INDIA Y NEPAL - Almas Nómadas 1ª Etapa
- Autor D3MIO
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frenchie
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Una maravilla de viaje; la crónica y las fotos nos sumergen en ese inmenso mundo que es India.
Muchas gracias.
Muchas gracias.
D3MIO
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Siempre se dice de los viajes, que cuando vuelves de uno, ya estás pensando en el siguiente.... Bueno, ya hay algo en mente, que estoy seguro que no defraudaría tampoco.
D3MIO
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Día 5: De Lucknow a Varanasi
¡Qué jornada! Hoy hemos completado una etapa que teníamos marcada en el calendario con mayúsculas: el viaje desde Lucknow hasta la mística Varanasi. La Royal Enfield ha rugido kilómetro tras kilómetro, cruzando pequeños pueblos y devorando asfalto bajo un cielo aplomado que nos ha dado una tregua. Los arcenes de la carretera se transforman en humildes zonas comerciales donde se trasiegan todo tipo de productos a cambio de algunas rupias. Me sigue sorprendiendo como familias de hasta cinco miembros viajan tranquilos en la misma moto… con el tráfico tan loco que hay…
Dejamos atrás la cortesía y la elegancia arquitectónica de los palacios para adentrarnos en la antesala de lo que se siente como la ciudad más antigua del mundo, Varanasi, una de las siete ciudades sagradas de la India.
Llegar a Varanasi es recibir un golpe de energía, una mezcla ensordecedora de bocinas, cantos y campanas. Pero el verdadero espectáculo, la razón de esta etapa, nos esperaba al atardecer en el río.
Hemos alquilado una barca para recorrer el río Ganges, y la perspectiva desde esas aguas ocres y espesas es sencillamente hipnotizante. Los Ghats (escaleras que bajan al río) se levantan como gradas de un anfiteatro sagrado, llenos de vida: familias bañándose, sacerdotes oficiando, y el humo espeso de las hogueras funerarias flotando en la brisa. Frente al río, se apilan las piras: camas de madera con cuerpos amortajados en telas de vivos colores, a la espera de la que fue su última reencarnación. Es una imagen cruda y espiritual, donde la vida y la muerte se tocan sin pudor, a la vista de todos. Mañana iremos a verlas de cerca.
Con la noche ya encima, el motor de la barca nos llevó hasta el Assi Ghat. Aquí es donde la magia se volvió tangible. Presenciamos la ceremonia Aarti, un ritual de ofrenda de fuego que ilumina la orilla con miles de llamas danzantes. El olor a incienso, las voces rítmicas de los pandits y el sonido envolvente de los caracoles de mar crean una atmósfera que te paraliza el alma. Es un tsunami de devoción.
No hay palabras que hagan justicia a la sensación de estar aquí, sintiendo la inmensidad de esta cultura ancestral y vitalista. La India te rompe los esquemas para recomponértelos de una forma nueva. Varanasi no es un destino, es una experiencia de vida que te resetea y enriquece. Mañana, exploraremos sus templos y sus callejones laberínticos. Estoy segura de que será otro día para el recuerdo.
¡Qué jornada! Hoy hemos completado una etapa que teníamos marcada en el calendario con mayúsculas: el viaje desde Lucknow hasta la mística Varanasi. La Royal Enfield ha rugido kilómetro tras kilómetro, cruzando pequeños pueblos y devorando asfalto bajo un cielo aplomado que nos ha dado una tregua. Los arcenes de la carretera se transforman en humildes zonas comerciales donde se trasiegan todo tipo de productos a cambio de algunas rupias. Me sigue sorprendiendo como familias de hasta cinco miembros viajan tranquilos en la misma moto… con el tráfico tan loco que hay…
Dejamos atrás la cortesía y la elegancia arquitectónica de los palacios para adentrarnos en la antesala de lo que se siente como la ciudad más antigua del mundo, Varanasi, una de las siete ciudades sagradas de la India.
Llegar a Varanasi es recibir un golpe de energía, una mezcla ensordecedora de bocinas, cantos y campanas. Pero el verdadero espectáculo, la razón de esta etapa, nos esperaba al atardecer en el río.
Hemos alquilado una barca para recorrer el río Ganges, y la perspectiva desde esas aguas ocres y espesas es sencillamente hipnotizante. Los Ghats (escaleras que bajan al río) se levantan como gradas de un anfiteatro sagrado, llenos de vida: familias bañándose, sacerdotes oficiando, y el humo espeso de las hogueras funerarias flotando en la brisa. Frente al río, se apilan las piras: camas de madera con cuerpos amortajados en telas de vivos colores, a la espera de la que fue su última reencarnación. Es una imagen cruda y espiritual, donde la vida y la muerte se tocan sin pudor, a la vista de todos. Mañana iremos a verlas de cerca.
Con la noche ya encima, el motor de la barca nos llevó hasta el Assi Ghat. Aquí es donde la magia se volvió tangible. Presenciamos la ceremonia Aarti, un ritual de ofrenda de fuego que ilumina la orilla con miles de llamas danzantes. El olor a incienso, las voces rítmicas de los pandits y el sonido envolvente de los caracoles de mar crean una atmósfera que te paraliza el alma. Es un tsunami de devoción.
No hay palabras que hagan justicia a la sensación de estar aquí, sintiendo la inmensidad de esta cultura ancestral y vitalista. La India te rompe los esquemas para recomponértelos de una forma nueva. Varanasi no es un destino, es una experiencia de vida que te resetea y enriquece. Mañana, exploraremos sus templos y sus callejones laberínticos. Estoy segura de que será otro día para el recuerdo.
Una de las ciudades habitadas más antiguas del mundo (parece que hay unanimidad con Jericó, Damasco y alguna que otra más anteriores a Benarés/Varanasi).
En cualquier caso impresionante...
.
Limoncello
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Las fotos y el relato trasladan un nivel de intensidad que supongo que pocos destinos ofrecen.
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D3MIO
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Día 6: Varanasi
Hoy ha sido un día para la inmersión espiritual. La mañana ha amanecido suave sobre las callejuelas de Varanasi, lo que nos ha invitado a pasear antes de que la ciudad despierte.
