Y
yoburgman
Invitado
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UN PROFESOR APRENDE EN LA CALLE
Por el Doctor Georges L. KIRKHAM
Profesor Adjunto de la Escuela de Criminología
Universidad del Estado de Florida
Tallahassee, Florida (EE.UU.)
Cuando pienso que los policías, en estos últimos años, han sido objeto de críticas cada vez más numerosas por parte de diversos individuos y grupos sociales, no puedo por menos de preguntarme cuantas veces han tenido que apretar los dientes y cuántas veces han podido desear que sus censores se vean enfrentados solamente con algunas de las duras realidades con que ellos tropiezan en su trabajo.
Es tradicional que los universitarios como yo, estén siempre dispuestos a hacer reproches a la policía. A partir de incidentes aislados relatados por los diversos órganos de prensa, nos hemos forjado una imagen estereotipada del policía, que para nosotros tiene la ventaja de corresponder a lo que sabemos que es. Lo que vemos es el “Poli” brutal, racista, turbio, grosero. Pero lo que no vemos son los miles de hombres y mujeres entregados en cuerpo y alma a su trabajo y que luchan desesperadamente por preservar nuestra sociedad y todo lo que en ella amamos.
Desde hace varios anos, primero como estudiante y después como profesor de criminología, me obsesionaba el hecho de que la mayor parte de los que escribimos libros y artículos sobre la policía no han sido nunca policías ellos mismos. Me sentía cada vez más incómodo ante muchos de mis alumnos, que eran antiguos policías. En mis clases, en las que ostentaba frecuentemente un sentido crítico muy desarrollado frente a la policía, ocurría a menudo que ellos me replicaban que me era imposible comprender lo que un Policía está obligado a soportar en la sociedad moderna si yo mismo no había ejercido esa profesión.
Sintiendo que me faltaba algo y convencido de que el saber tiene un lado práctico tanto corno teórico, decidí recoger el desafío: me haría policía para determinar una vez por todas la exactitud de lo que los otros criminalistas y, yo decíamos desde hacía tanto tiempo sobre la policía.
PROFESOR QUE SE CONVIERTE EN POLICIA
Precisemos inmediatamente que mi intención de hacerme policía de uniforme fue acogida ante todo con una incredulidad bastante general por parte de mi familia, de mis amigos y de mis colegas, Con treinta y un años, una familia y un porvenir abierto de criminólogo, yo era seguramente la última persona de la que podría esperarse que entraría en la policía. Se me hizo comprender que la idea en si misma era escandalosa y absurda. Se me dijo que ningún jefe de policía en su sano juicio permitiría que un universitario entrara en su servicio. Esto nunca se había hecho ni podía hacerse.
Afortunadamente, varios de mis alumnos, que habían sido policías o lo eran aún en esa época, mostraron mas optimismo y entusiasmo. Según ellos, los jefes de la policía y los policías mismos se alegrarían de la ocasión que se les ofrecía de mostrar a los universitarios los problemas inherentes a su profesión. Si uno de nosotros quería realmente ver y sentir lo que es el mundo del policía cuando se está dentro del uniforme, y no desde lo alto de esta fortaleza segura y confortable que es una cátedra o un aula de la Universidad, los policías mismos harían todo lo que estuviera de su parte para que ese el proyecto se realizara.
Pese a las seguridades dadas por mis alumnos policías, yo era escéptico cuanto a las probabilidades de que se me autorizara a hacer una cosa tan poco ortodoxa.
Pero tal escepticismo desaparecería pronto. En efecto, uno de mis mejores alumnos de criminología, en licencia para estudios dada por el sherif de Jacksonville (Florida), al saber que yo quería hacerme policía, me incitó a ponerme en relación con el sherif Dale Carson y el sherif adjunto D. K Brown, de Jacksonville, para exponerles mi idea. Ya había oído yo decir que la policía de Jacksonvílle y del "county" Duval era uno de los servicios más de vanguardia del país. Supe que el sherif Carson y su adjunto Brown, dos antiguos agentes del FBI, eran muy respetados en los medios policiales porque eran administradores inteligentes e innovadores.
El tamaño y la composición de la ciudad de Jacksonville, así como su proximidad a mi Universidad y a mi domicilio, parecían hacer de ella el lugar ideal para lo que yo me proponía hacer. Jacksonville, con algo más de medio millar de habitantes, me parecía una típica ciudad norteamericana en rápido crecimiento, que indudablemente conocía los principales problemas sociales de nuestra época; el crimen y la delincuencia, la inestabilidad racial, la pobreza y las enfermedades mentales. Puerto de mar y centro industrial, Jacksonville presentaba, en su extenso territorio, una gran variedad de poblaciones urbana, suburbana e incluso rural. Observé en particular que tenía un barrio bastante típico de casas miserables o chabolas en el centro y un “ghetto “ negro, ambos en plena mutación bajo el impulso de un vasto programa de urbanismo. Esta última particularidad era especialmente importante para mí, por cuanto quería experimentar yo mismo las tensiones a que esta sometido el policía de nuestras ciudades de hoy. Después de todo, él era quien desde siempre constituía el objeto del interés y de las críticas de los especialistas en ciencias sociales como yo.
