miquel-silvestre
Curveando
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Viendo el interés que hay por los USA en moto, contaré mi experiencia allí. Espero que divierta y que le sea útil a alguno. Sólo una advertencia y es muy seria. En USA nunca, bajo ningún concepto, se circula entre coches, ni en los semáforos ni en los atascos. A esperar en la cola como todo el mundo. Descubrirlo me costó alguna bronca. Excepción: California, se permite el "split the lane", y también Nueva York (no lo hagáis delante de la poli, pero es tal el caos y el follón que haced lo que os dé la gana).
LA GRAN AVENTURA AMERICANA (Parte I)
De Miami a San Francisco
Cruzar Estados Unidos de costa a costa es la gran aventura americana que todos deseamos hacer algún día. Decidí viajar de éste a oeste para que el horizonte se fuera abriendo poco a poco en los famosos grandes espacios. Los desiertos infinitos y los profundos cañones son un delicioso premio que conviene disfrutar cuando uno ya se ha acostumbrado al nuevo continente. ¿Inconvenientes de elegir ese sentido? El sol. Se recibe de frente cada atardecer.
LA MOTO
Deseché las opciones del alquiler o trasladar mi propia montura por caras y complejas. Decidí comprar para revender al final (aunque luego no lo hice para poder seguir viajando por América, un continente que nunca cansa). Aunque el mito americano es la Harley, me fío más de la BMW GS 1200, una moto que se reveló ideal por comodidad, capacidad de carga, autonomía, fiabilidad y aptitud para escapar por pistas si hace falta. ¿Se puede meter una harley por una playa? Se hundiría sin remedio. La GS planeó por la arena endurecida de California.
El concesionario BMW en Miami está en una discreta nave industrial alejada del centro. Los encargados, cubanos y venezolanos, hablan español; una ventaja cuando de hacer negocios se trata. Hecha la elección, me pusieron una matrícula de cartón con 30 días de vigencia y esa misma tarde salí sobre la moto. Podía haber salido sin casco y sin seguro, pues en Florida no son obligatorios. Tres semanas después, cuando me hallaba en Arizona, me enviaron por mensajero el título de propiedad, los papeles y la placa metálica definitiva.
FLORIDA
La plana y verdísima Florida fue descubierta por Ponce de León en 1513 y dejó de ser española en 1821, cuando la vendimos para superar otro de nuestros déficits públicos. Desde Miami salí en dirección oeste. Atravesé la reserva india de Big Cipress, varios pantanos con caimanes y el Parque Nacional de Everglades. La interestatal 75 me llevó hasta St Petersburg, un lugar bastante humano y habitable. De reducido tamaño, aloja algunas facultades de la universidad de Sur de Florida que aportan savia nueva a la geriátrica sociedad local. En el centro hay un acogedor hotelito llamado Ponce de León con un conserje cubano que recibe con alegría sincera a cualquier español.
Lo más curioso de la ciudad (y razón de mi visita) es que allí está el Museo Dalí, el más grande e importante del Mundo fuera de España. Su origen es tan surrealista como su colección. Poco después de llegar a Estados Unidos el matrimonio Gala Dalí conoció a Eleanor Morse, señora de A. Reynolds Morse, un riquísimo industrial de Cleveland. Entonces comenzó una gran amistad cimentada sobre los dólares del sr. Morse. En 1943, Eleanor compraría el primer cuadro, al que seguirían dos mil.
El único hijo de los Morse no sabía muy bien qué hacer con esa herencia artística pues los padres ponían una condición: la colección permanecería unida. El heredero resolvió donar los cuadros y quedarse los negocios de papá. Pero los museos sólo aceptaban recibir obras escogidas, no el lote completo. Entonces surge la idea de poner un anuncio en el Wall Street Journal. Algo así como “Se busca sede permanente para la mayor colección privada de un genio del surrealismo”. En St Petersburg lo leyeron y ahí comenzó la historia de un museo que abrió sus puertas en 1982 y que alimenta la economía local con millones de dólares al año.
