La verdad es que en este rincón apartado del foro de bmwmotos...no se suele sacar temas para polemizar...o al menos para calentar al personal.
Lo cierto es que en parte estoy de acuerdo con Diekos (aunque no lo definiria como "es una pena"

pero tambien con las otras respuestas...principalmente con jaimeleonu.
Reflexionando sobre el tema.......creo que el kit de la cuestión está en:
LA MANERA DE CONTAR LOS VIAJES Y DE COMPARTIRLOS
he leido viajes a china que ni fu ni fá....y otros a la Alcarria (por ejemplo) que me ha enganchado.
Hay que pensar que todo ya se ha pateado, que hay muchos moteros dando en este momento, cientos de viajes interesantes....pero si no se cuentan......
Yo he recorrido casi toda la piel de toro. Estamos en un pais maravilloso y con un clima ideal para la moto....pero nunca he escrito nada sobre todos esos kilómetros. Solo me ha incentivado mis salidas mas exóticas...no se....supongo que será porque han sido la que más me han emocionado y eso ha repercutido en la ilusión de compartirlas.
La "tortilla"

de mi viaje a Tartaria, mi Elenfantentreffen en solitario....seguro que no pasarán a la historia motera de las aventuras....en realidad son viajes que lo han realizado muuuuchos moteros antes y seguro que después....
PERO!!!!
el valor que le doy es que lo he
compartido de la manera más participativa y amena posible..
desde aquí propongo que se saquén del fondo del cajón las fotos de vuestros viajes y os pongais a redactar.
Queremos videos, fotos, cuentos, relatos....pero currados por favor
Menos "suspiros" y más redacción.
Y para dar un ejemplo...una pedazo de relato de un veterano motero... Jotauve, que está escribiendo en el foro de la mutua.....coloco el primer capítulo....me tiene enganchado...ole!!!
TEMERARIO VIAJE EN TIEMPOS DE GUERRA
I
Fue en mangas de camisa, tocados con unas gorras grises de pana y calzados con toscas alpargatas de esparto, sin apenas dinero en los bolsillos, pero en cambio provistos de impecables documentaciones falsas, como emprendimos aquel temerario viaje a bordo de una ostentosa motocicleta -o motociclo, que era como se denominaba entonces a estos vehículos- Brough Superior SS100 Alpine Grand Sport robada y con matrícula y papeles igualmente falsificados por la mano hábil de Juan, mi hermano mayor, que era quien la conducía y el que había planeado, además, toda aquella aventura de fugitivos románticos -falsificaciones y robo de la moto incluidos- que tanto habría de cambiar nuestras vidas.
Fue una audacia, un arrebato juvenil de dos veinteañeros rebeldes y ávidos de sensaciones fuertes que huían de muchas cosas, pero sobre todo de sí mismos en unos tiempos convulsos en los que toda huida ya resultaba sospechosa por el mero hecho de serlo y que solía resolverse prematuramente con la detención o el asesinato de sus protagonistas antes de que pudieran culminarla. No existía la presunción de inocencia. Todo el mundo era culpable ante los ojos de sus enemigos -y a menudo ante los ojos de sus propios amigos, si caía en desgracia-, y lo era a veces por sus actos, pero sobre todo por sus omisiones, por lo que podía y debía haber hecho y había preferido no hacer, fuese por miedo o por indiferencia, y los implacables verdugos de uno u otro signo, que tanto proliferaban en aquellos días de confusión, jamás mostraban piedad alguna con sus víctimas. Se mataba y se moría a veces por puro azar, pues el mero hecho casual de hallarse en el lugar equivocado y a la hora equivocada solía traer consigo graves e irreparables contratiempos. Y lo peor de todo es que en aquellos días y en aquellas noches de terror desatado existían demasiadas horas y lugares equivocados en los que uno podía encontrarse de bruces con la muerte, ya fuese con la de otros o con la suya propia. Tal vez por eso todo el mundo consideraba las casualidades, por inofensivas que pudieran parecer, como un presagio de desgracias inmediatas. Pero los jóvenes como nosotros no le dábamos demasiada importancia a estas cosas, pese a la fuerza de su evidencia. Nos quedaba toda una larga vida por delante, o eso creíamos. Cuando tienes veinte años en lo último que piensas es en que vas a morir.
Pronto cumpliré noventa años. Soy, por lo tanto, un viejo que ya ha vivido demasiado. Mi hermano Juan, fallecido hace mucho tiempo, me habría corregido en este instante diciéndome que nunca se vive demasiado, o quizá, para ser más precisos, que nunca se vive lo bastante, tan vitalista y entusiasta como era él. En cambio yo, más conformista y descreído desde que tengo uso de razón -ahora que ya me va quedando poca-, soy el que ha conseguido llegar a viejo sin apenas proponérselo. Con la edad, la memoria de los viejos se torna contradictoria: hay cosas que no somos capaces de recordar y hay cosas que no somos capaces de olvidar. Aquel lejano y temerario viaje huyendo desesperadamente del caos en esa motocicleta Brough Superior robada es una de esas cosas que, por muchos motivos, jamás seré capaz de olvidar. Incluso me parece que todavía estoy sintiendo en el rostro el mismo aire tibio que sentí aquella noche tan remota mientras escapábamos a toda prisa de la ciudad apocalíptica y sangrienta, esa ciudad, la capital del dolor, en donde la vida había perdido de repente todo su sentido.
Era la madrugada del sábado 1 de Agosto de 1936.