castrovic
Curveando
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[highlight]Como se había perdido el hilo, lo reedito. El viaje es del año 2007[/highlight] 
Todo esto surgió en Boecillo, alrededor de una hoguera, como surgen las buenas ideas. Allí estábamos intentando decidir cual sería nuestro próximo destino, cuando Ramón, militar de profesión que se iba destinado al Líbano en unas semanas, nos soltó: “No tenéis huevos para venir a verme al Líbano en moto”. Lo valoramos, nos reímos y ahí quedó como una idea más, a todos nos atraía pero ninguno nos lo tomábamos demasiado en serio.
Unas horas después sucedió algo que nos cambiaría para siempre; Alberto se había matado volviendo de Pingüinos, por culpa una vez más de un puñetero guardarrail de la AP-6. Se nos había ido la alegría y la fuerza del motoclub, no teníamos fuerza para nada, el grupo se había quedado destrozado.
Después de las lágrimas, la rabia y la impotencia del funeral más bonito al que he asistido nunca; nos juntamos en la cafetería del Tanatorio a brindar por el amigo que se iba, como a él le hubiese gustado, y recordando anécdotas una tras otra, fuimos dándonos cuenta de todo lo que nos había dado la moto en nuestra vida. Es más, sin ella probablemente no nos hubiésemos conocido nunca.
La idea del viaje quedó aplazada, casi desechada diría yo. Pero pasado un mes volvimos a juntarnos todos en una comida homenaje en el pueblo de Alberto, con su familia. Allí fue cuando Alberto Junior nos dijo con una sonrisa, ¿Cuándo nos vamos? Sabía que Alberto era fuerte, pero no daba crédito a que instantes después estuviésemos los seis sentados en una mesa planificando los cimientos del viaje. Si nadie lo remediaba, esto iba hacia delante.
Apenas dos meses después estábamos con todo listo para salir, y un viernes, 27 de abril de 2007, comenzaba la aventura:
El equipo:
Juan Pablo Poyatos.- BMW R 1200 GS
Alberto Rubio Jr..- BMW R 1200 GS
Eugenio Mateo.- Triumph Tiger
David “Deivi”.- Triumph Tiger
David “Tallin”.- Suzuki V Strom
Miguel Castro.- BMW R 1200 GS
VIERNES, 27 DE ABRIL.- Madrid – Barcelona.
A primera hora de la mañana habíamos quedado, en un sitio poco práctico, pero emblemático para un viaje de esta envergadura: La Plaza de Colón de Madrid. El viaje no podía comenzar peor, a pesar de tener las motos recién revisadas, la GS de Poyatos decide no arrancar esa mañana cuando se ve con todo el equipaje a sus cuestas y el plan que le queda por delante. Nos llama, y nos vamos a su casa, de momento se ha frustrado la foto de salida y mucho nos tememos que el viaje entero para él. Hay tiempo de reacción pero no demasiado. Cuando llegamos a su casa, ya se había personado allí un mecánico del RACE, que estaba revisando la situación. La moto no tenía casi electricidad, pero tampoco arrancaba con pinzas, y a veces sonaba el pito o se encendía el cuadro sin control al dar el contacto. Tenía una pinta espantosa. Pero el mecánico tuvo la buena mano de dar con la avería, era un mal contacto de los bornes de la batería y el cableado, con poco más que un cepillo metálico, unos alicates y cinta aislante lo soluciona, y parece que el viaje empieza para todos, aunque con el miedo en el cuerpo. En una cafetería al pasar Alcalá, nos esperaba Manolo Grao, el presidente del motoclub, para desayunar con nosotros y despedirnos, y desde allí partiríamos hacia Barcelona.
Llegamos a la hora y con tiempo de sobra a nuestra cita con el barco, pero el ferry no hizo lo mismo, tenia acumuladas más de dos horas de retraso que ya no podía recuperar, y que nos iban a complicar mucho el enlace en Italia entre Civitavecchia y Ancona, desde donde salía el ferry dirección Turquía. En las casi tres horas de espera en el puerto, conocimos a dos moteros italianos (GS 1200 y KTM Adventure), que regresaban a casa después de recorrer España. Nos explicaron la mejor ruta para el enlace del día siguiente, y calcularon que nos llevaría unas 3 horas y media.
Embarcamos rumbo a Civitavecchia (Roma)
SABADO, 28 DE ABRIL.- Civitavecchia (Italia) – Ancona (Italia)
Como nos temíamos, el ferry no recuperó las 2 horas y media de retraso. Cuando logramos salir del puerto eran las 6 de la tarde, y nos quedaban 350 kms por delante para coger el siguiente ferry que salía a las 22 horas. El tiempo que nos habían calculado los moteros italianos se cumplió, y a las 21:30 estábamos en el puerto de Ancora. Dos de nuestros billetes ya habían sido vendidos a dos moteros alemanes que estaban en lista de espera, por no habernos presentado a tiempo al embarque, y el ferry estaba completo. Por suerte, el encargado del embarque tenía una GS 1200 e hizo todo lo posible porque se solucionase nuestro embarque. Casi sobre la campana, logramos acabar los trámites de aduana y embarcar rumbo a Turquía sin mayores complicaciones.
Habíamos cruzado Italia sin parar ni siquiera a repostar, pero la zona por la que rodamos me gustó, grandes montañas y valles con pueblos colgados en las laderas o encaramados en estrechos riscos. Mucho verde y carretera entretenida, digna de una visita más pausada.
DOMINGO, 29 DE ABRIL, y LUNES 30 DE ABRIL.- A bordo del ferry Estambul, navegando por el mar Adriático primero, y por el mar Egeo después.
En cincuenta horas de ferry da tiempo para muchas cosas. Nos dio tiempo para descubrir que la moto de Poyatos no estaba a su nombre y no había traído la pertinente autorización (Lo que nos podría traer problemas burocráticos en las fronteras), nos dio tiempo para tomar el sol, para cocinar, para beber, para reírnos… La verdad es que a pesar de que pensamos que se nos iban a hacer más pesadas, lo pasamos bien y nos reímos bastante.
La idea de viajar en ferry hasta Turquía, se basaba en intentar llegar con las motos lo más frescas posibles a Oriente Medio, en donde más problemas podríamos haber tenido si se estropeaba una moto, y en no superar la barrera de los 10.000 kilómetros en distancia total por carretera, por los problemas que ello suponía para el aceite y los neumáticos.
De las tres noches en el ferry Estambul, una antigualla de origen escandinavo rebautizada para esta ruta, solo una dormimos en los pequeños y vetustos camarotes. Las dos siguientes noches dormimos con los sacos y las mantas en la cubierta de popa, que acabamos tomando como nuestra. En ella cocinábamos, comíamos y dormíamos; hablábamos, discutíamos, tomábamos el sol y nos reíamos; al final ya no se atrevían a pasar por allí ni los de la tripulación. En esa cubierta tuvimos quizá el momento en el que más nos reímos en este viaje, y que solo los que allí estábamos comprenderemos. “Todo les parece bonito”.
MARTES, 1 DE MAYO.- Cesme (Turquía) – Soluck (Turquía).-
A las 6 de la mañana, hora local, hemos desembarcado en Turquía. Como nos temíamos, nos han puesto pegas en la aduana, por carecer de autorización del propietario para la moto de Poyatos. Hemos llamado a Manolo, y en una gestión sin precio, nos ha enviado por fax a la frontera una autorización “casera”, con un aspecto de oficialidad que deslumbraba. La han aceptado y se ha solucionado la papeleta, pero el retraso acumulado sería ya irrecuperable para toda la jornada. Por cierto, esta ha sido la única de las 15 fronteras que hemos cruzado en la que nos han pedido la dichosa autorización.
