s!

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Buenas noches amig@s!
Hola un día más a los fieles seguidores!
Con esta crónica quiero cerrar estas lecturas que he estado compartiendo con todos vosotros y que algunos me han confesado que les tienen enganchados, pero el final había de llegar.
El último día os conté que nos quedamos en casa de Juan durmiendo después de la cena de bienvenida que nos dio Nestor y los chicos del motoclub. A la mañana siguiente nos levantamos temprano para continuar los viajes programados. Belén se marchaba al oeste a Villa Traful para trabajar en unas cabañas, Lorena de vuelta a su casa en Coronel Pringles, y yo a Buenos Aires. Juan se levantó también y nos preparó un desayuno, hicimos las fotos de despedida y tras abrazos y besos me marché con Lorena para compartir un tramo de ruta.
Ella llevaba una moto de 300 cm3, y yo la seguía desobedeciendo las indicaciones del navegador que me indicaba por otros sitios. Sin embargo el trazado de la carretera por la que íbamos rompía en ocasiones el trazado rectilíneo y podíamos girar el manillar de vez en cuando. Además atravesamos un lago que recreaba la vista, y poco después empezamos a ver campos de girasoles que me recordaban a los campos de castilla. Entonces Lorena paró junto a la carretera para hacerme una foto con un fondo amarillento que conformaban esos campos, y me percaté que también le pasaba como a mí al sentir atracción por los colores del paisaje. Habríamos parado más, pero ambos llevábamos prisa, por eso no detuvo la marcha en más ocasiones para hacer más fotos. Tras la foto retomamos la ruta hasta llegar al cabo de 130 kilómetros a su pueblo, donde pusimos las motos junto al cartel de entrada para fotografiarnos y despedirnos. Me dijo que para otra ocasión me podría enseñar más lugares de alrededor muy lindos. “Has recorrido una gran distancia para ver a Belén”, le dije. “Yo la sigo y quería conocerla en persona”, me dijo. También conocía y seguía a Alicia Sornosa, pero cuando estuvo en casa de Juan no pudo verla porque se encontraba por la ciudad de Córdoba conduciendo un camión, ya que antes de trabajar como administrativa conducía camiones con caballos. “Yo me he recorrido toda Argentina con el camión”, me comentó. Me parecía asombroso el valor de Lorena conduciendo un mastodonte de aquellos y además hasta por zonas de ripio, e incluso su fuerza de voluntad para adquirir mientras tanto nuevos conocimientos para su nueva dedicación profesional, vamos que estaba ante toda una chica coraje. Pusimos a Dulcinea y su Niña Rous junto al cartel de bienvenida a su pueblo y nos inmortalizamos para el recuerdo. Ella tenía una gran amiga viviendo en Madrid que seguramente iría a visitar algún día, y que me vería a mí también ahora que se había creado el vínculo de amistad.
Cuando me volví a sentar en la moto es cuando realmente sentí que mi destino era el final, y después de conocer a personas como Juan, Belén, Lorena o los motoqueros de la noche anterior, no quería llegar a ese final, me sentía flotando en una nube de la que no quería bajarme, todavía no, un poco más pedía a mi Ángel de la guarda.
De nuevo vinieron las rectas infinitas, y en un tramo veo un camión estacionado a un lado de la carretera y sobre el otro carril un pallet de ladrillos despanzurrados que al haberse roto parte de la lona del camión por el fuerte viento habían salido despedidos. Hay que ir pendiente sin bajar la guardia, el sobresalto puede surgir cuando menos te lo esperas, pero tampoco por ello hay que manejar con miedo, con un poco de prudencia es suficiente. Luego en una curva con visibilidad veo a un camión adelantando a otro, y me percato de que no le va a dar tiempo a finalizar la maniobra antes de que yo llegue, con lo cual reduzco la velocidad y me tiro al arcén de tierra, cuando pasa a mi lado me pide perdón con la mano y las luces. Ante su disculpa y al no haberme creado una situación de peligro se la paso, incluso le agradezco interiormente su gesto conmigo.
Cuando paro a comer conozco a un motoquero que va de camino a Mar de Plata a un concierto, hablamos de mi viaje y se siente impresionado, pues él nunca ha recorrido todo donde he estado. Aunque no quiero llegar Pedro me llama para decirme por dónde voy, ya que está impaciente para que mañana podamos ir a gestionar el envío de las motos. Aquella conversación es un varapalo más para terminar con mi Gran Viaje, dentro de unos pocos kilómetros habrá terminado mi recorrido, y un sueño cumplido más.
Cuando llegué a la casa de Hernán salieron Pedro y Humberto a recibirme, era el segundo y último encuentro programado. Habíamos completado el recorrido a Sudamérica que anhelábamos allá en España y que finalmente pasaría a ser un maravilloso recuerdo. También salió Mauro, un italiano que viajaba en una África Twin y que hacía cuatro años dejó su trabajo de directivo por la de “Vagabondo per il mondo” y que es embajador de una ONG que trabaja por la integración de personas con síndrome de Down, para lo cual da charlas a empresas o realiza entrevistas con medios de comunicación.
Al día siguiente fuimos a ver a Javier y Sandra de Dakar Motos que nos dijeron que el proceso para retornar la moto constaría de tres días. Uno para entregarles la documentación, otro para llevar las motos al aeropuerto y otro más para pagar al día siguiente. Esta empresa sí resultó eficaz para llevar las motos hasta España. Además nos comentaron que otros moteros las habían llevado hasta Argentina con una empresa británica que iba a recoger las motos por lo menos a Bélgica y Holanda, que era de dónde venían, y que aun así les había salido más rentable que mandarlas desde su país. Les he mandado un correo para ver si me facilitan esa empresa que no tenían a mano el día que fuimos a verlos. Ellos se ocupan tanto de enviar las motos como de sacarlas cuando llegan a Buenos Aires procedentes de otros países. Os dejo su correo por si alguno quiere ponerse en contacto con ellos: DakarMotos@hotmail.com En cuanto a la empresa argentina de envío no os la paso porque fue un desastre con nosotros y no la recomiendo.
