En un aeropuerto de una de las ciudades de la antigua Cortina de Hierro, un espía huía de la policía secreta rusa, la KGB. Estaba a punto de ser capturado cuando, súbitamente, se tropezó con una monja a la que le pidió que lo escondiera bajo su hábito. Los agentes de la KGB preguntaron a la religiosa si había visto al espía y le dieron su descripción. Ella les informa que no lo había visto. Cuando ya el peligro había pasado, el espía salió de debajo del vestido de la monja y se inicia el siguiente diálogo:
- Gracias hermana, por haberme salvado de ser capturado por la KGB.
- Ha sido con mucho gusto, hijo.
- Tengo que decirle, hermana, que usted tiene unas piernas muy hermosas... ¿se dio usted cuenta del besito que le di en las pantorrillas?
- Claro que sí, hijo mío.
- Hermana, ¿sintió usted después mi aliento frenético por sus rodillas?
- Claro que lo noté, hijo, claro.
- ¿Y notó también cuando fui subiendo y le cubrí de besos sus muslos y entrepiernas a la vez?
- Sí hijo, también lo noté.
- ¿Y qué hubiera sucedido, hermana, si yo hubiera seguido subiendo y llenándola de besos?
- ¡Pues que me hubieras besado los huevos, cabrón! ¿O es que tú te crees que eres el único espía?
- Gracias hermana, por haberme salvado de ser capturado por la KGB.
- Ha sido con mucho gusto, hijo.
- Tengo que decirle, hermana, que usted tiene unas piernas muy hermosas... ¿se dio usted cuenta del besito que le di en las pantorrillas?
- Claro que sí, hijo mío.
- Hermana, ¿sintió usted después mi aliento frenético por sus rodillas?
- Claro que lo noté, hijo, claro.
- ¿Y notó también cuando fui subiendo y le cubrí de besos sus muslos y entrepiernas a la vez?
- Sí hijo, también lo noté.
- ¿Y qué hubiera sucedido, hermana, si yo hubiera seguido subiendo y llenándola de besos?
- ¡Pues que me hubieras besado los huevos, cabrón! ¿O es que tú te crees que eres el único espía?