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Cuando perder quizá signifique ganar.
“En nuestros locos intentos renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser”; estas palabras de Shakespeare mantienen vigencia a pesar del casi medio milenio que pesa sobre ellas.
Cierto es que Londres se encuentra lo suficientemente alejado de Italia, y median entre los britanos y los italianos suficientes cordilleras para dispersar la voz clara y nítida con la que el literato aconsejó a los de Borgo Panigale que no traicionasen su propia esencia siglos antes de conocerlos.
La esencia de Ducati en Moto GP es el uso de un chasis de fibra de carbono y un motor que formaba parte del chasis; y si, digo formaba porque con la llegada del genio italiano de eterna sonrisa los cimientos de toda una fábrica, toda una forma de pensar, actuar o vivir ha sido modificada. Con Rossi todo ha cambiado.
Todo aquello que identifica a Ducati como una moto especial, como una máquina que bordea la franja del acceso al alma, como una artefacto que ha dejado de serlo para convertirse en un mito con personalidad propia, una muestra de que no solo la ciencia hace motos, que en el empeño por crear un artilugio que te permita rodar lo suficientemente rápido sobre una pista, quien la crea imprime algo de su esencia, lo más profundo de su empeño y algunos toques de alma y humanidad quedan impregnados en el basculante, chasis o el motor, todo ello ha cambiado. Ha dejado paso a la experiencia de quien ha ganado y se sabe ganador.
Rossi es el salvador de Italia, un piloto puramente italiano en una moto más italiana que la Mozarella; o quizás no. En todo caso así se le ha tomado y así es como se le ve en la fábrica de Borgo Panigale. Sus palabras emanan simpatía, sabiduría, experiencia contrastada y talento, muchísimo talento. En la obnubilada escucha de las palabras del de Tavullia, quienes se encargan de crear motos de competición dejaron sin darse cuenta por el camino, un resto de esencias que identificaba a la Ducati como una moto diferente. Por consuelo siempre quedará pensar a los románticos de la marca, que quizá los aparejos caídos indicarán el rastro de vuelta a las esencias como hiciera Pulgarcito. Todo ello, siempre y cuando Valentino no consiga extraer la capacidad competitiva de la moto italiana; cosa que se antoja imposible dado el talento del piloto. La victoria lo perdona todo.
Sin embargo las pérdidas de identidad de la moto la asemejan más a sus rivales niponas, humanizan un complejo ingenio que se acercará así a motos que han dominado desde que Stoner hubiese ganado con la Ducati. El proceso de asimilación informativa y cambio sistemático se inició en el momento en que vimos como Valentino no era competitivo. Los argumentos que esgrimía eran lo suficientemente lógicos como para que todos entendamos que nadie puede jugarse el pellejo en una moto de la que no se fía, quizá para ser más concretos la pérdida de confianza se debe a la poca información que transmite el tren delantero al piloto y de un control de tracción tan intrusivo que hace de ciertas maniobras actos de fe. Un motor que desarrolla una fuerza desmedida ha de ser controlado por una electrónica fuerte, si bien el intrusismo de esta se produce de forma tan brusca que el piloto pierde toda sensación de seguridad acercándose peligrosamente al umbral del riesgo.
Con la misma presteza con que Valentino transmitía a los ingenieros italianos las quejas sobre la moto, estos se adaptaban a las nuevas configuraciones que les indicaba su piloto; de manera que fueron desmontando una moto italiana para crear una moto japonesa más cercana a la Honda de Pedrosa que a la Ducati de Stoner. Se fue desmontando la fiera de Borgo Panigale, la que pide fe en cosas que el instinto te niega para crear una discípula de aquella música que media los tiempos con tres diapasones y que tantas mañanas de gloria dio a “Vale”.
La identidad fue quedando por el camino hasta llegar a hoy. Pese a todo el abandono del modelo de Stoner puede que no sea un paso atrás para los italianos, pues dado el talento de Valentino es imposible dudar de la capacidad para convertir una moto lenta y rebelde en una maquinaria digna de la precisión de cualquier reloj suizo.
Los resultados indicarán si fue un acierto o la locura de ganar acabó con la esencia de una moto.