Visitamos las ruinas griegas de Hierápolis y el castillo de algodón del Pamukkale, que fue una de las grandes decepciones del viaje, parece que cualquier tiempo pasado fue mejor para esta maravilla natural en horas bajas, y en poco se parece a las fotos que habíamos visto desde España.
Esta zona de Turquía nos ha sorprendido por lo verde de su paisaje, y el amarillo de sus “mayos” me recordaba incluso a Galicia. Las carreteras no eran malas, aunque la conducción sí. Nos hemos topado de frente con cambios de sentido en las medianas de las autorías, coches marcha atrás por las mismas, etc.
La hospitalidad de la gente en esta parte del mundo que empezábamos a conocer, también está fuera de toda duda. En una gasolinera en la que habíamos repostado, un ex emigrante en Alemania se empeñó en invitarnos a un té en una terraza cercana, y allá que fuimos a compartir un rato de agradable conversación en inglés con él y con su hijo, de unos 30 años de edad.
Todo el día había estado nublado, y con algo de lluvia, y la parte final de la etapa se nos hizo muy cuesta arriba, con agua y frió en una zona de montaña a más 1400 metros de altitud, por lo que decidimos finalizar a 90 kms. de Antalya (el fin de etapa previsto), y pasamos la noche en un hostal de carretera, con habitación común sobre alfombra, al más puro estilo árabe, aunque eso sí, con estufa de leña y televisión.
MIERCOLES, 2 DE MAYO.- Soluck (Turquía) – Ceyhan (Turquía)
Después de madrugar e iniciar la etapa temprano para recuperar el tiempo perdido ayer, hicimos una nueva macro etapa de más de 600 kms. por la costa turca. El contraste aparece, y la Turquía rural que habíamos visto el día anterior, se convirtió de pronto, de Antalya en adelante, en una costa plagada de Hoteles de alta categoría, Resorts turísticos y buenas playas, durante más de 100 kms. de costa. A partir de ahí, y hasta llegar a Adana, la costa se convierte en un acantilado y una pequeña carretera pegada a él, de curvas imposibles y asfalto resbaladizo.
Adana es una ciudad industrial, y no encontramos nada que nos convenciese demasiado para dormir, por lo que continuamos hasta Ceyhan. A la entrada de la ciudad hay un control policial, en el que preguntamos por un sitio para dormir. Nos recomiendan uno cercano, y allí nos establecemos. Por la noche salimos a cenar a un local cercano, en el que nos tratan muy bien, charlamos con la gente de allí que se interesa por nuestro viaje y cenamos mientras vemos la semifinal de Champions entre el Milán y el Manchester.
JUEVES, 3 DE MAYO.- Ceyhan (Turquía) – Tartus (Siria)
Salimos de Ceyhan y decidimos desayunar en Iskenderun, la antigua capital del Imperio de Alejandro Magno, que se ha convertido en una ciudad costera sin demasiado encanto, rodeada de industrias de todo tipo que hacen que se observe una contaminación en el aire muy fuerte. Aún así, una gran base militar y un paseo marítimo resultón, le hacen que se observe bastante vida en la calle.
Desde allí, mitad a propósito, mitad sin querer, continuamos por la costa hacia Siria, y a mitad de camino nos encontramos con que la estrecha carretera desaparece y se convierte en una pista preciosa, bordeando el mediterráneo, y sin mayores dificultades que dos vadeos de ríos casi secos en esta época del año. En uno de esos vadeos, Eugenio perdió el control de su Tiger y puso en marcha el contador de caídas sin mayores consecuencias que los rayazos en las maletas. En total fueron unos 50 kilómetros de pista de los más bonitos que he realizado para este tipo de motos.
Esa pista nos dejó a las mismas puertas de Siria, y allí nos topamos por primera vez con la lenta y cara burocracia siria. No llevabamos un documento carnet de pasaje, que facilita la FIA (En España el RACE), por un módico precio de casi 200 euros, después de que el banco te facilite un aval por el valor de la moto. Sin el dichoso carnet, es necesario hacer más papeleos, y abonar 67 dólares americanos en cada paso a Siria. Todo esto unido a las colas, a los trámites para realizar el seguro obligatorio para un mes (que ya nos serviría para las posteriores reentradas), hizo que perdiésemos en la frontera más de 3 horas y media.
La primera entrada en Siria asusta un poco, los uniformes militares por todos lados, los coches tuneados con las fotos de otros militares (todos con gafas de espejo), las fotos del presidente sirio en actitud amenazante por todos lados… Pero poco a poco te das cuenta que la gente va a lo suyo y que no se observan problemas de inseguridad ciudadana ni islamismo extremo.
La costa Siria es muy verde y con grandes montañas. Se ven mayoría de mujeres sin el velo, hay mujeres conduciendo y sentadas en las terrazas, incluso fumando en Sisha. Más adelante nos daríamos cuenta de que este ambiente de “semi”libertad, solo se observa en la costa, y que en las ciudades del interior esto no funciona así.
En Tartus, una ciudad costera, hemos encontrado un hotel en el centro a un precio de 12 dólares americanos la habitación doble, y hemos cenado pescado de la zona, en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, en una cuarta planta con vistas al mediterráneo, por un precio muy módico. La primera impresión de Siria ha sido muy buena.
VIERNES, 4 DE MAYO.- Tartus (Siria) – Base Española Cervantes (Líbano)
A primera hora de la mañana salimos hacia el Crack de los Caballeros, la mayor fortaleza cruzada en Oriente, y bastión de los Cristianos durante muchos siglos, hasta que fue conquistada por Saladito tras varios años de asedio. Toda la zona que rodea la impresionante fortaleza de doble muralla, es un corredor de pueblos cristianos, con iglesia y sin mezquita. En la carretera hay pequeños santuarios de vírgenes que llaman muchísimo la atención en esta zona del mundo. El crack es una fortaleza inexpugnable, tanto por su construcción como por su situación, y está extraordinariamente bien conservada. En su interior cuenta con una capilla gótica que se conserva tal cual como debió ser construida, sin ninguna restauración, que da una idea de lo que en realidad eran este tipo de construcciones, sin restauraciones posteriores.
Más tarde cruzamos la frontera, y entramos en el Líbano por el norte. La frontera es caótica y tiene un tráfico intenso de camiones. Hay que ir cruzando varios puestos. En unos de ellos nos atienden un militar de uniforme y un administrativo que afirma tener una Harley de más tres metros de largo. Después de otras tres horas de trámites (en total), pago de seguro obligatorio, alguna supuesta tasa que se pierde en un bolsillo, e invitación a unas latas de Coca Cola por parte de los militares acompañada del habitual “Welcome to Lebanon” (todo un detalle), entramos en el Líbano.
El administrativo de la Harley (un chaval joven que habla bien ingles), se ofrece a enseñarnos el Líbano y acompañarnos en su moto, y nos invita a dormir a su pueblo. Le tenemos que dar largas, ya que, aunque no hemos dicho nada en la frontera, el verdadero objetivo del viaje es pasar a la parte sur y dirigirnos a la base militar española.
La frontera se alarga en varios edificios, algunos con distancias de casi un kilómetro entre ellos, y checkpoints durante varios kilómetros. En todos ellos te paran, comprueban la documentación, y te sueltan un “Welcome” al final que parece institucionalizado. En el último de ellos, había un soldado de casi dos metros de altura, barba de varios días, gafas de espejo y cara de pocos amigos. Nos para, comprueba la documentación, y al ver que todo está correcto me dice: “Welcome to Lebanon, Good Luck”. Creo que lo impactante de la frase y la situación hará que le recuerde siempre.
