Os dejo una cronica en tono literario que ha escrito mi amigo Roberto y unas fotillos que tire yo en su dia y que ya puse en el foro.
FOTOS: http://picasaweb.google.es/NACHOPINGUINO/JABALISTREFFEN201002?authkey=Gv1sRgCLP_tcvl2LToJA#
Espero que os guste.
Corrían los primeros días del año 2009, aquellos cuatro caballeros, a lomos de sus monturas de hierro, acudieron, no sin esfuerzo a lo largo de de un duro camino castigado por las inclemencias del tiempo, a la gran reunión que desde tiempos inmemoriales denominaban Pingüinos. Multitud de aguerridos moteros hicieron lo mismo, concentrándose por miles, en aquellas nevadas tierras de la provincia de Valladolid. Hacía varios años que nuestros cuatro personajes acudían fielmente a esta famosa cita. En medio de historias, peripecias y experiencias moteras vividas surgió la idea de hacer lo mismo al año siguiente pero en una reunión mucho menos multitudinaria, más familiar. Alguien lanzó la posibilidad de acudir al valle de Anzáñigo, en Huesca, en la falda de los Pirineos. La concentración se llamaba Jabalistreffen y lo que surgió como una posibilidad se convirtió en un proyecto y un año después, en un hecho.
Así llegó el primer fin de semana de febrero de 2010 y Pedrojota de Talavera de la Reina (BMW R-1200-RT), Ignacio de Guadalajara (Yamaha FJR-1300) y Roberto y Jaume de Valencia (BMW R-1150-R y BMW R-1200-R) se dispusieron a arrancar sus caballos metálicos con un objetivo común: Jabalistreffen. Pedrojota salió el primero desde Talavera con rumbo a Guadalajara desde donde emprendería junto a Ignacio el camino hacia Zaragoza, punto de encuentro con el resto de la comitiva procedente de Valencia. El viernes, a las 15:30 h, la Plaza del Pilar fue testigo del encuentro entre caballeros. Sus armaduras y yelmos chocaron entre efusivos abrazos de amistad. Tras recuperar el aliento gracias a una copiosa comida en el lugar, los cuatro personajes volvieron a hacer rugir sus monturas rumbo a los Pirineos.
El sol lucía con relativa fuerza aquel día de invierno por tierras aragonesas, lo que propició un agradable viaje a lo largo de la autovía que unía Zaragoza con Huesca. Una vez llegados a esta ciudad nuestros personajes ponían rumbo a Loarre por una carretera con un asfalto excelente que cada vez se hacía más sinuosa , a lo largo de la cual, el paisaje cambiaba por momentos, comenzando a dibujarse el anticipo de lo que les esperaba en su destino.
El camino crecía en espectacularidad de forma potencial a cada km. recorrido, un camino que discurría junto al curso del río Gállego, con gran caudal, en ocasiones violento, que describía su cauce con espectaculares meandros a lo largo de profundos cañones ataviados con una naturaleza salvaje y exuberante que hacían las delicias de aquellos locos del asfalto. El entorno los embargaba hasta tal punto que más de una curva debió ser corregida in extremis con el consiguiente escalofrío que aquello provocaba. De esta manera llegaron al Embalse de la Peña, desde donde debían continuar por la A-1205 que los llevaría a Anzáñigo siguiendo el curso del río.
Pasaron por una pequeña población contradictoriamente llamada Triste cuyos habitantes seguro que no conocían el significado de tal palabra que no fuera para designar el precioso lugar donde vivían. Aquella carretera era sin duda la peor por la que habían transitado aquellos jinetes pese a sus miles y miles de km. de experiencia; asfalto lamentable, socavones descomunales llenos de agua y montones de piedras que hacían la conducción extremadamente complicada y peligrosa. De esta manera llegaron al fin al campamento, donde tomaron sus merecidas cervezas y plantaron sus tiendas de campaña después de contactar con Emilio, el organizador de todo el cotarro. Finalmente, tras una reconfortante cena y unas risas llegó el anhelado descanso, al día siguiente visitarían las tierras francesas.
