Saludos;
Como el inicio de este hilo por nuestro compañero Josepmaría (una tradición que espero dure muchos años) me ha puesto eufórico porque constituye el pistoletazo de salida del “ambiente Rider” y además el puente de diciembre me ofrece un tiempo libre del que no he podido disfrutar en los últimos meses, aprovecho el envidiable compañerismo que se respira en este foro para dirigir este mensaje a todos los que van a apuntarse a la Rider por primer vez y no tienen claro en cuál de las cuatro (300, 500, 700, 1000) van a participar. Vaya por delante que es una opinión personalísima, sin mayores pretensiones, y de un “seminovato” (llevo solo dos ediciones a mis espaldas). Me disculpo porque me ha salido un ladrillo considerable, pero tenía ganas de escribir. Ahí va:
1º Hacer la 300 es… lo sensato. Una magnífica ruta, larga pero asumible para la mayoría de los moteros, especialmente los vocacionales; la disfrutaréis… pero probablemente os sabrá a poco.
2º Hacer la 500 es… lo intenso. Una señora ruta, larga y dura por lo sinuoso y revirado del trazado a que siempre nos invita la organización, incentivado desde hace dos ediciones por los famosos puntos máster; la disfrutaréis… y es posible que os sepa a poco.
3º Hacer la 700 es… lo temerario. Una ruta con mayúsculas, extraordinariamente dura, dentro de la muy saludable categoría amateur en la que, salvo alguna excepción, jugamos todos. La disfrutaréis… y muy probablemente no os sabrá a poco.
4º Pero, y aquí quiero llegar, hacer la 1000 es… el reto. No es racional, no es lógico, no es razonable y me atrevo a decir que no es demasiado sensato. Quien se decante por las otras tres magníficas opciones tomará una decisión cabal e irreprochable. Justo la decisión que yo no tomé cuando, recién sacado el A2 (noviembre de 2017) y recién comprada una moto de 500 cc y 47 CV (lo máximo que permitía mi nuevo permiso) me apunté (sin siquiera saber muy bien qué tipo de kilómetros eran) a la Rider 1000. Una locura, una temeridad, sin duda. Pero, como cada uno habla de la feria según le ha ido en ella, lo cierto es que mi experiencia con “El Reto” resultó inolvidable, de ahí que la repitiera el año siguiente y que, si nada lo impide, la seguiré repitiendo mientras pueda. En las previas que realicé para ir conociendo el recorrido, nunca pasé de hacer más de seis etapas seguidas (unas diez horas de marcha), y la prueba entera consistía en once. Empecé a pensar que me había metido en camisa de once varas y me arrepentí de haber tomado una decisión tan poco meditada. Buscando información y opiniones en la red encontré este foro, con motoristas expertos que ofrecían buenos consejos basándose en sus experiencias anteriores en la prueba. Hasta que llegó lo que aquí conocemos como el “día R”. Salí a las 6:45 y creo que tengo el honor de ser el participante al que más motoristas han adelantado (sí, lo confieso, hasta los que calzaban máquinas de 125 cc, incluso en varias ocasiones; si es que a las Vespas las carga el diablo…). Pero disfruté cada kilómetro, y descubrí enclaves verdaderamente impresionantes de la geografía catalana, como el Port de la Bonaigua o, significativamente, la ermita de San Salvador de Irgo (desde aquí recomiendo a quien esto lea que la visite alguna vez en su vida; y si es en moto, mucho mejor). Pero, sin duda alguna, la mejor experiencia supuso compartir casi 21 horas y 1000 km (bueno, alguno más, que algún que otro cruce traicionero me jugó una mala pasada) con cientos de moteros a los que, en esa intensa jornada de asfalto (a veces muy roto) y gasolina, sentí muy cercanos, pese a que ni los había visto antes ni probablemente los vuelva a ver. Por mi impericia en las curvas acabé en una ocasión en la cuneta, (nada serio para mí ni para la moto, afortunadamente) y las muestras de compañerismo fueron abrumadoras (un motorista ni siquiera hablaba español, y nunca llegué a averiguar su nacionalidad). Pero aun faltaba lo peor, porque, habiendo llegado a San Salvador de Irgo y con muchos kilómetros todavía por delante, se hizo de noche. Entonces caí en la cuenta de que las indicaciones de cruces y carreteras que me había confeccionado en papel para pegar en el depósito de la moto e ir consultando… no se veían sin luz (sí, soy la prueba fehaciente de que para hacer la Rider 1000 no hace falta ser muy perspicaz). Y entonces, dos moteros que calzaban sendas BMW GS 1200, que llevaban GPS y cuyo ritmo de marcha era muy superior al mío (lo hubiera sido aunque llevaran una Derbi Variant de 50 cc), se ofrecieron a acompañarme, adaptándose a mi ritmo de caracol reumático y esperándome cada vez que me retrasaba (y fueron muchas veces). Muchos kilómetros antes de llegar ya sentía la euforia. Pero cuando enfilamos la última etapa (que suponía atravesar de noche las intrincadas carreteras de la Serra de Castelltallat) y se aproximaba la llegada triunfal a Manresa, el sentimiento (pues aquí no hablamos de razones) era indescriptible. Deseo sinceramente que alguien más pueda experimentar lo vivido en aquellos momentos, que ni remotamente puedo expresar con estas palabras. La Rider 1000 es el reto. Es irracional. Es ilógico. Y, sobre todo, es inolvidable.
Conclusión final: 300, 500 o 700, cualquier opción es buena. La 1000 es… algo distinto. Parafraseando a Lope de Vega: quien lo probó, lo sabe.
Estamos en contacto. Vsss.