La entrada en la parte norte del Líbano, no da la impresión de estar entrando en un país en el que han estado en guerra buena parte de los últimos 50 años, salvo por los campos de refugiados que se observan a lo largo de la costa que va hasta Trípoli. 15 días después, el día que finalizábamos este viaje, esos campos pasaron a la portada de los telediarios en todo el mundo por lo enfrentamientos de milicias de Al Fatah y soldados libaneses en ellos, y en los que a día de hoy van más de 50 muertos.
Pero como decía, el día que nosotros pasábamos, solo llamaba la atención el ver tantos campamentos pegados a unas playas realmente bonitas, pero se respiraban un ambiente de paz y tranquilidad.
La carretera que lleva de Trípoli a Beirut, está salpicada de playas y calas, que en otra situación serían una fuente inagotable de ingresos y turismo. Hay muchos edificios y bastante densidad de población en las afueras de Beirut, que es una ciudad caótica pero fascinante. En Beirut se entremezclan altos rascacielos con ruinas de bombardeos, está rodeada de bonitas playas y acantilados. Se observan Night Clubs y casinos por todas partes, coches de altísima gama compartiendo atascos con furgonetas destartaladas. Hay mucha vida en la calle, y se ven ganas de salir adelante en la gente. Todo el mundo se sorprende al vernos y nos preguntan de donde venimos en cada semáforo. Se ven imponentes coches oficiales y relucientes todo terrenos policiales, con sirenas arriba y abajo. Aunque hay mucho contraste, en el centro de Beirut se ve dinero y mucho, los mejores coches de todo el viaje los vimos en Beirut, Lamborghinis parados en los semáforos de Beirut al lado de edificios bombardeados. Por todas partes se ven carteles agradeciendo el apoyo de países como Qatar o Arabia en la donación de fondos para la reconstrucción del país.
Desde Beirut hacia el sur comienza otro país, la autovia se corta cada pocos kilómetros para evitar los puentes destrozados por la aviación israelí el pasado verano. En las afueras del sur de Beirut comenzamos a ver las primeras banderas de Hezbollah y las primeras fotos de mártires colgadas en las farolas y puentes. Pero seguimos bordeando la costa repleta de bonitas playas hasta la entrada de Sidón, donde somos retenidos en un control militar del ejército libanés de los muchos que abundan en esta carretera.
Desde la base española, Ramón nos había solucionado todos los trámites para cruzar la “frontera” del río Lithani, donde comienza la zona bajo el control de Naciones Unidas y llegar hasta la base, pero estábamos a más de 60 kilómetros del río Lithani y ya nos habían detenido. El soldado que nos para llama a su oficial, que nos comprueba los pasaportes, hace un par de llamadas y nos explica que no podemos pasar más al sur, porque está prohibida la circulación de motocicletas en Sidón, y es la única carretera abierta. En esta zona del mundo, las motocicletas se ven más como un medio de cometer atentados que como un medio de transporte. El oficial es muy amable, pero nos pide que demos la vuelta. Llamamos a nuestro contacto en la base española, y nos pide que aguantemos en el Checkpoint, que va a hacer todo lo posible desde allí. Mientras hacemos tiempo, estacionados en el control, se acerca hasta allí un oficial de mayor graduación del ejercito libanés fuera de servicio (viene haciendo footing), nos explica la situación, nos dice que no hay nada que hacer y nos pide que demos la vuelta hasta Beirut, en donde al día siguiente deberíamos intentar conseguir un salvoconducto en la sede central de la Inteligencia Libanesa.
Hacemos caso omiso, y seguimos esperando la llamada de nuestro amigo para darnos instrucciones. El oficial a cargo del control se empieza a mosquear, y siempre en un tono muy amable, nos pide que demos la vuelta. Ya llevabamos allí más de hora y media. En ese preciso momento, recibe una llamada que cambia todo, nos pide que cojamos la moto y que le sigamos hasta el cuartel, en donde nos harán un salvoconducto para que podamos continuar. Después nos enteraríamos de que desde la Base Española, lograron remover todo lo removible, tocando las más altas instancias del Ejercito Libanés, con el que hay muy buenas relaciones.
Seguimos al Oficial, que va a bordo de un Jeep hasta el cuartel de Sidón. Allí, nada más entrar en el Parking, vemos un coche oficial con un tremendo agujero en el techo, y en el que se observa que quien viajase en él no debía haber tenido muy buen final. Cuando entramos en el edificio, ya de noche, tres soldados de paisano, armados con subfusiles sacan a lo que parecen tres integristas (por las largas barbas y el aspecto de haber pasado más de una mala noche en el cuartel). La situación nos impresiona y casi empezamos a arrepentirnos de la visita al cuartel. Allí nos recibe un señor mayor, que parece un alto mando, en su despacho, y en pijama. Aunque habla poco inglés, es muy amable, llama a otro militar que nos pide de nuevo los pasaportes y comienza a elaborar los salvoconductos.
Cuando está todo arreglado, otro Jeep del ejército, en el que van dos militares de paisano, vestidos con un chaleco de faena y kalasnikov en mano, nos escoltan hasta la salida de la ciudad y nos dejan en la dirección correcta.
Es ya de noche, las banderas de Hezbollah comienzan a aparecer en cada esquina, los puentes de la carretera están destrozados y los desvíos apenas señalizados, con lo que nos damos más de un susto; pero casi sin darnos cuenta y sin mayores complicaciones llegamos a la “frontera” del río Lithani. Hay un checkpoint del ejército libanés pero parece que nos están esperando. No nos pide ni los pasaportes, solo comprueba que somos 6, que somos españoles y que venimos en moto y nos dice que sigamos con el ya clásico “welcome”.
A pocos kilómetros, en medio de la más oscura noche, observamos un URO de Naciones Unidas que nos da luces, como no es nuestro amigo Ramón, alférez, acompañado de su capitán y de otro alférez que nos estaban esperando. Fue un encuentro de lo más emotivo. Después de un día tan complicado, y en una de las zonas más conflictivas del planeta, nosotros los vimos como nuestros salvadores, nos iban a llevar a “casa” y el día se habría acabado. Para ellos, también fue especial, después de casi tres meses de misión, el vernos llegar allí en moto estoy seguro de que fue un momento especial para ellos, y sobre todo para Ramón.
Nos pidieron que les siguiésemos y nos llevaron a un observatorio bajo mando español sobre los Altos del Golán. Ellos, con el URO y acostumbrados a la carretera, iban a toda caña, y a nosotros nos costaba un poco seguirles a esa velocidad por una carretera sembrada de auténticos boquetes consecuencia de los bombardeos israelíes. En uno de esos boquetes me hundí con todo el equipo, y di un llantazo con la rueda delantera, que me imaginé que sería fuerte, pero que me permitió seguir hasta la base que era lo que quería.
En el observatorio nos estaban esperando con una auténtica fiesta, era un día especial para ellos y para nosotros, y nos habían preparado una barbacoa y una paella al más puro estilo español, cerveza fría y muchas ganas de hablar.
Al día siguiente observamos desde ese puesto avanzado los Altos del Golán, el gran valle que es Israel, las últimas aldeas del Líbano (auténticos bastiones de Hezbollah), y los puestos de ataque desde donde estos lanzaban Katiusas hacia Israel hasta el verano pasado. Se divisa perfectamente una de las fronteras más vigiladas del mundo, la mítica “Blue Line”, y en el otro lado se observan puestos de observación análogos del ejército israelí. En esta zona es imposible hacer algo sin sentirte observado desde el otro lado, estoy seguro de que los israelíes se sorprendieron al ver a 6 motos pululando por allí, y seguro que dieron buena cuenta de ello a sus servicios de inteligencia.
