Los Andes, donde la tierra está más cerca del cielo

jaimeleonu

Curveando
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Hola

Por si alguno le interesa conocer algo más acerca de lo qué es viajar por los Andes, os comparto una colaboración que hace unas semanas me pidieron para una publicación que nada tiene que ver con el mundo de las motos. Seguramente algunas de las reflexiones que hago y muchas de las fotografías, ya las habéís visto en mis crónicas por aquí, y recordar que está escrito para lectores en general, no del mundo de los viajes en moto.

Como siempre, espero sea útil e interesante o que al menos os resulte entretenida.

Os dejo con el artículo.

Saludos.

Los Andes, donde la tierra está más cerca del cielo.


He pasado mi última noche en Argentina en un hotel de Mendoza, ciudad situada al oeste del país, enclavada en una zona mundialmente famosa por sus vinos y separada de los Andes por algo más de 200 km. En Sudamérica los puertos de montaña se denominan “pasos” o “abras”, y mis planes para hoy son cruzar la cordillera por el paso Los Libertadores, posteriormente entrar a Chile, y en la tarde dejar la moto en Santiago, en total serán unos 400 km. Espero no tener ningún problema, porque mañana, al mediodía, en el aeropuerto de Santiago debo tomar mi vuelo de regreso a España.

Son los primeros días de noviembre de 2017 y, al estar en el hemisferio sur, hace un par de semanas que aquí comenzó la primavera. En esta parte de Argentina los días ahora amanecen con temperaturas bajas, pero con cielos despejados. Hoy no es una excepción, la mañana es luminosa y sin ninguna nube a la vista, todo está en orden para que pueda cumplir mi propósito. Imagino que tardaré unas 6 o 7 horas en recorrer los kilómetros que me separan de la capital chilena, este cálculo incluye el tiempo que creo me llevarán realizar los trámites aduaneros para pasar de un país a otro.

Sobre las 8 h estoy desayunando, en el comedor del hotel hay una televisión que emite uno de los habituales programas con las primeras noticias del día. No le presto especial atención, hasta que en un momento dado me parece oír al presentador comentar una noticia referente al paso Los Libertadores, el mismo por el que en poco tiempo debo estar transitando. Dirijo mi mirada al televisor, lo que veo me deja confundido y, a pesar de que me estoy tomado un buen desayuno, esas imágenes hacen que sienta un agujero en el estómago. Para asegurarme de mi mal presentimiento, pregunto a otro huésped situado en la mesa de al lado y que parece estar más atento que yo al programa de la televisión…

-Buen día, ¿cómo le va?, disculpe le moleste, ¿eso que se ve es el paso Los Libertadores ahora mismo?

-Buen día, bien, gracias. Obvio, esas imágenes son de las webcams que emiten en directo.

Su confirmación, por otra parte esperada, hace que mi intranquilidad aumente todavía más. Si no quiero perder mi vuelo de regreso, obligatoriamente tengo que cruzar hoy mismo ese paso y, por las imágenes que muestra la televisión, no parece que vaya a ser una tarea sencilla…


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Uno de los principales motivos que me hacen regresar una y otra vez a Sudamérica, además de la organización de las ediciones del Encuentro Grandes Viajeros, es recorrer los Andes en moto. Desde la primera vez que los transité, en el año 2006, a la última, marzo de éste 2025, llevo realizados 14 viajes por aquella zona del mundo y, quitando en un par de esos viajes, en algún momento los he recorrido. Lo he hecho por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina, es decir todos los países, excepto Venezuela, por los que se extienden sus casi 9.000 km de longitud, este último dato la convierten en la cordillera más larga de la tierra. Al principio llevaba la cuenta de las veces que los cruzaba, a medida que ese número aumentaba dejé de hacerlo, pero seguro que son más de 35 las ocasiones en que los he pasado subido en una moto.


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He visto y disfrutado de todos sus variados paisajes, pero también he soportado sus contrastes climáticos. Por Colombia y Ecuador ha habido ocasiones en los que me han acompañado lluvias de todo tipo, lluvias cálidas, lluvias frías, otras veces caían gotas que pinchaban como alfileres y otras eran gruesas como garbanzos. También me he visto envuelto por nieblas de todas las clases o soportado temperaturas que han ido desde los 2 grados bajo cero hasta más de los 30 positivos.