En Daytona Beach, la única mujer mecánico oficial de BMW, Barbara Williams, se encargó de la primera revisión. La ciudad es famosa por el circuito, por los récords de velocidad y por la biker week, que congrega miles de moteros de todo el país. La arteria principal está llena de tiendas de imaginería choppera: cuero negro, tachuelas y camisetas de llamaradas y tubos de escape. Ocean Drive es una sucesión de moteles baratos donde vivir la épica del antihéroe. Duermo en uno regentado por un hindú que se quiere comprar una moto para viajar a Alaska. América corrompe, qué duda cabe. Afortunadamente para él y para Alaska, su mujer se lo ha prohibido.
EL PROFUNDO SUR
En noviembre, los infinitos bosques de Georgia y Alabama aparecían incendiados de luminosos verdes, amarillos y tejas. Durante esas primeras etapas tuve muy buen tiempo. Un frío seco y un cielo límpido y despejado, de un azul compacto, casi de caricatura.
Birmingham, Alabama, es una ciudad fea y enorme. Cojo la interestatal 20 en dirección oeste. Sin embargo, me paso el desvío previsto en los alrededores de Tuscaloosa y me voy en dirección equivocada más de diez millas. Son las consecuencias de no llevar GPS. Pero lo prefiero así. Una aventura de verdad supone equivocarse y tener que preguntar la dirección correcta. Además, es un buen modo de practicar el idioma.
En una gasolinera destartalada me indican que debo ir hasta Aliceville por la comarcal 14 saliendo en Clinton. Bendita equivocación, es uno de los mejores tramos que haya hecho jamás. Es el sur puro, la genuina Dixieland en el technicolor radiante del otoño. La carretera es estrecha y circula entre bosques, iglesias metodistas y granjas de madera con la bandera nacional bien plantada. Los sabuesos duermen al sol y se levantan cansinamente al oír el motor de la motocicleta.
La Natchez Trace atraviesa en un bosque denso convertido en una fiesta de color. La carretera circula paralela a un viejo camino abierto a duras penas entre la floresta para poder viajar de norte a sur. 440 millas abiertas por los indios para perseguir bisontes. Luego la usarían los colonizadores para perseguirlos a ellos. Carteles colocados por el departamento de interior informan de que miles de años atrás estas tierras estuvieron cubiertas por el mar y que de los sedimentos marinos proviene su extraordinaria fertilidad.
Tupelo es una típica villa sureña. Pacífica, amable y desdeñosa de todo lo que no sea ella misma. En ella nació Elvis Presley, quien la pondría definitivamente en el mapa aunque la ciudad no parece darse cuenta de ello y trata con cierto desprecio a su famoso hijo. Tengo hambre. El supermercado está extraordinariamente bien surtido. Hay de todo. Y todo es grande. Enorme. Los paquetes de galletas son de tres kilos, los de manzanas de cinco y los panes pesan uno. Los filetes parecen media vaca y en la sección de bebidas almacenan hectolitros de refrescos.
Al día siguiente relleno de aceite el motor y voy a visitar la casa natal de Elvis. Es un sitio absurdo pero con una mística casi religiosa. Han construido una iglesia y un museo. La historia es triste como un blues. El padre pidió prestados 180 dólares para construirla. Como no pudo devolverlos, la modesta vivienda fue subastada. El niño fue rodando sin mucho futuro hasta que, por consejo de su madre, compró una guitarra en lugar del rifle calibre 22 que tenía pensado.
MEMPHIS
De Tupelo a Memphis hay 100 aburridas millas por la interestatal 78 norte. Para llegar al downtown hay que atravesar varios anillos de la villa miseria negra que circunda cada urbe norteamericana; son los Estados Unidos de las casas desechables, los coches destartalados y los jóvenes ociosos en las esquinas.
El sector más atractivo y vivo es Downtown, al éste del Misisipi. Visita obligada son el puente De Soto, los estudios Sun Records, donde Elvis grabó su primer disco, Graceland y Bale Street; la populosa calle cobra vida por la noche en sus numerosos restaurantes con música en directo y comida estilo cajun.