SABADO, 5 DE MAYO.- Base Cervantes (Líbano) – Damasco (Siria)
Nada más levantarme, comprobé que el llantazo de ayer era grave como me imaginaba, y al neumático le había salido una bola más grande que una moneda de dos euros, además de los desperfectos en la llanta. Por suerte, habíamos decidido a última hora cargar con un juego de neumáticos extra, ya que las 6 motos tenían las mismas medidas. A pesar de ser sábado y de estar todo lo liberado que se puede estar un sábado en una base de la ONU, el sargento Caraballo, de los mecánicos de la Brigada Paracaidista destacados allí, se ofreció para intentar solucionarme la papeleta, pese a reconocer que no había cambiado en su vida un neumático de moto. El sargento y su ayudante se pusieron manos a la obra y me cambiaron el neumático, decidieron no tocar la llanta, al comprobar que no perdía aire y para evitar males mayores. El neumático quedó perfecto, a pesar de no contar con maquina de equilibrado, la reparación aguantó perfectamente los 7.000 kilómetros que faltaban todavía de viaje.
Acompañados del URO de Naciones Unidas, nos dimos una vuelta por la zona más caliente del mundo, aunque lo único que se respiraba en el ambiente era paz y tranquilidad. Pasamos a escasos metros de la Blue Line, en el punto exacto en el que comenzó la ultima incursión israelí el verano pasado, cuando 6 militares israelíes habían sido secuestrados por Hezbollah en ese punto. En ese lugar, visible perfectamente desde el lado israelí, hay tres mástiles, uno con la bandera libanesa, otro con la bandera de Hezbollah y el tercero con la bandera palestina, además de dos carteles, uno con la foto de un mártir y otro burlándose de Sharon.
A continuación se abre una gran recta que cruza un valle, en la que en cada farola hay colgada la foto de un mártir. La infraestructura de hezbollah es impresionante, y con fondos presuntamente donados por países como Irán o Siria, se hacen cargo de las viudas y los huérfanos de sus muertos y de los mártires, reconstruyen las casas destruidas por los bombardeos israelíes y financian todos los daños sin contar para nada con el gobierno libanés. Son una estructura más fuerte que el estado en esta zona del sur del Líbano, y gracias a eso y a las tropelías israelíes cuentan con el apoyo de la mayor parte de la población.
Hemos acompañado a nuestros soldados en el habitual reparto de comida en los campamentos de los refugiados sirios. Las relaciones de los cascos azules con la población local son muy buenas, sobre todo con los españoles. En las tiendas y en los bares ponen música española que le dejan los soldados, y mucha gente comienza a hablar español. Entre otras cosas, imparten clases a la población local que se presta voluntaria.
Aunque durante nuestra estancia allí la situación era tranquila, no hay más que ver el continuo discurrir de tropas de la ONU y del ejército libanés, para darse cuenta de la situación de inestabilidad que hay en esta zona del mundo.
A media tarde pusimos rumbo a Damasco, por el valle del Beca, donde hicimos noche después de pasar por caja nuevamente en la frontera Siria.
DOMINGO, 6 DE MAYO.- Damasco (Siria) – Petra (Jordania)
Damasco es una ciudad enorme, de 1 millón y medio de habitantes, y es a la vez la capital más antigua del mundo. La ciudad se asienta en un valle, y hoy en día sus afueras están colgadas sobre una impresionante ladera con una pendiente bastante pronunciada. El tráfico es caótico. Por medio de un taxista encontramos un hotel bastante majo, barato (como todo en Siria, excepto las fronteras),y con un buen sitio para dejar las motos. Días después repetiríamos en este hotel, ya a la vuelta de Jordania.
Damasco parece una ciudad segura, por lo menos en el centro, hay patrullas de policia y del ejercito en cada esquina. La gente es amable y hospitalaria, aunque no son pesados abordandote por la calle como en otros países arabes. Los restaurantes y las tiendas están abiertos hasta altas horas de la madrugada, y hay bares de zumos y sowarma cada pocos metros. Los zumos son espectaculares, te los hacen de lo que quieras y están todos buenisimos.
El zoco y la ciudad vieja me resultó bastante parecido al de Marrakech, aunque con la ventaja de que los vendedores no son tan pesados y no te asaltan para que compres. Es todo muy barato y no se estila tanto el regateo como en Marruecos, hay muchas cosas de precio marcado, pero siempre se puede lograr alguna rebajilla.
Cuando estabamos dispuestos a salir hacia Jordania, Tallín se dio cuenta de que no tenía los papeles de la moto, se puso muy nervioso y acuñó la frase del viaje: “Troooonco, troooonco, me estoy poniendo nervioso”. Al final los tenía en el fondo de la bolsa, y continuamos la marcha.
A mediodia salimos hacia Jordania. La frontera jordana es la primera organizada y civilizada desde Turquia, y de entrada denota que estás entrando en un país más moderno y organizado, aunque también bastante más caro. Al contrario que en Siria y Líbano, aquí no aceptan dolares ni euros de buen grado, y prefieren la moneda local, más fuerte que las anteriores, por cierto.
Amman es una ciudad muy grande, con un altisimo nivel de contaminación y sin demasiado encanto, por lo que decidimos continuar en dirección al Mar Muerto. Una gran bajada te lleva a pocos kilómetros de la frontera con Cisjordania (cerrada), y desde allí al Mar Muerto, la depresión más profunda de la tierra. En este lugar, a 416 metros bajo el nivel del mar, se erige un gran lago salado (con una salinidad 10 veces superior a la de los oceanos), regado por las aguas del rio Jordán, y en auténtico peligro de extinción. (Se calcula que en 20 años puede tener la mitad de su superficie actual, y a día de hoy la costa está a 600 metros de donde estaba hace 30 años). Los alrededores del mar muerto son un paisaje casi desértico, parecen fotos de Marte. Pero el verdadero encanto del Mar Muerto es zambullirte en sus aguas. La salinidad es tan fuerte que flotas aunque no lo quieras, y es imposible hundirte. En cuanto entras te comienzan a picar todas las heridas y cicatrices, y si te entra agua en los ojos como le pasó a Alberto el escozor es irresistible. No tiene playa y está rodeado de barro, salvo en los Resorts turisticos, que son a la vez el unico sitio en el que puedes bañarte si quieres darte una ducha después (algo completamente imprescindible por la cantidad de sal). Esta agua es buenisima para curar heridas, y se denota el olor a sal antes de acercarte siquiera al agua. Allí nos bañamos, con un calor sofocante pese a que pasaban las 7 de la tarde, y después de hacer un poco el ganso y tomar algo, decidimos continuar hasta Petra para evitar el calor, que si era sofocante de noche, tenia que ser irrespirable de día.
En el Mar Muerto conocimos a dos grupos que nos reencontraríamos más adelante en Petra, por un lado una pareja de madrileños que viajaban por Jordania en un coche de alquiler; y por otro lado, un grupo de tres moteros alemanes que viajaban rumbo a Somalia. Uno de ellos iba acompañado por su hijo de apenas 5 años, al que le había hecho un acople en la moto para llevarlo entre él y el manillar. Realmente increíble.
Cuando cayó la noche continuamos rumbo a Petra, por la carretera que bordea la frontera con Israel; los controles y checkpoints del ejercito jordano eran constantes. Pese a la escasa distancia a la que pasamos de la frontera y de ciudades como Jericó o Jerusalén, no hay ningún cartel que indique la situación o la mera existencia del país vecino o de las ciudades de los territorios ocupados. A la llegada a Petra, sobre las 12 de la noche, encontramos una especie de camping con haimas, en el que hicimos campamento base tres noches; durmiendo en una cueva acondicionada en una zona llamada Little Petra situada a escasos 5 kilometros de Petra.