La primera parada ha sido en el Templo de Durga. Su imponente estructura carmesí, bañada por siglos de historia, es un espectáculo en sí misma. Los fieles lo conocen como el Templo del Mono (Monkey Temple), debido a la familia de monos traviesos que merodean sus patios y tejados, aceptando ofrendas de fruta. Su arquitectura, de estilo Nagara, impresiona por sus numerosas agujas y la intensidad de su color bermellón. Dedicado a la diosa Durga, el templo es un importante centro de culto para los hindúes. Se encuentra cerca de los ghats, latiendo con la energía mística de la ciudad santa.
Salimos emocionados para adentrarnos en el corazón de la ciudad buscando el Templo de Annapurna. Si el Templo Rojo es pasión, este ha sido una explosión de fe y color. Annapurna, la diosa del sustento, está rodeada de una arquitectura que parece pintada a mano. Es un santuario de paz en medio del caos, un lugar donde el oro de sus ídolos solo se ve opacado por la sinceridad de los cánticos de las mujeres.
Una constante entre ambos templos ha sido la devoción de las flores. El aire estaba saturado de incienso y del aroma dulce de los mala (guirnaldas) de caléndulas y rosas. Los fieles las llevaban como un humilde tributo, creando un llamativo tapiz naranja y amarillo a los pies de las deidades.
Dejamos atrás los santuarios para sumergirme en el pulso diario de Varanasi y el camino nos conduce a los mercados encajados en callejones imposibles El paseo por sus estrechas callejas ha sido una experiencia fascinante: saris de seda brillante, especias aromáticas, comida callejera, tienditas de todo tipo de ofrendas, deidades en bronce y el incesante claxon de los rickshaws.
Observar a la gente es un acto de meditación en movimiento. Familias comprando, vendedores pregonando, sadhus caminando con paso firme; personas olvidadas del mundo… cada rostro nos va contado una historia de vida diferente... no todas amables, también hay dolor y soledad.
Varanasi no se visita, se vive. Es un torbellino rojo, dorado y fragante que te envuelve el alma y no te suelta.
Mañana seguiremos allí.
Ahora a descansar.
Hoy ha sido un día para la inmersión espiritual. La mañana ha amanecido suave sobre las callejuelas de Varanasi, lo que nos ha invitado a pasear antes de que la ciudad despierte.
La primera parada ha sido en el Templo de Durga. Su imponente estructura carmesí, bañada por siglos de historia, es un espectáculo en sí misma. Los fieles lo conocen como el Templo del Mono (Monkey Temple), debido a la familia de monos traviesos que merodean sus patios y tejados, aceptando ofrendas de fruta. Su arquitectura, de estilo Nagara, impresiona por sus numerosas agujas y la intensidad de su color bermellón. Dedicado a la diosa Durga, el templo es un importante centro de culto para los hindúes. Se encuentra cerca de los ghats, latiendo con la energía mística de la ciudad santa.
Salimos emocionados para adentrarnos en el corazón de la ciudad buscando el Templo de Annapurna. Si el Templo Rojo es pasión, este ha sido una explosión de fe y color. Annapurna, la diosa del sustento, está rodeada de una arquitectura que parece pintada a mano. Es un santuario de paz en medio del caos, un lugar donde el oro de sus ídolos solo se ve opacado por la sinceridad de los cánticos de las mujeres.
Una constante entre ambos templos ha sido la devoción de las flores. El aire estaba saturado de incienso y del aroma dulce de los mala (guirnaldas) de caléndulas y rosas. Los fieles las llevaban como un humilde tributo, creando un llamativo tapiz naranja y amarillo a los pies de las deidades.
Dejamos atrás los santuarios para sumergirme en el pulso diario de Varanasi y el camino nos conduce a los mercados encajados en callejones imposibles El paseo por sus estrechas callejas ha sido una experiencia fascinante: saris de seda brillante, especias aromáticas, comida callejera, tienditas de todo tipo de ofrendas, deidades en bronce y el incesante claxon de los rickshaws.
Observar a la gente es un acto de meditación en movimiento. Familias comprando, vendedores pregonando, sadhus caminando con paso firme; personas olvidadas del mundo… cada rostro nos va contado una historia de vida diferente... no todas amables, también hay dolor y soledad.
Varanasi no se visita, se vive. Es un torbellino rojo, dorado y fragante que te envuelve el alma y no te suelta.
Mañana seguiremos allí.
Ahora a descansar.
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Qué buena manera de empezar el día con cada capítulo de la crónica.
D3MIO
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Día 7: Vanarasi
Hoy vamos a pasear de nuevo esta ciudad tan sagrada para los hindúes… quiero volver a algunos sitios que he sentido especiales… quiero recorrer los rostros de esta sociedad arraigada en una mezcla de tradiciones milenarias y una fuerte adhesión a sus rituales tradicionales.
Regresamos al ghat de la muerte. Para mí, Manikarnika, es el ghat más impactante, es el lugar donde se incineran la mayoría de los cadáveres en Varanasi. Los hindúes creen con devoción que la cremación a orillas del Ganges los liberará del ciclo de la reencarnación.
El aire en Manikarnika huele a leña húmeda y sándalo… un perfume denso para el tránsito a la eternidad. Frente al río, se apilan las piras: camas de madera con cuerpos amortajados en telas de vivos colores y collares de caléndulas que están a la espera de que las llamas purifiquen sus almas. Los portadores, envueltos en un silencio solemne, bajan el cuerpo purificado hasta el Ganges por última vez.
El hijo, afeitado y vestido de blanco, compra el fuego sagrado, custodiado por la llama eterna del templo de Shiva. Comienza el ritual de las cinco vueltas, un tributo a los elementos que pronto liberarán el espíritu.
Se coloca al difunto sobre la pira y se enciende el fuego. La llama, al principio tímida, devora la ofrenda con rapidez. El humo asciende en volutas gruesas, como mensajero que guía el alma para no regresar.
Es una escena cruda, despojada de artificios, donde la muerte se acepta como la liberación suprema.
Las familias observan con una mezcla de dolor sereno y aceptación ante el ciclo de la vida y la muerte, donde las cenizas regresan al agua purificadora. Es un rito ancestral de despedida que me impacta por su inmediatez y el profundo sentido de lo efímero. Presenciar una cremación allí es entender, de golpe, la esencia de su fe y la resignación hindú… ni un llanto ni una mujer… solo hombres.
