No es esta vez un tema motero, aunque sí de tráfico, pero ahí va:
13 horas, espero el bus en los márgenes de una abarrotada zona comercial de Valencia.
De pronto, a mi lado, aterriza (que no aparca, ya que queda a no menos de un metro de la acera sin intentar la mínima maniobra de aproximación a ella) un flamante Mercedes descapotable negro, techado, modelo CLK 32 ///AMG, matrícula para más señas xxxx-DHG, o sea, nuevo, en la única plaza reservada a MINUSVALIDOS de la contornada.
El conductor, en la cuarentena, impecablemente trajeado, encorbatado, engemelado y enrelojado, sin moverse del asiento, toma su móvil-PDA, teclea unos segundos en ella y hace a continuación una llamada.
Pienso con alivio que no otro podía ser el motivo de tan inopinada detención en tan improcedente lugar, pero NO.
Para mi asombro, sale del coche, no sin antes extraer con gesto despreocupado de la guantera una gran tarjeta azul que deposita sobre el centro del salpicadero, bajo el retrovisor. A continuación cruza con trote ligero la calle y se introduce en el centro comercial.
Movido por la curiosidad trato de leer el contenido de la citada tarjeta de la que sólo acierto a vislumbrar la palabra “MINUSVALIDO”, dado que por la efectiva penumbra reinante en el interior del vehículo, amén de la gran distancia a las ventanillas laterales e inmensa longitud del morro, mi vista no da para más.
Lamentablemente, mis bus llega antes que regrese el conductor de sus seguro, más que justificadas compras, frustrando mi intención de preguntarle con la mayor amabilidad en qué consiste su discapacidad y si en consecuencia estuviera en mi mano facilitarle ayuda de algún tipo , aunque sólo fueren las señas de la ONCE o la asociación de familiares de Alzheimer de la localidad, entidades ambas que por mi profesión conozco bien. No ha habido pues ocasión.
No sé a vosotros, pero a mi estas cosas me duelen y duelen y duelen. Tardan mucho en dejar de reverberarme en la cabeza y hoy es el foro mi vía de escape.
13 horas, espero el bus en los márgenes de una abarrotada zona comercial de Valencia.
De pronto, a mi lado, aterriza (que no aparca, ya que queda a no menos de un metro de la acera sin intentar la mínima maniobra de aproximación a ella) un flamante Mercedes descapotable negro, techado, modelo CLK 32 ///AMG, matrícula para más señas xxxx-DHG, o sea, nuevo, en la única plaza reservada a MINUSVALIDOS de la contornada.
El conductor, en la cuarentena, impecablemente trajeado, encorbatado, engemelado y enrelojado, sin moverse del asiento, toma su móvil-PDA, teclea unos segundos en ella y hace a continuación una llamada.
Pienso con alivio que no otro podía ser el motivo de tan inopinada detención en tan improcedente lugar, pero NO.
Para mi asombro, sale del coche, no sin antes extraer con gesto despreocupado de la guantera una gran tarjeta azul que deposita sobre el centro del salpicadero, bajo el retrovisor. A continuación cruza con trote ligero la calle y se introduce en el centro comercial.
Movido por la curiosidad trato de leer el contenido de la citada tarjeta de la que sólo acierto a vislumbrar la palabra “MINUSVALIDO”, dado que por la efectiva penumbra reinante en el interior del vehículo, amén de la gran distancia a las ventanillas laterales e inmensa longitud del morro, mi vista no da para más.
Lamentablemente, mis bus llega antes que regrese el conductor de sus seguro, más que justificadas compras, frustrando mi intención de preguntarle con la mayor amabilidad en qué consiste su discapacidad y si en consecuencia estuviera en mi mano facilitarle ayuda de algún tipo , aunque sólo fueren las señas de la ONCE o la asociación de familiares de Alzheimer de la localidad, entidades ambas que por mi profesión conozco bien. No ha habido pues ocasión.
No sé a vosotros, pero a mi estas cosas me duelen y duelen y duelen. Tardan mucho en dejar de reverberarme en la cabeza y hoy es el foro mi vía de escape.