Con gran sorpresa por mi parte, el sherif Carson y su adjunto Brown no sólo, apoyaron mi idea de hacerme policía municipal1 sino que manifestaron también un gran entusiasmo. Les precisé, desde el comienzo, que no pretendía ser un observador ni un oficial de reserva, sino un agente o numero ordinario y a tiempo completo de su servicio durante un período de 4 a 6 meses. Declaré, además, que esperaba trabajar, duraste la mayor parte de ese tiempo, como policía en uniforme, en uno de los equipos que patrullan en las calles céntricas y se enfrentan sobre todo con la violencia, la pobreza, la inestabilidad social y una fuerte criminalidad. Se declararon de acuerdo, quedando entendido que yo tendría que cumplir primeramente las mismas condiciones que los demás candidatos. Tendría, por ejemplo que someterme a una encuesta detallada y a un examen de aptitud física y tener el mismo nivel mínimo de instrucción que todos los demás funcionarios de Florida. Como no se me pagaría, las condiciones exigidas de los funcionarios públicos no se me aplicarían.
UN REPLANTEAMIENTO
Carson y Brown se aplicaron a resolver diversas dificultades administrativas y ciertos problemas de seguros que había que arreglar antes de que yo fuera policía. Supongamos, por ejemplo, que en acto de servicio yo resulte herido o muerto, o que yo hiera o mate a alguien. ¿ Hasta que punto es responsable la policía de la ciudad? Estos y otros problemas se resolvieron uno tras otro, gracias a los esfuerzos de los dos hombres. Ellos no pusieron sino una condición, con la que me conformé enteramente: era que por razones psicológicas, todos los policías del servicio supieran exactamente desde el comienzo, quién era yo y lo que hacía.
Aparte de mi situación insólita de "policía profesor", yo sería en todo igual a los demás policías, desde el revólver reglamentario Smith and Wesson, de calibre 0,38, que llevaría conmigo, hasta el uniforme y la insignia.
El último obstáculo y el más importante era que debía cumplir enteramente una ley de 1.967 que reglamenta la policía de Florida: Según esta ley, cada policía y sherif adjunto del Estado debe haber cursado por lo menos 280 horas de estudios antes de poder prestar juramento y ser destinado a un servicio normal. Mis funciones a jornada completa de profesor de Universidad a cerca de 300 Km. de Jacksonville me impedían seguir las clases de la escuela oficial de sherifs. Tendría que seguir las de una escuela de policía reconocida en mi propio sector, lo que pude hacer gracias al patrocinio del sherif Carson.
Durante cuatro meses, cuatro horas al día y cinco tardes por semana, seguí las clases de la escuela de policía de la región de Tallahassee con treinta y cinco condiscípulos más jóvenes que yo. Mi calvicie de intelectual me hacía enseguida destacar en medio de aquellos jóvenes que se destinaban a la carrera de funcionarios de la policía local. No obstante, con el tiempo me aceptaron y confraternizamos. Bromeábamos, tomábamos café juntos, y juntos hacíamos frente a los exámenes y a las clases. Al principio me llamaban "el Profesor", pero después de mis joviales protestas me apodaron “Doc.”
A lo largo de los días, de las semanas y de los meses, tomé largas notas sobre la manera de interrogar a los testigos en el lugar del crimen, levanté actas sobre accidentes de circulación imaginarios y tome huellas digitales, Algunas noches, después de haberme entrenado con mis condiscípulos, todos más jóvenes y fuertes que yo regresaba a casa con los músculos doloridos, con cardenales en el cuerpo y con el sentimiento de que la idea de lanzarse a una empresa tan ruda era de la competencia de un psiquíatra.
Aunque en mi vida había disparado, me acostumbre rápidamente al ruido de treinta y cinco revólveres disparando sobre maniquíes de cartón1 que a la orden del silbato nuestros espíritus transformaban en agresores reales.
Aprendí a detener correctamente mi vehículo, a acercarme a una puerta de entrada o a un edificio en la oscuridad, a interrogar a sospechosos y otras mil cosas que todo policía moderno debe saber. Después de lo que parecía su una eternidad, obtuve, finalmente, mi diploma de la escueta de policía y viví lo Que debía ser la experiencia más difícil, pero también la más fecunda de mi vida: fui policía.