Salimos del ghat ensimismados… sin entender esa ausencia de dolor, la normalización de la muerte… esparcir las cenizas al Ganges como parte de ese final austero…
Pronto empezamos a mezclarnos en el ambiente… comienza a llover con fuerza, pero el jolgorio de sus festivales al dios con cara de mujer “Shiva”, la música elevada y las llamativas tiendecitas locales nos invitan a mojarnos, a vivir el presente… a caminar y soñar hasta que la noche nos pilló paseando…
Hoy vamos a pasear de nuevo esta ciudad tan sagrada para los hindúes… quiero volver a algunos sitios que he sentido especiales… quiero recorrer los rostros de esta sociedad arraigada en una mezcla de tradiciones milenarias y una fuerte adhesión a sus rituales tradicionales.
Regresamos al ghat de la muerte. Para mí, Manikarnika, es el ghat más impactante, es el lugar donde se incineran la mayoría de los cadáveres en Varanasi. Los hindúes creen con devoción que la cremación a orillas del Ganges los liberará del ciclo de la reencarnación.
El aire en Manikarnika huele a leña húmeda y sándalo… un perfume denso para el tránsito a la eternidad. Frente al río, se apilan las piras: camas de madera con cuerpos amortajados en telas de vivos colores y collares de caléndulas que están a la espera de que las llamas purifiquen sus almas. Los portadores, envueltos en un silencio solemne, bajan el cuerpo purificado hasta el Ganges por última vez.
El hijo, afeitado y vestido de blanco, compra el fuego sagrado, custodiado por la llama eterna del templo de Shiva. Comienza el ritual de las cinco vueltas, un tributo a los elementos que pronto liberarán el espíritu.
Se coloca al difunto sobre la pira y se enciende el fuego. La llama, al principio tímida, devora la ofrenda con rapidez. El humo asciende en volutas gruesas, como mensajero que guía el alma para no regresar.
Es una escena cruda, despojada de artificios, donde la muerte se acepta como la liberación suprema.
Las familias observan con una mezcla de dolor sereno y aceptación ante el ciclo de la vida y la muerte, donde las cenizas regresan al agua purificadora. Es un rito ancestral de despedida que me impacta por su inmediatez y el profundo sentido de lo efímero. Presenciar una cremación allí es entender, de golpe, la esencia de su fe y la resignación hindú… ni un llanto ni una mujer… solo hombres.
Salimos del ghat ensimismados… sin entender esa ausencia de dolor, la normalización de la muerte… esparcir las cenizas al Ganges como parte de ese final austero…
Pronto empezamos a mezclarnos en el ambiente… comienza a llover con fuerza, pero el jolgorio de sus festivales al dios con cara de mujer “Shiva”, la música elevada y las llamativas tiendecitas locales nos invitan a mojarnos, a vivir el presente… a caminar y soñar hasta que la noche nos pilló paseando…
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Día 8: de Varanasi a Rewa
Hoy tenemos una etapa de transición para acercarnos a Khajuraho. Las luces del amanecer en Varanasi luchaban por atravesar la densa cortina de humedad que la lluvia caída ha dejado en el ambiente. Nuestra partida de la ciudad sagrada ha sido una balsa de incertidumbre: las calles convertidas en ríos turbios nos obligaban a navegar más que a conducir. La moto y el piloto se han portado bien… han cruzado el “río” sin protestar y con las ganas suficientes para salir del embrollo.
El Ganges se ha desbordado hacia la urbe, reclamando su espacio, cubriendo de lodo todo a su paso. Nosotros hemos transitado con cautela, entre motos irritantes, gente cruzando sin rumbo y rickshaws detenidos en la acera inundada.
El adiós a Varanasi ha sido, acuático y caótico, un reflejo de la vida misma en sus calles.
Una vez que hemos logrado salir de la ciudad, atravesando el puente que cruza la orilla de un Ganges terroso y bravío, nos dirigimos hacia Rewa. La lluvia nos ha perseguido a tramos intermitente, como esa serie de pensamientos que van y vienen sin control. El asfalto, un mapa irregular de baches y parches, no permitía despistes en la conducción. Cada salto incontrolado me recordaba que, en India, la "carretera en regular estado" es una filosofía de vida: adaptarse constantemente a la imperfección… de pronto aparece en la carretera un pastor guiando con su vara una “piara” de patos… me ha parecido surrealista
Yendo de paquete, mi mente cabalga por los recuerdos. Reflexionaba sobre la ceremonia de cremación que presencié el día anterior; esa cruda aceptación del ciclo de la vida sin expresar emociones, la disolución de la existencia en el fuego y en el río… Es un contraste tan fuerte… que me hace pensar en que yo necesito llorar la pérdida de un ser querido y después me asalta el interrogante ¿Cuánta energía dedicamos a luchar contra lo inevitable?
El traqueteo de la moto ha ido marcando el ritmo de mis pensamientos. El paisaje se ha ido transformando lentamente y la gente sigue con su día a día, con sus puestos de verduras y las calles llenas de barro pegajoso como una deuda… sigue impasible ante el clima caprichoso y la pésima carretera…Hay una cierta belleza estoica en esa resistencia.
Finalmente, al atardecer llegamos a Rewa. El cielo se desmoronaba, sin embargo, se respiraba una cálida atmósfera de calma. La jornada ha sido un microcosmos del viaje: difícil, lleno de obstáculos inesperados, pero enriquecedor. Dejamos atrás el caos sagrado de Varanasi para encontrar la paz simple en lo cotidiano… de casa. Hoy reaprendí que el viaje no es solo el destino, sino la manera en que navegamos las inundaciones y los baches. Y en India, tenemos una maestra inmejorable.
Hoy tenemos una etapa de transición para acercarnos a Khajuraho. Las luces del amanecer en Varanasi luchaban por atravesar la densa cortina de humedad que la lluvia caída ha dejado en el ambiente. Nuestra partida de la ciudad sagrada ha sido una balsa de incertidumbre: las calles convertidas en ríos turbios nos obligaban a navegar más que a conducir. La moto y el piloto se han portado bien… han cruzado el “río” sin protestar y con las ganas suficientes para salir del embrollo.