EL ESTADO DE LA ESTRELLA SOLITARIA
Texas es Norteamérica comprimida en un estado del tamaño de la Península Ibérica. En cada uno de sus rincones se respira el sabor de una identidad forjada a tiros. Pero Texas no sólo encierra una cercana historia de bandidaje y violencia, también carreteras solitarias, gentes genuinas y paisajes formidables. Texas es un paraíso para recorrer en moto.
Mi primer contacto tejano al cruzar la frontera éste desde Arkansas fue la familia Williams. Tres generaciones cabalgando juntas. El abuelo de 72 años me invitó a dar una vuelta con ellos. La carretera atravesaba un bosque otoñal pleno de dorados y rojizos. Había cadáveres en la cuneta, pero no eran perros ni gatos, sino ciervos y mapaches.
Nos separamos en Carthage, un pueblo diminuto y aburrido donde está prohibido vender alcohol. El día se levanta nublado, tristón. Continúo por la 79 en dirección suroeste. El bosque persiste interminable. En Hearnes me detengo a comer una hamburguesa en el Dexi Café. La carne es sabrosa y real. Las vacas tejanas son del tamaño de caballos y se alimentan de pastos infinitos. Al salir, feliz y satisfecho, me equivoco otra vez de carretera. Al regresar a toda mecha, me para la Highway Patrol por ir a 67 millas por hora y no señalizar los cambios de carril. Será mi primera multa.
Enseño los papeles provisionales de la moto y mis dos carnés de conducir, el español y el internacional. Auténtico chino mandarín para el fulano. No puedo pagar la multa en el momento; la cuantía la decidirá la corte de justicia. O sea, que la va a pagar su padre. No tendré problemas mientras no regrese a Texas. De hacerlo, iré a parar a la cárcel. Encuentro la maldita 79 sur. Muchas millas después, entro molido en Taylor, casi en el centro del estado. La hamburguesa es aun más grande. En la pantalla de plasma gigante emiten la final de fútbol americano universitarioo. Un tipo con gorra de béisbol grita y aplaude cada jugada.
MEDINA, BANDERA, UTOPIA
El centro de Texas es húmedo y verde. Aquí la floresta es mediterránea. Predominan los colores ocres y tierras. Sin embargo, ya se respira el típico ambiente western. La 281 me lleva hasta Fredericksburg pasando por Johnson City, pueblos habitados por tipos con sombrero Stetson, botas camperas y pick-ups gigantescas.
El asfalto es estrecho y revirado al atravesar unos montes bajos y redondeados. La vegetación se torna de un color morado casi naranja. Cada vez hay más motoristas. Los nombres de los pueblos son de herencia española. Antes de llegar a Medina encuentro un cartel: Highway adopted by Koyote Ranch. En USA es posible adoptar niños pobres, unidades militares o carreteras. En el Koyote Ranch otro cartelón revela: Bikers wellcome. El Koyote es un verdadero oasis. Gasolinera, motel, cafetería, tienda, complicidad motera.
Utopia aparece entre viejas sabinas. El pueblecito del más bello nombre está detenido en el tiempo. Me meto en el único café. La gente parece corrompida por la endogamia. Pero llevo más de seis horas conduciendo y el sándwich me sabe a gloria. Quiero llegar a Uvalde antes de que anochezca. La carretera es otra vez recta y el desierto empieza a asomar las orejas. El oeste ya está aquí, el de verdad, el de los espaldas mojadas, los rangers y las serpientes de cascabel.
AL OESTE DEL PECOS
El paisaje ya es totalmente desértico y las nubes se deshacen en filamentos de espuma. Del Río, ciudad fronteriza y adormilada, aparece una hora después. Al entrar, encuentro T&T Motorcycles. Me detengo para revisar la presión de los neumáticos y comprar aceite. Más allá, sólo hay páramos y soledad.