UN PROFESOR APRENDE EN LA CALLE
Por el Doctor Georges L. KIRKHAM
Profesor Adjunto de la Escuela de Criminología
Universidad del Estado de Florida
Tallahassee, Florida (EE.UU.)
Cuando pienso que los policías, en estos últimos años, han sido objeto de críticas cada vez más numerosas por parte de diversos individuos y grupos sociales, no puedo por menos de preguntarme cuantas veces han tenido que apretar los dientes y cuántas veces han podido desear que sus censores se vean enfrentados solamente con algunas de las duras realidades con que ellos tropiezan en su trabajo.
Es tradicional que los universitarios como yo, estén siempre dispuestos a hacer reproches a la policía. A partir de incidentes aislados relatados por los diversos órganos de prensa, nos hemos forjado una imagen estereotipada del policía, que para nosotros tiene la ventaja de corresponder a lo que sabemos que es. Lo que vemos es el “Poli” brutal, racista, turbio, grosero. Pero lo que no vemos son los miles de hombres y mujeres entregados en cuerpo y alma a su trabajo y que luchan desesperadamente por preservar nuestra sociedad y todo lo que en ella amamos.
Desde hace varios anos, primero como estudiante y después como profesor de criminología, me obsesionaba el hecho de que la mayor parte de los que escribimos libros y artículos sobre la policía no han sido nunca policías ellos mismos. Me sentía cada vez más incómodo ante muchos de mis alumnos, que eran antiguos policías. En mis clases, en las que ostentaba frecuentemente un sentido crítico muy desarrollado frente a la policía, ocurría a menudo que ellos me replicaban que me era imposible comprender lo que un Policía está obligado a soportar en la sociedad moderna si yo mismo no había ejercido esa profesión.
Sintiendo que me faltaba algo y convencido de que el saber tiene un lado práctico tanto corno teórico, decidí recoger el desafío: me haría policía para determinar una vez por todas la exactitud de lo que los otros criminalistas y, yo decíamos desde hacía tanto tiempo sobre la policía.
PROFESOR QUE SE CONVIERTE EN POLICIA
Precisemos inmediatamente que mi intención de hacerme policía de uniforme fue acogida ante todo con una incredulidad bastante general por parte de mi familia, de mis amigos y de mis colegas, Con treinta y un años, una familia y un porvenir abierto de criminólogo, yo era seguramente la última persona de la que podría esperarse que entraría en la policía. Se me hizo comprender que la idea en si misma era escandalosa y absurda. Se me dijo que ningún jefe de policía en su sano juicio permitiría que un universitario entrara en su servicio. Esto nunca se había hecho ni podía hacerse.
Afortunadamente, varios de mis alumnos, que habían sido policías o lo eran aún en esa época, mostraron mas optimismo y entusiasmo. Según ellos, los jefes de la policía y los policías mismos se alegrarían de la ocasión que se les ofrecía de mostrar a los universitarios los problemas inherentes a su profesión. Si uno de nosotros quería realmente ver y sentir lo que es el mundo del policía cuando se está dentro del uniforme, y no desde lo alto de esta fortaleza segura y confortable que es una cátedra o un aula de la Universidad, los policías mismos harían todo lo que estuviera de su parte para que ese el proyecto se realizara.
Pese a las seguridades dadas por mis alumnos policías, yo era escéptico cuanto a las probabilidades de que se me autorizara a hacer una cosa tan poco ortodoxa.
Pero tal escepticismo desaparecería pronto. En efecto, uno de mis mejores alumnos de criminología, en licencia para estudios dada por el sherif de Jacksonville (Florida), al saber que yo quería hacerme policía, me incitó a ponerme en relación con el sherif Dale Carson y el sherif adjunto D. K Brown, de Jacksonville, para exponerles mi idea. Ya había oído yo decir que la policía de Jacksonvílle y del "county" Duval era uno de los servicios más de vanguardia del país. Supe que el sherif Carson y su adjunto Brown, dos antiguos agentes del FBI, eran muy respetados en los medios policiales porque eran administradores inteligentes e innovadores.
El tamaño y la composición de la ciudad de Jacksonville, así como su proximidad a mi Universidad y a mi domicilio, parecían hacer de ella el lugar ideal para lo que yo me proponía hacer. Jacksonville, con algo más de medio millar de habitantes, me parecía una típica ciudad norteamericana en rápido crecimiento, que indudablemente conocía los principales problemas sociales de nuestra época; el crimen y la delincuencia, la inestabilidad racial, la pobreza y las enfermedades mentales. Puerto de mar y centro industrial, Jacksonville presentaba, en su extenso territorio, una gran variedad de poblaciones urbana, suburbana e incluso rural. Observé en particular que tenía un barrio bastante típico de casas miserables o chabolas en el centro y un “ghetto “ negro, ambos en plena mutación bajo el impulso de un vasto programa de urbanismo. Esta última particularidad era especialmente importante para mí, por cuanto quería experimentar yo mismo las tensiones a que esta sometido el policía de nuestras ciudades de hoy. Después de todo, él era quien desde siempre constituía el objeto del interés y de las críticas de los especialistas en ciencias sociales como yo.
