Siguiendo la consigna lanzada por PereDV, va de motos, motillos, más bien.
LA DESESPERACIÓN VIAJA EN VESPINO
Parte 1ª
Tanto daba, nadie perdía el tiempo pensando en esas cosas. De otro modo como podía explicarse que unos mandaran y otros obedecieran.
Cada cual es como es, si tu no lo haces, otro lo hará. Así que el hecho no podrá evitarse y tu te quedarás sin la pasta.
A miles tengo esperando a que les de la oportunidad.
Por mí tío como si te haces cura. Bueno, cuidado, que esos también engañan, y de claro, claro, tienen menos que yo.
Me convenció, se me presentaba una oportunidad única y no estaba dispuesto a dejarme llevar por una consciencia mal entrenada, estúpida. Que actuaba en mi contra, en lugar de hacerlo a mi favor.
Joder con mi propia consciencia, hasta ella me traicionaba.
Acepté el trato, cogí el sobre con una quinta parte de lo acordado -suficiente para ponerme al día de la hipoteca, saldar la cuenta del super y llenar la nevera para un par de semanas- y memoricé las instrucciones al detalle antes de ver como el papel que las contenía ardía en el cenicero de su mesa. Luego, cogí la pistola, una Heckler & Kloch USP compacta de 9 mm, según me explicó mi nuevo patrón y sin siquiera mirarla la metí en el bolsillo de mi mejor “americana”.
El único arma que había tenido antes en mis manos había sido un Cetme viejo y cochambroso durante las prácticas de tiro en la mili con el que disparé un solo cargador contra una diana de papel y no acerté ni un disparo. Claro, era difícil, sobretodo teniendo los ojos cerrados y el corazón latiendo como un despertador de cuerda.
No debía exteriorizar más dudas, de modo que antes de que el color llegara a mis mejillas y mi transpiración se hiciera visible a través de la ropa, me levanté, me dejé apretar la mano por él y salí del despacho como alma que lleva el demonio.
Ahora, después que la financiera se quedara con el coche, me desplazaba en un viejo Vespino que yo mismo en el balcón de casa reparé y conseguí hacer andar después de recuperarlo de casa de mis padres tras mucho insistirle al nuevo propietario de la misma invocando los más lacrimógenos sentimientos paterno-filiales. Era como volver a la adolescencia, pero en macabro.
Tenía exactamente diez días para preparar la misión -así era como él llamaba a mi trabajo-. Horarios, costumbres, lugares, rutas..., todo era importante para fijar el mejor lugar y momento.
Y luego a cobrar y ganarle tiempo al tiempo para encontrar un trabajo decente, o al menos no tan...tan...atípico, para alguien como yo que hasta las moscas me parecían congéneres respetables.