La carretera 90 west se vuelve amarilla y polvorienta. Hay controles de la Border Patrol. Conviene llevar el pasaporte a mano. Camiones y pick ups son toda mi compañía. Cruzo el legendario Pecos. El rió ha hendido una impresionante garganta en la piedra. Es la auténtica frontera del oeste. Poco más allá, una indicación: Langrty, donde vivió Roy Bean, el juez de la horca. En la gasolinera no tienen combustible. La siguiente está en Sanderson, a 60 millas. El ordenador marca 70 de autonomía. Decido intentarlo bajando las cuestas en punto muerto. El viaje se torna infinito. Si la tecnología se equivoca, tendré los coyotes y las estrellas como únicos compañeros.
Al aproximarme a Sanderson, el paisaje se encrespa en colinas y cañones. Llego al pueblo con el depósito seco. En un motel veo una KTM. Ha perdido el tapón del carter y se ha quedado sin aceite. El dueño se llama Troy, es un chaval de Minesota que ha venido para hacer pistas. Decido quedarme a dormir. Compramos cerveza y cena mejicana. Nos la tomamos sentados bajo el firmamento. Se agradece la compañía después de tanto tiempo en completa soledad.
BIG BEND
En el sur de Texas, el Río Grande hace una gran curva de 90 grados. Las estribaciones de las Montañas Rocosas se ven al fondo. Poco a poco empiezan a aparecer las curvas. El horizonte ofrece un aspecto azulado e irreal entre la neblina. Por fin encuentro la palabra que mejor define Texas: Irreal.
Los senderos de tierra amarillenta se pierden en la árida lejanía. La vía empezó recta pero termina retorcida y montuna. Después de dos horas, salgo por la 118 norte. La carretera es aún más divertida hasta Studi Butte, donde hay gasolinera y tienda de víveres.
En el desierto hago un nuevo amigo. Ara Gureghiam. Un simpático pit bull le acompaña en un sidecar ruso que ha adaptado a su GS 1150. Para llegar hasta su casa hay que meter las motos por una pista polvorienta. La BMW se porta y tras algunos cabeceos tercos me lleva hasta una caravana y un container con placas solares. Eso y el enorme e infinito desierto son todas sus posesiones.
Dormiré en el rancho Cowhead por 30 dólares. Una cama, un retrete portátil y una ducha común es todo lo que ofrece y es todo lo que necesito. En tan sencillo campamento me siento feliz bajo un cielo con unas estrellas enormes que amenazan con caérseme encima.
Próxima entrega, Nuevo Méjico, Arizona, California
LA GRAN AVENTURA AMERICANA (Parte I)
De Miami a San Francisco
Cruzar Estados Unidos de costa a costa es la gran aventura americana que todos deseamos hacer algún día. Decidí viajar de éste a oeste para que el horizonte se fuera abriendo poco a poco en los famosos grandes espacios. Los desiertos infinitos y los profundos cañones son un delicioso premio que conviene disfrutar cuando uno ya se ha acostumbrado al nuevo continente. ¿Inconvenientes de elegir ese sentido? El sol. Se recibe de frente cada atardecer.
LA MOTO
Deseché las opciones del alquiler o trasladar mi propia montura por caras y complejas. Decidí comprar para revender al final (aunque luego no lo hice para poder seguir viajando por América, un continente que nunca cansa). Aunque el mito americano es la Harley, me fío más de la BMW GS 1200, una moto que se reveló ideal por comodidad, capacidad de carga, autonomía, fiabilidad y aptitud para escapar por pistas si hace falta. ¿Se puede meter una harley por una playa? Se hundiría sin remedio. La GS planeó por la arena endurecida de California.
El concesionario BMW en Miami está en una discreta nave industrial alejada del centro. Los encargados, cubanos y venezolanos, hablan español; una ventaja cuando de hacer negocios se trata. Hecha la elección, me pusieron una matrícula de cartón con 30 días de vigencia y esa misma tarde salí sobre la moto. Podía haber salido sin casco y sin seguro, pues en Florida no son obligatorios. Tres semanas después, cuando me hallaba en Arizona, me enviaron por mensajero el título de propiedad, los papeles y la placa metálica definitiva.
