Hay un error de principio en esas cuentas.
Y ello dejando de lado el engaño o la incompetencia de esas páginas para dar lo que ofrecen.
Es evidente que si pronunciásemos un nombre se nos ofrecería de inmediato su total conocimiento.
Pero nuestros nombres no son verdaderos nombres, sino simples apelaciones por las que nos llama la gente.
Es igual que con las cosas; tenemos unos sonidos para designarlas, sonidos que varían según el sitio, el idioma, las preferencias, etc.
A una cosa con un motor y cuatro ruedas lo llamamos coche, o automóvil, o car, o vuatir, o sayara, o de otras mil formas.
Pero ninguno de estos sonidos intenta articular su nombre verdadero, si es que algo tiene un nombre que responda a lo que es, sino sólo darnos una referencia imperfecta sobre un objeto.
Por eso, esos reclamos están llamados al fracaso: para realizar una tarea difícil pero imaginable, como lo es manifestar la personalidad de un individuo, o incluso conocer su futuro, te piden que les facilites lo más difícil: nada menos que el nombre.
Y si lo conocieses, sería supérfluo recurrir a sus servicios.
Vssssss