Conrad
En rodaje
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Buenas!
Vengo a hablaros de un viaje que me propusieron unos conocidos y al que no me pude resistir, bajar por Marruecos hasta llegar al trópico de cáncer. Mi primera vez en el país del sur fue apenas 4 meses antes en coche, y la impresión más fuerte que me llevé fue la forma de conducir que tienen por allí, volví a casa convencido de que nunca más conduciría por aquellas carreteras. Poco les hizo falta para convencerme, apenas llevaba un año con mi moto y me apetecía experimentar nuevas rutas más allá de la vieja Europa.
Os dejo aquí un vídeo resumen de la experiencia por África y más abajo iré entrando poco a poco en detalles.
El plan era sencillo pero ambicioso, completar la ruta en 8 días de semana santa. Ellos salían de Granada pero yo empezaba por Zaragoza y decidí dejarme caer de paso por el valle del Jerte, que por aquella época estaba en su máximo esplendor. Sería una ruta para contar otro día, pero digamos que la disfruté cosa mala.
Llega el día en que empieza lo bueno, salimos de madrugada de Granada pensando que vamos bien de tiempo. Mis compañeros andan sobrados en su 800 pero yo no tanto con mi 650 limitada con neumáticos mixtos recién puestos que hacían cosas raras a más de 110km/h. Llegamos al ferry algo estresados para toparnos con una espera de casi dos horas. Al menos el trayecto fue corto, nada que ver con el día que me tomó unos meses atrás llegar a Italia en ferry.
Mi anterior viaje por Marruecos empezó en Marrakech hacia el sur, y ésa era mi imagen del país. Me llevo una sorpresa durante los primeros kilómetros por el norte al encontrarme un paisaje verde que podía pasar perfectamente por andaluz. Cogemos autopista cuando podemos y para el atardecer estamos conduciendo por unas carreteras despejadas con buen asfalto. A pesar del tute que nos metemos sobre la moto se nos acaba haciendo de noche, algo que será la nota dominante durante todo el viaje por el plan tan ambicioso que nos hemos marcado.
El primer tirón nos lleva a un camping más allá de Fez. Nos cuesta encontrar un lugar para cenar tan tarde, pero damos con un restaurante de carretera en el que raudos nos preparan una barbaridad de carne a la brasa montando la humareda del siglo. Nos volvemos doblados al camping. Me sonroja decirlo pero es la primera vez que paso la noche en una tienda de campaña desde la niñez, y me hace ilusión pero no os imagináis el frío que paso. Más al sur no habrá problema pero esa noche es jodida. A pesar de eso el tema motocamping me encanta y ya empiezo a soñar con otras rutas así.
Empezamos el día siguiente con buen ritmo y para el mediodía ya hemos cruzado el Atlas. Aquí es donde se aprecia de lleno el cambio entre norte y sur, pasando de las praderas de trigo verde al desierto pedregoso. Entramos en zona bereber y eso también se nota en las gentes y su arquitectura. Unos moteros españoles se paran a comer donde estamos nosotros y acabamos haciendo buenas migas con ellos, sobre todo porque les chivamos dónde conseguirse unas cervezas. También aprovecho la parada para comprarme una manta a modo de souvenir y de paso evitar pasar otra noche como la anterior, pero me volví a casa sin haber tenido que usarla.
Uno de los moteros que conocemos llevaba años en Marruecos y nos dice que el plan que tenemos de llegar a Zagora para ese día es más bien poco realista. Seguimos arrastrando el retraso provocado por la espera en el ferry. De todas formas continuamos la marcha hacia el sur, cruzando en perpendicular la carretera por la que pasé en coche unos meses antes en dirección a Merzouga. Aquella vez hice toda esa parte de noche así que lo que estoy viendo ahora es nuevo para mí.
Estamos fascinados con el paisaje desértico y no podemos resistirnos a una parada larga para hacer un poco el tonto. Yo voy cogiendo confianza con los neumáticos mixtos y me meto en todo lo marrón haciendo el cabra de tal forma que ni yo me explico cómo no me voy al suelo 10 veces. Mientras estoy ganduleando por la tierra se para un coche al lado de mis compañeros, aún no sé muy bien qué querían, supongo que curiosear nada más. Nos hacemos unas fotos y continuamos ruta.
