Tingo María-Huánuco (126 k)
Lo de la lluvia iba en serio, no ha debido parar en toda la noche, incluso llueve mientras desayuno, pero a medida que avanza la mañana, deja de hacerlo. Hoy tengo pocos kilómetros por delante, por lo que antes de marcharme aprovecho para ir a visitar “La cueva de las lechuzas” que está a unos 8 k de Tingo. No voy a ir en la moto, prefiero ir ligero de ropa, y por este motivo pregunto en el hotel si pueden llamar a un mototaxi de confianza. El hijo de una empleada se dedica a ese negocio y pasa a recogerme. Antes de ir a la cueva le pido que me acerque a un par de tiendas en busca de una H-7, la lámpara de la moto que se fundió ayer.
La ciudad comienza su día a día, las madres llevan a sus hijos al colegio, los mototaxis llenan las calles, la gente acude presurosa a sus trabajos… Nada fuera de lo normal en cualquier lugar del mundo, pero a mí siempre me gusta disfrutar este momento en que las ciudades empiezan a tener vida. En la segunda tienda que me lleva encontramos la H-7, es de fabricación china y por su bajo precio (poco más de 1 euro) me temo que no será de mucha calidad. Más tarde comprobaré mi sospecha, ya que funcionará cuando la venga en gana. No importa, buscaré otra de mejor calidad en Huánuco.
Hay que pagar una entrada para visitar la cueva, ya que está dentro de una especie de parque. En la entrada de acceso al mismo un cartel dice, entre otras cosas, “considérese Usted como un individuo privilegiado”, me paro a leerlo y precisamente es lo que creo de mí en ese momento.
La cueva está bien, es grande, con unas pasarelas para recorrerla y en cierto modo es espectacular, aunque sólo se puede visitar parte de ella. Mientras regresamos a Tingo pregunto a mi conductor acerca de los años duros del terrorismo de Sendero Luminoso, ya que ésta era una de las zonas donde estaban más asentados. Me cuenta muchas cosas, aquí hubo muertes, secuestros, atentados, extorsiones… etc. “La gente vivía con mucho miedo, entonces yo era un niño, pero lo recuerdo bien. No podíamos salir de Tingo, pero el peligro no estaba sólo en la selva, incluso a veces hacían incursiones dentro de la ciudad…Fueron años muy duros”. Al final saco en conclusión que, como cuevas ya he visto muchas, me ha parecido más interesante esta conversación que la propia cueva, aunque para nada me arrepiento de su visita, es grandiosa y merece mucho la pena.
El cielo amenaza lluvia y no sé si es mejor salir cuanto antes o esperar un poco. A las 12 h. ya me “echan” del hotel, arranco la moto y digo adiós a Tingo María. A los pocos kilómetros un cartel indica “Cascada velo de las ninfas”, ¡otro velo!. Sin estar muy convencido si merecerá la pena, pongo el intermitente y paro. Aparco y un hombre se acerca, pregunto ¿se tarda mucho en llegar a la cascada?, “unos 15 minutos sendero arriba”. Decido dar a la cascada una oportunidad de impresionarme.
Como era de esperar está bien, pero no estoy seguro si ha merecido la pena la más de media hora gastada entre subir y bajar por un sendero embarrado. Además en el descenso me he resbalado y caído, he tenido que quitarme la camiseta ya que estaba empapada de sudor y además, con la caída,se ha manchado de barro. Al volver a la moto me toca sacar otra.
Más adelante otra parada, a la salida de una pequeña aldea están reconstruyendo un puente y hay un desvío que baja al río. Llego y veo la situación, el cauce presenta una corriente que como me meta allí, sabe Dios dónde acabaremos la moto y yo. Además me fijo en los vehículos que cruzan y según se mueven sus suspensiones, el fondo debe estar lleno de piedras. No es una cuestión de valentía o destreza, simplemente es que intentar cruzar aquello con una moto es querer tener, como mínimo, una caída o que me arrastre la corriente.
¿Qué hago? ¿cómo cruzo?. Lo único qué se me ocurre es esperar que venga una pick-up con la caja vacía, subir la moto y que me cruce al otro lado, eso suponiendo que su conductor quiera perder ese tiempo y que haya alguien más que nos ayude.
