El problema era que en mi ruta no había ningún pueblo sospechoso de tener algo de alojamiento así que paré en un cruce y le pregunté a un camionero que me recomendó desviarme un poco y llegar a Metán porque contaba con varios hostales.
En la entrada del pueblo, en un semáforo, había unas chicas haciendo malabares y paré allí para preguntar por un buen sitio. Esta vez el guiño de mi estrella que hizo que me parara fue que una de ellas llevaba una camiseta de Extremoduro que es sin duda mi grupo de rock español preferido de adolescencia (y que por aquello de no madurar creo que sigue siéndolo a día de hoy).
Allí me pasé un buen rato hablando del Robe, de Iñaki, de la última gira que habían hecho por Argentina, de mi viaje, sus vidas en aquel pueblo y recordando los muchos conciertos que he tenido la suerte de poder disfrutar. ¡Qué viva Extremoduro!
Me alojé un buen hotel muy bien de precio y atendido por gente muy amable. Allí conocí a un ingeniero químico muy majo que me hablaba de su vida y su trabajo en unas minas cercanas y también a un vendedor de Volkswagen que me contaba que se desplazaba por los pueblos ofreciendo una cosa un poco rara que no llegué a entender muy bien que se llama “Plan Ahorro” que básicamente es que la gente les empieza a pagar los coches mucho antes de tenerlos y te hacen ver que te están financiando la entrada pero que no se muy bien porqué se hacía como una especie de compra en grupo.
Este tipo era majo y buen vendedor pero cuando fue ganando confianza y supongo que pensando que al ser yo europeo le entendería perfectamente me empezó a contar que admiraba la ideología nazi, “no por el exterminio pero si porque eran una raza superior”
Ante tal afirmación y como ya sabéis que yo soy un tocahuevos profesional en esas circunstancias decidí no discutir pero si darle un poco de su propia medicina.
Le dije que yo no sabía si me gustaría haber sido alemán pero que me “conformaba” con haber sido negro y correr como Usain Bolt o como los maratonianos keniatas a los que no hay alemán que gane.
Se quedó un poco cortado y entonces me hizo un cambio de tercio hablando de la tecnología alemana y esas cosas que para él eran lo que los convertía en una raza superior.
Luego me contó que su empresa le mandó de viaje a Brasil por cumplir objetivos y allí se pasó una semana en un todo incluido donde conoció a un español con el que entabló una buena amistad. Me contaba sus fiestas, borracheras y puteríos.
En aras de la cordialidad no me atreví a mencionarle que en ese caso para él aquellos escarceos debían ser con mujeres de raza inferior y que seguro que le hubiera gustado mucho mas que fueran regias alemanas que esas simples brasileñas.
En fin, que el tipo era un auténtico cretino pero a pesar de todo majo para un rato y en cuanto empezó a resultar un poco cargante me retiré a mi habitación.
En el mapa de Argentina se puede ver perfectamente una enorme y perfecta recta que cruza el país por el Norte y que era mi único camino lógico para llegar a la provincia de Misiones. Con esta explicación os podéis imaginar que no afronté esa etapa con demasiadas esperanzas de diversión. Las rectas son lo peor que le puede pasar a un motero y esa era de seiscientos kilómetros acompañada de un calor insoportable, con demasiada vegetación que no te dejaba ver nada a los lados y con algunos tramos minados de baches que no te permitían ni parpadear.
Seguramente fuera la etapa mas sosa de mi viaje y se hizo dura porque ya las fuerzas no son las del principio pero como no había mas remedio que afrontarla me cargué de resignación y poco a poco fuimos avanzando.
En algunos tramos había millones de mariposas que irremediablemente morían contra mi visera, la pantalla de la moto y el radiador. Para que os hagáis una idea de la magnitud de la plaga me tocó parar porque subía demasiado la temperatura de la moto al quedar el radiador totalmente obstruido. Desmonté el protector de plástico donde se quedaban prensadas y fui rascando con el culo del mechero para quitarlas todas.
Vi una especie de combate aéreo entre dos águilas justo sobre la carretera con tan mala suerte de que una de ellas decidió soltar lastre para ganar agilidad en sus maniobras justo cuando yo pasaba por debajo. El resultado fue un buen truñazo en mi manga derecha del traje que me obligó a parar a limpiarlo muerto de risa por mi desdicha.
Lo peor sin duda de la famosa recta es que como siempre en Argentina tienes la incertidumbre de si la siguiente gasolinera tendrá o no combustible y estás obligado a parar cada menos de 200km a repostar y en esa zona volvieron a aparecer las enormes colas.