FLORIDA
La plana y verdísima Florida fue descubierta por Ponce de León en 1513 y dejó de ser española en 1821, cuando la vendimos para superar otro de nuestros déficits públicos. Desde Miami salí en dirección oeste. Atravesé la reserva india de Big Cipress, varios pantanos con caimanes y el Parque Nacional de Everglades. La interestatal 75 me llevó hasta St Petersburg, un lugar bastante humano y habitable. De reducido tamaño, aloja algunas facultades de la universidad de Sur de Florida que aportan savia nueva a la geriátrica sociedad local. En el centro hay un acogedor hotelito llamado Ponce de León con un conserje cubano que recibe con alegría sincera a cualquier español.
Lo más curioso de la ciudad (y razón de mi visita) es que allí está el Museo Dalí, el más grande e importante del Mundo fuera de España. Su origen es tan surrealista como su colección. Poco después de llegar a Estados Unidos el matrimonio Gala Dalí conoció a Eleanor Morse, señora de A. Reynolds Morse, un riquísimo industrial de Cleveland. Entonces comenzó una gran amistad cimentada sobre los dólares del sr. Morse. En 1943, Eleanor compraría el primer cuadro, al que seguirían dos mil.
El único hijo de los Morse no sabía muy bien qué hacer con esa herencia artística pues los padres ponían una condición: la colección permanecería unida. El heredero resolvió donar los cuadros y quedarse los negocios de papá. Pero los museos sólo aceptaban recibir obras escogidas, no el lote completo. Entonces surge la idea de poner un anuncio en el Wall Street Journal. Algo así como “Se busca sede permanente para la mayor colección privada de un genio del surrealismo”. En St Petersburg lo leyeron y ahí comenzó la historia de un museo que abrió sus puertas en 1982 y que alimenta la economía local con millones de dólares al año.
En Daytona Beach, la única mujer mecánico oficial de BMW, Barbara Williams, se encargó de la primera revisión. La ciudad es famosa por el circuito, por los récords de velocidad y por la biker week, que congrega miles de moteros de todo el país. La arteria principal está llena de tiendas de imaginería choppera: cuero negro, tachuelas y camisetas de llamaradas y tubos de escape. Ocean Drive es una sucesión de moteles baratos donde vivir la épica del antihéroe. Duermo en uno regentado por un hindú que se quiere comprar una moto para viajar a Alaska. América corrompe, qué duda cabe. Afortunadamente para él y para Alaska, su mujer se lo ha prohibido.
EL PROFUNDO SUR
En noviembre, los infinitos bosques de Georgia y Alabama aparecían incendiados de luminosos verdes, amarillos y tejas. Durante esas primeras etapas tuve muy buen tiempo. Un frío seco y un cielo límpido y despejado, de un azul compacto, casi de caricatura.
Birmingham, Alabama, es una ciudad fea y enorme. Cojo la interestatal 20 en dirección oeste. Sin embargo, me paso el desvío previsto en los alrededores de Tuscaloosa y me voy en dirección equivocada más de diez millas. Son las consecuencias de no llevar GPS. Pero lo prefiero así. Una aventura de verdad supone equivocarse y tener que preguntar la dirección correcta. Además, es un buen modo de practicar el idioma.
En una gasolinera destartalada me indican que debo ir hasta Aliceville por la comarcal 14 saliendo en Clinton. Bendita equivocación, es uno de los mejores tramos que haya hecho jamás. Es el sur puro, la genuina Dixieland en el technicolor radiante del otoño. La carretera es estrecha y circula entre bosques, iglesias metodistas y granjas de madera con la bandera nacional bien plantada. Los sabuesos duermen al sol y se levantan cansinamente al oír el motor de la motocicleta.
La Natchez Trace atraviesa en un bosque denso convertido en una fiesta de color. La carretera circula paralela a un viejo camino abierto a duras penas entre la floresta para poder viajar de norte a sur. 440 millas abiertas por los indios para perseguir bisontes. Luego la usarían los colonizadores para perseguirlos a ellos. Carteles colocados por el departamento de interior informan de que miles de años atrás estas tierras estuvieron cubiertas por el mar y que de los sedimentos marinos proviene su extraordinaria fertilidad.