Cuando perder quizá signifique ganar.
“En nuestros locos intentos renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser”; estas palabras de Shakespeare mantienen vigencia a pesar del casi medio milenio que pesa sobre ellas.
Cierto es que Londres se encuentra lo suficientemente alejado de Italia, y median entre los britanos y los italianos suficientes cordilleras para dispersar la voz clara y nítida con la que el literato aconsejó a los de Borgo Panigale que no traicionasen su propia esencia siglos antes de conocerlos.
La esencia de Ducati en Moto GP es el uso de un chasis de fibra de carbono y un motor que formaba parte del chasis; y si, digo formaba porque con la llegada del genio italiano de eterna sonrisa los cimientos de toda una fábrica, toda una forma de pensar, actuar o vivir ha sido modificada. Con Rossi todo ha cambiado.
Todo aquello que identifica a Ducati como una moto especial, como una máquina que bordea la franja del acceso al alma, como una artefacto que ha dejado de serlo para convertirse en un mito con personalidad propia, una muestra de que no solo la ciencia hace motos, que en el empeño por crear un artilugio que te permita rodar lo suficientemente rápido sobre una pista, quien la crea imprime algo de su esencia, lo más profundo de su empeño y algunos toques de alma y humanidad quedan impregnados en el basculante, chasis o el motor, todo ello ha cambiado. Ha dejado paso a la experiencia de quien ha ganado y se sabe ganador.
Rossi es el salvador de Italia, un piloto puramente italiano en una moto más italiana que la Mozarella; o quizás no. En todo caso así se le ha tomado y así es como se le ve en la fábrica de Borgo Panigale. Sus palabras emanan simpatía, sabiduría, experiencia contrastada y talento, muchísimo talento. En la obnubilada escucha de las palabras del de Tavullia, quienes se encargan de crear motos de competición dejaron sin darse cuenta por el camino, un resto de esencias que identificaba a la Ducati como una moto diferente. Por consuelo siempre quedará pensar a los románticos de la marca, que quizá los aparejos caídos indicarán el rastro de vuelta a las esencias como hiciera Pulgarcito. Todo ello, siempre y cuando Valentino no consiga extraer la capacidad competitiva de la moto italiana; cosa que se antoja imposible dado el talento del piloto. La victoria lo perdona todo.
Sin embargo las pérdidas de identidad de la moto la asemejan más a sus rivales niponas, humanizan un complejo ingenio que se acercará así a motos que han dominado desde que Stoner hubiese ganado con la Ducati. El proceso de asimilación informativa y cambio sistemático se inició en el momento en que vimos como Valentino no era competitivo. Los argumentos que esgrimía eran lo suficientemente lógicos como para que todos entendamos que nadie puede jugarse el pellejo en una moto de la que no se fía, quizá para ser más concretos la pérdida de confianza se debe a la poca información que transmite el tren delantero al piloto y de un control de tracción tan intrusivo que hace de ciertas maniobras actos de fe. Un motor que desarrolla una fuerza desmedida ha de ser controlado por una electrónica fuerte, si bien el intrusismo de esta se produce de forma tan brusca que el piloto pierde toda sensación de seguridad acercándose peligrosamente al umbral del riesgo.
Con la misma presteza con que Valentino transmitía a los ingenieros italianos las quejas sobre la moto, estos se adaptaban a las nuevas configuraciones que les indicaba su piloto; de manera que fueron desmontando una moto italiana para crear una moto japonesa más cercana a la Honda de Pedrosa que a la Ducati de Stoner. Se fue desmontando la fiera de Borgo Panigale, la que pide fe en cosas que el instinto te niega para crear una discípula de aquella música que media los tiempos con tres diapasones y que tantas mañanas de gloria dio a “Vale”.
La identidad fue quedando por el camino hasta llegar a hoy. Pese a todo el abandono del modelo de Stoner puede que no sea un paso atrás para los italianos, pues dado el talento de Valentino es imposible dudar de la capacidad para convertir una moto lenta y rebelde en una maquinaria digna de la precisión de cualquier reloj suizo.
Los resultados indicarán si fue un acierto o la locura de ganar acabó con la esencia de una moto.