El sábado amaneció nublado y lluvioso pero eso no sería razón para que los cuatro caballeros desistieran de sus propósitos. Enfundándose sus armaduras impermeables se dispusieron a arrancar sus monturas pero… sorpresa… la FJR de Ignacio decidió que necesitaría ayuda para ponerse en marcha, el frío se había apoderado de su batería y hubo que aplicarle fuerza de tracción animal (humana) para que comenzara a rugir, lo que provocó durante todo el día toda una serie de mofas y sarcasmos que Ignacio tuvo que soportar, eso sí con gran dignidad, de aquellos otros tres indeseables.
Salieron por fin por la misma carretera que los había llevado a Anzáñigo pero en sentido contrario, rumbo a Jaca, cruzando las espectaculares montañas de aquella zona privilegiada. Desde allí, por la N-330, llegaron a los pocos km. a Canfranc, donde pararon para visitar la famosa estación, que, según cuentan, fue testigo del intercambio comercial entre el régimen nazi y el gobierno de España durante el transcurso de la II Guerra Mundial. La nieve cubría con consistencia aquellas inmensas instalaciones que parecían paralizadas en el tiempo. Vías escondidas bajo un manto blanco, pequeñas casetas de guardagujas abandonadas, almacenes con multitud de enseres y grandes montones de carbón apilado eran testigos impasibles de aquel lugar construido a finales de los veinte bajo el mandato de Alfonso XIII. Nadie, excepto nuestros cuatro personajes, recorrían aquel lugar en un a atmósfera trasladada en el tiempo. Infinidad de vagones estacionados, construidos en madera y en estado ruinoso, contribuían a hacer volar la imaginación. Era fácil imaginar cómo sería aquel lugar a principios de los años cuarenta, cuando la guerra masacraba a Europa. Parecía que de un momento a otro haría su entrada un largo tren de mercancías movido por una inmensa locomotora a vapor que estacionaría en medio de una gran humareda blanca y del cual descenderían aquellos impolutos miembros de las SS con aquel modo de hablar tan característico de los germanos.
En medio de una copiosa lluvia, que en ocasiones se transformaba en nevada, nuestros caballeros continuaron su ruta rumbo al túnel de Somport que, tras siete interminables km. los escupió en pleno país galo. La salida fue espectacular, los Pirineos nevados se alzaban ante ellos en toda su plenitud, creando un entorno fuera de toda imaginación. Continuaron por la carretera N-134/EO7 para gozar del exquisito paisaje con un asfalto perfecto y unas curvas que dibujaban la geografía de tal manera, que aquellos jinetes con sus monturas metálicas llegaron a pensar que formaban parte de él, una ínfima parte de él, ya que la abrumadora naturaleza del lugar los hacía parecer muy, muy pequeños. A unos 16 km. vieron un cartel; “Cette Eygun” y tomaron el desvío para tomar un reconfortante café. Aquella carretera ascendía describiendo unos zig zags exagerados, de no más de 10 km/h y los llevó a una pequeña aldea de ensueño; casas de piedra y tejados de pizarra en medio de un silencio atronador. Pararon sus monturas y se dirigieron a un pequeño albergue restaurante, el “Toison de oro”. La puerta estaba abierta y entraron. Lo que se presentó ante sus ojos los dejó boquiabiertos; un espléndido salón de piedra iluminado por la luz del sol a través de espectaculares vidrieras, lo cruzaron y entraron en la sala comedor, construida con bajos arcos de medio punto y columnas, que se abría a través de un iluminado y amplio ventanal, al vasto paisaje pirenaico. Estaban completamente solos, con sus mentes extraviadas, hasta que escucharon una voz de bienvenida, era el dueño del fastuoso local, Javier, que lejos de dirigirse a ellos en francés, lo hizo en perfecto castellano. Resultó ser un paisano extremadamente agradable y también motero que, entre unos sabrosos cafés les explicó su historia. Tras varios años de ir de un lado a otro (Albacete, Guadalajara…) se asentó en aquel lugar, casándose con una francesa y creando aquel sitio, más propio de un cuento de hadas que del mundo real. Según Javier, la chimenea era una reproducción en miniatura de la del Parador de Sigüenza. Tras largo rato de animada conversación los caballeros decidieron emprender la vuelta, no sin antes prometer a aquel extraordinario personaje y a si mismos volver a aquel lugar para, como mínimo, disfrutar de él unos días.