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Pero nunca olvidaré la vez que más frío pasé en los Andes, concretamente en un paso peruano llamado Porcuya, que paradójicamente se encuentra a una altitud relativamente baja, exactamente a 2.137 m. Aquella tarde me acompañó una niebla espesa, no era muy húmeda pero sí heladora. No recuerdo a qué temperatura coroné la cima, pero si recuerdo que durante la subida paré un par de veces para abrigarme con más prendas, pero ni con ellas logré evitar el frío. Como se dice coloquialmente, el frío ya se me había metió hasta los huesos, y mientras conducía maldecía por la mala suerte que estaba teniendo con el clima. A los pocos metros de empezar el descenso me crucé con una moto de pequeña cilindrada, sobre ella viajaba lo que supuse era una familia, padre, madre y entre ellos un niño, a juzgar por su tamaño, de muy corta edad. No llevaban una protección ni remotamente similar a la mía, no llevaban cascos, se abrigaban con unos plumíferos descoloridos y sólo el conductor protegía sus manos con unos guantes y su cabeza con un gorro de lana, en ese momento pensé en lo mal acostumbrados que estamos quienes vivimos en el llamado primer mundo. Yo viajaba por placer, viajaba en una moto grande, potente, con puños calefactados, con un buen equipo de ropa, botas, casco…Y me lamentaba por el frío que estaba sintiendo. Ellos, a diferencia de mí, seguramente viajaban por obligación y además con unos medios rudimentarios para combatir el frío, y con certeza no se quejaban tanto como yo.

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Pero de todas las diferentes situaciones meteorológicas, la más complicada fue la que conocí mientras terminaba de desayunar en el hotel de Mendoza y que me estaba esperando aquella mañana de noviembre de 2017 en el paso Los Libertadores…
 
Hola

Voy con otra parte del artículo

Saludos




La televisión muestra un paisaje nevado, un cielo de color blanquecino, muy poca visibilidad y aunque el viento no se pueda ver, a juzgar por como cae la nieve, intuyo que es bastante intenso. El hombre al que hace un momento he preguntado, me facilita más información. Al parecer el paso lleva cerrado al tráfico desde esta madrugada, desde entonces una fuerte ventisca de nieve azota toda la zona. Ahora es él quien me pregunta: “¿pero vos vas para allá?”. Al oír mi respuesta afirmativa, añade: “pues no te la quiero bajar (la intención), pero es casi imposible que vos, y manejando moto, podrás cruzar hoy a Chile”.

-Pero imagino que pasarán las máquinas quitanieves para dejar la carretera transitable, ya que ese paso es el más importante de los que comunican Argentina y Chile ¿no?.

-Mira, cuando nieva en la cordillera, nunca se puede saber qué ocurrirá. Aunque como ya estamos en primavera lo normal será que la ventisca no sea muy larga, y en unas 12, 24. o como mucho 48 horas, va a estar abierto de nuevo…

Eso son uno o dos días y en ese caso tendré que cambiar todos mis planes. Me despido apresuradamente de él, entrego la llave de mi habitación, cargo mis cosas en la moto y salgo disparado en dirección a la última ciudad argentina, que es Upsallata, y que mi navegador indica está unos 90 km antes de Los Libertadores. Según mi informador, cuando nieva en la cordillera, es en esta ciudad desde dónde cortan el tráfico.

El cielo sigue estando azul, la temperatura es agradable y mientras conduzco no me puedo creer que unos cuantos kilómetros más adelante esté cayendo la nieve. Antes de llegar a Upsallata comienzo a ver coches y camiones detenidos en el carril derecho, decido avanzar por el carril izquierdo a ver qué me encuentro. Estoy a punto de dejar atrás la ciudad y la fila de vehículos parece no tener fin. Al fondo veo una barrera y una pareja de policías en medio de la carretera, al llegar a su altura calculo que la fila que he dejado atrás debe tener más de 3 km de longitud. Los policías me hacen una señal para que aparque en una explana que hay a mi derecha, allí veo otra moto.