El Ganges se ha desbordado hacia la urbe, reclamando su espacio, cubriendo de lodo todo a su paso. Nosotros hemos transitado con cautela, entre motos irritantes, gente cruzando sin rumbo y rickshaws detenidos en la acera inundada.
El adiós a Varanasi ha sido, acuático y caótico, un reflejo de la vida misma en sus calles.
Una vez que hemos logrado salir de la ciudad, atravesando el puente que cruza la orilla de un Ganges terroso y bravío, nos dirigimos hacia Rewa. La lluvia nos ha perseguido a tramos intermitente, como esa serie de pensamientos que van y vienen sin control. El asfalto, un mapa irregular de baches y parches, no permitía despistes en la conducción. Cada salto incontrolado me recordaba que, en India, la "carretera en regular estado" es una filosofía de vida: adaptarse constantemente a la imperfección… de pronto aparece en la carretera un pastor guiando con su vara una “piara” de patos… me ha parecido surrealista
Yendo de paquete, mi mente cabalga por los recuerdos. Reflexionaba sobre la ceremonia de cremación que presencié el día anterior; esa cruda aceptación del ciclo de la vida sin expresar emociones, la disolución de la existencia en el fuego y en el río… Es un contraste tan fuerte… que me hace pensar en que yo necesito llorar la pérdida de un ser querido y después me asalta el interrogante ¿Cuánta energía dedicamos a luchar contra lo inevitable?
El traqueteo de la moto ha ido marcando el ritmo de mis pensamientos. El paisaje se ha ido transformando lentamente y la gente sigue con su día a día, con sus puestos de verduras y las calles llenas de barro pegajoso como una deuda… sigue impasible ante el clima caprichoso y la pésima carretera…Hay una cierta belleza estoica en esa resistencia.
Finalmente, al atardecer llegamos a Rewa. El cielo se desmoronaba, sin embargo, se respiraba una cálida atmósfera de calma. La jornada ha sido un microcosmos del viaje: difícil, lleno de obstáculos inesperados, pero enriquecedor. Dejamos atrás el caos sagrado de Varanasi para encontrar la paz simple en lo cotidiano… de casa. Hoy reaprendí que el viaje no es solo el destino, sino la manera en que navegamos las inundaciones y los baches. Y en India, tenemos una maestra inmejorable.
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D3MIO
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Día 9: de Rewa a Khajuraho
Después de la tormenta de ayer, hoy hemos disfrutado de un día radiante en esta etapa en moto, que ha transcurrido en la India rural. Echamos gasolina en un surtidor local… por cierto a 0’94€ el litro y comenzados a rodar en una carretera nacional impecable para ir descendiendo de categoría hasta el nivel “pista de tierra en la jungla” … la más bonita, por cierto.
Lo que más me llama la atención es cómo los hindúes demuestran su ingenio usando las inmensas raíces y la sombra de los grandes árboles centenarios que flanquean la carretera para montar sus pequeños negocios. Hemos visto desde puestos de té "chai massala" y talleres de reparación de bicicletas, hasta tiendas improvisadas de cualquier producto de primera necesidad. Es una muestra más de cómo la vida y el comercio se adaptan al entorno para sobrevivir en un país con tantas diferencias de clase.
Dejamos la nacional para adentrarnos en una carretera local más tranquila, y de ahí pasamos a la parte más divertida: una pista de tierra ocre que nos ha hecho sentir la conexión real de la moto con su piloto. El camino nos llevó al corazón del Parque Nacional de Panna donde rodamos entre macacos y algún ciervo hasta llegar a la bonita Catarata de Panna, que sería un preludio de nuestra siguiente parada.
Estaba deseando llegar a las Cataratas de Raneh. Una estruendosa maravilla geológica. El río Ken ha tallado un cañón volcánico de granito cristalino con tonos rosas y rojos que nos ha dejado sin aliento. Es un espectáculo natural donde la tierra se abre y la vida se precipita en cascadas permanentes. Son la geología convertida en arte, una herida volcánica vestida de dulces aguas esmeraldas... Las cataratas de Raneh son el alma sonora de la piedra tallada.
Retomamos la pista para poner rumbo a nuestro destino y llegamos a Khajuraho con el mejor telón de fondo posible: el atardecer.
Hemos aprovechado la luz dorada para visitar los templos menos concurridos del grupo Oeste, como los de Javeri y Vuana. Ver las intrincadas tallas de las deidades hindúes, con sus posturas y simbolismos, justo cuando el sol se escondía, ha puesto un broche de oro mágico a esta épica etapa sobre ruedas. Estos templos son justo los que yo tenía en mi cabeza… mañana veremos el complejo de templos principal… soñaré sin duda con ellos…
Más de 200 kms de pura India en un solo día. La moto ya nos va nos contagiando su alegría. Ahora a descansar.
Después de la tormenta de ayer, hoy hemos disfrutado de un día radiante en esta etapa en moto, que ha transcurrido en la India rural. Echamos gasolina en un surtidor local… por cierto a 0’94€ el litro y comenzados a rodar en una carretera nacional impecable para ir descendiendo de categoría hasta el nivel “pista de tierra en la jungla” … la más bonita, por cierto.
Lo que más me llama la atención es cómo los hindúes demuestran su ingenio usando las inmensas raíces y la sombra de los grandes árboles centenarios que flanquean la carretera para montar sus pequeños negocios. Hemos visto desde puestos de té "chai massala" y talleres de reparación de bicicletas, hasta tiendas improvisadas de cualquier producto de primera necesidad. Es una muestra más de cómo la vida y el comercio se adaptan al entorno para sobrevivir en un país con tantas diferencias de clase.
Dejamos la nacional para adentrarnos en una carretera local más tranquila, y de ahí pasamos a la parte más divertida: una pista de tierra ocre que nos ha hecho sentir la conexión real de la moto con su piloto. El camino nos llevó al corazón del Parque Nacional de Panna donde rodamos entre macacos y algún ciervo hasta llegar a la bonita Catarata de Panna, que sería un preludio de nuestra siguiente parada.