Todo esto surgió en Boecillo, alrededor de una hoguera, como surgen las buenas ideas. Allí estábamos intentando decidir cual sería nuestro próximo destino, cuando Ramón, militar de profesión que se iba destinado al Líbano en unas semanas, nos soltó: “No tenéis huevos para venir a verme al Líbano en moto”. Lo valoramos, nos reímos y ahí quedó como una idea más, a todos nos atraía pero ninguno nos lo tomábamos demasiado en serio.
Unas horas después sucedió algo que nos cambiaría para siempre; Alberto se había matado volviendo de Pingüinos, por culpa una vez más de un puñetero guardarrail de la AP-6. Se nos había ido la alegría y la fuerza del motoclub, no teníamos fuerza para nada, el grupo se había quedado destrozado.
Después de las lágrimas, la rabia y la impotencia del funeral más bonito al que he asistido nunca; nos juntamos en la cafetería del Tanatorio a brindar por el amigo que se iba, como a él le hubiese gustado, y recordando anécdotas una tras otra, fuimos dándonos cuenta de todo lo que nos había dado la moto en nuestra vida. Es más, sin ella probablemente no nos hubiésemos conocido nunca.
La idea del viaje quedó aplazada, casi desechada diría yo. Pero pasado un mes volvimos a juntarnos todos en una comida homenaje en el pueblo de Alberto, con su familia. Allí fue cuando Alberto Junior nos dijo con una sonrisa, ¿Cuándo nos vamos? Sabía que Alberto era fuerte, pero no daba crédito a que instantes después estuviésemos los seis sentados en una mesa planificando los cimientos del viaje. Si nadie lo remediaba, esto iba hacia delante.
Apenas dos meses después estábamos con todo listo para salir, y un viernes, 27 de abril de 2007, comenzaba la aventura:
El equipo:
Juan Pablo Poyatos.- BMW R 1200 GS
Alberto Rubio Jr..- BMW R 1200 GS
Eugenio Mateo.- Triumph Tiger
David “Deivi”.- Triumph Tiger
David “Tallin”.- Suzuki V Strom
Miguel Castro.- BMW R 1200 GS
VIERNES, 27 DE ABRIL.- Madrid – Barcelona.
A primera hora de la mañana habíamos quedado, en un sitio poco práctico, pero emblemático para un viaje de esta envergadura: La Plaza de Colón de Madrid. El viaje no podía comenzar peor, a pesar de tener las motos recién revisadas, la GS de Poyatos decide no arrancar esa mañana cuando se ve con todo el equipaje a sus cuestas y el plan que le queda por delante. Nos llama, y nos vamos a su casa, de momento se ha frustrado la foto de salida y mucho nos tememos que el viaje entero para él. Hay tiempo de reacción pero no demasiado. Cuando llegamos a su casa, ya se había personado allí un mecánico del RACE, que estaba revisando la situación. La moto no tenía casi electricidad, pero tampoco arrancaba con pinzas, y a veces sonaba el pito o se encendía el cuadro sin control al dar el contacto. Tenía una pinta espantosa. Pero el mecánico tuvo la buena mano de dar con la avería, era un mal contacto de los bornes de la batería y el cableado, con poco más que un cepillo metálico, unos alicates y cinta aislante lo soluciona, y parece que el viaje empieza para todos, aunque con el miedo en el cuerpo. En una cafetería al pasar Alcalá, nos esperaba Manolo Grao, el presidente del motoclub, para desayunar con nosotros y despedirnos, y desde allí partiríamos hacia Barcelona.
Llegamos a la hora y con tiempo de sobra a nuestra cita con el barco, pero el ferry no hizo lo mismo, tenia acumuladas más de dos horas de retraso que ya no podía recuperar, y que nos iban a complicar mucho el enlace en Italia entre Civitavecchia y Ancona, desde donde salía el ferry dirección Turquía. En las casi tres horas de espera en el puerto, conocimos a dos moteros italianos (GS 1200 y KTM Adventure), que regresaban a casa después de recorrer España. Nos explicaron la mejor ruta para el enlace del día siguiente, y calcularon que nos llevaría unas 3 horas y media.
Embarcamos rumbo a Civitavecchia (Roma)
SABADO, 28 DE ABRIL.- Civitavecchia (Italia) – Ancona (Italia)
Como nos temíamos, el ferry no recuperó las 2 horas y media de retraso. Cuando logramos salir del puerto eran las 6 de la tarde, y nos quedaban 350 kms por delante para coger el siguiente ferry que salía a las 22 horas. El tiempo que nos habían calculado los moteros italianos se cumplió, y a las 21:30 estábamos en el puerto de Ancora. Dos de nuestros billetes ya habían sido vendidos a dos moteros alemanes que estaban en lista de espera, por no habernos presentado a tiempo al embarque, y el ferry estaba completo. Por suerte, el encargado del embarque tenía una GS 1200 e hizo todo lo posible porque se solucionase nuestro embarque. Casi sobre la campana, logramos acabar los trámites de aduana y embarcar rumbo a Turquía sin mayores complicaciones.
Habíamos cruzado Italia sin parar ni siquiera a repostar, pero la zona por la que rodamos me gustó, grandes montañas y valles con pueblos colgados en las laderas o encaramados en estrechos riscos. Mucho verde y carretera entretenida, digna de una visita más pausada.
DOMINGO, 29 DE ABRIL, y LUNES 30 DE ABRIL.- A bordo del ferry Estambul, navegando por el mar Adriático primero, y por el mar Egeo después.
En cincuenta horas de ferry da tiempo para muchas cosas. Nos dio tiempo para descubrir que la moto de Poyatos no estaba a su nombre y no había traído la pertinente autorización (Lo que nos podría traer problemas burocráticos en las fronteras), nos dio tiempo para tomar el sol, para cocinar, para beber, para reírnos… La verdad es que a pesar de que pensamos que se nos iban a hacer más pesadas, lo pasamos bien y nos reímos bastante.
La idea de viajar en ferry hasta Turquía, se basaba en intentar llegar con las motos lo más frescas posibles a Oriente Medio, en donde más problemas podríamos haber tenido si se estropeaba una moto, y en no superar la barrera de los 10.000 kilómetros en distancia total por carretera, por los problemas que ello suponía para el aceite y los neumáticos.
De las tres noches en el ferry Estambul, una antigualla de origen escandinavo rebautizada para esta ruta, solo una dormimos en los pequeños y vetustos camarotes. Las dos siguientes noches dormimos con los sacos y las mantas en la cubierta de popa, que acabamos tomando como nuestra. En ella cocinábamos, comíamos y dormíamos; hablábamos, discutíamos, tomábamos el sol y nos reíamos; al final ya no se atrevían a pasar por allí ni los de la tripulación. En esa cubierta tuvimos quizá el momento en el que más nos reímos en este viaje, y que solo los que allí estábamos comprenderemos. “Todo les parece bonito”.
MARTES, 1 DE MAYO.- Cesme (Turquía) – Soluck (Turquía).-
A las 6 de la mañana, hora local, hemos desembarcado en Turquía. Como nos temíamos, nos han puesto pegas en la aduana, por carecer de autorización del propietario para la moto de Poyatos. Hemos llamado a Manolo, y en una gestión sin precio, nos ha enviado por fax a la frontera una autorización “casera”, con un aspecto de oficialidad que deslumbraba. La han aceptado y se ha solucionado la papeleta, pero el retraso acumulado sería ya irrecuperable para toda la jornada. Por cierto, esta ha sido la única de las 15 fronteras que hemos cruzado en la que nos han pedido la dichosa autorización.