Con estos pensamientos estoy, cuando a mi lado aparece un niño en bici. “¿Va a cruzar?” pregunta, le digo que ni loco, y me dice “¿por qué no va por el puente de las personas?”. Con sorpresa le pregunto yo también ¿es que hay otro puente? ¿está cerca? ¿me llevas?.
Mientras sigo al niño y su bicicleta, voy pensando en si será verdad que pueda cruzar por donde dice o será una fantasía suya. Pero efectivamente, por una calle de la aldea llegamos hasta un puente provisional hecho de madera. Parece sólido, aunque es muy estrecho, pero aunque tenga que desmontar las maletas ¡vamos que si lo cruzo! ya que es la única forma que tengo para continuar. Pero no es necesario, la moto entra y sale justa, y en segundos estoy en la otra orilla. Le regalo una gorra, un colgador de llaves y le doy las gracias. El niño me dice que si quiero una botella de agua. Entra en una tienda allí al lado y sale con la botella. No quiere aceptar mi dinero, me dice que la tienda es de su mamá y que es un regalo. Entro, saludo a su madre, la doy las gracias por la botella y la felicito por el chaval tan majo que tiene. Suerte que apareciste en el momento justo, Carlitos.
Entre ninfas y puentes rotos, sólo llevo hechos unos 50 k, ni la mitad del camino. Al pasar por un pueblo veo tenderetes con plátanos y otras frutas. Decido parar a tomar un jugo, éste de papaya, a hablar con la gente y ver qué se cuentan. Disfruto mucho haciendo estas escalas en los pueblos junto a la carretera, lo malo que tienen que nunca sabes el tiempo que vas a tardar en volver a la ruta.
Vuelvo a la carretera y no llevo hechos ni 5 k y otra nueva parada…Estos 126 k comienzan a hacerse muy largos. Lo peor es que esta parada es de forma muy involuntaria.
De repente de los laterales de la carretera aparecen 3 hombres y una mujer con ropa oscura y sin ninguna identificación. Visten gorra, chaleco, cartuchera, botas altas…y lo peor de todo, tienen armas y hacen ostentación de ellas, vamos, que están equipados con lo que viene siendo el kit guerrillero completo. Se plantan en medio y me ordenan parar a un lado. Sólo estamos ellos y yo, por allí no hay ningún vehículo de policía ni nada similar. Lo primero que me viene a la cabeza es “…ojalá me equivoque, pero esto tiene muy mala pinta. Seguro que como mínimo me va a costar unos cuantos soles, o quizás pueda ser peor que eso…”. Uno de los hombres se acerca, apunta su arma hacia el suelo (todo un detalle por su parte) y dice:
-Buenos días, ¿como está?. Somos del ejército peruano (mal empezamos, no me creo nada, sus ropas no presentan identificación de ningún tipo) y estamos haciendo funciones de vigilancia en la ruta para evitar saqueos a los conductores.
-Buenos días, bien gracias ¿y ustedes?. ¿Es que es peligrosa esta pista?
-Bueno, no especialmente, pero últimamente ha habido algunos asaltos. Incluso hace una semana mataron a un compañero.
Lo que me cuenta ahora es verdad, aunque sólo en parte. Cuando estoy en un país intento estar al día y echar un vistazo a la prensa, y recordé que en Lima vi en un periódico la noticia de que habían matado a un militar, pero no fue en esta zona, había sido lejos de aquí. Por lo que leí, todos los indicios recaían en guerrilleros del grupo terrorista Sendero Luminoso que todavía actuaban en aquella zona, aunque ahora se dedican al narcotráfico. Mientras me cuenta esto veo que pasan un camión y un coche y a ellos nadie les manda detenerse, los cuatro nos rodean a la moto y a mí, y parece que sólo les importo yo. Esto me mosquea un poco más ¿seré su presa fácil del día?.