Estaba deseando llegar a las Cataratas de Raneh. Una estruendosa maravilla geológica. El río Ken ha tallado un cañón volcánico de granito cristalino con tonos rosas y rojos que nos ha dejado sin aliento. Es un espectáculo natural donde la tierra se abre y la vida se precipita en cascadas permanentes. Son la geología convertida en arte, una herida volcánica vestida de dulces aguas esmeraldas... Las cataratas de Raneh son el alma sonora de la piedra tallada.
Retomamos la pista para poner rumbo a nuestro destino y llegamos a Khajuraho con el mejor telón de fondo posible: el atardecer.
Hemos aprovechado la luz dorada para visitar los templos menos concurridos del grupo Oeste, como los de Javeri y Vuana. Ver las intrincadas tallas de las deidades hindúes, con sus posturas y simbolismos, justo cuando el sol se escondía, ha puesto un broche de oro mágico a esta épica etapa sobre ruedas. Estos templos son justo los que yo tenía en mi cabeza… mañana veremos el complejo de templos principal… soñaré sin duda con ellos…
Más de 200 kms de pura India en un solo día. La moto ya nos va nos contagiando su alegría. Ahora a descansar.
kowalski gs
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Que maravilla de viaje!
Limoncello
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El relato y las fotos nos trasladan sin duda a otro mundo.
D3MIO
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Muchas gracias, como muchos sabéis, tanto el relato como las fotos se las debemos a Tacirupeca. Yo en estos casos me dedico a lo mas fácil, que es conducir.
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D3MIO
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Día 10: Safari en la reserva de tigres de Panna y visita a los templos de Khajurao
Hoy nos hemos sumergido en la naturaleza salvaje de la Reserva de Tigres de Panna. Nuestro día comenzó al amanecer, con la emoción a flor de piel mientras nuestro jeep se adentraba en la densa jungla. Los primeros rayos de sol filtrándose entre los árboles creaban un escenario mágico. El aire fresco de la mañana refrescaba nuestros pensamientos mientras buscábamos al rey de la jungla.
Vimos manadas de ciervos moteados pastando tranquilamente, sus pieles parecían un lienzo de lunares bajo el sol naciente. Los langures de caras grises y colas largas nos observaban desde las copas de los árboles para saltar alegres hasta el camino y posar coquetos ante nuestras cámaras. El canto de innumerables aves de colores vibrantes llenaba el bosque. Pájaros como el martín pescador y el pavón nos sorprendieron con sus destellos de colores irisados.
Recorrimos los senderos polvorientos, con la esperanza de un encuentro real. Escuchamos los sonidos del bosque, cada crujido de hojas nos ponía alerta. Nuestro guía nos mostró las huellas frescas y las señales de su presencia... pero, el tigre se mantuvo esquivo. A pesar de nuestros esfuerzos y la paciencia, el majestuoso felino decidió no mostrarse hoy. La naturaleza tiene sus propios tiempos y secretos, y aunque no lo vimos, la experiencia de estar en su hogar fue inolvidable. La expectativa y la inmersión en su hábitat natural ya fueron un regalo emocionante.
A mediodía, nos despedimos de Panna, y después de una ducha rápida nos fuimos a disfrutar de la riqueza cultural de Khajuraho. ¡Qué contraste!
Nos esperaban sus maravillosos templos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Construidos entre los siglos X y XI por la dinastía Chandela, estos templos fueron el corazón de su reino. De los 85 originales, solo quedan 25. La ciudad floreció por solo 200 años antes de ser abandonada tras las invasiones islámicas. Permanecieron olvidados en la selva durante siglos, lo que ayudó a protegerlos y fueron "redescubiertos" en el siglo XIX.
Las intrincadas esculturas que adornan sus paredes nos han dejado sin aliento. Cada figura cuenta una historia, cada detalle es una obra de arte suspendida en el tiempo.
Recorrer estos templos, significa trasladarse a una época de arte y espiritualidad muy abierta. Lo que más me ha impactado son los miles de esculturas intrincadas que cubren con precisión cada centímetro. El famoso erotismo está presente, pero va mucho más allá de lo superficial. Es una celebración asombrosa de la vida elevando lo carnal a lo divino. La maestría de los talladores de hace mil años es inexplicable.
La piedra arenisca permitió a los artesanos de la dinastía Chandela realizar las tallas con tanto detalle y sensualidad. Sus esculturas eróticas son una representación filosófica y abierta del Kama Sutra y la unión cósmica. Las tallas muestran la vida en toda su plenitud, sin censura. Es fascinante ver cómo una cultura antigua representaba la sexualidad con tanta naturalidad y la integraba en su arquitectura sagrada.
Khajuraho no es solo historia; es una revelación sobre la filosofía hindú y la libertad artística del pasado que da mucho que pensar... y ahora a descansar.
Hoy nos hemos sumergido en la naturaleza salvaje de la Reserva de Tigres de Panna. Nuestro día comenzó al amanecer, con la emoción a flor de piel mientras nuestro jeep se adentraba en la densa jungla. Los primeros rayos de sol filtrándose entre los árboles creaban un escenario mágico. El aire fresco de la mañana refrescaba nuestros pensamientos mientras buscábamos al rey de la jungla.
Vimos manadas de ciervos moteados pastando tranquilamente, sus pieles parecían un lienzo de lunares bajo el sol naciente. Los langures de caras grises y colas largas nos observaban desde las copas de los árboles para saltar alegres hasta el camino y posar coquetos ante nuestras cámaras. El canto de innumerables aves de colores vibrantes llenaba el bosque. Pájaros como el martín pescador y el pavón nos sorprendieron con sus destellos de colores irisados.
Recorrimos los senderos polvorientos, con la esperanza de un encuentro real. Escuchamos los sonidos del bosque, cada crujido de hojas nos ponía alerta. Nuestro guía nos mostró las huellas frescas y las señales de su presencia... pero, el tigre se mantuvo esquivo. A pesar de nuestros esfuerzos y la paciencia, el majestuoso felino decidió no mostrarse hoy. La naturaleza tiene sus propios tiempos y secretos, y aunque no lo vimos, la experiencia de estar en su hogar fue inolvidable. La expectativa y la inmersión en su hábitat natural ya fueron un regalo emocionante.
