Sahara Occidental
He dejado atrás Sidi Ifni y espero que también los muchos problemas eléctricos sufridos en Marruecos, probablemente por culpa del diluvio que nos cayó durante los primeros días. Hacia el sur, el horizonte se expande sin límites. Nada es más diverso que un desierto. Nunca igual a sí mismo, a veces hay dunas, a veces cañones, a veces montañas, a veces playa, a veces acantilados.
El Sahara es el desierto con más tráfico que he cruzado jamás. Autocaravanas francesas, 4X4 de aventureros, perros que me persiguen, camellos que huyen y niños que saludan. Pero no hay que confiarse. Es un territorio duro, enorme, interminable. Poco a poco van desapareciendo los poblados, las personas y las comodidades. El polvo lo invade todo.
Lo que no desaparece es la policía, tan persistente como la arena. Hay multitud de controles. El ritual se repite cada pocos kilómetros. Al fondo de la recta y plana carretera se divisan un par de sombras difuminadas por la reverberación del sol. Son gendarmes marroquíes. Detienen a todos los viajeros. No son hostiles, sólo pelmas.
Noventa kilómetros antes de Al Aaiún encuentro el camping Roi Beduin. Me lo recomendaron unos suizos que montaban KTM a los que encontré en la carretera entre Ouarzazarte y Agadir. Es el último lugar donde beber cerveza, me dijeron. Así que aprovecho e incluso compro una botella de vino marroquí para el camino.
Al día siguiente me voy al suelo en una pista. Rompo el soporte de la maleta. La ato con una cincha y voy a Al Aaiun. Ciudad militarizada y policial, hay un destacamento de aburridos cascos azules que velan por el alto el fuego. Me aborda un saharaui. Habla español. Me acompaña a un taller cercano donde sueldan la rotura. Cuando intento entregarle una propina casi se enfada.
Cruzo el Trópico de Cáncer al atardecer. Dejo Dakhla al otro lado de la bahía y busco un lugar para acampar. Encuentro una vieja torre de vigilancia en ruinas y planto la tienda. Abro la botella de vino y la lata de atún. Un poco de pan y las estrellas. Estoy solo en el Planeta Sáhara. Estos momentos únicos y solitarios son sin duda los que compensan todo el sufrimiento de un viaje así. Los que hacen recordar las razones por las que uno atraviesa desiertos sobre motos viejas.
Mauritania
Entre Marruecos y Mauritania son cinco kilómetros de tierra de nadie. Una sucesión de baches, bancos de arena, señales de peligro de minas y carrocerías calcinadas de viejos coches robados. Los militares mauritanos examinan mi pasaporte. La garita está llena de moscas y hombres aburridos. Suciedad vieja, una mesa coja, cuatro catres con colchones de paja y una tetera quemada.
El Sáhara mauritano es el verdadero océano de dunas doradas como el oro que se extienden más allá del horizonte. Abrasado por el sol, es un páramo perfecto en su belleza arenosa. Inmaculado, tórrido e infinito, es también el tétrico desierto de los secuestros de Al Qaeda y el incómodo territorio de la falta de gasolina.
Desde la frontera hasta la capital hay 620 kilómetros y una sola gasolinera donde venden súper. Llevo ya 260 kilómetros y mi autonomía es de 300. Llegaré por los pelos. A punta de gas y sufriendo un calor espantoso, diviso el logotipo de Total, la petrolera francesa. Pero cuando llego, me dicen que se ha acabado la gasolina. Son las cinco de la tarde. Ha sido un error no cargar con veinte litros suplementarios; exceso de confianza en la información.
Siento que no soy bien recibido. Todos saben que valgo cinco millones de dólares. Decidí cruzar Mauritania a pesar del riesgo porque un motorista solitario apenas llama la atención. El problema es si te quedas mucho tiempo parado en un lugar con gente aburrida a tu alrededor. Tres pobres diablos de Malí no dejan de hablar de mí. Tal vez sólo planeen robarme, incluso es posible que simplemente estén opinando sobre quién ganará la Liga. Puede ser, pero creo haber desarrollado un olfato especial para detectar peligros. Siento que la atmósfera es hostil y que no es conveniente pasar la noche entre estos tipos.
¿Pero a donde ir cuando lo único que nos rodea es la nada? Sumido en lúgubres pensamientos, oigo el ronco rugido de motor diesel acercándose. Un trailer desvencijado con los colores rojos de Coca Cola aparece del norte. Coño, me digo, la chispa de la vida. El camión se detiene a repostar gasoil. Les pido ayuda y ellos me piden sesenta euros. Subimos la moto y nos alejamos camino de Nouakchott. Mis anfitriones no hablan una palabra en cristiano, pero son los ángeles que necesitaba.
