Aún en los tiempos que corren, es poco frecuente ver a una mujer con su moto de gran cilindrada, y aún en los tiempos que corren, algunos se sorprenden al verlas pilotar.
¿Realmente creéis que es algo limitado a hombres?
Cada vez somos más las féminas que nos embarcamos en éste mundo considerado para el sexo masculino.
Por eso, he creído oportuno incluir éste artículo, donde entrevistan a Killa de Cádiz, para animar a todas las mujeres que les apasiona éste mundo y no se deciden a incluirlo en sus vidas.
Saludos
La gaditana Juncal, de 47 años, es la mejor prueba de que las motos no son sólo cosa de hombres. Es un ejemplo de que los moteros no son personas incívicas, pendencieras y adictas al riesgo. Toda su familia es como una gran comunidad de aficionados al motor. Tanto que uno de sus hermanos fue campeón de España de Rallyes a principios de los 90.
Su primer contacto con una moto fue con sólo ocho años, cuando condujo por los carriles del Pinar de los Franceses una Montesa Cota 25. Un recuerdo que jamás olvidará. «Esa moto tenía tres marchas y fue increíble, pero con la que de verdad aprendí a conducir fue con la Bultaco Chispa 25 que le regalaron a mi primo por su cumpleaños. Me pasaba todo el tiempo carril abajo, carril arriba», rememora Juncal.
Fueron sus dos primeras motos de una lista casi interminable. El amor que Juncal tiene por las motos se aprecia cuando recita de memoria las marcas y kilómetros que le hizo a cada una de las máquinas que ha pilotado. «Mis padres no me dejaban tener una moto grande y sólo tenía scooters. Recuerdo que tenía una Vespa 125 Primavera que gripé como siete u ocho veces. No fue hasta los 27 años, tras morir mi padre, cuando me compré una Kawasaki GPZ 600 R. Me costó 850.000 pesetas y le hice 86.000 kilómetros en tres años», evoca Juncal.
Luego, vendría una Yamaha FZR 1.000 EXUP, que le costó 1.415.000 pesetas de hace 16 años y a la que le arrancó 128.000 kilómetros. Juncal lleva acumulados kilómetros en moto para dar la vuelta al mundo más de diez veces. Una experiencia que le permite juzgar las transformaciones que ha sufrido la afición en los últimos años. «Antes iba a concentraciones a cualquier parte de España. Estábamos en Cádiz y nos enterábamos de que había un encuentro en Pontevedra y tirábamos para allá sin pensarlo. Conducíamos toda la noche si hacía falta. Pero ya no voy a esos sitios porque hay mucha gente que va a salvajear y a emborracharse. A lo mejor, sólo son cien motoristas de tres mil, pero fastidian a todos. Las motos son libertad, conocer gente y lugares y disfrutar de la conducción, pero sin arriesgar la vida», resume.
Ese estilo de pilotaje le ha permitido sacar el máximo jugo a sus motos y haber sufrido sólo dos caídas en toda una vida montada en una máquina que puede superar los 200 kilómetros por hora. «La única vez que me caí en carretera fue en Cádiz, al salir de un semáforo y por no atropellar a un señor mayor. Entonces me rompí la cadera. En el circuito me caí hace poco y me rompí los dos meñiques. Entonces decidí no ir al circuito a hacer más tandas porque está masificado», dice.
Esta experimentada motera asegura que nunca ha sentido discriminación por ser mujer en un mundo de hombres. «Es cierto que hay una motorista por cada diez hombres, pero ambos pilotamos igual. Algunos hombres no soportan que andemos más que ellos, pero yo no me pico y todo solucionado», asegura Juncal mientras monta en su nueva Yamaha R1 SP, la número 392 de una serie limitada de la que sólo existen 500 en toda Europa y ocho de ellas en España. Una máquina a la altura de una motera, que demuestra que las dos ruedas no son sólo cosa de hombres.
¿Realmente creéis que es algo limitado a hombres?
Cada vez somos más las féminas que nos embarcamos en éste mundo considerado para el sexo masculino.
Por eso, he creído oportuno incluir éste artículo, donde entrevistan a Killa de Cádiz, para animar a todas las mujeres que les apasiona éste mundo y no se deciden a incluirlo en sus vidas.
Saludos

La gaditana Juncal, de 47 años, es la mejor prueba de que las motos no son sólo cosa de hombres. Es un ejemplo de que los moteros no son personas incívicas, pendencieras y adictas al riesgo. Toda su familia es como una gran comunidad de aficionados al motor. Tanto que uno de sus hermanos fue campeón de España de Rallyes a principios de los 90.
Su primer contacto con una moto fue con sólo ocho años, cuando condujo por los carriles del Pinar de los Franceses una Montesa Cota 25. Un recuerdo que jamás olvidará. «Esa moto tenía tres marchas y fue increíble, pero con la que de verdad aprendí a conducir fue con la Bultaco Chispa 25 que le regalaron a mi primo por su cumpleaños. Me pasaba todo el tiempo carril abajo, carril arriba», rememora Juncal.
Fueron sus dos primeras motos de una lista casi interminable. El amor que Juncal tiene por las motos se aprecia cuando recita de memoria las marcas y kilómetros que le hizo a cada una de las máquinas que ha pilotado. «Mis padres no me dejaban tener una moto grande y sólo tenía scooters. Recuerdo que tenía una Vespa 125 Primavera que gripé como siete u ocho veces. No fue hasta los 27 años, tras morir mi padre, cuando me compré una Kawasaki GPZ 600 R. Me costó 850.000 pesetas y le hice 86.000 kilómetros en tres años», evoca Juncal.
Luego, vendría una Yamaha FZR 1.000 EXUP, que le costó 1.415.000 pesetas de hace 16 años y a la que le arrancó 128.000 kilómetros. Juncal lleva acumulados kilómetros en moto para dar la vuelta al mundo más de diez veces. Una experiencia que le permite juzgar las transformaciones que ha sufrido la afición en los últimos años. «Antes iba a concentraciones a cualquier parte de España. Estábamos en Cádiz y nos enterábamos de que había un encuentro en Pontevedra y tirábamos para allá sin pensarlo. Conducíamos toda la noche si hacía falta. Pero ya no voy a esos sitios porque hay mucha gente que va a salvajear y a emborracharse. A lo mejor, sólo son cien motoristas de tres mil, pero fastidian a todos. Las motos son libertad, conocer gente y lugares y disfrutar de la conducción, pero sin arriesgar la vida», resume.
Ese estilo de pilotaje le ha permitido sacar el máximo jugo a sus motos y haber sufrido sólo dos caídas en toda una vida montada en una máquina que puede superar los 200 kilómetros por hora. «La única vez que me caí en carretera fue en Cádiz, al salir de un semáforo y por no atropellar a un señor mayor. Entonces me rompí la cadera. En el circuito me caí hace poco y me rompí los dos meñiques. Entonces decidí no ir al circuito a hacer más tandas porque está masificado», dice.
Esta experimentada motera asegura que nunca ha sentido discriminación por ser mujer en un mundo de hombres. «Es cierto que hay una motorista por cada diez hombres, pero ambos pilotamos igual. Algunos hombres no soportan que andemos más que ellos, pero yo no me pico y todo solucionado», asegura Juncal mientras monta en su nueva Yamaha R1 SP, la número 392 de una serie limitada de la que sólo existen 500 en toda Europa y ocho de ellas en España. Una máquina a la altura de una motera, que demuestra que las dos ruedas no son sólo cosa de hombres.