Seguimos en medio de la nada y se nos hace de noche. Aún nos quedan dos horas para Zagora y no tenemos la certeza de poder encontrar un camping abierto por allí, así que al toparnos con uno en medio de la carretera decidimos asomarnos a preguntar. Una chica joven nos da un precio realmente bueno y aceptamos, acabará siendo prácticamente como acampar en pleno desierto pero al menos tenemos toma de corriente y un baño casi aceptable. La sorpresa vino a la mañana siguiente, cuando el padre de la chica se indigna al ir a pagar el precio acordado. Es un momento bastante incómodo y no es cuestión de alborotarse por unos míseros euros, así que le acabamos dando lo que pide, el doble de lo que hablamos la noche anterior.
Pasado el disgusto con el dueño del camping seguimos nuestro camino hacia el este en dirección a Zagora. Aumenta la sensación de estar en medio de la nada, cruzando el desierto por una interminable línea recta de asfalto. Carretera en bastante buen estado, por cierto. Aquí empezamos a separarnos, tenemos ritmos distintos, motos diferentes y las escenas que nos hacen parar no siempre son las mismas. Es cabalgando solo en un escenario como aquel cuando empiezo a encontrarme con las sensaciones que buscaba en ese viaje. Mi moto, yo y aquella hermosa desolación...suena idílico, y así se siente.
A media mañana volvemos a juntarnos y pasamos por un pueblo que surge de la nada de repente. La primera impresión ya es brutal, en el minuto 1.05 del vídeo podéis ver lo que te encuentras nada más llegar, un descampado que hace la función de cementerio local. Paramos en el centro y nos damos un paseo fotográfico por la calle principal. Mi ideal como fotógrafo viajero es pasar desapercibido pero allí era imposible, soy blanco vampiro, el traje de moto negro canta a la legua y llevo una cámara del tamaño de mi cabeza, soy un marciano que acaba de aterrizar en medio de su ciudad.
Paseando llegamos hasta un campo al lado del cementerio donde los niños juegan al fútbol. Allí se nos acerca un hombre joven y un compañero empieza a charlar con él, yo me quedo haciendo algunas fotos por aquí y por allá conforme voy cogiendo confianza. Veo que siguen charlando y me vuelvo con ellos. No recuerdo el nombre del muchacho, nos invita a su casa y mis compañeros ven la oportunidad de liberarse del material humanitario que les ocupaba una maleta entera, así que aceptamos y entramos en su casa mientras las motos se quedan fuera rodeadas por una miríada de niños.
Nos recibieron sus hijos y la suegra. Aquello era un apartamento con el garaje en la planta baja (el establo), el salón y las habitaciones en la primera y con la cocina más arriba, junto una terraza con vistas a todo el pueblo. Si me dicen que esa casa tiene dos mil años me lo creo, parecía que se vendría abajo en cualquier momento.
Allí montamos el despliegue de entrega de la ayuda. Sentimientos encontrados me invaden durante ese instante y el resto de la tarde, pero esta crónica tampoco es lugar para hablar de ello, me quedo con la sonrisa de aquella familia al recibir un regalo que no esperaban.
Continuamos ruta, pronto dejamos las casas atrás y volvemos al desierto. Después de casi dos horas de parada encuentro cierto alivio rodando de nuevo, es sobre la moto donde mejor me siento, estoy donde tengo que estar. Por fin llegamos a Zagora, allí nos metemos un buen homenaje en forma de tajine y pinchos. Aprovechamos también para hacer algunas copias de seguridad, revisar material y relajarnos. Aún quedaba mucho por delante.
Al poco de salir volvemos a separarnos, el paisaje me tiene muy impresionado y no puedo evitar pararme a retratarlo.