A mediodía, nos despedimos de Panna, y después de una ducha rápida nos fuimos a disfrutar de la riqueza cultural de Khajuraho. ¡Qué contraste!
Nos esperaban sus maravillosos templos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Construidos entre los siglos X y XI por la dinastía Chandela, estos templos fueron el corazón de su reino. De los 85 originales, solo quedan 25. La ciudad floreció por solo 200 años antes de ser abandonada tras las invasiones islámicas. Permanecieron olvidados en la selva durante siglos, lo que ayudó a protegerlos y fueron "redescubiertos" en el siglo XIX.
Las intrincadas esculturas que adornan sus paredes nos han dejado sin aliento. Cada figura cuenta una historia, cada detalle es una obra de arte suspendida en el tiempo.
Recorrer estos templos, significa trasladarse a una época de arte y espiritualidad muy abierta. Lo que más me ha impactado son los miles de esculturas intrincadas que cubren con precisión cada centímetro. El famoso erotismo está presente, pero va mucho más allá de lo superficial. Es una celebración asombrosa de la vida elevando lo carnal a lo divino. La maestría de los talladores de hace mil años es inexplicable.
La piedra arenisca permitió a los artesanos de la dinastía Chandela realizar las tallas con tanto detalle y sensualidad. Sus esculturas eróticas son una representación filosófica y abierta del Kama Sutra y la unión cósmica. Las tallas muestran la vida en toda su plenitud, sin censura. Es fascinante ver cómo una cultura antigua representaba la sexualidad con tanta naturalidad y la integraba en su arquitectura sagrada.
Khajuraho no es solo historia; es una revelación sobre la filosofía hindú y la libertad artística del pasado que da mucho que pensar... y ahora a descansar.
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Si, el tigre no quiso hacerse ver, pero bueno, fue una mañana muy interesante y más en medio de la selva india.Vaya, una pena no pudierais ver al fascinante Tigre, pero es lo que tiene avistar animales en su hábitat.
Impresionantes los templos
Gracias
D3MIO
Curveando
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Día 11: desde Khajurajo - Orchaa - Gwalior
Hemos salido temprano después de un sencillo desayuno en la terraza frente al lago de Khajurajo. La mañana prometía kilómetros de paisajes, con el sol calentando el asfalto. El viento en la cara, el motor alegre... todo iba perfecto hasta que la carretera decidió ponernos a prueba.
Nada más cruzar el control de peaje, gratuito para las motos, la Himalayan empezó a cimbrearse dando pequeños saltitos que yo achaqué al estado del asfalto… Manolo lo detectó rápido. -Hemos pinchado-. Paramos la moto y vimos como la rueda trasera se desinflaba con cierta rapidez… el culpable ha sido un enorme tornillo que se ha incrustado en la rueda como si fuera un misil. Estábamos varados.
La frustración era palpable, pero en la India, la ayuda siempre aparece. Un joven hindú paró su motocicleta a nuestro lado para preguntar y Manolo le explicó el percance. Le pidió si me podía llevar en su moto hasta el taller más cercano que justo estaba a menos de un kilómetro y Manolo nos siguió despacito.
El taller era poco más que un humilde cobertizo lleno de piezas y neumáticos viejos. De él salió un muchacho sonriente, con manos expertas y una calma impresionante. Sin máquinas sofisticadas, solo con llaves, palancas y una habilidad tremenda, se puso manos a la obra y desmontó la rueda en un minuto. Nos explicó que necesitaba ir a un pueblo para comprar una cámara y en 20 minutos estaba de vuelta. Verlo trabajar fue una lección de ingenio y autosuficiencia.
En nada, la rueda estaba reparada y montada. Preguntamos que se debía y su escueta respuesta fue: “6€ la cámara y 5€ mi trabajo”. Le dimos el dinero y las gracias desde el corazón.
Con la moto en marcha, aceleramos para llegar a Orchha, cuyo nombre significa "oculto". Es una joya detenida en el tiempo a orillas del río Betwa. Sobre el horizonte se alza el Templo de Chaturbhuj, una imponente mole de arquitectura única, combinando majestuosamente rasgos de un templo, un fuerte y un palacio. Dedicado originalmente a Rama, sus altas agujas en forma de piña dominan la vista. Dedicamos una visita rápida al templo y continuamos la ruta hasta llegar a Gwalior justo cuando el sol comenzaba a teñir el cielo de naranja.
Sin dudarlo, nos dirigimos al Fuerte de Gwalior. Esta fortaleza domina la ciudad desde un escarpado peñón de arenisca. Sus imponentes murallas de 11 metros cuentan mil historias de reyes, batallas y asedios. Desde sus bastiones inexpugnables, la vista de la ciudad a sus pies es una impresionante lección de historia.
Al atardecer, sus muros de arenisca dorada brillan con una luz casi mágica. Subir hasta allí y contemplar el horizonte al caer el día fue el final perfecto para una jornada con bastantes altibajos.
Al ascender la colina, somos recibidos por gigantescas estatuas jainistas talladas directamente en la roca que veremos mañana con más detenimiento.
Y este ha sido nuestro día… de la frustración a la gratitud más emocional. ¡Esto es la India!
Hemos salido temprano después de un sencillo desayuno en la terraza frente al lago de Khajurajo. La mañana prometía kilómetros de paisajes, con el sol calentando el asfalto. El viento en la cara, el motor alegre... todo iba perfecto hasta que la carretera decidió ponernos a prueba.
Nada más cruzar el control de peaje, gratuito para las motos, la Himalayan empezó a cimbrearse dando pequeños saltitos que yo achaqué al estado del asfalto… Manolo lo detectó rápido. -Hemos pinchado-. Paramos la moto y vimos como la rueda trasera se desinflaba con cierta rapidez… el culpable ha sido un enorme tornillo que se ha incrustado en la rueda como si fuera un misil. Estábamos varados.
La frustración era palpable, pero en la India, la ayuda siempre aparece. Un joven hindú paró su motocicleta a nuestro lado para preguntar y Manolo le explicó el percance. Le pidió si me podía llevar en su moto hasta el taller más cercano que justo estaba a menos de un kilómetro y Manolo nos siguió despacito.