La lluvia seguía castigando sin pausa durante todo el camino de vuelta al campamento, pero era algo que lo hacía especialmente memorable por los obsequios en forma de arco-iris entre montañas que les ofrecía la naturaleza.
Ya en Anzáñigo llegó la hora de la cena, una estupenda comida casera y buena organización que hicieron gozar a todos los asistentes (no más de 230) de una velada festiva y divertida acompañada de historias y nuevas amistades (un saludo a aquellos dos personajes de Ponferrada del motoclub “La Frontera”, Dani y “Peque” y a aquella peculiar pareja francesa que llegaron a lomos de sus dos BMW, R-100-RS del 77 y R-1200-R, que hicieron con sus comentarios, doblarse de la risa a nuestros personajes).
La mañana del domingo amaneció espléndida, el sol lucía con fuerza, algo estupendo para afrontar el camino de vuelta y que animaba a los reunidos a desmantelar sus campamentos con un poco más de alegría. Tras un copioso almuerzo en el que compartieron las últimas risas, nuestros cuatro caballeros volvieron a enfundarse armaduras y yelmos e hicieron rugir de nuevo a sus caballos de hierro poniendo rumbo a Zaragoza, lugar en el que se separarían de nuevo. Llegó el momento, unos abrazos y topetazos con sus cascos y Pedrojota e Ignacio pusieron rumbo a Madrid, mientras que Roberto y Jaume lo hicieron hacia Teruel y después a Valencia. El viaje de vuelta por ambas partes fue perfecto, bueno, excepto por un pequeño incidente. La R-1150-R de Roberto se quedó sin gasolina unos km. antes de llegar a Daroca, ya que recorrieron más de 120 km. sin encontrar una sola gasolinera, esto provocó un pequeño retraso mientras se solucionó el problema. Ya sabéis, no os fiéis nunca y repostad a la menor ocasión aunque vuestro depósito esté casi lleno.
Ya todos en casa, con sentimientos contradictorios entre la alegría, la tristeza y el cansancio, comenzaron a pensar de nuevo… ¿cuál sería el próximo destino?
FOTOS: http://picasaweb.google.es/NACHOPINGUINO/JABALISTREFFEN201002?authkey=Gv1sRgCLP_tcvl2LToJA#
Espero que os guste.
Corrían los primeros días del año 2009, aquellos cuatro caballeros, a lomos de sus monturas de hierro, acudieron, no sin esfuerzo a lo largo de de un duro camino castigado por las inclemencias del tiempo, a la gran reunión que desde tiempos inmemoriales denominaban Pingüinos. Multitud de aguerridos moteros hicieron lo mismo, concentrándose por miles, en aquellas nevadas tierras de la provincia de Valladolid. Hacía varios años que nuestros cuatro personajes acudían fielmente a esta famosa cita. En medio de historias, peripecias y experiencias moteras vividas surgió la idea de hacer lo mismo al año siguiente pero en una reunión mucho menos multitudinaria, más familiar. Alguien lanzó la posibilidad de acudir al valle de Anzáñigo, en Huesca, en la falda de los Pirineos. La concentración se llamaba Jabalistreffen y lo que surgió como una posibilidad se convirtió en un proyecto y un año después, en un hecho.
Así llegó el primer fin de semana de febrero de 2010 y Pedrojota de Talavera de la Reina (BMW R-1200-RT), Ignacio de Guadalajara (Yamaha FJR-1300) y Roberto y Jaume de Valencia (BMW R-1150-R y BMW R-1200-R) se dispusieron a arrancar sus caballos metálicos con un objetivo común: Jabalistreffen. Pedrojota salió el primero desde Talavera con rumbo a Guadalajara desde donde emprendería junto a Ignacio el camino hacia Zaragoza, punto de encuentro con el resto de la comitiva procedente de Valencia. El viernes, a las 15:30 h, la Plaza del Pilar fue testigo del encuentro entre caballeros. Sus armaduras y yelmos chocaron entre efusivos abrazos de amistad. Tras recuperar el aliento gracias a una copiosa comida en el lugar, los cuatro personajes volvieron a hacer rugir sus monturas rumbo a los Pirineos.