Tupelo es una típica villa sureña. Pacífica, amable y desdeñosa de todo lo que no sea ella misma. En ella nació Elvis Presley, quien la pondría definitivamente en el mapa aunque la ciudad no parece darse cuenta de ello y trata con cierto desprecio a su famoso hijo. Tengo hambre. El supermercado está extraordinariamente bien surtido. Hay de todo. Y todo es grande. Enorme. Los paquetes de galletas son de tres kilos, los de manzanas de cinco y los panes pesan uno. Los filetes parecen media vaca y en la sección de bebidas almacenan hectolitros de refrescos.
Al día siguiente relleno de aceite el motor y voy a visitar la casa natal de Elvis. Es un sitio absurdo pero con una mística casi religiosa. Han construido una iglesia y un museo. La historia es triste como un blues. El padre pidió prestados 180 dólares para construirla. Como no pudo devolverlos, la modesta vivienda fue subastada. El niño fue rodando sin mucho futuro hasta que, por consejo de su madre, compró una guitarra en lugar del rifle calibre 22 que tenía pensado.
MEMPHIS
De Tupelo a Memphis hay 100 aburridas millas por la interestatal 78 norte. Para llegar al downtown hay que atravesar varios anillos de la villa miseria negra que circunda cada urbe norteamericana; son los Estados Unidos de las casas desechables, los coches destartalados y los jóvenes ociosos en las esquinas.
El sector más atractivo y vivo es Downtown, al éste del Misisipi. Visita obligada son el puente De Soto, los estudios Sun Records, donde Elvis grabó su primer disco, Graceland y Bale Street; la populosa calle cobra vida por la noche en sus numerosos restaurantes con música en directo y comida estilo cajun.
EL ESTADO DE LA ESTRELLA SOLITARIA
Texas es Norteamérica comprimida en un estado del tamaño de la Península Ibérica. En cada uno de sus rincones se respira el sabor de una identidad forjada a tiros. Pero Texas no sólo encierra una cercana historia de bandidaje y violencia, también carreteras solitarias, gentes genuinas y paisajes formidables. Texas es un paraíso para recorrer en moto.
Mi primer contacto tejano al cruzar la frontera éste desde Arkansas fue la familia Williams. Tres generaciones cabalgando juntas. El abuelo de 72 años me invitó a dar una vuelta con ellos. La carretera atravesaba un bosque otoñal pleno de dorados y rojizos. Había cadáveres en la cuneta, pero no eran perros ni gatos, sino ciervos y mapaches.
Nos separamos en Carthage, un pueblo diminuto y aburrido donde está prohibido vender alcohol. El día se levanta nublado, tristón. Continúo por la 79 en dirección suroeste. El bosque persiste interminable. En Hearnes me detengo a comer una hamburguesa en el Dexi Café. La carne es sabrosa y real. Las vacas tejanas son del tamaño de caballos y se alimentan de pastos infinitos. Al salir, feliz y satisfecho, me equivoco otra vez de carretera. Al regresar a toda mecha, me para la Highway Patrol por ir a 67 millas por hora y no señalizar los cambios de carril. Será mi primera multa.
Enseño los papeles provisionales de la moto y mis dos carnés de conducir, el español y el internacional. Auténtico chino mandarín para el fulano. No puedo pagar la multa en el momento; la cuantía la decidirá la corte de justicia. O sea, que la va a pagar su padre. No tendré problemas mientras no regrese a Texas. De hacerlo, iré a parar a la cárcel. Encuentro la maldita 79 sur. Muchas millas después, entro molido en Taylor, casi en el centro del estado. La hamburguesa es aun más grande. En la pantalla de plasma gigante emiten la final de fútbol americano universitarioo. Un tipo con gorra de béisbol grita y aplaude cada jugada.
MEDINA, BANDERA, UTOPIA
El centro de Texas es húmedo y verde. Aquí la floresta es mediterránea. Predominan los colores ocres y tierras. Sin embargo, ya se respira el típico ambiente western. La 281 me lleva hasta Fredericksburg pasando por Johnson City, pueblos habitados por tipos con sombrero Stetson, botas camperas y pick-ups gigantescas.