El hombre continua haciéndome más preguntas, esto más bien parece un interrogatorio: ¿de dónde viene? ¿a dónde va? ¿viaja solo? ¿de qué país es usted? ¿de España dice? ¿y entonces por qué la moto tiene matrícula peruana?. Yo intento ser cordial pero sin dejar de estar a la defensiva, sigo sin imaginar cómo va a terminar todo esto… Ya he pasado en otros países por la experiencia de que civiles armados me hayan ordenado parar. Siempre es una incertidumbre a lo qué pueda llevar esa situación en especial durante los primeros minutos, y nunca resulta agradable.
-Mire jefe ¿no le importaría darnos unos cuantos soles para ayudar a la familia del compañero que mataron?
-Ah, pues el caso es que solo tengo un billete de 50 para echar gasolina más adelante. Si ustedes tienen cambio, con gusto les daré una donación de 10 soles.
Pregunta a los compañeros y parece ser que entre todos no tienen billetes para darme cambio. Algo extraño. “Bueno, no se preocupe, no importa, puede continuar. Quizás encuentre más adelante otros compañeros que también le hagan parar”. Ya me siento más tranquilo y relajado, incluso les comento que si lo hacen, les diré que ya me han parado ellos para ver si así no me demoro mucho más. “Puede decirles que ha estado con Álvarez (o algo así), soy el jefe de este grupo, y le dejarán pasar sin problema”. Estoy deseando marcharme, pero como veo que mis temores iniciales han pasado, les pregunto si puedo tomarles una fotografía. Si les hubiera pedido dinero, no se habrían quedado tan perplejos ante mi petición…Se miran unos a otros y al final ¿Álvarez? ordena que todos posen para una foto, además lo hacen con orgullo y las armas bien visibles. Al final nos despedimos con un mútuo “que a todos nos vaya muy bacán (bien)”.
No volveré a encontrar ningún grupo de este tipo. Dos días después, contaré en Huaraz todo esto y me darán una explicación que me parecerá cierta.
Este no será el momento más delicado del viaje, al fin y al cabo, una vez pasado todo, mi miedo inicial nada tenía que ver con la realidad. Mucho peor será el susto que me llevaré días después al sur de Trujillo…Pero ya llegará ese momento.
Los pocos kilómetros que hoy debía hacer parecen no acabarse nunca, tanta parada hace que la media siga siendo exageradamente baja. Empiezo una ascensión, según el mapa es la que me llevará hasta la cima del Abra Carpish, a casi 3.000 m. Es muy larga, calculo que unos 20 k, empieza a hacer frío, dudo si parar a ponerme los forros térmicos. De repente aparece una densa y húmeda niebla, y ya no hay remedio. Tengo que detenerme, quitarme la chaqueta y el pantalón y montar los forros. El paisaje, lo que la niebla me permite ver, es grandioso, en algunos puntos la carretera tiene unos “hundimientos”, esa es la definición que aparece cuando están señalizados. Son los lugares por donde el agua que cae por las laderas de la montaña cruza la carretera. La mayoría tienen poca agua, pero en ocasiones baja tal cantidad que al cruzarlos ni veo el suelo. Casi en la cima tengo que atravesar un largo túnel, negro como la noche y estrecho, rezo para no ver venir de frente ninguna luz.
Al final del descenso está Huánuco. Antes de entrar tengo que cruzar un “hundimiento” de los importantes, por mucho que levanto los pies, no puedo evitar mojarme las botas y el pantalón.
La ciudad se fundó en mil quinientos y pico con el sonoro nombre de “La muy noble y leal ciudad de los Caballeros de León de Huánuco”. Para mí es grande, en algún lugar leí que tiene 200.000 habitantes, y a medida que me interno en ella, el tráfico se vuelve una locura.
Conduzco derecho a la Plaza de Armas, allí está el Gran Hotel Huánuco, mi destino. Miro el reloj, he tardado casi 5 horas, pero la etapa todavía no ha terminado… Cuando estoy a punto de meter la moto en el parqueadero, un mototaxi delante mio da un frenazo. Para evitar chocar con él, giro bruscamente a la izquierda, salvo un 4×4 aparcado a ese lado y me meto en el parking del hotel. Bajo, me quito el casco y la señora encargada de la puerta me llama, me dice que un señor (un hombre está junto a ella, pero en la calle) quiere hablar conmigo, ¿me conocerá de algo?. Pues no, evidentemente no es eso, resulta que es el dueño del enorme Toyota aparcado justo al borde de la entrada. Parece ser que al hacer mi maniobra he rozado con la moto en su paragolpes, puede ser verdad ya que el espacio era muy reducido.
