Despertaferro
Curveando
El Motero Misterioso
Como no consiga que alguien me ayude voy a tener que dejar de salir en moto.
La cosa es grave, permitidme que os explique; quizás a alguien más le haya sucedido, y si no ha dado con la respuesta por lo menos me servirá de consuelo.
La primera vez que lo ví casi me pasó desapercibido, de hecho me he acordado que hubo una vez anterior porque ha habido una segunda, y una tercera, y varias más. Pero la de ayer, la de ayer fue la más angustiante.
Todo empezó cuando después de un largo invierno, sin apenas días de sol, en el que siempre que salí en moto hizo días grises, incluso con lluvia. Hubo una ocasión en que llegaron a caer cuatro copos de nieve. Todo empezó, como digo, cuando bien entrado el mes de abril los días empezaron a ser soleados y alegres.
La primera vez que me encontré con él -quizás debería decir que él me encontró a mí- fue durante la mañana de un sábado, que como tantos otros, salí de casa con la fresca, de buena mañana. El día amaneció algo nublado pero los pronósticos coincidían en que sería un fenómeno corto y pasajero.
Me dirigí hacia el este, en busca de las estribaciones montañosas del Pirineo, allí donde hay buenas carreteras donde “ratonear” -me gusta hacer curvas en solitario atravesando una zona boscosa mientras dentro de mi casco me permito disfrutar de mi poca traza para el canto, y mientras conduzco voy destrozando canciones a “grito pelao”-.
Afronté el primer tramo realmente divertido, cuando el sol justo asomaba su roja calva por el horizonte, disfrutando del espectáculo de su recurrente y diario nacimiento, pero esta vez seguro que nacería para imponerse a unas nubes que, atemorizadas por el ímpetu que la luz iba a tomar, ya empezaban a diluirse en el azul celeste del cielo.
Todo andaba a las mil maravillas, ya me había acostumbrado a un cierto ritmo y me sentía el mejor piloto del mundo (sabiéndome también el peor cantante) hasta que coronando el puerto di la espalda al aún tímido, pero prometedor, sol que ya comenzaba a imponerle su reinado al día a pesar de que aún teniéndolo de cara no me había molestado en ningún momento durante el ascenso.
En la corta recta que seguía al indicador de altitud del puerto hizo una fugaz aparición, se puso a mi altura y me rebasó un par de metros -nunca se suele distanciar más- antes de que, ambos, tuviéramos que soltar gas y tirar del manillar izquierdo... En ese momento se cruzó por delante mi rueda, pasó al interior de la curva y, súbitamente, desapareció.
Miré el retrovisor izquierdo y solo pude ver, al fondo, el inconfundible azul del Mediterráneo. Del motorista de negro..., ni la sombra.
Me obligué a seguir con mis desafinados cánticos y durante el resto del descenso tan solo se puso a mi altura en tres o cuatro ocasiones antes de llegar al llano, donde mosqueado como estaba, decidí roscar en la larga recta que se abría al frente y olvidarme de seguir curveando. Necesitaba deshacerme de él. No se, me daba mal rollo..., todo vestido de negro, pilotando también una moto enteramente negra, y además forzando los adelantamientos de esa manera tan temeraria.
Vano esfuerzo el mío. Nada más acelerar ya estaba de nuevo a mi lado, ahí a un par de metros, comiéndose la calzada contraria. Será cabrito el tío.
(continuará)
Como no consiga que alguien me ayude voy a tener que dejar de salir en moto.
La cosa es grave, permitidme que os explique; quizás a alguien más le haya sucedido, y si no ha dado con la respuesta por lo menos me servirá de consuelo.
La primera vez que lo ví casi me pasó desapercibido, de hecho me he acordado que hubo una vez anterior porque ha habido una segunda, y una tercera, y varias más. Pero la de ayer, la de ayer fue la más angustiante.
Todo empezó cuando después de un largo invierno, sin apenas días de sol, en el que siempre que salí en moto hizo días grises, incluso con lluvia. Hubo una ocasión en que llegaron a caer cuatro copos de nieve. Todo empezó, como digo, cuando bien entrado el mes de abril los días empezaron a ser soleados y alegres.
La primera vez que me encontré con él -quizás debería decir que él me encontró a mí- fue durante la mañana de un sábado, que como tantos otros, salí de casa con la fresca, de buena mañana. El día amaneció algo nublado pero los pronósticos coincidían en que sería un fenómeno corto y pasajero.
Me dirigí hacia el este, en busca de las estribaciones montañosas del Pirineo, allí donde hay buenas carreteras donde “ratonear” -me gusta hacer curvas en solitario atravesando una zona boscosa mientras dentro de mi casco me permito disfrutar de mi poca traza para el canto, y mientras conduzco voy destrozando canciones a “grito pelao”-.
Afronté el primer tramo realmente divertido, cuando el sol justo asomaba su roja calva por el horizonte, disfrutando del espectáculo de su recurrente y diario nacimiento, pero esta vez seguro que nacería para imponerse a unas nubes que, atemorizadas por el ímpetu que la luz iba a tomar, ya empezaban a diluirse en el azul celeste del cielo.
Todo andaba a las mil maravillas, ya me había acostumbrado a un cierto ritmo y me sentía el mejor piloto del mundo (sabiéndome también el peor cantante) hasta que coronando el puerto di la espalda al aún tímido, pero prometedor, sol que ya comenzaba a imponerle su reinado al día a pesar de que aún teniéndolo de cara no me había molestado en ningún momento durante el ascenso.
En la corta recta que seguía al indicador de altitud del puerto hizo una fugaz aparición, se puso a mi altura y me rebasó un par de metros -nunca se suele distanciar más- antes de que, ambos, tuviéramos que soltar gas y tirar del manillar izquierdo... En ese momento se cruzó por delante mi rueda, pasó al interior de la curva y, súbitamente, desapareció.
Miré el retrovisor izquierdo y solo pude ver, al fondo, el inconfundible azul del Mediterráneo. Del motorista de negro..., ni la sombra.
Me obligué a seguir con mis desafinados cánticos y durante el resto del descenso tan solo se puso a mi altura en tres o cuatro ocasiones antes de llegar al llano, donde mosqueado como estaba, decidí roscar en la larga recta que se abría al frente y olvidarme de seguir curveando. Necesitaba deshacerme de él. No se, me daba mal rollo..., todo vestido de negro, pilotando también una moto enteramente negra, y además forzando los adelantamientos de esa manera tan temeraria.
Vano esfuerzo el mío. Nada más acelerar ya estaba de nuevo a mi lado, ahí a un par de metros, comiéndose la calzada contraria. Será cabrito el tío.
(continuará)