Poco después noto que la moto empieza a darme tirones, cada vez con más frecuencia. Me marca reserva llena, así que empiezo a imaginar que puede ser algo interno del motor. Mi cabeza se pone a pensar en las posibilidades, con suerte podrían arreglarlo en algún taller de allí y perder un día, le diría a mis compañeros que continuaran para no arrastrarles con mi retraso. Si era algo mayor tal vez tendría que buscarme la vida para repatriar la moto, lo que no veía nada fácil estando tan al interior. Los tirones continúan, veo que se me va a parar en cualquier momento. Voy pisando huevos para no caerme cuando la moto se ahogue del todo. El asunto se agrava en una curva y me digo a mí mismo que cuando la pase paro y llamo a los otros para comentárselo, y justo en ese momento les veo en una gasolinera a 50 metros. La moto llega a duras penas, le echo gasolina y parece responder bien. Será una mala lectura del indicador de combustible, aunque comparando con lo que había gastado la otra moto no me salen las cuentas.
Continuamos la marcha y de nuevo tardamos poco en separarnos, hacía un viento racheado intermitente con ráfagas bastante fuertes y mis compañeros deciden ir con cuidado. Yo aprendí a conducir en temporada de cierzo y estoy más familiarizado con esos vaivenes. Aquí es donde el paisaje me deja sin habla, conduciendo a través de un bosque de árboles dispersos silueteados por la luz apagada de un atardecer suavizado por la arena en suspensión. Estoy tan fascinado que me pasa justo lo contrario que antes, hago cientos de fotos mentales pero no paro a hacer ninguna con la cámara, no quiero romper el flow, está siendo un momento perfecto y así sigue durante dos horas, hasta que llego a Tata, la ciudad de destino.
***Continúa más abajo***
Vengo a hablaros de un viaje que me propusieron unos conocidos y al que no me pude resistir, bajar por Marruecos hasta llegar al trópico de cáncer. Mi primera vez en el país del sur fue apenas 4 meses antes en coche, y la impresión más fuerte que me llevé fue la forma de conducir que tienen por allí, volví a casa convencido de que nunca más conduciría por aquellas carreteras. Poco les hizo falta para convencerme, apenas llevaba un año con mi moto y me apetecía experimentar nuevas rutas más allá de la vieja Europa.
Os dejo aquí un vídeo resumen de la experiencia por África y más abajo iré entrando poco a poco en detalles.
El plan era sencillo pero ambicioso, completar la ruta en 8 días de semana santa. Ellos salían de Granada pero yo empezaba por Zaragoza y decidí dejarme caer de paso por el valle del Jerte, que por aquella época estaba en su máximo esplendor. Sería una ruta para contar otro día, pero digamos que la disfruté cosa mala.
Llega el día en que empieza lo bueno, salimos de madrugada de Granada pensando que vamos bien de tiempo. Mis compañeros andan sobrados en su 800 pero yo no tanto con mi 650 limitada con neumáticos mixtos recién puestos que hacían cosas raras a más de 110km/h. Llegamos al ferry algo estresados para toparnos con una espera de casi dos horas. Al menos el trayecto fue corto, nada que ver con el día que me tomó unos meses atrás llegar a Italia en ferry.
Estamos fascinados con el paisaje desértico y no podemos resistirnos a una parada larga para hacer un poco el tonto. Yo voy cogiendo confianza con los neumáticos mixtos y me meto en todo lo marrón haciendo el cabra de tal forma que ni yo me explico cómo no me voy al suelo 10 veces. Mientras estoy ganduleando por la tierra se para un coche al lado de mis compañeros, aún no sé muy bien qué querían, supongo que curiosear nada más. Nos hacemos unas fotos y continuamos ruta.
Seguimos en medio de la nada y se nos hace de noche. Aún nos quedan dos horas para Zagora y no tenemos la certeza de poder encontrar un camping abierto por allí, así que al toparnos con uno en medio de la carretera decidimos asomarnos a preguntar. Una chica joven nos da un precio realmente bueno y aceptamos, acabará siendo prácticamente como acampar en pleno desierto pero al menos tenemos toma de corriente y un baño casi aceptable. La sorpresa vino a la mañana siguiente, cuando el padre de la chica se indigna al ir a pagar el precio acordado. Es un momento bastante incómodo y no es cuestión de alborotarse por unos míseros euros, así que le acabamos dando lo que pide, el doble de lo que hablamos la noche anterior.
