Hola, os pongo mi tostón. Ya escribí sobre esto en mi blog allá por el 2010.
El 11 de Julio de 2003 fue una gran fecha, un día que sin darme cuenta marcó un antes y un después en mi vida. Ya me lo decía mi padre, quien en cierto modo fue el percusor de que ese día fuera único, absoluto e incomparable.
El 11 de Julio de 2003 obtuve mi permiso para conducir motos.
En mi familia siempre han habido motos, mi padre recuerda cuando él y sus dos hermanas iban en la Harley Davidson con side car que tenía mi abuelo.
Mi padre de joven se sacaba unos duros llevando a los pescadores desde las torres de serranos hasta el puerto en su Lambretta (Valencia).
Luego pasaron unos años en los que no hubo moto en casa, pero seguía comprándose día tras día revistas de motos, observando cada detalle de los modelos que aparecían, anhelando que llegase el momento indicado para poder volver soltar sus melenas al viento, ya caducas por la edad.
Yo que aún tenía el carnet de coche, rulaba con una Derbi Atlantis que me regaló mi primera novia. Salía todas las mañanas a las 07:00 de casa para poder llegar a Catarroja a las 08:00, la verdad que aquél pequeño ciclomotor de 49cc me permitió sentir aquello que tanto me contaba mi padre acerca de ir en moto, y fue entonces cuando el veneno de la moto se me metió en vena para nunca más salir.

