"Alfonso Ussía:
La velocidad.
Recuerdo los interminables viajes por carretera de mi niñez. Salida de Madrid en la madrugada, desayuno en Aranda de Duero, parada para comer en Vitoria, y ya con la tarde crecida, la llegada a San Sebastián. Aquel olor especial del túnel de Pancorbo, con el estómago vacío y la inevitable detención en Miranda de Ebro, siempre con el paso a nivel cerrado por culpa del tren que salía o que entraba en su frecuentada estación. Los verdes primeros de Salvatierra de Álava, y los rotundos y mareantes del puerto de Echegárate, con decenas de coches detenidos en el arcén y niños vomitando el mareo de sus curvas. El hedor, para mí fragancia, de la sosa cáustica al paso por Tolosa, y a jabón «Lagarto» en Lasarte a una legua de la capital de Guipúzcoa. Entre los verdes nuevos de Vasconia y los dorados y pardos de Castilla, más de un pinchazo. Si se cumplía el trayecto sin pinchar, la noticia corría como un gamo por los toldos, carpas y sombrillas de la playa de Ondarreta. –Ayer llegaron los Ussía y no pincharon en el viaje–. O al contrario. –Los Martos, seis pinchazos. Veinte horas de viaje–. Y a la mañana siguiente, en la playa, se apreciaba en los Martos el cansancio y el desánimo mientras aguardaban, como todos, el sonido de la sirena de las doce, señal acústica que abría el permiso para el baño de mar, ya con la digestión del desayuno razonablemente hecha. Porque los niños de mi tiempo hacíamos tres horas de digestión, y si alguno se saltaba la norma, se ahogaba.
Aquellos sí eran viajes. Y mucho me temo que con las medidas de reducción de la velocidad que pretende imponer la ministra Narbona, el retorno al pasado será un hecho incuestionable. Más que túnel de Pancorbo, túnel del tiempo, un tornatrás romántico y melancólico. La culpa la tiene Kioto. Hay que cumplir con Kioto, que está en Japón. Para viajar de Madrid a Santander, o a Bilbao, o a Málaga, o a Valencia es necesario pedir permiso a Kioto. Todo sea para reducir las emisiones de CO2, que son las emisiones que Kioto deplora. De nuevo los viajes interminables, las distancias que no se salvan, el sentido divino de los kilómetros que dio lugar al archiconocido diálogo entre el padre y el hijo. –Papá. ¿tú crees en el más allá?–; –pues claro que sí, hijo mío. ¿Cómo no voy a creer en el más allá si vivimos en Móstoles?–.
La ministra Narbona, la de las pieles –a Rosa Regás le ha gustado mucho la fotografía de sus chicas–, la ministra Narbona, la de las desaladoras, quiere que los coches no superen los cien kilómetros por hora en las autopistas y autovías, los ochenta en las carreteras y los treinta en las ciudades, pueblos y aldeas. Es decir, que para cubrir el trayecto entre el Paseo de Rosales y el de La Castellana, ambos en Madrid, se necesitarán varias horas. Ya estoy viendo a los aficionados al fútbol de Pozuelo de Alarcón preparando el viaje para llegar con puntualidad al partido de fútbol del Bernabéu del día siguiente. Un beneficio estético, sólo uno, aporta la medida. Desaparecerán del salpicadero de los coches los marcos con las fotografías de los niños bajo la leyenda «No corras, Papá». Y llegarán antes al Bernabéu los senderistas que los automovilistas. Eso sí, en los meses de calor, el Bernabéu olerá bastante a sudor y a pies. Y Kioto, feliz.
Los fabricantes de coches se dejarán de inventos, mejoras e innovaciones y lanzarán al mercado nuevos coches de pedales. Con unas buenas piernas, alguno superará el límite de los treinta kilómetros por hora y se le caerá el pelo. Ese tipo de imprudencias cae muy mal en Kioto. Y en lugar de Policía urbana o Guardia Civil de Tráfico, nos las tendremos que ver con agentes de Ecologistas en Acción perfectamente camuflados y dispuestos a saltar sobre el imprudente que pedalée a más de treinta y cinco kilómetros a la hora. Se me olvidaba. Tampoco se permitirá a los automovilistas detenerse para hacer pis en las cunetas. A Kioto le molesta una barbaridad lo del pis en las cunetas. La ministra Narbona, siguiendo instrucciones de «Ecologistas en Acción», establecerá la obligatoriedad de llevar en el interior de los vehículos un orinal por cada viajero que ocupe un asiento del coche, pero no un orinal cualquiera, sino el reglamentado por su departamento de orinales, en vías de constitución. Los orinales reglamentarios serán de loza y nunca de plástico. A Kioto, el plástico le pone de bastante mal humor.
De cualquier forma, un arrebato de melancolía. Aquellos niños de ayer somos ahora árboles decididos hacia el otoño. Pero siempre es bueno recordar los tiempos felices. Recuperar los viajes, los sabores de los viajes, los olores de los viales, el mero hecho de viajar. Cuatro días para cubrir el trayecto de La Coruña a Cádiz. Conoceremos mejor España. Y como siempre, gracias a los japoneses. "
ABC, viernes 27 de agosto de 2004.
cuanta razón tiene el jodío.