Visitamos las ruinas griegas de Hierápolis y el castillo de algodón del Pamukkale, que fue una de las grandes decepciones del viaje, parece que cualquier tiempo pasado fue mejor para esta maravilla natural en horas bajas, y en poco se parece a las fotos que habíamos visto desde España.
Esta zona de Turquía nos ha sorprendido por lo verde de su paisaje, y el amarillo de sus “mayos” me recordaba incluso a Galicia. Las carreteras no eran malas, aunque la conducción sí. Nos hemos topado de frente con cambios de sentido en las medianas de las autorías, coches marcha atrás por las mismas, etc.
La hospitalidad de la gente en esta parte del mundo que empezábamos a conocer, también está fuera de toda duda. En una gasolinera en la que habíamos repostado, un ex emigrante en Alemania se empeñó en invitarnos a un té en una terraza cercana, y allá que fuimos a compartir un rato de agradable conversación en inglés con él y con su hijo, de unos 30 años de edad.
Todo el día había estado nublado, y con algo de lluvia, y la parte final de la etapa se nos hizo muy cuesta arriba, con agua y frió en una zona de montaña a más 1400 metros de altitud, por lo que decidimos finalizar a 90 kms. de Antalya (el fin de etapa previsto), y pasamos la noche en un hostal de carretera, con habitación común sobre alfombra, al más puro estilo árabe, aunque eso sí, con estufa de leña y televisión.
MIERCOLES, 2 DE MAYO.- Soluck (Turquía) – Ceyhan (Turquía)
Después de madrugar e iniciar la etapa temprano para recuperar el tiempo perdido ayer, hicimos una nueva macro etapa de más de 600 kms. por la costa turca. El contraste aparece, y la Turquía rural que habíamos visto el día anterior, se convirtió de pronto, de Antalya en adelante, en una costa plagada de Hoteles de alta categoría, Resorts turísticos y buenas playas, durante más de 100 kms. de costa. A partir de ahí, y hasta llegar a Adana, la costa se convierte en un acantilado y una pequeña carretera pegada a él, de curvas imposibles y asfalto resbaladizo.
Adana es una ciudad industrial, y no encontramos nada que nos convenciese demasiado para dormir, por lo que continuamos hasta Ceyhan. A la entrada de la ciudad hay un control policial, en el que preguntamos por un sitio para dormir. Nos recomiendan uno cercano, y allí nos establecemos. Por la noche salimos a cenar a un local cercano, en el que nos tratan muy bien, charlamos con la gente de allí que se interesa por nuestro viaje y cenamos mientras vemos la semifinal de Champions entre el Milán y el Manchester.
JUEVES, 3 DE MAYO.- Ceyhan (Turquía) – Tartus (Siria)
Salimos de Ceyhan y decidimos desayunar en Iskenderun, la antigua capital del Imperio de Alejandro Magno, que se ha convertido en una ciudad costera sin demasiado encanto, rodeada de industrias de todo tipo que hacen que se observe una contaminación en el aire muy fuerte. Aún así, una gran base militar y un paseo marítimo resultón, le hacen que se observe bastante vida en la calle.
Desde allí, mitad a propósito, mitad sin querer, continuamos por la costa hacia Siria, y a mitad de camino nos encontramos con que la estrecha carretera desaparece y se convierte en una pista preciosa, bordeando el mediterráneo, y sin mayores dificultades que dos vadeos de ríos casi secos en esta época del año. En uno de esos vadeos, Eugenio perdió el control de su Tiger y puso en marcha el contador de caídas sin mayores consecuencias que los rayazos en las maletas. En total fueron unos 50 kilómetros de pista de los más bonitos que he realizado para este tipo de motos.
Esa pista nos dejó a las mismas puertas de Siria, y allí nos topamos por primera vez con la lenta y cara burocracia siria. No llevabamos un documento carnet de pasaje, que facilita la FIA (En España el RACE), por un módico precio de casi 200 euros, después de que el banco te facilite un aval por el valor de la moto. Sin el dichoso carnet, es necesario hacer más papeleos, y abonar 67 dólares americanos en cada paso a Siria. Todo esto unido a las colas, a los trámites para realizar el seguro obligatorio para un mes (que ya nos serviría para las posteriores reentradas), hizo que perdiésemos en la frontera más de 3 horas y media.
La primera entrada en Siria asusta un poco, los uniformes militares por todos lados, los coches tuneados con las fotos de otros militares (todos con gafas de espejo), las fotos del presidente sirio en actitud amenazante por todos lados… Pero poco a poco te das cuenta que la gente va a lo suyo y que no se observan problemas de inseguridad ciudadana ni islamismo extremo.
La costa Siria es muy verde y con grandes montañas. Se ven mayoría de mujeres sin el velo, hay mujeres conduciendo y sentadas en las terrazas, incluso fumando en Sisha. Más adelante nos daríamos cuenta de que este ambiente de “semi”libertad, solo se observa en la costa, y que en las ciudades del interior esto no funciona así.
En Tartus, una ciudad costera, hemos encontrado un hotel en el centro a un precio de 12 dólares americanos la habitación doble, y hemos cenado pescado de la zona, en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, en una cuarta planta con vistas al mediterráneo, por un precio muy módico. La primera impresión de Siria ha sido muy buena.
VIERNES, 4 DE MAYO.- Tartus (Siria) – Base Española Cervantes (Líbano)
A primera hora de la mañana salimos hacia el Crack de los Caballeros, la mayor fortaleza cruzada en Oriente, y bastión de los Cristianos durante muchos siglos, hasta que fue conquistada por Saladito tras varios años de asedio. Toda la zona que rodea la impresionante fortaleza de doble muralla, es un corredor de pueblos cristianos, con iglesia y sin mezquita. En la carretera hay pequeños santuarios de vírgenes que llaman muchísimo la atención en esta zona del mundo. El crack es una fortaleza inexpugnable, tanto por su construcción como por su situación, y está extraordinariamente bien conservada. En su interior cuenta con una capilla gótica que se conserva tal cual como debió ser construida, sin ninguna restauración, que da una idea de lo que en realidad eran este tipo de construcciones, sin restauraciones posteriores.
Más tarde cruzamos la frontera, y entramos en el Líbano por el norte. La frontera es caótica y tiene un tráfico intenso de camiones. Hay que ir cruzando varios puestos. En unos de ellos nos atienden un militar de uniforme y un administrativo que afirma tener una Harley de más tres metros de largo. Después de otras tres horas de trámites (en total), pago de seguro obligatorio, alguna supuesta tasa que se pierde en un bolsillo, e invitación a unas latas de Coca Cola por parte de los militares acompañada del habitual “Welcome to Lebanon” (todo un detalle), entramos en el Líbano.
El administrativo de la Harley (un chaval joven que habla bien ingles), se ofrece a enseñarnos el Líbano y acompañarnos en su moto, y nos invita a dormir a su pueblo. Le tenemos que dar largas, ya que, aunque no hemos dicho nada en la frontera, el verdadero objetivo del viaje es pasar a la parte sur y dirigirnos a la base militar española.
La frontera se alarga en varios edificios, algunos con distancias de casi un kilómetro entre ellos, y checkpoints durante varios kilómetros. En todos ellos te paran, comprueban la documentación, y te sueltan un “Welcome” al final que parece institucionalizado. En el último de ellos, había un soldado de casi dos metros de altura, barba de varios días, gafas de espejo y cara de pocos amigos. Nos para, comprueba la documentación, y al ver que todo está correcto me dice: “Welcome to Lebanon, Good Luck”. Creo que lo impactante de la frase y la situación hará que le recuerde siempre.