El taller era poco más que un humilde cobertizo lleno de piezas y neumáticos viejos. De él salió un muchacho sonriente, con manos expertas y una calma impresionante. Sin máquinas sofisticadas, solo con llaves, palancas y una habilidad tremenda, se puso manos a la obra y desmontó la rueda en un minuto. Nos explicó que necesitaba ir a un pueblo para comprar una cámara y en 20 minutos estaba de vuelta. Verlo trabajar fue una lección de ingenio y autosuficiencia.
En nada, la rueda estaba reparada y montada. Preguntamos que se debía y su escueta respuesta fue: “6€ la cámara y 5€ mi trabajo”. Le dimos el dinero y las gracias desde el corazón.
Con la moto en marcha, aceleramos para llegar a Orchha, cuyo nombre significa "oculto". Es una joya detenida en el tiempo a orillas del río Betwa. Sobre el horizonte se alza el Templo de Chaturbhuj, una imponente mole de arquitectura única, combinando majestuosamente rasgos de un templo, un fuerte y un palacio. Dedicado originalmente a Rama, sus altas agujas en forma de piña dominan la vista. Dedicamos una visita rápida al templo y continuamos la ruta hasta llegar a Gwalior justo cuando el sol comenzaba a teñir el cielo de naranja.
Sin dudarlo, nos dirigimos al Fuerte de Gwalior. Esta fortaleza domina la ciudad desde un escarpado peñón de arenisca. Sus imponentes murallas de 11 metros cuentan mil historias de reyes, batallas y asedios. Desde sus bastiones inexpugnables, la vista de la ciudad a sus pies es una impresionante lección de historia.
Al atardecer, sus muros de arenisca dorada brillan con una luz casi mágica. Subir hasta allí y contemplar el horizonte al caer el día fue el final perfecto para una jornada con bastantes altibajos.
Al ascender la colina, somos recibidos por gigantescas estatuas jainistas talladas directamente en la roca que veremos mañana con más detenimiento.
Y este ha sido nuestro día… de la frustración a la gratitud más emocional. ¡Esto es la India!
Superexótico todo y muy atractiva y bonita la arquitectura de tipo religioso y defensivo. Muy, muy interesante.
Llaman la atención -como en otros sitios- las diferentes tarifas para locales y extranjeros (a nosotros no nos aplican descuentos si vamos a Noruega), pero vamos... también hay cosas que se resuelven mejor, como lo del pinchazo sin ir más lejos: buen precio y sin cita previa...
.
Llaman la atención -como en otros sitios- las diferentes tarifas para locales y extranjeros (a nosotros no nos aplican descuentos si vamos a Noruega), pero vamos... también hay cosas que se resuelven mejor, como lo del pinchazo sin ir más lejos: buen precio y sin cita previa...
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D3MIO
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Si, aquí todas las "atracciones tienen precios diferente para nativos y para extranjeros" al igual que todo lo que tratas o compras.Superexótico todo y muy atractiva y bonita la arquitectura de tipo religioso y defensivo. Muy, muy interesante.
Llaman la atención -como en otros sitios- las diferentes tarifas para locales y extranjeros (a nosotros no nos aplican descuentos si vamos a Noruega), pero vamos... también hay cosas que se resuelven mejor, como lo del pinchazo sin ir más lejos: buen precio y sin cita previa...
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De hecho, en ,el precio de la reparación del pinchazo, que para nosotros es irrisorio, teniendo en cuenta que además de desmontar y montar, tuvo que ir a comprar la cámara al pueblo mas cercano... todo ello por 11€ al cambio. Notaba cierto sarcasmo al hablar con "los mirones", como diciendo: "menuda clavada les voy a meter a estos guiris"
D3MIO
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Día12: de Gwalior a Kota
El reloj marcaba las 7 en punto. El sol de la mañana ya era una promesa de calor, pero la brisa temprana aún resultaba fresca. Nuestro objetivo vespertino, antes de ponernos en ruta, ha sido visitar las colosales esculturas jainistas esculpidas en la entraña de la roca.
Dejamos la moto aparcada en la base del macizo, donde el silencio aguardaba. Ascendimos a pie, y de pronto, nos encontramos rodeados por los Tirthankaras. Nos quedamos impresionados. Sus cuerpos desnudos y colosales miraban el amanecer con una serenidad milenaria, indiferentes al tiempo. La más imponente, la figura de Adinath, se alzaba serena, observando el valle que aún dormitaba. El detalle en sus rostros, pese a la erosión de los siglos, transmitía una paz inquebrantable. La arenisca dorada, testigo de invasiones y rezos, custodiaba en sus manos de piedra el voto irrevocable de la renuncia. Son la prueba pétrea de que la fe pudo más que la montaña, un grito mudo de devoción tallado a escala titánica como un ejército mudo.
Volvimos a la moto para poner rumbo al sur. Pero antes, tuvimos que cruzar el inevitable y vibrante laberinto del pueblo antiguo de Gwalior.
Eran apenas las 9 de la mañana y la vida comenzaba a bullir. Manolo condujo despacio, sorteando las vacas que se desperezaban en medio de la calle, las motos y bicicletas cargadas hasta niveles imposibles. El aire olía a chai fuerte, a especias y a la tierra húmeda recién barrida. Las persianas de las tiendas subían con chirridos metálicos, revelando montañas de sedas de colores brillantes. El mercado se estaba conformando.
Atravesar Gwalior ha sido como navegar por un río de despertares que nos absorbía por completo. Finalmente, la ciudad se abrió, el caos dio paso al orden, y entramos en la NH46. Dejamos atrás los últimos resquicios de las casas y el tráfico denso para encontrarnos con el vasto horizonte y por supuesto... acompañados de las vacas.
El viaje a Kota se ha convertido en una meditación a alta velocidad. Los campos anegados por la tormenta pasada formaban un espejo de tentaciones bajo el cielo azul. Más de 6 horas de trayecto se han diluido en un carrusel de paisajes cambiantes con pueblos pequeños, gasolineras ruidosas y camiones decorados con guirnaldas y pompones negros para alejar la mala suerte.
Y por fin 6 horas después llegamos a Kota, la ciudad a orillas del río Chambal. Cansados, con el cuerpo sintiendo cada vibración del camino, detuvimos la moto. Habíamos cambiado la serena majestuosidad de las esculturas de Gwalior por la vibrante energía de la carretera, completando otra etapa en este tapiz incesante de viaje y descubrimiento.