En algunos casos me tocó estar mas de una hora al sol y eso te mina la paciencia sobre todo al ver que son colas injustificadas porque en las gasolineras puede haber ocho surtidores pero un único gasolinero y aquí lo del autoservicio no se lleva así que hay que esperar para ir pasando de uno en uno.
Me quedé a unos 100km. de Iguazú en un hostal cutre y barato. De hecho me sorprendieron los precios de los alojamientos en toda la zona Norte de Argentina porque en general eran mucho mas baratos que en el Sur. También me sorprendió pero negativamente el precio de la gasolina porque en solo un mes había subido un 40% en el marco de la flagrante inflación que asola el país.
Allí descubrí que la moto por la noche al enfriarse perdía un poco de aceite por el tornillo de vaciado. KTM te dice que cada vez que se cambie el aceite hay que sustituir la arandela de ese tornillo pero en Argentina viven en una especie de bloqueo aduanero que hace que encontrar ciertas piezas, por sencillas que sean, sea complicado así que no la tenían en el taller y me volvieron a poner la misma.
Parece que con el motor caliente la dilatación mantiene todo en su sitio pero cuando se enfriaba por las noches perdía tres gotitas así que tampoco era grave.
Al día siguiente se cerraría el círculo de aquellos puntos que inicialmente había marcado en el mapa para trazar la ruta. Las Cataratas de Iguazú eran el último de esos sitios que vertebraban mi viaje antes de volver a Buenos Aires y por los comentarios de mucha gente que decían que era lo mas impresionante que habían visto en sus vidas tenía muchas ganas de pasar por allí.
Pues nada, otra vez yo a llevar la contraria al mundo porque la visita me decepcionó un poco. Las Cataratas no puedo decir que no sean impresionantes pero no llegaron ni con mucho a transmitirme las mismas sensaciones que sentí en el Perito Moreno, en la Carretera Austral o en Uyuni por ejemplo.
En parte fue por haber llegado en sábado y al medio día. Estaba demasiado lleno de gente y ver cualquier maravilla de la naturaleza rodeado de la peor especie de la creación siempre lo desmerece todo un poco.
A eso hay que añadirle que el parque temático que han construido para el acceso no me gustó nada por ser una especie de Disneyland de hormigón lleno de tiendas de recuerdos, restaurantes y otras cosas totalmente prescindibles. Hay un tren que es el que te lleva a las zonas donde se ven los saltos de agua pero para montarse hay que hacer largas colas bajo un sol terrible y luego montarse al mas puro estilo de la India formando una masa de cuerpos sudorosos nada agradable.
Cuando llegas a la última estación hay que hacer un paseo por unas pasarelas metálicas que te van acercando a una nebulosa enorme que se ve al fondo y que te indica perfectamente donde está desbordando el agua a lo bestia. Salí del tren corriendo para por lo menos ir por delante del resto de los pasajeros pero me daba igual porque me cruzaba con todos los que volvían y se formaban auténticos atascos en las pasarelas.
Te vas acercado poco a poco y lo notas por el ruido del agua al caer y porque te empiezas a mojar con esa espesa niebla. Allí ya la situación se desmadra porque la gente se va quitando la ropa por el calor insoportable. Algunas mujeres van directamente en sujetador y las que no, están tan mojadas que te da lo mismo. Esto, lejos de lo que pudiera parecer, crea un paisaje dantesco porque obviamente no todo son mozuelas en edad de lucir e incluso me crucé con una monja que nunca fue tan transparente en su vida como en ese momento. Haceros a la idea de lo que hablo.
Con las últimas lluvias el río venía muy crecido por lo que creo que no era el mejor día para contemplarlas en la zona de la Garganta del Diablo ya que no se veía el fondo por la nebulosa gigante que lo envolvía todo.
Con todos esos extras que os cuento podréis entender que la visita quedara desmerecida. Fui a los otros miradores pero como no soportaba las colas ni el trato como ganado en los trenes me fui andando a pleno sol.
En esa zona la vista aunque era mas lejana si que era un poco mas bonita pero estaba totalmente abrasado por el calor y la humedad y mosqueado por la caminata así que no me quedé demasiado.
Tengo claro que si esas cataratas las veo en un ambiente menos precocinado y mucho mas natural y sobre todo sin tanta gente me hubiera quedado con la boca abierta pero en este caso el continente desmerecía demasiado el contenido y no tardé mucho en irme de allí.
Mi siguiente destino era Brasil para ir a visitar a Luiz Paulo, el motero solitario que conocí en Torres del Paine al principio de mi viaje y que me había invitado a su casa.
Con Luiz Paulo, con Eduardo Cooke, Juan Nicolau, Daniel y Rocío volví a encontrar la senda que marcaba mi estrella pero esas historias os la cuento en la próxima entrega.