SINCRONIZACIÓN
Hace tiempo que pienso en este tema. Conducir bien una moto forzosamente pasa por sincronizarse bien con ella. No sirve sentarse encima, ponerla en marcha y circular usando sus mandos. La sincronización debe ser saber captar sus sonidos, movimientos, impulsos, para que sean a la vez los nuestros. Ella pone la potencia, nosotros la inteligencia; ella pone las ruedas, nosotros la vista...
¿Y cómo se consigue? Iniciamos el trayecto por la carretera de curvas, a ritmo suave, sin prisas, y vamos observando lo que hace la moto, cómo suena, cómo se mueve. Dejamos que su sonido y vibraciones nos entren y nos recorran, buscando la máxima percepción de los mismos. Nos fijamos en los movimientos de dos puntos clave, que son el eje de la rueda delantera, y el eje de la dirección. Así controlamos los movimientos en dos planos, el horizontal y el vertical, y notamos las reacciones de la moto desde su inicio. Sincronizamos perfectamente lo que hacemos con lo que hace la moto, de forma que antes de hacer algo ya sabemos lo que va a pasar, y cuando notamos algo de la moto ya sabemos que eso es exactamente lo que esperábamos notar. Coincidencia total entre lo que se hace y lo que se espera que pase, compenetración en las actuaciones de ambos. Los sonidos, vibraciones, movimientos de la moto, ya no son algo ajeno, los integramos en nuestro ser, son ya algo nuestro. Como si nos insertaran un corazón mecánico, que no sería una máquina ajena, sino una parte de nuestro cuerpo, la moto debe estar conectada a nuestro sistema nervioso y la hemos de notar como parte nuestra.
Sigamos. Poco a poco vamos aumentando el ritmo, observando las consecuencias que eso tiene en los movimientos y sensaciones que ya venimos observando. Hemos de conseguir que la sincronización que teníamos no se desacompase en los cambios de ritmo, y que no perdamos la percepción de todo lo que ya estábamos sintiendo. Cuanto mayor sea el ritmo, más perfecta debe de ser la sincronización, para asegurar que lo que queremos hacer es lo que estamos haciendo en realidad.
Precisamos, calculamos exacto, frenadas, inclinaciones, trazadas pasando la moto al milímetro por donde queremos que pase... La máquina late en sincronía con nuestro corazón y nuestro pensamiento. Pulsaciones, revoluciones, todo mezclado en una misma cosa, participando en el arte de desplazarse libremente de la forma más perfecta, por un universo que nos está observando. Así, cada viaje, es mucho más que un viaje.
Hace tiempo que pienso en este tema. Conducir bien una moto forzosamente pasa por sincronizarse bien con ella. No sirve sentarse encima, ponerla en marcha y circular usando sus mandos. La sincronización debe ser saber captar sus sonidos, movimientos, impulsos, para que sean a la vez los nuestros. Ella pone la potencia, nosotros la inteligencia; ella pone las ruedas, nosotros la vista...
¿Y cómo se consigue? Iniciamos el trayecto por la carretera de curvas, a ritmo suave, sin prisas, y vamos observando lo que hace la moto, cómo suena, cómo se mueve. Dejamos que su sonido y vibraciones nos entren y nos recorran, buscando la máxima percepción de los mismos. Nos fijamos en los movimientos de dos puntos clave, que son el eje de la rueda delantera, y el eje de la dirección. Así controlamos los movimientos en dos planos, el horizontal y el vertical, y notamos las reacciones de la moto desde su inicio. Sincronizamos perfectamente lo que hacemos con lo que hace la moto, de forma que antes de hacer algo ya sabemos lo que va a pasar, y cuando notamos algo de la moto ya sabemos que eso es exactamente lo que esperábamos notar. Coincidencia total entre lo que se hace y lo que se espera que pase, compenetración en las actuaciones de ambos. Los sonidos, vibraciones, movimientos de la moto, ya no son algo ajeno, los integramos en nuestro ser, son ya algo nuestro. Como si nos insertaran un corazón mecánico, que no sería una máquina ajena, sino una parte de nuestro cuerpo, la moto debe estar conectada a nuestro sistema nervioso y la hemos de notar como parte nuestra.
Sigamos. Poco a poco vamos aumentando el ritmo, observando las consecuencias que eso tiene en los movimientos y sensaciones que ya venimos observando. Hemos de conseguir que la sincronización que teníamos no se desacompase en los cambios de ritmo, y que no perdamos la percepción de todo lo que ya estábamos sintiendo. Cuanto mayor sea el ritmo, más perfecta debe de ser la sincronización, para asegurar que lo que queremos hacer es lo que estamos haciendo en realidad.
Precisamos, calculamos exacto, frenadas, inclinaciones, trazadas pasando la moto al milímetro por donde queremos que pase... La máquina late en sincronía con nuestro corazón y nuestro pensamiento. Pulsaciones, revoluciones, todo mezclado en una misma cosa, participando en el arte de desplazarse libremente de la forma más perfecta, por un universo que nos está observando. Así, cada viaje, es mucho más que un viaje.