Soy de los que empezaron con Larios y el Dyc y metiéndome en el cuerpo viajes de 300 kms con un vespino para ir a visitar a la novia desde Zaragoza a Cambrils. 14 añicos y sin casco. Todo mejoró con la Puch Minicros, casco ya obligatorio
y ya dando sorbitos de JB y Tanqueray. Tras 45 años de copas y de motos acabé dándole al Zacapa, al Ron de Caña y al Lagavulin y una moto nueva de la marca de esta casa que disfrunté muchísimo durante 12 años. Cada vez me costaba más digerir los selectos destilados y mover con soltura 250 kilos de hierros. Decidí entonces volver al rico gintonico con mucho cuidadico, al agua clara de la fuente y la cerveza suave. Pensé y llegué a la conclusión de que dadas las limitaciones de velocidad patrias y las mías fisiológicas y sobre todo hepáticas, me sobraban motos, grados etílicos y sobre todo kilos. Vendí hace 2 años la teutona, la japonesa y la italiana. Y por aquí ando con una rápida y ligerísima austriaca fabricada en India y que colma mis aspiraciones en ciudad, curro y curveo.
Nunca he tenido moto de segunda mano y solo el primer coche lo fue. Soy fiel por naturaleza y raro es el vehículo que no está conmigo como mínimo 10 años y 100.000 kilómetros. Vuelvo ahora a disfrutar los kilómetros, con una pequeña y ligerísima Adventure con un llamativo y energético color blanco y naranja, que carga como una mula, gasta como un mechero, anda como un rayo y lleva un parabrisas casi como el de una RT.
Con la ilusión de un niño y sin pensar que cada vez que la moto se tumba a echar la siesta me voy a partir la espalda levantándola. Sin pereza por su peso para usarla en cualquier momento o aparcar descuidadamente en cualquier lugar y de cualquier manera. Como el vespino, la Puch, la Metralla o la Morini hace 45 años, cuando empezaba a beber, a vivir y a montar en moto, bebo de nuevo agua clara de la fuente. A la hora de comer ricos vinos del Somontano. Fresca, refrescante y vigorosa sidra natural y como de crío, paseos tranquilos en bici para mantenerme fuerte para poder luego montar en moto.
Es que para todo hay un tiempo y ahora mi tiempo es de nuevo sesentero.
Pero de los sesenta años, y no de los años sesenta.
Roja, verde, blanca o amarilla. Reserva, crianza, del año o cosechero. Pata negra, 5 jotas o de Teruel.
Con marca o sin élla. De aquí o de allá, pero que me lleve a todos los sitios con solvencia y no me de problemas, dolores de cabeza o ardor de estómago como el garrafón malo.
Y como sigamos así con los precios de la garrolita, me veo dándole al monopatín de patina, como el que de pequeños tuvieron mis hijos y corriendo dándole al aro de metal sacado de vetustos bidónes de aceite de 200 litros como cuando tenía 10 años.
¡¡Regreso al pasado¡¡
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¡¡¡¡¡Fiuuuuummm!!!!!