A media mañana volvemos a juntarnos y pasamos por un pueblo que surge de la nada de repente. La primera impresión ya es brutal, en el minuto 1.05 del vídeo podéis ver lo que te encuentras nada más llegar, un descampado que hace la función de cementerio local. Paramos en el centro y nos damos un paseo fotográfico por la calle principal. Mi ideal como fotógrafo viajero es pasar desapercibido pero allí era imposible, soy blanco vampiro, el traje de moto negro canta a la legua y llevo una cámara del tamaño de mi cabeza, soy un marciano que acaba de aterrizar en medio de su ciudad.
Paseando llegamos hasta un campo al lado del cementerio donde los niños juegan al fútbol. Allí se nos acerca un hombre joven y un compañero empieza a charlar con él, yo me quedo haciendo algunas fotos por aquí y por allá conforme voy cogiendo confianza. Veo que siguen charlando y me vuelvo con ellos. No recuerdo el nombre del muchacho, nos invita a su casa y mis compañeros ven la oportunidad de liberarse del material humanitario que les ocupaba una maleta entera, así que aceptamos y entramos en su casa mientras las motos se quedan fuera rodeadas por una miríada de niños.
Nos recibieron sus hijos y la suegra. Aquello era un apartamento con el garaje en la planta baja (el establo), el salón y las habitaciones en la primera y con la cocina más arriba, junto una terraza con vistas a todo el pueblo. Si me dicen que esa casa tiene dos mil años me lo creo, parecía que se vendría abajo en cualquier momento.
Allí montamos el despliegue de entrega de la ayuda. Sentimientos encontrados me invaden durante ese instante y el resto de la tarde, pero esta crónica tampoco es lugar para hablar de ello, me quedo con la sonrisa de aquella familia al recibir un regalo que no esperaban.
Continuamos ruta, pronto dejamos las casas atrás y volvemos al desierto. Después de casi dos horas de parada encuentro cierto alivio rodando de nuevo, es sobre la moto donde mejor me siento, estoy donde tengo que estar. Por fin llegamos a Zagora, allí nos metemos un buen homenaje en forma de tajine y pinchos. Aprovechamos también para hacer algunas copias de seguridad, revisar material y relajarnos. Aún quedaba mucho por delante.
Al poco de salir volvemos a separarnos, el paisaje me tiene muy impresionado y no puedo evitar pararme a retratarlo.
Poco después noto que la moto empieza a darme tirones, cada vez con más frecuencia. Me marca reserva llena, así que empiezo a imaginar que puede ser algo interno del motor. Mi cabeza se pone a pensar en las posibilidades, con suerte podrían arreglarlo en algún taller de allí y perder un día, le diría a mis compañeros que continuaran para no arrastrarles con mi retraso. Si era algo mayor tal vez tendría que buscarme la vida para repatriar la moto, lo que no veía nada fácil estando tan al interior. Los tirones continúan, veo que se me va a parar en cualquier momento. Voy pisando huevos para no caerme cuando la moto se ahogue del todo. El asunto se agrava en una curva y me digo a mí mismo que cuando la pase paro y llamo a los otros para comentárselo, y justo en ese momento les veo en una gasolinera a 50 metros. La moto llega a duras penas, le echo gasolina y parece responder bien. Será una mala lectura del indicador de combustible, aunque comparando con lo que había gastado la otra moto no me salen las cuentas.
Continuamos la marcha y de nuevo tardamos poco en separarnos, hacía un viento racheado intermitente con ráfagas bastante fuertes y mis compañeros deciden ir con cuidado. Yo aprendí a conducir en temporada de cierzo y estoy más familiarizado con esos vaivenes. Aquí es donde el paisaje me deja sin habla, conduciendo a través de un bosque de árboles dispersos silueteados por la luz apagada de un atardecer suavizado por la arena en suspensión. Estoy tan fascinado que me pasa justo lo contrario que antes, hago cientos de fotos mentales pero no paro a hacer ninguna con la cámara, no quiero romper el flow, está siendo un momento perfecto y así sigue durante dos horas, hasta que llego a Tata, la ciudad de destino.
***Continúa más abajo***
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