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Su conductor y yo nos saludamos y empezamos a hablar. Se llama Alejo, es de Buenos Aires, y viaja de vacaciones a Chile, está allí parado desde hace más de 2 horas. Me cuenta que al parecer está nevando con fuerza antes del puesto fronterizo y según le ha dicho la policía, puede que haya placas de hielo en el asfalto, ese es uno de los motivos por el que han cortado la carretera. Me cuenta un hecho que yo desconocía y que explica las medidas que han adoptado. En el año 1984 una intensa nevada produjo una enorme avalancha que sepultó y mató a 27 personas que se encontraban en el interior de sus vehículos situados junto al paso fronterizo en el lado argentino. Desde aquel terrible suceso, cada vez que por esta zona de la cordillera nieva con cierta intensidad, las autoridades toman las medidas necesarias, según Alejo a veces excesivas, para evitar que algo parecido suceda de nuevo.

Pero también me comparte un dato que me hace sentir más optimista. Los policías le han dicho que sobre las 12 h recibirán por su emisora interna un nuevo informe de la situación. Si ésta mejora, empezarán a dar paso a algunos vehículos.

Ya son las 12h, las 12 y cinco, las 12 y cuarto…

El policía que está sentado en su coche, toma el micrófono de la emisora, parece que hay novedades…En unos momentos sabré si arranco la moto para salir hacia Los Libertadores, o si por el contrario deberé dar media vuelta, buscar un hotel en Upsallata y retrasar mis planes para llegar a Santiago.






Tantos viajes, tantas rutas diferentes, tantas carreteras y caminos recorridos por los Andes me han dado la oportunidad de contemplar lugares espectaculares. Desde la exuberante y húmeda vegetación que la cordillera presenta en Colombia y Ecuador, hasta el aspecto desértico, salpicado en ocasiones con lagunas, que muestra en el norte y en el centro de Chile y Argentina. O la peculiar altiplanicie, la llamada puna, típica de los Andes peruanos y bolivianos que se enclava a una altitud medía de 4000 m. También el entorno tan diferente a los anteriores que la cordillera tiene al sur del continente, ya cercana a Tierra del Fuego. Precisamente cerca de allí se sitúa el singular puesto fronterizo de Hua Hum. Este tiene la particularidad de que la única forma de superar los Andes es tomando una barcaza que durante casi 2 horas de recorrido navega por el lago Pirehueico, que se encuentra encajonado entre grandes montañas con sus laderas repletas de bosques de araucarias. Al desembarcar, y tras recorrer un camino de tierra y pequeñas piedras, el llamado ripio argentino, se alcanza el límite fronterizo entre Chile y Argentina.

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Dentro de los pasos andinos hay tres que permanecen especialmente en mi memoria y que me regalaron algunos de los entornos más grandiosos que he visto en mi vida. Uno es el paso San Francisco, cuyo camino sin asfaltar arranca en las afueras de la ciudad chilena de Copiapó, en pleno desierto de Atacama, y termina en Fiambalá, ya en Argentina. Su punto más alto se sitúa por encima de los 4.700 m de altitud. También es conocido como “el Paso de los Seismiles”, ya que en su parte más alta se transita entre volcanes que se levantan majestuosos hasta más de los 6.000 m de altitud. En medio de ellos, repentinamente a la salida de una curva, sorprende la imagen de una espectacular laguna, conocida con el nombre de Laguna Verde, cuyo color, al contrario de lo que uno podría pensar no es verde sino azul, destaca sobremanera entre el resto del entorno. Al abandonar Copiapó un cartel advierte a quienes se internan por el San Francisco, que la próxima gasolinera se encuentra a casi 500 km. Viajando en coche, esto puede que no sea un problema, pero si se viaja en moto hay que tener muy en cuenta esa advertencia, y se hace imprescindible llevar una garrafa con gasolina extra.

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Hace pocos meses he hecho un recorrido que ha pasado a formar parte de mis preferidos. Se trata del paso Agua Negra, también entre Chile y Argentina, que se corona bordeando los 4.800 m. En la vertiente chilena presenta unas espectaculares, vertiginosas, y peligrosas pendientes, y a sus lados hay montañas en las que el paso del tiempo, el viento y la erosión han hecho posible que en sus laderas se aprecien claramente las diferentes capas geológicas que las formaron. En el lado argentino son muy llamativas unas formaciones de hielo, que reciben el nombre de “los penitentes”, se encuentran junto al camino que lleva hasta la cima del paso y son visibles incluso en el verano.