FOTO: DERBI ATLANTIS CHUSQUERA COMO LA QUE TENÍA YO
Llegó el año 1998 y fue entonces cuando llegó a casa la primera gran moto, una flamante Harley Davidson Sportster XL Custom del 95 aniversario, una serie limitada de 3000 motos en todo el mundo y nosotros éramos los orgullosos propietarios de una de esas joyas.
Observaba como mi padre se subía, se enfundaba en su chaqueta de cuero y me decía adiós con la manita un Viernes por la tarde, para volverlo a ver el Domingo rozando la media noche con una sonrisa que no le entraba en la cara, de oreja a oreja.
Yo solo hacía que mirar la moto con los ojos abiertos de par en par y me imaginaba algún día montado sobre esa maquina mientras llevaba la misma sonrisa de idiota de lado a lado de la cara.
En el año 2000 me saqué el carnet de coche, ¿porqué tardé tanto en sacármelo? no lo recuerdo, pero seguramente sería por falta de fondos. Inmediatamente después quise sacarme el carnet de moto, pero me aconsejaron en la auto escuela que si no me corría excesiva prisa, me esperase para que me convalidasen el circuito abierto, y así solo tener que hacer un breve teórico de 14 preguntas y un sencillo examen práctico de circuito cerrado.
Y así fue como tras pasar dos años y pico me puse a ello. El examen fue sumamente sencillo, y para verano del 2003 ya tenía mi permiso de circulación, en esas mismas fechas mi padre compraba una nueva Harley Davidson, la Road King del 100 aniversario, una maquina increíble, pero que carecía del encanto de su hermana pequeña.
Así pues en los años sucesivos fui el orgulloso conductor (que no propietario) de una HD. Fueron unos años muy bonitos, pues coincidía con mi tardía entrada en la universidad, así que iba y venía todos los días a la facultad con la moto . . . lo recuerdo como una de las etapas más bonitas de mi vida.
Tuve algunos tropiezos, un par de caídas tontas, un accidente sin importancia y otro bien gordo con ambulancia incluida, pero aún así no dejé de ir nunca encima de ella.
Recuerdo que muchas de las clases de la facultad las pasaba en el taller de nuestro mecánico Juan Urios, un tipo como pocos, que dejó todo lo que le ataba aquí en España para ir a cumplir su sueño al otro lado del charco y ser mecánico de Harley Davidson, a su vuelta a España montó su taller y nosotros fuimos uno de sus primero clientes. El momento más jodido fue cuando traspasó el taller, le perdí la pista y ya no tenía donde llevar mi HD, los nuevos que se metieron en su taller no me gustaban nada, y el concesionario HD oficial de Valencia era un auténtico saca dineros. Así que después de mi último encontronazo con el señor asfalto, la Sportster se quedó durmiendo en el garaje de mi casa hasta que encontrase al principe azul adecuado que la pusiera a punto.
Durante un par de años estuve llevando la Road King, mi padre se había hecho algo mayor, y le costaba un poco llevar semejante monstruo . . . pero yo seguía anhelando la Sportster, me evocaba una época de mi vida maravillosa y que nunca más iba a revivir, era un nexo con mi pasado ya vivido, que perdería en el recuerdo si no conseguía encontrar a su príncipe azul.
Un día buscando por foros de internet encontré de nuevo a mi mecánico de toda la vida, Juan Urios había vuelto, se había montado un taller móvil y no tardé un segundo en volver a ponerme en contacto con él
www.sholution.es
Al día siguiente entraba Juan por la puerta de mi oficina, unos apretones de manos, unas palabras para ponernos al día de nuestras vida y al tajo. Le conté lo que quería, restaurar la Sportster en la medida de mis posibilidades económicas, así que fuimos a mi garaje, le metió una pequeña carga a la batería y la arrancó . . . casi se me cayeron las lágrima de la emoción . . . habían pasado algo más de dos años desde que escuchaba ese dulce ronroneo de los escapes, algo que creí que tardaría muuuuuucho en volver a escuchar.
Ya con la moto cargada en su furgón, se despidió de mi asegurándome que en una semana aproximadamente tendría el presupuesto claro.
A la semana mandó el presupuesto y le di el visto bueno, la agüela (como cariñosamente llamábamos a la Sportster) iba a recuperar su mejores años.
A los dos días de haberse llevado la moto me acerqué al taller de Juan y allí estaba, desvencijada, desnuda, en el chasis, sin depósito, sin guarda barros, con el motor a medio montar y piezas colgando de todos lados, casi se me cae el alma a los pies.
Fue "complicado" encontrar un pintor que se atreviera a meterle mano a la pintura, pues todos decían que era demasiado complicado . . . y los cromados los enviamos a una empresa de Barcelona.
Los días pasaban, y yo iba haciendo visitas al taller de Juan, recordando aquellos años de facultad en los que me sentaba en una esquina del taller mientras el arreglaba motos y hablábamos de todo un poco, constantemente le preguntaba cosas de mecánica, e incluso metía un poco las narices en lo que estaba arreglando para aprender un poco sobre mecánica. Poco a poco los recambios fueron llegando, primero los intermitentes, después los retrovisores, las manetas, los puños . . . hasta el gran día en el que Juan me llamó para darme la buena notica -ya han llegado los cromados y la pintura-. No tardé ni cinco minutos en ir a su taller, y allí estaba la agüela, esperándome, deseando que la volviera a sacar rodando a que le diera el aire.
Me senté en ella y sentí ese escalofrió que recorrió mi espalda siete años atrás, estaba tal cual la imaginaba en mis sueños, y estaba deseando que la arrancara para hacerla rugir.
De camino a casa no quitarme esa sonrisa estúpida que llevaba de lado a lado de la cara, durante dos largos años había permanecido bajo una lona negra cubierta de polvo, esperando el momento de poderme hacer recordar aquellas primeras sensaciones que me transmitió hace siete años.

FOTO: ORIGINAL DE 1998

FOTO: TRAS LA RESTAURACIÓN 2010

FOTO: TRAS LA RESTAURACIÓN 2010
Y ahora soy el feliz propietarios de una GSA desde el 2010; algo más de 70.000Km y recorriendo el mundo con ella. ¿Menudo cambio verdad?...no es que haya tenido muchas monturas, pero la verdad es que todas las que he tenido me han dejado muy buenos recuerdos.
Gracias agüela.