Ya procuro yo no salpicarme, ya, Miki... El truco está en que cuando ves que la serpiente de un solo ojo va a escupir, la tuerzas la cabeza para otro lado. ¡Claro! Si te quedas mirando igual sí que te deja ciego. ¡Hostias!
SONETO. LA CANCIÓN DEL PAJERO
A un cura ufano, del pueblo de CíclopeBizco-cho
Muy posible es que así pasara,
al cura aquel que promovió el mito,
el mito de que hacerse pajas,
te puede hacer quedar cieguito.
Cuando veas a la serpiente ir a esputar,
su cabeza ¡Vive Dios! has de apartar,
no vaya a ser que por la curiosidad
pierdas agudeza en tu vista, maldito.
Bien pudo llamarse, aquel cura, don Ahíto.
(Ya lo apañaremos)
¡Ay, cacho lilas! Pero, entre una paja, un cohete de al contao, y un cohete de a plazos pa toa la vida, ¿con qué os quedáis? Sí, hay un último tipo de cohete: el cohete de si te he visto no me acuerdo. Pero este es el cohete de las pelis de ciencia-ficción.
Que no que no, que os bailéis otra. Que a cohetes no ampliais el horizonte de gente conocida. ¡Vive Dios que no, bergantes!
ESCENA XII (Primera Parte - Acto I)
(fragmento: D. Juan relata su historia)
DON JUAN:
Como gustéis, igual es,
que nunca me hago esperar.
Pues, señor, yo desde aquí,
buscando mayor espacio
para mis hazañas, di
sobre Italia, porque allí
tiene el placer un palacio.
De la guerra y del amor
antigua y clásica tierra,
y en ella el Emperador,
con ella y con Francia en guerra,
díjeme: «¿Dónde mejor?
Donde hay soldados hay juego,
hay pendencias y amoríos».
Di, pues, sobre Italia luego,
buscando a sangre y a fuego
amores y desafíos.
En Roma, a mi apuesta fiel,
fijé entre hostil y amatorio,
en mi puerta este cartel:
Aquí está don Juan Tenorio
para quien quiera algo de él.
De aquellos días la historia
a relataros renuncio;
remítome a la memoria
que dejé allí, y de mi gloria
podéis juzgar por mi anuncio.
Las romanas caprichosas,
las costumbres licenciosas,
yo gallardo y calavera,
¿quién a cuento redujera
mis empresas amorosas?
Salí de Roma por fin
como os podéis figurar,
con un disfraz harto ruin
y a lomos de un mal rocín,
pues me quería ahorcar.
Fui al ejército de España;
mas todos paisanos míos,
soldados y en tierra extraña,
dejé pronto su compaña
tras cinco o seis desafíos.
Nápoles, rico vergel
de amor, de placer emporio,
vio en mi segundo cartel:
Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él.
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba,
y cualquier empresa abarca
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hubo escándalo ni engaño
en que no me hallara yo.
Por dondequiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo razón ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.
A esto don Juan se arrojó,
y escrito en este papel
está cuanto consiguió,
y lo que él aquí escribió,
mantenido está por él.
José Zorrilla