Con gran sorpresa por mi parte, el sherif Carson y su adjunto Brown no sólo, apoyaron mi idea de hacerme policía municipal1 sino que manifestaron también un gran entusiasmo. Les precisé, desde el comienzo, que no pretendía ser un observador ni un oficial de reserva, sino un agente o numero ordinario y a tiempo completo de su servicio durante un período de 4 a 6 meses. Declaré, además, que esperaba trabajar, duraste la mayor parte de ese tiempo, como policía en uniforme, en uno de los equipos que patrullan en las calles céntricas y se enfrentan sobre todo con la violencia, la pobreza, la inestabilidad social y una fuerte criminalidad. Se declararon de acuerdo, quedando entendido que yo tendría que cumplir primeramente las mismas condiciones que los demás candidatos. Tendría, por ejemplo que someterme a una encuesta detallada y a un examen de aptitud física y tener el mismo nivel mínimo de instrucción que todos los demás funcionarios de Florida. Como no se me pagaría, las condiciones exigidas de los funcionarios públicos no se me aplicarían.
UN REPLANTEAMIENTO
Carson y Brown se aplicaron a resolver diversas dificultades administrativas y ciertos problemas de seguros que había que arreglar antes de que yo fuera policía. Supongamos, por ejemplo, que en acto de servicio yo resulte herido o muerto, o que yo hiera o mate a alguien. ¿ Hasta que punto es responsable la policía de la ciudad? Estos y otros problemas se resolvieron uno tras otro, gracias a los esfuerzos de los dos hombres. Ellos no pusieron sino una condición, con la que me conformé enteramente: era que por razones psicológicas, todos los policías del servicio supieran exactamente desde el comienzo, quién era yo y lo que hacía.
Aparte de mi situación insólita de "policía profesor", yo sería en todo igual a los demás policías, desde el revólver reglamentario Smith and Wesson, de calibre 0,38, que llevaría conmigo, hasta el uniforme y la insignia.
El último obstáculo y el más importante era que debía cumplir enteramente una ley de 1.967 que reglamenta la policía de Florida: Según esta ley, cada policía y sherif adjunto del Estado debe haber cursado por lo menos 280 horas de estudios antes de poder prestar juramento y ser destinado a un servicio normal. Mis funciones a jornada completa de profesor de Universidad a cerca de 300 Km. de Jacksonville me impedían seguir las clases de la escuela oficial de sherifs. Tendría que seguir las de una escuela de policía reconocida en mi propio sector, lo que pude hacer gracias al patrocinio del sherif Carson.
Durante cuatro meses, cuatro horas al día y cinco tardes por semana, seguí las clases de la escuela de policía de la región de Tallahassee con treinta y cinco condiscípulos más jóvenes que yo. Mi calvicie de intelectual me hacía enseguida destacar en medio de aquellos jóvenes que se destinaban a la carrera de funcionarios de la policía local. No obstante, con el tiempo me aceptaron y confraternizamos. Bromeábamos, tomábamos café juntos, y juntos hacíamos frente a los exámenes y a las clases. Al principio me llamaban "el Profesor", pero después de mis joviales protestas me apodaron “Doc.”
A lo largo de los días, de las semanas y de los meses, tomé largas notas sobre la manera de interrogar a los testigos en el lugar del crimen, levanté actas sobre accidentes de circulación imaginarios y tome huellas digitales, Algunas noches, después de haberme entrenado con mis condiscípulos, todos más jóvenes y fuertes que yo regresaba a casa con los músculos doloridos, con cardenales en el cuerpo y con el sentimiento de que la idea de lanzarse a una empresa tan ruda era de la competencia de un psiquíatra.
Aunque en mi vida había disparado, me acostumbre rápidamente al ruido de treinta y cinco revólveres disparando sobre maniquíes de cartón1 que a la orden del silbato nuestros espíritus transformaban en agresores reales.
Aprendí a detener correctamente mi vehículo, a acercarme a una puerta de entrada o a un edificio en la oscuridad, a interrogar a sospechosos y otras mil cosas que todo policía moderno debe saber. Después de lo que parecía su una eternidad, obtuve, finalmente, mi diploma de la escueta de policía y viví lo Que debía ser la experiencia más difícil, pero también la más fecunda de mi vida: fui policía.