Nouakchott, territorio comanche
Nouakchott es una ciudad sobre arena de playa. El suelo está lleno de conchas. Aquí hubo un mar antes de una república islámica. La población nada entre desperdicios, miseria y excrementos de cabra. El Albergue Sahara es un lugar agradable en la calle principal, pero el terror perjudica el negocio turístico. El dormitorio común está vacío. Hay tres rusos alojados. Viven aquí, Dios sabe haciendo qué. Ceno atún en conserva y bebo la media botella de vino que había reservado.
El desierto se ensucia cada vez más de raquítica vegetación y pobres poblados de la Mauritania negra, la que sirve de granero de esclavos a la minoría berebere. El calor es terrible. Llego a Rosso tras superar decenas de controles policiales. No cruzaré por aquí. Tengo las peores referencias del ferry. Sólo puedo esperar retrasos, ladronzuelos y corrupción. Me desvío hacia la pista de Diama, que circula paralela al Río Senegal a lo largo de noventa divertidos kilómetros sin asfalto. El paso fronterizo está tranquilo y paso en veinte minutos tras pagar passavant y seguro.
Senegal
Senegal es como cambiar de planeta; es el África alegre y colorida. Se acabó la tristeza integrista. Senegal es también un país musulmán pero hay cerveza y las mujeres llevan pantalones ajustados. La gente ríe. Saint Louis, que fuera capital colonial francesa de la región, es un caos policromo y animado. Las calles son un mercado, un ágora y un zoológico. Cruzo el puente de hierro y entro en la ciudad vieja. Es como un Nueva Orleáns africano y abandonado.
Me detiene la policía en la carretera. He estado a punto de pasar de largo, pero recordé las palabras de Nigel, el inglés de Ouarzazate: “Si no va armado, no pares”. Éste va armado. Se pone a gritar que voy demasiado rápido. Me arrebata los papeles y brama que no me voy a ir de allí hasta mañana, o pasado, o el otro, o el lunes. Parece estar fuera de sí, pero es un cabreo impostado, solo busca dinero. Gracias a los contactos locales de mi esponsor (a los que llamé y que le pusieron firme), no pagué un duro, pero parece que mil “sefa”, menos de dos euros, podrían ser cohecho suficiente.
Dakar, Dakar
El camino a Dakar es polvoriento, caluroso y reseco, aunque la carretera es sorprendentemente buena, impropia de África. Hay cientos de acacias y baobab sin hojas en esta época del año. Pero la vía principal no es un escenario demasiado bello. A la entrada y salida de cada población hay un vertedero al aire libre. La basura aquí se arroja arbitrariamente en cualquier lado.
Dakar es una ciudad asquerosa. El sueño apesta. Una cosa es la poesía y otra África. Pero es Dakar, y eso basta. Cuando llego no hay tres mil huríes esperándome sino un atasco fenomenal. Es algo que se sale incluso de las irracionales medidas africanas. Un colapso magnífico de trastos humeantes se prolonga durante kilómetros. Sin embargo, me siento feliz.
Llamo a Rafael Fernández Cotta, español dueño de una empresa de alquiler de motos en Senegal. Me recomienda el barrio de Point E (el de los expatriados franceses en los tiempos de la colonia). En Residence du Jardin de France; aquí la moto está segura. No hay wifi pero puedo usar la del restaurante camerunés a la vuelta de la esquina. Ceno un magnífico pescado a la plancha y bebo hectolitros de cerveza La Gazele para celebrar el triunfo en esta absurda carrera de un solo competidor.
RECUADRO 1
Datos útiles
Ferry Tarifa Tánger: 61 euros.
Tánger: Hotel Continental: 40 euros.
Casablanca: Hotel Rivoli: 55 euros. 44 Bd. D Anfa.
Marrakech:
www.palm-road.com
Ouarzazate:
www.bikershome.net
Piezas originales BMW por DHL:
www.motorworks.co.uk
Agadir:
www.randoraidmaroc.com
Sidi Ifni : Belle Vue: Plaza de Hassan II. 17 euros.
Camping Roi Bedouin: 5 km después de Tarfaya. 16 euros.
Saint Louis: Hotel La Tour. Rue du General de Gaulle. 35 euros.
Nouakchott: Auberge Sahara: route de Nouadibou. 15 euros.
Dakar: Residence du Jardin du France : 4 Rue D, Point E. 38 euros.
Rafael Fernandez-Cotta:
http://motoendurosenegal.wordpress.com