bmwero
Curveando
Os pongo aqui un post que ha colgado el amigo Wankel en el foro http://www.clubsanglasmadrid.com/foro/index.php
"sucedió" en 1986
He encontrado esto por ahí, escrito cuando era bastante más joven. Es una típica historia de valerosas Sanglas... etc.
Por entonces, yo vivía con Hilda, una berlinesa rellena de crema que dedicaba parte de su tiempo a terminar su tesis doctoral. Puesto que esa parte era muy pequeña - microscópica diría yo - tenía muchísimo tiempo libre, y lo empleaba en pasear por Madrid con una Nikon prehistórica, inmortalizando paisajes y rostros característicos...
Yo, mientras tanto, trabajaba para la Comunidad de Madrid, haciendo prospecciones geológicas para un supuesto mapa de anomalías magnéticas de la provincia.
Había que andar midiendo por toda la provincia. Los viajes en autobús y tren me aburrían soberanamente, y además acababan con mis nervios, pues sus horarios y los míos no siempre coincidían. Por lo tanto me decanté por el transporte privado. Y empezaron mis tribulaciones.
Mi economía no sólo no era boyante, sino mas bien sumergida, así que entre un automóvil nuevo y la bicicleta de mi abuelo, encontré un término medio-bajo que me costó exactamente treinta y tres mil pesetas, incluyendo batería y otros gastos. Era una cosa negra y plateada. De lejos parecía una moto fea. De cerca, era nada menos que una Sanglas 400 veterana de la Guardia Civil.
Cuando Hilda vió la moto se desmayó, porque no había desayunado esa mañana. Así que la subí a casa en brazos y la acosté. Como era sábado consideré que debíamos salir a probar la moto para familiarizarnos con ella. Reanimé a Hilda, que prefirió quedarse a trabajar en su tesis, algo que -por lo inaudito- me asustó. Sin embargo, como aseguró que se encontraba bien me marché de paseo.
No me costó mucho hacerme con la voluntad de éste penco de acero, pues se comportaba con la docilidad tosca y cachazuda de un percherón. Salí de Madrid por la carretera de Burgos y vi pasar los Kilómetros mientras me esponjaba en el coronjoso sillín.
Iba pensando lo agradable que iba a ser ir al trabajo el lunes en mi "Rocinante" cuando, de repente, la moto dio una espantada, se aceleró sola y se fué detrás de un Talbot viejo, conducido por un grupo de individuos de aspecto agitanado.
Todos mis esfuerzos por controlar la moto fueron vanos y ella se esforzaba por perseguir al turismo que, finalmente, nos dejó atrás.
La Sanglas mostró su disgusto con un sonoro petardeo y volvió a su docilidad inicial.
De vuelta a casa obligué a Faustino, mi habilidoso vecino, a que revisara el motor. Desarmó el carburador y aparte de dos canicas y una hoja de afeitar en la cuba no encontramos nada anormal.
Comprobó el encendido, el apriete de la dirección... no encontró ningún indicio que justificara su errático comportamiento.
Misterio, misterio.
Tiempo después, cuando ya había olvidado éste extraño incidente. Hilda me pidió que la llevara a El Escorial, a fotografiar no se qué iglesia vieja. Como yo tenía una pertinaz resaca producto del cumpleaños de Faustino, - el muy innoble sólo compraba alcohol de garrafa - le dije que estaba incapacitado para conducir.
No pareció enfadarse, pero al rato oí tronar a mi Sanglas y grité por la ventana: "¡¡¡Hilda vuelve!!!, que a tí no te conoce. ¡¡¡Que no sabes como funciona!!!"
Pero si que sabía, ¡vaya si sabía! y muy bien, como demostró esquivando a doña Apapurcia, que cruzaba intempestivamente la calle con el carrito de la compra. Y se marchó a El Escorial.
Pasó la tarde y no volvía, y ya estaba yo seriamente preocupado, cuando de repente llegó. Estaba pálida. Sólo dijo, llevándose un dedo a la sien: "Tu maldita moto está loca!!! ".
