En un pueblecito había dos muchachas en edad de casarse. En el mismo pueblo había un muchacho puesto,
inteligente, cortés y adinerado, así que las dos mujeres se pelean entre ellas para ver quién se casa con él. El asunto llegó a ser tan grave que pidieron la ayuda de un sacerdote.
A su casa llegaron las dos muchachas, sus madres y el muchacho. Después de exponer el caso, el padre decidió recurrir a la sabiduría de Salomón, así que sentenció:
-Para ser justos, partiremos al joven por la mitad y le daremos un trozo a cada una de las muchachas, para que dejen de pelear.
Una de las madres dijo:
-Pero no, pobre muchacho, ¿cómo podríamos hacerle eso?
La otra madre exclamó:
-¡Sí! ¡Sí! ¡Que lo partan! ¡¡Que lo descuarticen!!
El padre miró a la mujer que pedía que descuartizasen al joven y dijo:
-El muchacho se casará con su hija. ¡Usted es su verdadera suegra!
inteligente, cortés y adinerado, así que las dos mujeres se pelean entre ellas para ver quién se casa con él. El asunto llegó a ser tan grave que pidieron la ayuda de un sacerdote.
A su casa llegaron las dos muchachas, sus madres y el muchacho. Después de exponer el caso, el padre decidió recurrir a la sabiduría de Salomón, así que sentenció:
-Para ser justos, partiremos al joven por la mitad y le daremos un trozo a cada una de las muchachas, para que dejen de pelear.
Una de las madres dijo:
-Pero no, pobre muchacho, ¿cómo podríamos hacerle eso?
La otra madre exclamó:
-¡Sí! ¡Sí! ¡Que lo partan! ¡¡Que lo descuarticen!!
El padre miró a la mujer que pedía que descuartizasen al joven y dijo:
-El muchacho se casará con su hija. ¡Usted es su verdadera suegra!