Comprobamos lo que dice y efectivamente, mi maleta izquierda tiene un leve rayón y lo mismo la parte exterior derecha de su paragolpes, aunque su marca es más evidente y profunda. No quiero tener problemas, el hombre parece educado, razonable y tiene prisa, como yo vamos, y llegamos a un rápido acuerdo. Cien soles (unos 25 euros) pasan de mis manos a las suyas. Tendré que añadirlos a lo que me va a costar pasar la noche en el Gran Hotel Huánuco…
El hotel está muy bien, más caro que el de otros días, pero lo merece. La habitación y el desayuno son unos 45 euros. Una vez cambiado pregunto en recepción dónde puedo comprar la lámpara para la moto. Un hombre, que se presenta como el director del hotel, se interesa por mi viaje, le cuento algunas cosas y acto seguido manda llamar al jefe de mantenimiento para que, en un coche del hotel, me lleve a una tienda de recambios en la que me asegura encontraré la lámpara. Y efectivamente así es. Al regresar, el hombre que me ha acompañado pregunta si necesito ayuda para cambiar la bombilla, se lo agradezco, pero le digo que no es necesario, y le doy unos soles de propina. Gran detalle por parte del director eso de poner a mi disposición al jefe de mantenimiento.
En la misma plaza está la catedral, es de nueva construcción, y como durante todo el mes de octubre en Perú se celebra “El Señor de los milagros”, en su interior hay una misa especial, y el sábado, como en muchas ciudades peruanas, habrá una gran procesión.
Al saber que estoy en Huánuco, mis amistades de Lima me envían varios mensajes recomendándome visitar 2 lugares inevitables en la ciudad, bueno en realidad son 3, pero uno es para mañana. Los dos primeros están situados en una bocacalle de la plaza. Uno es un bar de tragos llamado la Shactería, lo localizo y me tomo un “jala-jala”, que me cuentan es un macerado de eucalipto, limón, hierbabuena, maracuyá y no sé qué clase más de aguardiente, pero el caso es que está riquísimo. Y el segundo es un sitio para cenar, el Huapri, donde sirven la mejor “salchipapa” de la ciudad. Pues ya es la hora, vamos allá.
Todas las mesas están llenas, señal que es sitio muy popular. Veo que la gente hace cola de a uno ante un mostrador y pregunto para qué. Hay que comprar un ticket por lo qué vayas a tomar y beber, así que es lo primero que hago y luego a esperar una mesa libre o que alguien te permita sentarte a ella. Hay una chica, Patricia se llama, que también está en mi misma situación. Empezamos a hablar y decidimos que cuándo quede una mesa libre, la compartiremos.
Mientras cenamos nos contamos los motivos de nuestros respectivos viajes. Es de Lima y trabaja en una empresa de certificaciones ISO, o algo así, y ha llegado hoy a Huánuco para unos trabajos. Tras la cena vamos a la plaza para ver un festival de danzas y músicas tradicionales. Esta muy animado, pero antes de medianoche ya estoy en el hotel. De buena gana me había quedado un poco más, pero no he olvidado que mañana debo salir todo lo temprano que pueda, ya que en Lima quedé con Luz, la profesora de la Universidad de Huaraz donde acepté dar un audiovisual, en que el jueves estaría lo antes posible allí. Entre ambas ciudades hay más de 300 k, y buena parte serán de trocha por las montañas. Por lo que mañana de nuevo ¡¡maaambo!!.
Esta noche nada de piscos, y mira que, después de tantos incidentes en tan pocos kilómetros (el puente roto, los tíos de las armas, el rozón al Toyota…) hoy si que tenía motivos para celebrar que todos se hayan quedado en simples anécdotas.
Saludos