Una vez que todo estuvo resuelto me dediqué a viajar por los alrededores, no soportaba después de tres meses recorriendo lugares quedarme encerrado en la casa, sentía depresión, añoraba todas las vivencias y quería continuar más y más. Me marché en ferry a Colonia del Sacramento, una antigua ciudad colonial española muy linda y romántica, echando en falta compañía femenina para disfrutar de los acogedores restaurantes. Pero lo que más eché en falta fue la pérdida de todas las miradas sobre mí durante el ferry, me di cuenta que al faltarme mis botas y traje de moto nadie se fijaba en mí, era un turista más. La moto era sin lugar a dudas un gran imán que hasta entonces atraía todo el interés del resto de turistas a mí alrededor. Me sentí desolado, echaba en falta aquella pérdida de protagonismo y también a mi moto, hasta entonces éramos un binomio inseparable. Sin ella y sin mi traje de astronauta me sentí extraño, no me acostumbraba a desempeñar este nuevo papel de turista.
Al regresar a Buenos Aires quedé también con Federico, el motoquero que conocí junto con Verónica, y que me contó que la Guerrero cumplió, pudo encontrar una cámara y ponérsela a su moto y completar el recorrido. Lo que sí era cierto es que cuando dejaba la moto y agarraba su mochila para llevársela en busca del repuesto, la respuesta de los conductores no era la misma, no todos paraban, como diciendo que aquel mochilero se comprara un billete de autobús y dejara de viajar haciendo dedo, lo que no sucedía cuando tenía la moto. También me comentó que el espíritu abierto de los días de aventura estaba quedando un poco más cerrado porque la ciudad es lo que tiene, y que como yo añoraba esos gloriosos días. Dimos un paseo por el barrio de San Telmo y tras tomar algo nos despedimos, él se marchaba fuera aprovechando los cuatro días de puente.
Otro de los lugares que visité por indicación de Federico fue el Tigre, una zona de canales que forma la desembocadura del río Paraná, que se recorren en barco y ofrecen un día entretenido. Y al día siguiente la localidad de Luján, en la que se ubica la basílica neogótica de Luján, una linda construcción que merece la pena visitar.
Por las noches Mauro nos deleitó con sus habilidades culinarias, incluso Claudio, un argentino que conocieron Pedro y Humberto durante su viaje, nos preparó un maravilloso asado que disfrutamos todos. Otro de los motoqueros que pasaron por allí fue Yanis y Nacho, de Uruguay, y que pertenecían a LAMA que es una asociación internacional de motoristas, y con los que compartí otra noche de conversación.
Y por supuesto no quiero dejar de recordar a Hernán, un motoquero que lleva el espíritu de la hospitalidad y solidaridad en las venas. Ha demostrado ser una grandísima persona no sólo abriéndonos las puertas de su casa, sino además ayudándonos a todos a que nuestro anhelado sueño fuera todo un éxito. En su galponcito, como él llama a la casa de encuentro de motoqueros, es un verdadero templo donde coinciden numerosos viajeros moteros que comparten una pasión y una amistad ejemplar, y que yo nunca olvidaré porque como le dije a Hernán: “jamás imaginé el viaje tan maravilloso que estaba aguardándome al otro lado de la puerta del galponcito”.
Tampoco quiero dejar de recordar a las personas que me han proporcionado recuerdos emocionantes e inolvidables:
- Pablo Nccargo, amigo de Buenos Aires que me llevó hasta un taller para reparar la cadena cuando llegué a Buenos Aires y que luego me estuvo guiando parte del recorrido dada su vocación de guía de turismo en viajes en moto.
- Geromo Pirotto, amigo de Uruguay y que también me estuvo guiando para que el recorrido fuera de lo más emocionante y apasionante, y que además me brindó su amistad incluso sin conocerme para cualquier incidente que me surgiera.
- Mauricio Torres, amigo de Roncagua, en Chile, que me abrió las puerta de su casa y me propuso una ruta que fue de lo más acertada y repleta de kilómetros imponentes.
- Juan José Fernández, amigo de Bahía Blanca que me ofreció su humilde casa pero con un corazón enorme y que me ha proporcionado unos recuerdos en este viaje realmente bellos y conmovedores.
- Gusy Mercado por ayudarme con la avería de Dulcinea y estar pendiente de mis pasos sintiéndome muy a gusto con su compañía a pesar de la distancia.
- Cristian David, por ayudarme el día de mi caída y ofrecerme su compañía para mayor tranquilidad mía, así como por seguir mis pasos de cerca, y que agradezco de veras su amistad.
- Todas aquellas personas que a lo largo de mi viaje se han ido cruzando en mi camino ofreciéndome su cordialidad logrando que pasara días tras día sumido en completo júbilo viajero.
En cuanto a mi reflexión sobre mi Gran Viaje, decir que ha sido para mí el MEJOR VIAJE DE MI VIDA, me he divertido a raudales y desde luego se me ha hecho cortísimo, me hubiese seguido continuar todavía muchos días más.
Mi vuelta a mi vida anterior está siendo dura, acostumbrado a vivir en completa libertad, pero me ayuda a sobreponerme las felicitaciones que recibo de amigos y compañeros que en unos casos se han quedado enganchados a mis crónicas y los que no las han seguido sorprendidos por el resultado del mismo cuando les hablo de él. Hasta recibo invitaciones para quedar a comer y contar mis experiencias porque noto muchas ganas de dar también el salto al otro lado del océano, sobre todo en los apasionados motoqueros.
Seguramente que muchos desearéis saber el importe de hacer realidad este sueño, y más los que han leído mi ópera prima donde incorporo estos datos económicos, pues os diré que el precio de llevar la moto fue de 2400 €, y el de regreso 1600 €, y que en total me ha salido una factura de 10.000 €. Pero también os digo que ha sido el dinero que mejor he empleado y que volvería a invertir son ningún género de dudas.
Agradeceros a tod@s vuestra compañía a lo largo de mi viaje así como los mensajes de apoyo porque muchos días en las largas rectas sentía vuestras miradas en medio de la nada.
Ahora quiero alargar mí ya pasada aventura con la escritura de un nuevo libro que espero anime a dar el salto a futuros lectores igual que consiguió Martín Solana con su libro y crónicas.
Un abrazo y quedo a vuestra disposición para cualquier consulta que deseéis, será un placer atenderla. Y desde luego animo a todos aquellos que se puedan permitir este lujo de aventura que no duden en hacerla suya.
Hasta la próxima ocasión!