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El tercer recorrido que nunca olvido y sin duda es mi favorito, tanto que lo he realizado en los años 2018, 2019 y 2022, es el Cañón del Pato, en el norte del Perú. No es exactamente un paso a gran altura, es un desfiladero que durante gran parte de sus casi 80 km de longitud, discurre encajonado entre los llamados Andes Negros, los más cercanos al Pacífico, y los Andes Blancos, en la vertiente opuesta. Suelo emplear unas 3 ó 4 horas en recorrerlo, en parte debido al estado irregular de su firme y a las dificultades propias de la ruta (de hecho suele figurar en los listados de las carreteras más peligrosas del mundo) pero también porque son muchos los lugares que merecen una parada. No sólo para tomar las habituales fotografías, también hago esas paradas con la finalidad de, en completa soledad, dedicar unos minutos a ser plenamente consciente de lo afortunado que soy al poder recorrer en moto lugares como el Cañón del Pato. Tanto me impresionó aquella primera vez que lo crucé, que al terminarlo sentí como mis ojos comenzaban a humedecerse. Al momento entendí que aquellas lagrimas eran fruto de la felicidad que sentía tras haber recorrido lo que, bajo mi experiencia, es uno de los parajes más espectaculares del mundo. Si un día la ruta del Pato es ensanchada y asfaltada, y a lo largo de ella levantan algunos alojamientos, estoy seguro de que será incluida en todos los circuitos turísticos del norte del Perú, pero a cambio perderá gran parte de su encanto. Aunque si algún día llegan a construir allí una carretera decente, será dentro de muchos años.

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Saludos
 
Menudos paisajes, que bonito y extremo debe ser rodar por estos parajes en moto y solitario. 👍

Hola Transkru

Sí que es bonito tal y como dices, y me gusta hacerlos tanto acompañado por mi mujer en una o dos motos, o en solitario que es como han sido la mayoría de los ultimos viajes. Y creo que también asi será el próximo en marzo del año que viene, ya que primero tengo que estar en el IV EGV Chile y luego tendré que viajar de Santiago a Cafayate, para el I EGV Argentina, para después regresar a Santiago en 3 días, y tendré que repetir pasos andinos o bien el San Francisco, o Agua Negras o Jama o Libertadores, no hay más opciones ni tampoco me importa repetir 2 de esos pasos. Y ante esas perpectivas de viaje, mi mujer ya ha dicho que mejor me vaya yo solo

Saludos
 
Hola

3ª entrega:


Los Andes también presentan varios pasos que por alguna característica especial los convierten en únicos, de estos conozco al menos dos, ambos situados también en el Perú. Uno es el llamado Abra Antícona (4.818 m), al este de Lima, allí se encuentra el Ticlio que hasta hace pocos años era la estación ferroviaria situada a más altitud del mundo, hasta que los chinos, cómo no, construyeron una entre China y Nepal a mayor altura. Y el otro es la Punta Olímpica (5.015 m), enclavada a unas 12 horas de viaje al norte de la capital peruana. Para alcanzar la Punta Olímpica hay que cruzar el túnel vehicular construido a mayor altitud en el continente americano. Su interior se encuentra en la más absoluta oscuridad, y por ello presenta una aspecto sumamente lúgubre e inquietante, con el añadido que a lo largo de sus 1.300 m de longitud su asfalto está repleto de trampas.

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Pero me sería imposible olvidarme de las decenas de pasos secundarios que he cruzado en completa soledad. Esos que al coronarlos no veo ningún cartel con su nombre y altitud, y que me han permitido conducir a través de gargantas, desfiladeros y paisajes imposibles de describir con palabras. Lógicamente las travesías más remotas son las menos transitadas y esto implica que sus infraestructuras sean todavía más precarias, en el sentido que es mucho más complicado, o directamente imposible, encontrar combustible, comida o alojamiento, de manera que estos recorridos presentan unas dificultades añadidas.

En su mayoría se trata de caminos angostos, normalmente en muy mal estado, que se retuercen una y otra vez abrazando las montañas con el fin de superar pendientes imposibles y así poder alcanzar más de 5.000 m de altitud. Mientras conduzco por ellos y echo un vistazo a los barrancos y los precipicios que se abren a mi lado, siento como se me encoje el corazón y con su presencia me obligan a poner toda mi atención en lo que estoy haciendo. A todo esto no pocas veces se suma un fenómeno que me hace sentir una sensación todavía más extraña y fuera de lo habitual. En ocasiones estoy durante bastantes kilómetros conduciendo en medio de las nubes, y no es una metáfora, entrando y saliendo de unas a otras. Es una sensación que nada tiene que ver a viajar con niebla, y nunca he encontrado la manera de transmitirla de manera adecuada. Lo único que ahora me viene a la cabeza para definirla es que a esa altitud, “atravesar las nubes” es similar a estar viviendo una experiencia irreal.

