DÍA 7: Boumalne Dades-MARRAKECH 393 kms “el río, el Atlas, el zoco”
BlackRider es un viajero como aquellos que salían en las películas antiguas. Le da igual dónde esté y cómo haya llegado hasta allí: cuando llega, nadie sabe cómo, saca de sus doloridas maletas una camisa y un pantalón que cualquiera juraría recién planchados; cual Clark Gable se peina con intransigente ralla a un lado y se pasea por el lugar en cuestión con olor a algún perfume europeo.
Eso sí, cuando cambia el lino por la cordura y el gore-tex olvidaros del párrafo anterior, pierde todo el glamour
En los albores del día, tras zumo, té, tostadas, miel, croissant y algunas viandas más, los viajeros toman rumbo a las archiconocidas gargantas del Dades y rápidamente descubren que en el país de los mil paisajes, de los mil desiertos, todavía quedan sorpresas cromáticas:
Oteando el horizonte descubrimos montañas de seca tierra, un valle verde con almendros en flor, las inevitables kasbas, el río Dades… una locura de colores.
Y en pocos kms estamos en la garganta, en la espectacular garganta en las que ni fotos ni palabras pueden hacer justicia a lo que vimos. Pero menos es nada.
Y tuvimos que dar la vuelta para dirigirnos hacia Marrakech, donde habríamos de volver a reunirnos con nuestros lusos amigos, no sin antes acordarnos de Pavillo “si continúas la carretera paralela al Dades, ésta se transforma en pista y sube por la montaña para unirse allí con la pista que baja para reunirse con el Todra”. Como tantas otras cosas, lo tuvimos que dejar para otra ocasión, amigo.
Y rumbo a una de las ciudades imperiales nos encontramos con este cartel evocador de tiempos pasados…
Nos encontramos con buenas excusas para descansar y preguntarnos qué nos deparará la ruta…
El descanso del viajero
Esta carretera que lleva primero a Ouarzazate para después atravesar el Atlas y caer en mitad de Marrakech, está cruzada por numerosos ríos, anunciados por la señal que aparece a la derecha. Cuando el río no está seco y lleva caudal (el día anterior, saliendo de Zagora, pudimos comprobar como uno de ellos se secó de un día para otro prácticamente) cruza la carretera por encima del asfalto y no por debajo de un puente como sucede en otras latitudes, y se indica con esa especie de pretil blanco y rojo a ambos lados de la carretera.
Aunque también es verdad que algún río sí llevaba agua
Llegar hasta Ouarzazate no fue complicado. La ciudad, grande, moderna, no tuvo ocasión de acogernos como hubiera merecido la pena pues el tiempo apremiaba. En un semáforo la fortuna nos brindó la posibilidad de conocer a una española que vivía allí regentando un hotel del que me habían hablado maravillas (del hotel y, a decir verdad, de la española) Darkamaan “La Casa de la Luna”
Vimos desde la carretera los estudios de cine donde se han grabado muchas producciones cinematográficas (oh, horror, Casablanca se rodó íntegramente en California… ) y comenzamos lo que habría de ser uno de los platos fuertes del viaje:
Desde Ouarzazate hasta Marrakech hay aproximadamente 200 kms (alguno más). No exagero si digo que 100 kms son de subida y 100 kms son de bajada!!! Pedazo de puerto para atravesar el Atlas!!!! Impresionantísimo puerto!!! Curvas de mil formas distintas, interminables, rápidas, lentas, cerradas, abiertas, con ríos, con precipicios… yo querría pasar por allí todos los fines de semana!
Elisa y Rui, mientras tanto atravesaban este mismo puerto de esta forma:
Y llegamos a Marrakech
Marrakech fue distinta a todo lo que habíamos vivido hasta entonces; aglomeraciones, muchísimo tráfico, problemas para encontrar un hotel (y eso que nos queríamos dar un homenaje en un hotel caro, pero ni por esas). Aquí descubrimos cómo se circula en ciudad en el país vecino; lo importante es avisar, tocas la bocina y te metes por donde quieras, izquierda, derecha, rotonda, semáforo… da todo igual, tú has tocado la bocina y tienes preferencia, y los demás lo saben.
Y así nadie se enfada, solamente el turista intransigente se atreve a hacerlo.
Y para cruzar andando una calle con varios carriles lo mismo pero sin bocina. Solamente tienes que empezar a cruzar, como si no hubiera coches. Ellos se van parando. Es algo difícil de explicar pero yo lo hice. Me sentía como Moisés en el Mar Rojo
El problema vino un poco más tarde cuando en vez de Moisés me sentía como Indiana Jones.
Me pareció que sería buena idea dar una vuelta con las motos por la medina y los zocos, el corazón del viejo barrio árabe de Marrakech. BlackRider que ya me conoce y sabe en qué líos acostumbro a meterme, intentó disuadirme pero… pero ya nos habíamos perdido. Al doblar alguna esquina desapareció cualquier recuerdo al mundo occidental, las calles se transformaron todas en estrechísimas, nadie nos entendía o nadie nos quería entender y no había lógica para salir de allí.
El olor de estos zocos es muy característico, y mires a donde mires hay mil colores desordenados, hay mil ojos mirándote, suenan oraciones y rezos a través de altavoces colocados por las esquinas y allí estábamos Epi y Blas con nuestras motos, con nuestra cara de susto y con nuestra aventura a cuestas...
Marrakech es mucho más bonita a pie. Esperando a nuestros amigos pudimos disfrutar de la plaza Jemaa el-Fna por la noche, llena de restaurantes ambulantes de los que no quedaba ni rastro por la mañana, llena de ruidos, colores y olores, llena de gente, llena de Marruecos. Un lugar peculiar esta plaza…