SICILIA 2011
El día cinco del ocho, solo el primero.
La idea era hacer unos 6000 ó 6500 km. Se trataba de costear la cuenca mediterránea a lo largo de Francia para después de entrar en Italia, arrumbar hacia el noreste y llegar a los alpes italo-suizos con el objetivo de superar el 7,5% de desnivel medio y vivir las 24 curvas, en subida y bajada del Paso del Stelvio. Total, pensaba yo, 24 kilómetros más. Luego de nuevo proa al sur para descender por la cornisa tirrena italiana hasta llegar a San Giovanni, cruzar en ferry hasta Messina, y recorrer Sicilia de cabo a rabo.
Glòria llevaba días guebwando por la web para reservar alojamientos. Yo, haciéndome el despistado, asentía mientras tramaba mi plan; nada de reservas, nada programado excepto el plan general. Cada día una sorpresa, la vida no se programa. Se vive. Naturalmente, son unos cuantos años, mi atrevimiento tendría su castigo, o como mínimo su precio. Era plenamente consciente, pero quién no juega nunca gana.
Veinticuatro horas antes del día de la partida el ambiente se podía cortar con dificultad con un cuchillo bien afilado, tal era su densidad. Una hora antes ya se había reblandecido. Tampoco era plan, debió pensar, cargárselo todo antes de empezar. Y quizás también la idea pudiera ser que le mostrara su parte más atractiva.
Sea como fuese allí estaba la K, cargada con un equipaje más o menos ligero, y nosotros, como moteros conscientes y responsables, equipados con lo necesario; casco, guantes, cuero, y botas de caña alta.
A bordo de la K y con las gafas de leer en la mochila acerté a programar el Garmin poniendo como primer destino Mónaco por la ruta más corta. Toma ya. Con un par.
Repostamos en la Jonquera, antes de pasar a la Galia (por ahorrar un poco), y de nuevo rumbo a Mónaco.
Yo, siguiendo el principio de “hay que hacerle caso al GPS”, seguí fielmente sus indicaciones. Nuevo repostaje, este ya en la Galia profunda y vuelta a atender lo que el Sr. Garmin quiera decirme.
Una autopista ciertamente alpina nos llevaba por entre pastos propios de alturas impropias, yo miraba extasiado el paisaje, era ciertamente bonito. De pronto tras un rasante de la ruta apareció ante nosotros, allá a lo lejos, un enorme viaducto suspendido sobre un inmenso valle, casi al tiempo Glòria me golpeaba el costado izquierdo y me señalaba hacia el cielo. ¿Que coño pasa en el cielo?.
Decidí no hacer demasiado caso a los golpecitos que Gloria me propinaba, al fin y al cabo un pájaro es un pájaro y yo ya he visto muchos, de modo que llegaré hasta el viaducto y en el área que hay a su lado pararé.
¿Que no has visto el sol? Lo deberíamos tener encima y está a la izquierda y detrás. ¿A donde me estás llevando?
Joder, con el sol, ahora que yo iba tan bien, va y le da por equivocarse a él.
Tío, no vamos a donde debemos ir, no puede ser que vayamos a Mónaco.
Si, yo he puesto Mónaco en el navegador, y el me está llevando a Mónaco. No falla nunca.
Ahora mismo damos la vuelta, volvemos a Montpelier y seguimos por la costa.
Yo me pongo a manipular las teclas del navegador:
Destino
Mónaco
y horrorizado leo; “Monaco-D63-475Km-N”
y una línea más abajo: “Mónaco-Mónaco-472Km-SE”
Es muy duro, con lo bien que yo veía antes. ¿Porqué nadie me dijo en estos cincuenta y siete años que había otro Mónaco en el mundo y que además estaba en dirección opuesta al lugar al que creía dirigirme?
En fin que a pesar que el paisaje hasta aquí es una maravilla, que el puente de marras es el más largo de Europa y que el pueblecito que hay bajo el puente y que tiene nombre de perro de Tintín es muy cuco, Glòria se sube por las paredes. Ha pillado un cabreo del mil y balbucea no se que cosas de llamar un taxi y largarse a no se donde.
Yo,colaborador y dócil, le digo que la acerco a Montpelier y que naturalmente tiene razón, toda la razón, pero que si no hubiésemos llegado hasta aquí, quizás nunca hubiésemos visto tan magnifica obra de ingeniería, y seríamos ignorantes en estos asuntos de puentes grandes.
Total, por no cansar con discusiones familiares, que deshicimos el camino, compramos un mapa de Francia, de esos que vienen plegados de una manera que jamás puedes volver a reproducir, y mapa en mano (de Glòria, claro), nos dirigimos a algún lugar a buscar un hotel a donde seguir discutiendo sobre mi manera y la suya de utilizar la tecnología cartográfica para viajar.