La entrada en la parte norte del Líbano, no da la impresión de estar entrando en un país en el que han estado en guerra buena parte de los últimos 50 años, salvo por los campos de refugiados que se observan a lo largo de la costa que va hasta Trípoli. 15 días después, el día que finalizábamos este viaje, esos campos pasaron a la portada de los telediarios en todo el mundo por lo enfrentamientos de milicias de Al Fatah y soldados libaneses en ellos, y en los que a día de hoy van más de 50 muertos.
Pero como decía, el día que nosotros pasábamos, solo llamaba la atención el ver tantos campamentos pegados a unas playas realmente bonitas, pero se respiraban un ambiente de paz y tranquilidad.
La carretera que lleva de Trípoli a Beirut, está salpicada de playas y calas, que en otra situación serían una fuente inagotable de ingresos y turismo. Hay muchos edificios y bastante densidad de población en las afueras de Beirut, que es una ciudad caótica pero fascinante. En Beirut se entremezclan altos rascacielos con ruinas de bombardeos, está rodeada de bonitas playas y acantilados. Se observan Night Clubs y casinos por todas partes, coches de altísima gama compartiendo atascos con furgonetas destartaladas. Hay mucha vida en la calle, y se ven ganas de salir adelante en la gente. Todo el mundo se sorprende al vernos y nos preguntan de donde venimos en cada semáforo. Se ven imponentes coches oficiales y relucientes todo terrenos policiales, con sirenas arriba y abajo. Aunque hay mucho contraste, en el centro de Beirut se ve dinero y mucho, los mejores coches de todo el viaje los vimos en Beirut, Lamborghinis parados en los semáforos de Beirut al lado de edificios bombardeados. Por todas partes se ven carteles agradeciendo el apoyo de países como Qatar o Arabia en la donación de fondos para la reconstrucción del país.
Desde Beirut hacia el sur comienza otro país, la autovia se corta cada pocos kilómetros para evitar los puentes destrozados por la aviación israelí el pasado verano. En las afueras del sur de Beirut comenzamos a ver las primeras banderas de Hezbollah y las primeras fotos de mártires colgadas en las farolas y puentes. Pero seguimos bordeando la costa repleta de bonitas playas hasta la entrada de Sidón, donde somos retenidos en un control militar del ejército libanés de los muchos que abundan en esta carretera.
Desde la base española, Ramón nos había solucionado todos los trámites para cruzar la “frontera” del río Lithani, donde comienza la zona bajo el control de Naciones Unidas y llegar hasta la base, pero estábamos a más de 60 kilómetros del río Lithani y ya nos habían detenido. El soldado que nos para llama a su oficial, que nos comprueba los pasaportes, hace un par de llamadas y nos explica que no podemos pasar más al sur, porque está prohibida la circulación de motocicletas en Sidón, y es la única carretera abierta. En esta zona del mundo, las motocicletas se ven más como un medio de cometer atentados que como un medio de transporte. El oficial es muy amable, pero nos pide que demos la vuelta. Llamamos a nuestro contacto en la base española, y nos pide que aguantemos en el Checkpoint, que va a hacer todo lo posible desde allí. Mientras hacemos tiempo, estacionados en el control, se acerca hasta allí un oficial de mayor graduación del ejercito libanés fuera de servicio (viene haciendo footing), nos explica la situación, nos dice que no hay nada que hacer y nos pide que demos la vuelta hasta Beirut, en donde al día siguiente deberíamos intentar conseguir un salvoconducto en la sede central de la Inteligencia Libanesa.
Hacemos caso omiso, y seguimos esperando la llamada de nuestro amigo para darnos instrucciones. El oficial a cargo del control se empieza a mosquear, y siempre en un tono muy amable, nos pide que demos la vuelta. Ya llevabamos allí más de hora y media. En ese preciso momento, recibe una llamada que cambia todo, nos pide que cojamos la moto y que le sigamos hasta el cuartel, en donde nos harán un salvoconducto para que podamos continuar. Después nos enteraríamos de que desde la Base Española, lograron remover todo lo removible, tocando las más altas instancias del Ejercito Libanés, con el que hay muy buenas relaciones.
Seguimos al Oficial, que va a bordo de un Jeep hasta el cuartel de Sidón. Allí, nada más entrar en el Parking, vemos un coche oficial con un tremendo agujero en el techo, y en el que se observa que quien viajase en él no debía haber tenido muy buen final. Cuando entramos en el edificio, ya de noche, tres soldados de paisano, armados con subfusiles sacan a lo que parecen tres integristas (por las largas barbas y el aspecto de haber pasado más de una mala noche en el cuartel). La situación nos impresiona y casi empezamos a arrepentirnos de la visita al cuartel. Allí nos recibe un señor mayor, que parece un alto mando, en su despacho, y en pijama. Aunque habla poco inglés, es muy amable, llama a otro militar que nos pide de nuevo los pasaportes y comienza a elaborar los salvoconductos.
Cuando está todo arreglado, otro Jeep del ejército, en el que van dos militares de paisano, vestidos con un chaleco de faena y kalasnikov en mano, nos escoltan hasta la salida de la ciudad y nos dejan en la dirección correcta.
Es ya de noche, las banderas de Hezbollah comienzan a aparecer en cada esquina, los puentes de la carretera están destrozados y los desvíos apenas señalizados, con lo que nos damos más de un susto; pero casi sin darnos cuenta y sin mayores complicaciones llegamos a la “frontera” del río Lithani. Hay un checkpoint del ejército libanés pero parece que nos están esperando. No nos pide ni los pasaportes, solo comprueba que somos 6, que somos españoles y que venimos en moto y nos dice que sigamos con el ya clásico “welcome”.
A pocos kilómetros, en medio de la más oscura noche, observamos un URO de Naciones Unidas que nos da luces, como no es nuestro amigo Ramón, alférez, acompañado de su capitán y de otro alférez que nos estaban esperando. Fue un encuentro de lo más emotivo. Después de un día tan complicado, y en una de las zonas más conflictivas del planeta, nosotros los vimos como nuestros salvadores, nos iban a llevar a “casa” y el día se habría acabado. Para ellos, también fue especial, después de casi tres meses de misión, el vernos llegar allí en moto estoy seguro de que fue un momento especial para ellos, y sobre todo para Ramón.
Nos pidieron que les siguiésemos y nos llevaron a un observatorio bajo mando español sobre los Altos del Golán. Ellos, con el URO y acostumbrados a la carretera, iban a toda caña, y a nosotros nos costaba un poco seguirles a esa velocidad por una carretera sembrada de auténticos boquetes consecuencia de los bombardeos israelíes. En uno de esos boquetes me hundí con todo el equipo, y di un llantazo con la rueda delantera, que me imaginé que sería fuerte, pero que me permitió seguir hasta la base que era lo que quería.
En el observatorio nos estaban esperando con una auténtica fiesta, era un día especial para ellos y para nosotros, y nos habían preparado una barbacoa y una paella al más puro estilo español, cerveza fría y muchas ganas de hablar.
Al día siguiente observamos desde ese puesto avanzado los Altos del Golán, el gran valle que es Israel, las últimas aldeas del Líbano (auténticos bastiones de Hezbollah), y los puestos de ataque desde donde estos lanzaban Katiusas hacia Israel hasta el verano pasado. Se divisa perfectamente una de las fronteras más vigiladas del mundo, la mítica “Blue Line”, y en el otro lado se observan puestos de observación análogos del ejército israelí. En esta zona es imposible hacer algo sin sentirte observado desde el otro lado, estoy seguro de que los israelíes se sorprendieron al ver a 6 motos pululando por allí, y seguro que dieron buena cuenta de ello a sus servicios de inteligencia.