Tiró las llaves sobre la mesa y se encerró en su habitación. Luego asomó la nariz y dijo: "Trrrabajo en mi tesis, no molestes, Arghhh!" y pegó un terrible portazo
Cuando Hilda, la berlinesa de crema, tenía estos arrebatos de trabajar en la tesis era por que se sentía afectada por algo.
En tales casos era conveniente no molestarla, porque la crema se le podía agriar. Así que suspiré y bajé a ver que le había hecho a mi pobre moto.
Mi percherón metálico estaba polvoriento, grasiento y un poquito arañado en un lado. Sin embargo, se erguía con un desacostumbrado orgullo. Un nosequé de satisfacción brillaba en su faro descascarillado.
Suspiré aliviado, y un poco escamado subí a casa. Llamé a la puerta de Hilda, pero no me abrió. Bufó algo en alemán y esa noche ni siquiera quiso cenar.
A la mañana siguiente me fuí a trabajar a Buitrago. Durante la comida, como estaba solo, me puse a leer el periódico. De repente se me encogió el corazón: "<<La colaboración de una motorista alemana decide la captura de la banda del Gargajero>> <<MADRID. EFE. La intervención de la súbdita alemana
Hilda Reinerbahnn fue decisiva en la captura de la peligrosa banda de atracadores comandada por Jose María Arias "el Gargajero". A la altura del Km 21 de la carretera Madrid - El Escorial, el turismo Mercedes 500 ocupado por los atracadores, que iba perseguido por varias unidades de la Guardia Civil, adelantó peligrosamente a la motocicleta de la súbdita alemana. Los agentes que seguían de cerca a los malhechores pudieron observar como la vieja motocicleta aceleraba tras los delincuentes y tras empujarles numerosas veces con el guardabarros, introducía el manillar por las ventanillas laterales con objeto de detener a los atracadores. Estos, al verse hostigados, intentaron distintas maniobras de evasión muy agresivas, que pusieron en serio peligro la integridad de la valiente joven. Pero ella, de un modo temerario, insistió en sus certeros ataques hasta que consiguió reventar un neumático del turismo con su puntiagudo reposapiés derecho (...) >>
No podía creérmelo, pero el comportamiento de Hilda no dejaba duda alguna "tu moto está loca", había dicho. No era Hilda quien había perseguido a los ladrones. Había sido la moto. Absurdo, absurdo.
Mientras volvía a casa iba yo vigilando a la moto con cierta prevención. "Mira que si ahora le da por perseguir a alguien más". "Y entonces calcula mal las distancias - después de todo es viejísima- y tenemos un accidente".
"Mira que si... ¡¡¡Ésta moto es un peligro!!!".
La apostrofé: "¡¡Inconsciente!!,¡¡Loca!!, ¡¡Cacho hierro!!! ¡Podías haber matado a Hilda!".
Pero ella no me respondía.
Cuando llegué a casa la amarré bien, no por miedo a que me la robaran, sino por temor de que saliera tras algún forajido y no la volviera a ver jamás. Hilda me esperaba algo más repuesta del susto. Me acerqué. Le dí el periódico. "Lo sé todo. Lo siento mucho".
-"La culpa es mía, no tenía que habérmela llevado"
-"Como eres una cabeza cuadrada..."
-"Querrás decir cabeza cúbica..."
Pasó un tiempo antes de que me atreviera a volver a montar mi valeroso percherón mecánico. Finalmente volví a hacerlo puesto que las Sanglas transmiten al ser humano una especie de gusanillo que te reconcome por dentro y que sólo se calma si conduces otra vez.
Una persona juiciosa se habría comprado otra, pero yo, como no lo soy en absoluto, y no tengo un duro, seguí con ella.
Usé varios años más esta moto (luego cuando pude comprar una nueva, conservé ésta para la posteridad) pero nunca volvió a hacer de las suyas.
¿Calmó sus instintos policíacos tras participar en la detención del Gargajero?
¿Estaba causado su violento comportamiento por una frustración juvenil?
¿Quizá el azar no volvió a cruzarnos con ningún delincuente habitual?
Misterio, misterio
El caso es que cesó su estrecha colaboración con las Fuerzas del Orden Público. Mi vida volvió a ser plácida y dulce hasta que mi berlinesa Hilda... Pero eso ya es otra historia.
