Va de cuento

Trivictor

Curveando
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11 Ene 2009
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Mediterráneamente
Tarde, muy tarde ya, aplasto con la mano derecha el despertador que reina en solitario en la mesilla.
El día anterior, viernes, me acosté a altas horas debido una cena maratoniana.

Acciono la persiana eléctrica y a medida que asciende va entrando la luz en la habitación, a la vez que el entorno se torna maravilloso. Como cada mañana de sábado que tengo fiesta me quedo unos segundos mirando era preciosa montaña de Montserrat que tengo a tiro de piedra y que sin duda es un privilegio contemplar. El ritual de desayudar raudo y arreglar cuatro cosas no merece más detalle. Una vez desacartonado bajo por el ascensor hacia el trastero. Paso muy en silencio por mi plaza de párking con las gafas de sol puestas como quien disimula. Apenas veo, pero aún ahí está la silueta de una mastodonte de azul y blanco, medio tuerto, mirándome con desprecio. Es mi "querida" ADV de 2008, que no me saca el ojo de encima por si pretendía realmente pasar desapercibido.

No le dirijo palabra por sentirme mal. Cada día salgo con ella, pero a un trabajo que tengo a una cercanía absurda y ella me lo reprocha tosiendo cada pocas semanas, diciéndome que se asfixia al no poder salir de verdad. Me siento culpable. La mitad de fines de semana de mi vida los trabajo laboralmente y la imponente Montserrat no es testigo apenas nunca de su disfrute. Indecente. Al salir del trasero me sigue mirando mal mientras yo salgo veloz y disimulando una vez más. En la puerta del garaje me paro, levanto la muñeca izquierda unos segundos esperando que el reloj capte la señal GPS, me aprieto los cordones de las zapatillas y me lanzo por enésima vez en mi vida a correr campo a través. Hoy cumple media vida que llevo compitiendo en una enorme pasión de mi vida, el deporte en general y el triatlón en concreto.
Como si fuera casualidad, que no lo es, sufro un poco más de lo normal. Mis castigadas articulaciones se quejan. Repaso un horizonte lleno de árboles y motos pasando a pocos metros con voces de velocidad, mientras mi GS llora en el garaje. Me lamento pero me debo a una pasión que siempre ha ido por delante. Gozo de correr por la montaña, pero hoy algo menos, tengo que vigilar la manera de pisar por dolores.
Vuelvo tarde y cansado. Trabajo bien hecho.
Veo curioso un pequeño charquito de líquido debajo de mi moto. Aceite. Me quedo, como idiotizado, dudando un poco. Lloró?


"Siempre hay una excusa, la instrumentación de natación, las zapatillas de correr, el casco y armadura de ciclista, o simplemente las sesiones de gimnasio, pero siempre hay una excusa para abandonarme".


Se repite la ecuación del sábado y en el mismo tiempo, como un autómata que repite ciclo, estoy en el garaje pasando furtivamente entre mis pertenencias. Me ajusto el casco y las zapatillas de pedales automáticos y en pocos minutos ya estoy en los primeros quilómetros de la ascensión a la montaña de Montserrat. Subo bien, oscilando la bici, con buena postura y la pasión de siempre. Eso hasta media subida, donde la pérdida de concentración muscular del día anterior hace mella y empiezo a sufrir para llegar al monasterio. Me vienen a la mente las semanas anteriores, cada una de ellas peor. llevo unos meses en que cada día resisto menos. El cuerpo me grita detenerme ya pero el espíritu sigue en plenas condiciones y no escucho esos gritos. O los ignoro mejor dicho.
Aflojo un buen rato, bebo abundante agua y pienso en que mi GS querría estar aquí y me traería sin sufrimiento. Aprieto los dientes de nuevo por la rabia de pensarlo. Resultado? Unos metros más adelante totalmente desfondado, no sé si de musculatura o de alma. No puedo, asfixiado, vacío e impotente. Esa preciosa carretera lleva semanas viviendo mi ocaso. Sé que si no doy media vuelta y termino posiblemente en unos días me dolerá todo.
Horas más tarde entro por esa puerta mecánica del párking. Literalmente deshecho, con ganas de llorar. Quiero y no puedo.

Me siento en el suelo con la bicicleta de carretera al lado. tras bastante rato cojo una bayeta con la mano izquierda para quitarle el polvo. Mi GS sigue con cara triste pero sin reprochar nada. Encima ni se queja. Despojado ya de las zapatillas me calzo las chancletas. Me entretengo tratando de no caer, por el dolor, en trasladar todos los enseres de la moto de arriba a abajo, y en subir el material deportivo de abajo a arriba. La bayeta, a un cm de tocar los tirantes de la bicicleta, se detiene. Me agacho sabiendo que me costará levantarme y limpio esa lágrima en forma de aceite que había visto antes.

En voz baja susurro "gracias y lo siento". Me las miro a ambas, les hago una foto juntas pero noto perfectamente que se odian. La flaca pierde por primera vez la batalla en favor de la gorda. Hora de hibernar.

"La reina ha muerto, larga vida a la reina".
El asfalto cambiará su olor a sudor por olor a carbonilla.


Ya no está tuerta, me guiña el ojo. Acepta el reto de tratar de conseguir la estima de mi primer amor. Todo pasión, en la gloria de cruzar líneas de meta juntos como hemos hecho y de cruzar la línea de la desesperación otras.
 
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