El sol lucía con relativa fuerza aquel día de invierno por tierras aragonesas, lo que propició un agradable viaje a lo largo de la autovía que unía Zaragoza con Huesca. Una vez llegados a esta ciudad nuestros personajes ponían rumbo a Loarre por una carretera con un asfalto excelente que cada vez se hacía más sinuosa , a lo largo de la cual, el paisaje cambiaba por momentos, comenzando a dibujarse el anticipo de lo que les esperaba en su destino.
El camino crecía en espectacularidad de forma potencial a cada km. recorrido, un camino que discurría junto al curso del río Gállego, con gran caudal, en ocasiones violento, que describía su cauce con espectaculares meandros a lo largo de profundos cañones ataviados con una naturaleza salvaje y exuberante que hacían las delicias de aquellos locos del asfalto. El entorno los embargaba hasta tal punto que más de una curva debió ser corregida in extremis con el consiguiente escalofrío que aquello provocaba. De esta manera llegaron al Embalse de la Peña, desde donde debían continuar por la A-1205 que los llevaría a Anzáñigo siguiendo el curso del río.
Pasaron por una pequeña población contradictoriamente llamada Triste cuyos habitantes seguro que no conocían el significado de tal palabra que no fuera para designar el precioso lugar donde vivían. Aquella carretera era sin duda la peor por la que habían transitado aquellos jinetes pese a sus miles y miles de km. de experiencia; asfalto lamentable, socavones descomunales llenos de agua y montones de piedras que hacían la conducción extremadamente complicada y peligrosa. De esta manera llegaron al fin al campamento, donde tomaron sus merecidas cervezas y plantaron sus tiendas de campaña después de contactar con Emilio, el organizador de todo el cotarro. Finalmente, tras una reconfortante cena y unas risas llegó el anhelado descanso, al día siguiente visitarían las tierras francesas.
El sábado amaneció nublado y lluvioso pero eso no sería razón para que los cuatro caballeros desistieran de sus propósitos. Enfundándose sus armaduras impermeables se dispusieron a arrancar sus monturas pero… sorpresa… la FJR de Ignacio decidió que necesitaría ayuda para ponerse en marcha, el frío se había apoderado de su batería y hubo que aplicarle fuerza de tracción animal (humana) para que comenzara a rugir, lo que provocó durante todo el día toda una serie de mofas y sarcasmos que Ignacio tuvo que soportar, eso sí con gran dignidad, de aquellos otros tres indeseables.
Salieron por fin por la misma carretera que los había llevado a Anzáñigo pero en sentido contrario, rumbo a Jaca, cruzando las espectaculares montañas de aquella zona privilegiada. Desde allí, por la N-330, llegaron a los pocos km. a Canfranc, donde pararon para visitar la famosa estación, que, según cuentan, fue testigo del intercambio comercial entre el régimen nazi y el gobierno de España durante el transcurso de la II Guerra Mundial. La nieve cubría con consistencia aquellas inmensas instalaciones que parecían paralizadas en el tiempo. Vías escondidas bajo un manto blanco, pequeñas casetas de guardagujas abandonadas, almacenes con multitud de enseres y grandes montones de carbón apilado eran testigos impasibles de aquel lugar construido a finales de los veinte bajo el mandato de Alfonso XIII. Nadie, excepto nuestros cuatro personajes, recorrían aquel lugar en un a atmósfera trasladada en el tiempo. Infinidad de vagones estacionados, construidos en madera y en estado ruinoso, contribuían a hacer volar la imaginación. Era fácil imaginar cómo sería aquel lugar a principios de los años cuarenta, cuando la guerra masacraba a Europa. Parecía que de un momento a otro haría su entrada un largo tren de mercancías movido por una inmensa locomotora a vapor que estacionaría en medio de una gran humareda blanca y del cual descenderían aquellos impolutos miembros de las SS con aquel modo de hablar tan característico de los germanos.