Solo ocho horas antes creíamos que en solo cinco horas estaríamos en Mónaco, Mónaco.
El día seis del ocho, y van dos
Total que poco después de dejar Millau a las espaldas, serios y circunspectos recalamos en Lodève, un pueblecito galo sin más encanto que un río atravesándolo, unas nubes amenazadoras en lo alto, y un hotel decente -excepto por el horrible brebaje que a modo de café nos dieron para desayunar-. Eso sí, la K y el Garmin durmieron a cubierto y bajo llave.
A medio día, y aún con el silencio como ruido de fondo, habíamos dejado atrás Montpelier, Nimes, Aix-en-Provence, Cannes y Nice. Por fin Mónaco, Mónaco parecía alcanzable. Lo cruzamos como si no nos hubiera importado nunca su existencia -por encima-, y en Ventimiglia paramos a tomar alguna cosa sólida.
A partir de aquí parece que se habían calmado los ánimos y ya los taxis no formaban parte de la conversación. Nos metimos en la carretera que uno de los sucesores de primer golpista de la era moderna, Julio César -que por cierto acabó bastante mal el muy cretino- mandó construir para volver a su casa después de visitar las provincias. De modo que pisando los mismos lugares que Annio Vero, más conocido como Marco Aurelio el Sabio, había pisado unos mil novecientos años antes. Fue este un tipo curioso y buena gente, se le considera una figura importante dentro la corriente filosófica iniciada por Sócrates en la que prepondera el curso de las acciones del hombre en base a la virtud y la razón, vamos que además de listo y buena gente, era un estoico.
La tal Vía Aurelia discurre bordeando el mar Tirreno y está bastante concurrida, además es revirada y estrecha, se nota que a los romanos ya les gustaba salir los sábados a curvear.
Paramos en Sta Margherita de Ligure, junto a Portofino, y nos comimos unos espaguetis di mare que “la mare que els va parir”. Que buenos estaban.
Y con el café, el perdón. Yo comprendí que el asunto del dichoso Mónaco, Mónaco quedaba relegado para situaciones corrientes, en esos casos comunes ya nunca más saldría a relucir. Otra cosa serán, también lo se, situaciones, digamos, especiales. Pero bueno, menos da una piedra, y yo ya estoy acostumbrado.
Un buen y “diminuti” expreso y a correr por la Aurelia en busca de un lugar decente donde pasar la noche.
Lucca supo de nuestra llegada justo cuando nos presentamos a la responsable de la oficina de turismo haciéndole saber que ya estábamos allí y que precisábamos de alojamiento adecuado a nosotros porque era nuestra intención hacer noche en tan bello lugar.
Sin dudarlo un instante nos llamó al lugar más digno de la villa y dijo que haría que nos vinieran a recoger, al colgar nos indicó el camino para llegar aduciendo que en ese momento no había nadie disponible para tal menester.
Nos adentramos los tres y el Garmin por las callejuelas del casco antiguo y dos o trescientos metros después vimos a un tipo haciéndonos señas. Era el hostelero.
Nos comunicó en correctísimo italiano que no había lugar en el edificio sede y que nos guiaría hasta un apartamento que tenía disponible a tan solo un par de minutos.
Llegamos a una calle que circundaba algo, pues describía un circulo de ancho radio de forma constante, y me indicó que aparcara allí mismo, en una pequeña plazuela.
Sacó unas llaves, se acercó a una de las puerta que se arrengleraba en el costado interior del círculo y abrió.
Glòria y yo después de asomarnos nos miramos con las pupilas completamente dilatadas, tal era la negrura que se abalanzó sobre nosotros escaleras a bajo.
En silencio y expectantes subimos los irregulares escalones -unos quince- casi a ciegas hasta una puerta situada a la derecha, el hombre pulsó un interruptor y la escalera se iluminó, es un decir, la luz no podía competir con la negrura de paredes techos, tubos, cables y telarañas.
La puerta, paradójicamente era de color verde ingles, impecablemente pintada, y guarnecida con cerradura, pomo, visor y goznes de reluciente metal.
Abrió y nos mostró el interior; un estupendo apartamento decorado con primor y buen gusto y con todo lo necesario para vivir durante un largo asedio nuclear.
Baño completo con piezas de diseño, cocina completamente equipada, sala de estar con cómodos sofás delicadamente enfundados en ricas telas, máquina de lavar la ropa, aire acondicionado, y lo mejor de todo; el hombre nos muestra el apartamento y abre la ventana principal de la sala.