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En esos entornos hay algo muy importante y que nunca se debe olvidar o tomar a la ligera. A partir de los 3.000 m de altitud la atmósfera presenta una concentración de oxígeno cada vez más baja y a medida que se asciende, es habitual que aparezca el llamado “mal de altura” o “soroche”. Este último nombre es como se conocen allá el conjunto de alteraciones que puede presentar el organismo de quienes no estamos acostumbrados a esas altitudes. Debido a la disminución del oxígeno que se respira, el cuerpo puede presentar síntomas que van desde un leve mareo, cansancio, dolor de cabeza, pérdida de fuerzas…Hasta casos extremos en los que estos síntomas se agravan y además se pueden presentar problemas mayores, como vómitos, edemas, llegando en ocasiones incluso a la perdida de consciencia.

Antes de que esto ocurra es obligatorio descender rápidamente a una altitud menor, o bien si se tiene a mano, aspirar oxígeno puro que se presenta comprimido en pequeñas botellas metálicas. También hay otros remedios transmitidos a lo largo de los tiempos, como ascender mascando hojas de coca o ir bebiendo un mate hecho también con hojas de esa planta, o tomar al pie de la letra un dicho popular contra el mal de altura que me enseñaron en Arequipa y que dice: “caminar despacito, comer poquito y dormir solito”.

Por suerte para mí, los síntomas que suelo sentir no van más allá de los leves, excepto en una ocasión en la que me encontraba próximo a una frontera entre Perú y Bolivia, situada a unos 4.500 m. Había parado porque sentía la imperiosa necesidad de descansar, nada más bajarme de la moto noté que no me encontraba bien, sentía que me faltaban el aire y las fuerzas de forma más acusada que en otras ocasiones, afortunadamente fui consciente de que aquello podía dar lugar a un cuadro de mayor gravedad. Empleé las pocas energías que me quedaba en subirme de nuevo a la moto, levantarla, y en aquellas condiciones descender lo más rápido que pude, hasta que aproximadamente sobre los 3.000 m, sentí con alivio que empezaba a encontrarme mejor.

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Otra recomendación para evitar el mal de altura consiste en ascender lentamente para que, poco a poco y de manera gradual, el cuerpo se vaya aclimatando. Pero claro, las palabras “lentamente” y “moto” rara vez van unidas. Y, aunque quisiera ascender de esa manera, en muchas ocasiones es la propia orografía la que me impide hacerlo buscando esa aclimatación. Los Abras peruanos de Conococha y el de Apacheta son ejemplos de lo que comento. Seguramente serán los puertos de montaña más largos que habré hecho y que en menos kilómetros presentan un mayor desnivel entre su comienzo y su final. En ambos casos son unos 80-90 km de subida continuada, que requieren más de 2 horas. Durante su ascensión se pasa aproximadamente de los 800 m a los 4.100 m de altitud, o en el caso concreto del Apacheta esa altitud se dispara hasta los 4.746. Con esas cifras es fácil imaginarme, que en mayor o menor medida, “el soroche” estará esperándome allí arriba.

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En plenos Andes se ubican enormes capitales en las que viven unos 10 millones de almas, como Quito (2.800 m) o Bogotá (2.600 m) y también ciudades que tuvieron una influencia decisiva en la historia del mundo, entre estas Cuzco (3.400 m) o Cajamarca (2.750 m). Pero mientras voy ascendiendo, la mayoría de las veces lo que encuentro en mi camino son pequeñas aldeas, en las que el paso del tiempo sólo se refleja en los surcos que éste ha ido dejando en los rostros de sus escasos habitantes, ya que sus ropas y las maneras en que realizan sus quehaceres diarios siguen siendo prácticamente iguales a las de siglos atrás.

Otra cosa que he notado es que, en algunos de estos países andinos, cuando recorro zonas remotas de sus montañas, las gentes que allí habitan, ante la llegada de un forastero generalmente nunca ocultan su particular desconfianza hacia él. Es algo que no me molesta, ya que en cierto modo es comprensible.

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Saludos
 
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