SABADO, 5 DE MAYO.- Base Cervantes (Líbano) – Damasco (Siria)
Nada más levantarme, comprobé que el llantazo de ayer era grave como me imaginaba, y al neumático le había salido una bola más grande que una moneda de dos euros, además de los desperfectos en la llanta. Por suerte, habíamos decidido a última hora cargar con un juego de neumáticos extra, ya que las 6 motos tenían las mismas medidas. A pesar de ser sábado y de estar todo lo liberado que se puede estar un sábado en una base de la ONU, el sargento Caraballo, de los mecánicos de la Brigada Paracaidista destacados allí, se ofreció para intentar solucionarme la papeleta, pese a reconocer que no había cambiado en su vida un neumático de moto. El sargento y su ayudante se pusieron manos a la obra y me cambiaron el neumático, decidieron no tocar la llanta, al comprobar que no perdía aire y para evitar males mayores. El neumático quedó perfecto, a pesar de no contar con maquina de equilibrado, la reparación aguantó perfectamente los 7.000 kilómetros que faltaban todavía de viaje.
Acompañados del URO de Naciones Unidas, nos dimos una vuelta por la zona más caliente del mundo, aunque lo único que se respiraba en el ambiente era paz y tranquilidad. Pasamos a escasos metros de la Blue Line, en el punto exacto en el que comenzó la ultima incursión israelí el verano pasado, cuando 6 militares israelíes habían sido secuestrados por Hezbollah en ese punto. En ese lugar, visible perfectamente desde el lado israelí, hay tres mástiles, uno con la bandera libanesa, otro con la bandera de Hezbollah y el tercero con la bandera palestina, además de dos carteles, uno con la foto de un mártir y otro burlándose de Sharon.
A continuación se abre una gran recta que cruza un valle, en la que en cada farola hay colgada la foto de un mártir. La infraestructura de hezbollah es impresionante, y con fondos presuntamente donados por países como Irán o Siria, se hacen cargo de las viudas y los huérfanos de sus muertos y de los mártires, reconstruyen las casas destruidas por los bombardeos israelíes y financian todos los daños sin contar para nada con el gobierno libanés. Son una estructura más fuerte que el estado en esta zona del sur del Líbano, y gracias a eso y a las tropelías israelíes cuentan con el apoyo de la mayor parte de la población.
Hemos acompañado a nuestros soldados en el habitual reparto de comida en los campamentos de los refugiados sirios. Las relaciones de los cascos azules con la población local son muy buenas, sobre todo con los españoles. En las tiendas y en los bares ponen música española que le dejan los soldados, y mucha gente comienza a hablar español. Entre otras cosas, imparten clases a la población local que se presta voluntaria.
Aunque durante nuestra estancia allí la situación era tranquila, no hay más que ver el continuo discurrir de tropas de la ONU y del ejército libanés, para darse cuenta de la situación de inestabilidad que hay en esta zona del mundo.
A media tarde pusimos rumbo a Damasco, por el valle del Beca, donde hicimos noche después de pasar por caja nuevamente en la frontera Siria.
DOMINGO, 6 DE MAYO.- Damasco (Siria) – Petra (Jordania)
Damasco es una ciudad enorme, de 1 millón y medio de habitantes, y es a la vez la capital más antigua del mundo. La ciudad se asienta en un valle, y hoy en día sus afueras están colgadas sobre una impresionante ladera con una pendiente bastante pronunciada. El tráfico es caótico. Por medio de un taxista encontramos un hotel bastante majo, barato (como todo en Siria, excepto las fronteras),y con un buen sitio para dejar las motos. Días después repetiríamos en este hotel, ya a la vuelta de Jordania.
Damasco parece una ciudad segura, por lo menos en el centro, hay patrullas de policia y del ejercito en cada esquina. La gente es amable y hospitalaria, aunque no son pesados abordandote por la calle como en otros países arabes. Los restaurantes y las tiendas están abiertos hasta altas horas de la madrugada, y hay bares de zumos y sowarma cada pocos metros. Los zumos son espectaculares, te los hacen de lo que quieras y están todos buenisimos.
El zoco y la ciudad vieja me resultó bastante parecido al de Marrakech, aunque con la ventaja de que los vendedores no son tan pesados y no te asaltan para que compres. Es todo muy barato y no se estila tanto el regateo como en Marruecos, hay muchas cosas de precio marcado, pero siempre se puede lograr alguna rebajilla.
Cuando estabamos dispuestos a salir hacia Jordania, Tallín se dio cuenta de que no tenía los papeles de la moto, se puso muy nervioso y acuñó la frase del viaje: “Troooonco, troooonco, me estoy poniendo nervioso”. Al final los tenía en el fondo de la bolsa, y continuamos la marcha.
A mediodia salimos hacia Jordania. La frontera jordana es la primera organizada y civilizada desde Turquia, y de entrada denota que estás entrando en un país más moderno y organizado, aunque también bastante más caro. Al contrario que en Siria y Líbano, aquí no aceptan dolares ni euros de buen grado, y prefieren la moneda local, más fuerte que las anteriores, por cierto.
Amman es una ciudad muy grande, con un altisimo nivel de contaminación y sin demasiado encanto, por lo que decidimos continuar en dirección al Mar Muerto. Una gran bajada te lleva a pocos kilómetros de la frontera con Cisjordania (cerrada), y desde allí al Mar Muerto, la depresión más profunda de la tierra. En este lugar, a 416 metros bajo el nivel del mar, se erige un gran lago salado (con una salinidad 10 veces superior a la de los oceanos), regado por las aguas del rio Jordán, y en auténtico peligro de extinción. (Se calcula que en 20 años puede tener la mitad de su superficie actual, y a día de hoy la costa está a 600 metros de donde estaba hace 30 años). Los alrededores del mar muerto son un paisaje casi desértico, parecen fotos de Marte. Pero el verdadero encanto del Mar Muerto es zambullirte en sus aguas. La salinidad es tan fuerte que flotas aunque no lo quieras, y es imposible hundirte. En cuanto entras te comienzan a picar todas las heridas y cicatrices, y si te entra agua en los ojos como le pasó a Alberto el escozor es irresistible. No tiene playa y está rodeado de barro, salvo en los Resorts turisticos, que son a la vez el unico sitio en el que puedes bañarte si quieres darte una ducha después (algo completamente imprescindible por la cantidad de sal). Esta agua es buenisima para curar heridas, y se denota el olor a sal antes de acercarte siquiera al agua. Allí nos bañamos, con un calor sofocante pese a que pasaban las 7 de la tarde, y después de hacer un poco el ganso y tomar algo, decidimos continuar hasta Petra para evitar el calor, que si era sofocante de noche, tenia que ser irrespirable de día.
En el Mar Muerto conocimos a dos grupos que nos reencontraríamos más adelante en Petra, por un lado una pareja de madrileños que viajaban por Jordania en un coche de alquiler; y por otro lado, un grupo de tres moteros alemanes que viajaban rumbo a Somalia. Uno de ellos iba acompañado por su hijo de apenas 5 años, al que le había hecho un acople en la moto para llevarlo entre él y el manillar. Realmente increíble.
Cuando cayó la noche continuamos rumbo a Petra, por la carretera que bordea la frontera con Israel; los controles y checkpoints del ejercito jordano eran constantes. Pese a la escasa distancia a la que pasamos de la frontera y de ciudades como Jericó o Jerusalén, no hay ningún cartel que indique la situación o la mera existencia del país vecino o de las ciudades de los territorios ocupados. A la llegada a Petra, sobre las 12 de la noche, encontramos una especie de camping con haimas, en el que hicimos campamento base tres noches; durmiendo en una cueva acondicionada en una zona llamada Little Petra situada a escasos 5 kilometros de Petra.