El asfalto es estrecho y revirado al atravesar unos montes bajos y redondeados. La vegetación se torna de un color morado casi naranja. Cada vez hay más motoristas. Los nombres de los pueblos son de herencia española. Antes de llegar a Medina encuentro un cartel: Highway adopted by Koyote Ranch. En USA es posible adoptar niños pobres, unidades militares o carreteras. En el Koyote Ranch otro cartelón revela: Bikers wellcome. El Koyote es un verdadero oasis. Gasolinera, motel, cafetería, tienda, complicidad motera.
Utopia aparece entre viejas sabinas. El pueblecito del más bello nombre está detenido en el tiempo. Me meto en el único café. La gente parece corrompida por la endogamia. Pero llevo más de seis horas conduciendo y el sándwich me sabe a gloria. Quiero llegar a Uvalde antes de que anochezca. La carretera es otra vez recta y el desierto empieza a asomar las orejas. El oeste ya está aquí, el de verdad, el de los espaldas mojadas, los rangers y las serpientes de cascabel.
AL OESTE DEL PECOS
El paisaje ya es totalmente desértico y las nubes se deshacen en filamentos de espuma. Del Río, ciudad fronteriza y adormilada, aparece una hora después. Al entrar, encuentro T&T Motorcycles. Me detengo para revisar la presión de los neumáticos y comprar aceite. Más allá, sólo hay páramos y soledad.
La carretera 90 west se vuelve amarilla y polvorienta. Hay controles de la Border Patrol. Conviene llevar el pasaporte a mano. Camiones y pick ups son toda mi compañía. Cruzo el legendario Pecos. El rió ha hendido una impresionante garganta en la piedra. Es la auténtica frontera del oeste. Poco más allá, una indicación: Langrty, donde vivió Roy Bean, el juez de la horca. En la gasolinera no tienen combustible. La siguiente está en Sanderson, a 60 millas. El ordenador marca 70 de autonomía. Decido intentarlo bajando las cuestas en punto muerto. El viaje se torna infinito. Si la tecnología se equivoca, tendré los coyotes y las estrellas como únicos compañeros.
Al aproximarme a Sanderson, el paisaje se encrespa en colinas y cañones. Llego al pueblo con el depósito seco. En un motel veo una KTM. Ha perdido el tapón del carter y se ha quedado sin aceite. El dueño se llama Troy, es un chaval de Minesota que ha venido para hacer pistas. Decido quedarme a dormir. Compramos cerveza y cena mejicana. Nos la tomamos sentados bajo el firmamento. Se agradece la compañía después de tanto tiempo en completa soledad.
BIG BEND
En el sur de Texas, el Río Grande hace una gran curva de 90 grados. Las estribaciones de las Montañas Rocosas se ven al fondo. Poco a poco empiezan a aparecer las curvas. El horizonte ofrece un aspecto azulado e irreal entre la neblina. Por fin encuentro la palabra que mejor define Texas: Irreal.
Los senderos de tierra amarillenta se pierden en la árida lejanía. La vía empezó recta pero termina retorcida y montuna. Después de dos horas, salgo por la 118 norte. La carretera es aún más divertida hasta Studi Butte, donde hay gasolinera y tienda de víveres.
En el desierto hago un nuevo amigo. Ara Gureghiam. Un simpático pit bull le acompaña en un sidecar ruso que ha adaptado a su GS 1150. Para llegar hasta su casa hay que meter las motos por una pista polvorienta. La BMW se porta y tras algunos cabeceos tercos me lleva hasta una caravana y un container con placas solares. Eso y el enorme e infinito desierto son todas sus posesiones.
Dormiré en el rancho Cowhead por 30 dólares. Una cama, un retrete portátil y una ducha común es todo lo que ofrece y es todo lo que necesito. En tan sencillo campamento me siento feliz bajo un cielo con unas estrellas enormes que amenazan con caérseme encima.
Próxima entrega, Nuevo Méjico, Arizona, California