No sé.....me suena :

"sucedió" en 1986
He encontrado esto por ahí, escrito cuando era bastante más joven. Es una típica historia de valerosas Sanglas... etc.
Por entonces, yo vivía con Hilda, una berlinesa rellena de crema que dedicaba parte de su tiempo a terminar su tesis doctoral. Puesto que esa parte era muy pequeña - microscópica diría yo - tenía muchísimo tiempo libre, y lo empleaba en pasear por Madrid con una Nikon prehistórica, inmortalizando paisajes y rostros característicos...
Yo, mientras tanto, trabajaba para la Comunidad de Madrid, haciendo prospecciones geológicas para un supuesto mapa de anomalías magnéticas de la provincia.
Había que andar midiendo por toda la provincia. Los viajes en autobús y tren me aburrían soberanamente, y además acababan con mis nervios, pues sus horarios y los míos no siempre coincidían. Por lo tanto me decanté por el transporte privado. Y empezaron mis tribulaciones.
Mi economía no sólo no era boyante, sino mas bien sumergida, así que entre un automóvil nuevo y la bicicleta de mi abuelo, encontré un término medio-bajo que me costó exactamente treinta y tres mil pesetas, incluyendo batería y otros gastos. Era una cosa negra y plateada. De lejos parecía una moto fea. De cerca, era nada menos que una Sanglas 400 veterana de la Guardia Civil.
Cuando Hilda vió la moto se desmayó, porque no había desayunado esa mañana. Así que la subí a casa en brazos y la acosté. Como era sábado consideré que debíamos salir a probar la moto para familiarizarnos con ella. Reanimé a Hilda, que prefirió quedarse a trabajar en su tesis, algo que -por lo inaudito- me asustó. Sin embargo, como aseguró que se encontraba bien me marché de paseo.
No me costó mucho hacerme con la voluntad de éste penco de acero, pues se comportaba con la docilidad tosca y cachazuda de un percherón. Salí de Madrid por la carretera de Burgos y vi pasar los Kilómetros mientras me esponjaba en el coronjoso sillín.
Iba pensando lo agradable que iba a ser ir al trabajo el lunes en mi "Rocinante" cuando, de repente, la moto dio una espantada, se aceleró sola y se fué detrás de un Talbot viejo, conducido por un grupo de individuos de aspecto agitanado.
Todos mis esfuerzos por controlar la moto fueron vanos y ella se esforzaba por perseguir al turismo que, finalmente, nos dejó atrás.
La Sanglas mostró su disgusto con un sonoro petardeo y volvió a su docilidad inicial.
De vuelta a casa obligué a Faustino, mi habilidoso vecino, a que revisara el motor. Desarmó el carburador y aparte de dos canicas y una hoja de afeitar en la cuba no encontramos nada anormal.
Comprobó el encendido, el apriete de la dirección... no encontró ningún indicio que justificara su errático comportamiento.
Misterio, misterio.
Tiempo después, cuando ya había olvidado éste extraño incidente. Hilda me pidió que la llevara a El Escorial, a fotografiar no se qué iglesia vieja. Como yo tenía una pertinaz resaca producto del cumpleaños de Faustino, - el muy innoble sólo compraba alcohol de garrafa - le dije que estaba incapacitado para conducir.
No pareció enfadarse, pero al rato oí tronar a mi Sanglas y grité por la ventana: "¡¡¡Hilda vuelve!!!, que a tí no te conoce. ¡¡¡Que no sabes como funciona!!!"
Pero si que sabía, ¡vaya si sabía! y muy bien, como demostró esquivando a doña Apapurcia, que cruzaba intempestivamente la calle con el carrito de la compra. Y se marchó a El Escorial.
Pasó la tarde y no volvía, y ya estaba yo seriamente preocupado, cuando de repente llegó. Estaba pálida. Sólo dijo, llevándose un dedo a la sien: "Tu maldita moto está loca!!! ".
Tiró las llaves sobre la mesa y se encerró en su habitación. Luego asomó la nariz y dijo: "Trrrabajo en mi tesis, no molestes, Arghhh!" y pegó un terrible portazo
Cuando Hilda, la berlinesa de crema, tenía estos arrebatos de trabajar en la tesis era por que se sentía afectada por algo.