En medio de una copiosa lluvia, que en ocasiones se transformaba en nevada, nuestros caballeros continuaron su ruta rumbo al túnel de Somport que, tras siete interminables km. los escupió en pleno país galo. La salida fue espectacular, los Pirineos nevados se alzaban ante ellos en toda su plenitud, creando un entorno fuera de toda imaginación. Continuaron por la carretera N-134/EO7 para gozar del exquisito paisaje con un asfalto perfecto y unas curvas que dibujaban la geografía de tal manera, que aquellos jinetes con sus monturas metálicas llegaron a pensar que formaban parte de él, una ínfima parte de él, ya que la abrumadora naturaleza del lugar los hacía parecer muy, muy pequeños. A unos 16 km. vieron un cartel; “Cette Eygun” y tomaron el desvío para tomar un reconfortante café. Aquella carretera ascendía describiendo unos zig zags exagerados, de no más de 10 km/h y los llevó a una pequeña aldea de ensueño; casas de piedra y tejados de pizarra en medio de un silencio atronador. Pararon sus monturas y se dirigieron a un pequeño albergue restaurante, el “Toison de oro”. La puerta estaba abierta y entraron. Lo que se presentó ante sus ojos los dejó boquiabiertos; un espléndido salón de piedra iluminado por la luz del sol a través de espectaculares vidrieras, lo cruzaron y entraron en la sala comedor, construida con bajos arcos de medio punto y columnas, que se abría a través de un iluminado y amplio ventanal, al vasto paisaje pirenaico. Estaban completamente solos, con sus mentes extraviadas, hasta que escucharon una voz de bienvenida, era el dueño del fastuoso local, Javier, que lejos de dirigirse a ellos en francés, lo hizo en perfecto castellano. Resultó ser un paisano extremadamente agradable y también motero que, entre unos sabrosos cafés les explicó su historia. Tras varios años de ir de un lado a otro (Albacete, Guadalajara…) se asentó en aquel lugar, casándose con una francesa y creando aquel sitio, más propio de un cuento de hadas que del mundo real. Según Javier, la chimenea era una reproducción en miniatura de la del Parador de Sigüenza. Tras largo rato de animada conversación los caballeros decidieron emprender la vuelta, no sin antes prometer a aquel extraordinario personaje y a si mismos volver a aquel lugar para, como mínimo, disfrutar de él unos días.
La lluvia seguía castigando sin pausa durante todo el camino de vuelta al campamento, pero era algo que lo hacía especialmente memorable por los obsequios en forma de arco-iris entre montañas que les ofrecía la naturaleza.
Ya en Anzáñigo llegó la hora de la cena, una estupenda comida casera y buena organización que hicieron gozar a todos los asistentes (no más de 230) de una velada festiva y divertida acompañada de historias y nuevas amistades (un saludo a aquellos dos personajes de Ponferrada del motoclub “La Frontera”, Dani y “Peque” y a aquella peculiar pareja francesa que llegaron a lomos de sus dos BMW, R-100-RS del 77 y R-1200-R, que hicieron con sus comentarios, doblarse de la risa a nuestros personajes).
La mañana del domingo amaneció espléndida, el sol lucía con fuerza, algo estupendo para afrontar el camino de vuelta y que animaba a los reunidos a desmantelar sus campamentos con un poco más de alegría. Tras un copioso almuerzo en el que compartieron las últimas risas, nuestros cuatro caballeros volvieron a enfundarse armaduras y yelmos e hicieron rugir de nuevo a sus caballos de hierro poniendo rumbo a Zaragoza, lugar en el que se separarían de nuevo. Llegó el momento, unos abrazos y topetazos con sus cascos y Pedrojota e Ignacio pusieron rumbo a Madrid, mientras que Roberto y Jaume lo hicieron hacia Teruel y después a Valencia. El viaje de vuelta por ambas partes fue perfecto, bueno, excepto por un pequeño incidente. La R-1150-R de Roberto se quedó sin gasolina unos km. antes de llegar a Daroca, ya que recorrieron más de 120 km. sin encontrar una sola gasolinera, esto provocó un pequeño retraso mientras se solucionó el problema. Ya sabéis, no os fiéis nunca y repostad a la menor ocasión aunque vuestro depósito esté casi lleno.
Ya todos en casa, con sentimientos contradictorios entre la alegría, la tristeza y el cansancio, comenzaron a pensar de nuevo… ¿cuál sería el próximo destino?