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Y ahora que vamos a leer!? No puede ser que se haya terminado la crónica :(

Muchas felicidades Kenko, en verdad que me alegro que todo haya salido bien y que el viaje haya llenado tus espectativas. Ha sido un placer leer tus crónicas y aún más haberte conocido en persona.

Espero que la transición a la vida "normal" no sea muy pesada y que Dulcinea pueda volver a la carretera lo antes posible para recorrer miles de kilómetros más.

Un abrazo muy grande.

Pura vida.
 
Muchas gracias Quike, el viaje no sólo ha colmado mis expectativas, si no que las ha superado, realmente me ha sorprendido de veras, tal vez por es también me apetecía compartir con todos los foreros mis gratas impresiones mostrando una imagen de Sudamérica que estoy comprobando a mi vuelta que a sorprendido a más de uno de los que las han leído, por eso también mi deseo de escribir mi experiencia en un nuevo libro para seguir ofreciendo otra visión de allá y que más viajeros se animen a incluir ese continente entre sus preferencias ruteras.

Para mí fue igualmente muy grato conocerte en persona y espero que volvamos a coincidir, ya sabes que acá tienes un amigo para lo que necesites, será un placer volverte a ver.

Estoy reponiendo los plásticos rotos a Dulcinea e incluso ya tengo hablado con el artesano de las maletas unos nuevos soportes más resistentes con algunas modificaciones, y espero tenerla esplendorosa dentro de unas semanas.
Otro gran abrazo y hasta pronto!!
 
Peroooo...¿qué ha pasao?¿te has caido?¿he visto una foto de Dulcinea en una grua?...¿está en la UCI? ¿es grave?...nos tienes en ascuas; tranquilízanos, por favor.:D
 
Jajaja, Hola Keito! Nooo, tranquilo, al final fue que me sacaron la gasolina del depósito y me quedé sin montura, y acostumbrado al calorazo de Buenos Aires cuando se fue el sol hacía un frío espantoso en Barajas, así que dije mejor la grúa y en casa solucionamos con tranquilidad eso y un poco de mantenimiento que también le hacía falta. Ya estoy reponiendo los plásticos rotos y los soportes de las maletas que los quiero sustituir por otros más fuertes.
Tranquilidad que habrá Dulcinea para rato, jeje.
Un abrazo!
 
Uffffffffffffff...qué alivio. Me parece que a Dulcinea le va a pasar como a las personas muy mayores: cuando llegan a una edad ya no hay quien se las lleve palante. Se "amojaman" y ya no sufren ni padecen; son inmunes a la mayoría de plagas y no se rompen ni queriendo. Después de todo el ripio que ha tragado, esa la tienes para los restos. Te va a dar muchas más satisfacciones. Cuídala.

Un abrazo. Keito
 
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