No nos lo podíamos creer, daba justo a la llamada Plaza del Anfiteatro. En 1830 Lorenzo Nottolini hizo derribar las construcciones que había sobre la arena del antiguo anfiteatro romano y conservando la variedad de los alzados uniformó la línea circular de las casas. El efecto es una pasada.
Destinamos el resto de la tarde y noche a deambular por la ciudad, ver tiendas y cenar.
Más tarde hice la colada del día, tendí la ropa y depositando un discreto ósculo sobre la frente de la dormida Glòria me dispuse a soñar en gladiadores y leones.
Interludio entre el cinco y el seis
¿A vosotros no os pasa?
Te metes en la cama y por la razón que sea decides soñar con algo concreto. Yo ese día y dado que estaba durmiendo justo encima de un anfiteatro romano, decidí soñar con gladiadores y leones.
Tema tenía, de pequeño me tragué un montón de “peplums”, Quo Vadis?, La Túnica Sagrada, Ben-Hur, Espartaco, Hércules..., y tantas otras...
Tiene coña la cosa, pero hasta este momento en que escribo nunca me había planteado porqué narices a las pelis de romanos se les llama peplums. Que el nombrecito se las trae ¿eh?.
¡Santa Wikipedia, ayúdanos!:
“Peplum, del griego “peplo”, especie de túnica sin mangas abrochada al hombro. Género cinematográfico ambientado en la antigüedad, fundamentalmente greco-romana”.
No he conseguido averiguar, pese a la Wikipedia, quién es el cachondo encargado de poner nombre a los géneros cinematográficos, pero tiene cojones el tío.
Bueno, a lo que íbamos, no se si a vosotros os pasa, pero nunca consigo soñar con lo me propongo. Siempre decide otro por mí, y en esta ocasión me tocó soñar con los días previos al viaje, aquellos en que preparas el equipaje.
La K tiene dos maletas, una al lado izquierdo, la mía, y la otra, como no podría ser de otra manera, al lado derecho, la de Glòria. ¿A que no adivináis cual es la más pequeña?
Que puñeteros, lo habéis adivinado; la mía.
Viene a ser como la mitad mal medida de la otra. Pues bien, en la bolsa de la mía metí un vaquero, un pantalón ligero, de esos de treking veraniego de aficionado, tres prendas íntimas -tres gayumbos, vamos-, tres pares de calcetines, tres camisetas, un polo, medio rollo de cinta americana, y los cargadores del móvil y la cámara de fotos. Además puse en la bolsa común, la de tubo que iba en el portaequipajes, un par de botas cortas, muy ligera de treking. Las otras, las de caña alta para ir en moto las llevaría puestas en los desplazamientos largos.
La otra bolsa, hay la otra bolsa...que si las camisetas; cinco o seis, que si las blusas, que los leguis varios y multicoloris, los tejanos, el fular, la gama de interiores, una falda amplia y fresca, la camiseta térmica por si hay un cataclismo y cambia el tiempo, un polar por si lo mismo, el cargador del móvil y el de recambio, por que a veces se estropean o pierden, el neceser repleto de variopintos y misteriosos tarros y pócimas, que él solo abulta más que el resto de cosas juntas, los dos cartones de BN, que en Italia no venden, diecisiete mecheros “que siempre te los acabas quedando tú”, y no se bien si un paquete o solo medio de pinzas de tender, que luego la ropa queda arrugada. Además en la bolsa común se tuvieron que introducir, desafiando todas las leyes de la física, unas botas de montaña de las gordas, unas deportivas de esas de suela tipo secante que te hacen andar como un “tente-tieso y no te caigas”, y unas “chancletas de playa” para la playa y momentos de relax. También una mochila, eso sí, vacía y para poder ser llenada durante el viaje de cosas diversas.
Y claro, las guías, los mapas, los bolis, la cámara con su funda, los guantes de invierno, los pasamontañas y un cartón de BN de reserva, en la sobre-depósito. Ah! Y las riñoneras personales para tener a buen recaudo la pasta, las tarjetas de crédito y los documentos.
En total unos cuarenta kilos a ojo de buen cubero y me quedo corto para no provocar.
Y a la vuelta, bueno ya llegaremos a la vuelta..., por Yabé, pobre K.
Me desperté acojonao, tembloroso y como ido, vamos como si hubiese tenido una pesadilla.
Suerte que estaba en Lucca, abrí la ventana que daba al callejón trasero y desde ella pude ver a escasos veinte metros que la K había dormido bien y estaba entera. Luego desde la ventana que daba a la plaza noté como cesaba el temblor compulsivo de mis manos, inspiré profundamente y me dije a mi mismo; Tranquilo Amador, solo ha sido un mal sueño, luce el sol y la vida es bella.