En tales casos era conveniente no molestarla, porque la crema se le podía agriar. Así que suspiré y bajé a ver que le había hecho a mi pobre moto.
Mi percherón metálico estaba polvoriento, grasiento y un poquito arañado en un lado. Sin embargo, se erguía con un desacostumbrado orgullo. Un nosequé de satisfacción brillaba en su faro descascarillado.
Suspiré aliviado, y un poco escamado subí a casa. Llamé a la puerta de Hilda, pero no me abrió. Bufó algo en alemán y esa noche ni siquiera quiso cenar.
A la mañana siguiente me fuí a trabajar a Buitrago. Durante la comida, como estaba solo, me puse a leer el periódico. De repente se me encogió el corazón: "<<La colaboración de una motorista alemana decide la captura de la banda del Gargajero>> <<MADRID. EFE. La intervención de la súbdita alemana
Hilda Reinerbahnn fue decisiva en la captura de la peligrosa banda de atracadores comandada por Jose María Arias "el Gargajero". A la altura del Km 21 de la carretera Madrid - El Escorial, el turismo Mercedes 500 ocupado por los atracadores, que iba perseguido por varias unidades de la Guardia Civil, adelantó peligrosamente a la motocicleta de la súbdita alemana. Los agentes que seguían de cerca a los malhechores pudieron observar como la vieja motocicleta aceleraba tras los delincuentes y tras empujarles numerosas veces con el guardabarros, introducía el manillar por las ventanillas laterales con objeto de detener a los atracadores. Estos, al verse hostigados, intentaron distintas maniobras de evasión muy agresivas, que pusieron en serio peligro la integridad de la valiente joven. Pero ella, de un modo temerario, insistió en sus certeros ataques hasta que consiguió reventar un neumático del turismo con su puntiagudo reposapiés derecho (...) >>
No podía creérmelo, pero el comportamiento de Hilda no dejaba duda alguna "tu moto está loca", había dicho. No era Hilda quien había perseguido a los ladrones. Había sido la moto. Absurdo, absurdo.
Mientras volvía a casa iba yo vigilando a la moto con cierta prevención. "Mira que si ahora le da por perseguir a alguien más". "Y entonces calcula mal las distancias - después de todo es viejísima- y tenemos un accidente".
"Mira que si... ¡¡¡Ésta moto es un peligro!!!".
La apostrofé: "¡¡Inconsciente!!,¡¡Loca!!, ¡¡Cacho hierro!!! ¡Podías haber matado a Hilda!".
Pero ella no me respondía.
Cuando llegué a casa la amarré bien, no por miedo a que me la robaran, sino por temor de que saliera tras algún forajido y no la volviera a ver jamás. Hilda me esperaba algo más repuesta del susto. Me acerqué. Le dí el periódico. "Lo sé todo. Lo siento mucho".
-"La culpa es mía, no tenía que habérmela llevado"
-"Como eres una cabeza cuadrada..."
-"Querrás decir cabeza cúbica..."
Pasó un tiempo antes de que me atreviera a volver a montar mi valeroso percherón mecánico. Finalmente volví a hacerlo puesto que las Sanglas transmiten al ser humano una especie de gusanillo que te reconcome por dentro y que sólo se calma si conduces otra vez.
Una persona juiciosa se habría comprado otra, pero yo, como no lo soy en absoluto, y no tengo un duro, seguí con ella.
Usé varios años más esta moto (luego cuando pude comprar una nueva, conservé ésta para la posteridad) pero nunca volvió a hacer de las suyas.
¿Calmó sus instintos policíacos tras participar en la detención del Gargajero?
¿Estaba causado su violento comportamiento por una frustración juvenil?
¿Quizá el azar no volvió a cruzarnos con ningún delincuente habitual?
Misterio, misterio
El caso es que cesó su estrecha colaboración con las Fuerzas del Orden Público. Mi vida volvió a ser plácida y dulce hasta que mi berlinesa Hilda... Pero eso ya es otra historia.
No sé.....me suena :