El reloj marcaba las 7 en punto. El sol de la mañana ya era una promesa de calor, pero la brisa temprana aún resultaba fresca. Nuestro objetivo vespertino, antes de ponernos en ruta, ha sido visitar las colosales esculturas jainistas esculpidas en la entraña de la roca.
Dejamos la moto aparcada en la base del macizo, donde el silencio aguardaba. Ascendimos a pie, y de pronto, nos encontramos rodeados por los Tirthankaras. Nos quedamos impresionados. Sus cuerpos desnudos y colosales miraban el amanecer con una serenidad milenaria, indiferentes al tiempo. La más imponente, la figura de Adinath, se alzaba serena, observando el valle que aún dormitaba. El detalle en sus rostros, pese a la erosión de los siglos, transmitía una paz inquebrantable. La arenisca dorada, testigo de invasiones y rezos, custodiaba en sus manos de piedra el voto irrevocable de la renuncia. Son la prueba pétrea de que la fe pudo más que la montaña, un grito mudo de devoción tallado a escala titánica como un ejército mudo.
Volvimos a la moto para poner rumbo al sur. Pero antes, tuvimos que cruzar el inevitable y vibrante laberinto del pueblo antiguo de Gwalior.
Eran apenas las 9 de la mañana y la vida comenzaba a bullir. Manolo condujo despacio, sorteando las vacas que se desperezaban en medio de la calle, las motos y bicicletas cargadas hasta niveles imposibles. El aire olía a chai fuerte, a especias y a la tierra húmeda recién barrida. Las persianas de las tiendas subían con chirridos metálicos, revelando montañas de sedas de colores brillantes. El mercado se estaba conformando.
Atravesar Gwalior ha sido como navegar por un río de despertares que nos absorbía por completo. Finalmente, la ciudad se abrió, el caos dio paso al orden, y entramos en la NH46. Dejamos atrás los últimos resquicios de las casas y el tráfico denso para encontrarnos con el vasto horizonte y por supuesto... acompañados de las vacas.
El viaje a Kota se ha convertido en una meditación a alta velocidad. Los campos anegados por la tormenta pasada formaban un espejo de tentaciones bajo el cielo azul. Más de 6 horas de trayecto se han diluido en un carrusel de paisajes cambiantes con pueblos pequeños, gasolineras ruidosas y camiones decorados con guirnaldas y pompones negros para alejar la mala suerte.
Y por fin 6 horas después llegamos a Kota, la ciudad a orillas del río Chambal. Cansados, con el cuerpo sintiendo cada vibración del camino, detuvimos la moto. Habíamos cambiado la serena majestuosidad de las esculturas de Gwalior por la vibrante energía de la carretera, completando otra etapa en este tapiz incesante de viaje y descubrimiento.
Jordizzt
En rodaje
Vaya pedazo de viaje <3
R100r
Acelerando
Buenas tardes
Espectaculares imagenes y buenisimo relato
No tienen problemas con el número de caracteres en las matrículas !!
Gracias por el relato
Saludos
Jon
Espectaculares imagenes y buenisimo relato
No tienen problemas con el número de caracteres en las matrículas !!
Gracias por el relato
Saludos
Jon
NACho_H
Curveando
Impresionante. Gracias por compartir siempre tus viajes de forma tan detallada. Vaya cantidad de experiencias lleváis acumuladas.
D3MIO
Curveando
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Hola, muchas gracias por tus comentarios!!!
La verdad, es que no creo, si te refieres a la policía, con el tema sanciaonador, desde ya, te puedo decir que no. Pasan de multar, el caos circulatorio es tan enorme, que les sería imposible cubrir todas las infracciones anotando las matriculas, aunque solo tuvieran estas 2 dígitos.
supongo que allí el tema de las matriculaciones, es un mero trámite administrativo, recaudatorio y estadístico.
D3MIO
Curveando
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Día 13: de Kota a Udaipur
La mañana amaneció en Kota con la incertidumbre que solo una carretera desconocida puede dar. El desayuno ha sido muy “hindú” y hemos probado poco a pesar de la excelente pinta que tenía, pero a las 7:00h de la mañana empezar con el picante y las especias no era lo que teníamos planeado... eso sí, la fruta picada siempre está deliciosa.
Equipamos la Himalayan y dejamos atrás la ciudad rodando por carreteras locales para buscar esa India que se crece entre los pueblos donde el tiempo parece haberse detenido. La mañana se ha despertado bastante fresca y es un gustazo rodar en solitario por caminos pedregosos y carreteras mordidas por el agua de las intensas tormentas.
A mediodía, el sol nos daba de pleno, pero vamos bien equipados con el traje de verano Rally Air, que no solo es fresco y muy cómodo, sino que también nos aporta seguridad a la hora de conducir en caso de caídas. Las horas han ido pasando entre conversaciones del diario y los saludos a la gente local, que nos miraban con esa curiosidad genuina tan de esta tierra.
Después de almorzar, el paisaje de llanuras profundas ha dado paso a las suaves ondulaciones de las colinas Aravalli, anticipando que estábamos llegando a nuestro destino. Justo cuando el cielo comenzaba a declinar sus colores, entramos en Udaipur. La ciudad nos recibió con sus lagos mansos y sus palacios de ensueño. No perdimos ni un segundo.
Dejamos la moto, tomamos un tuk tuk que nos llevó al imponente Templo Jagdish… un coloso de piedra tallada que se alza sobre la caótica vida de la ciudad vieja. Sus 32 escalones parecían llevarnos directamente al cielo, y al subir, los dos elefantes de piedra en la entrada nos daban una silenciosa bienvenida. La fachada, un lienzo de intrincadas figuras de dioses y bailarinas, brillaba bajo la luz del atardecer. Dentro, el aire se llenó del aroma a incienso y del eco de los rezos en el corazón de Udaipur. Un verdadero espectáculo de devoción y arte.
Después, nos perdimos en el laberinto de sus calles estrechas hasta llegar a uno de los Ghats del lago Pichola donde los jóvenes pasean su amor entre palomas, vestidos para la ocasión con bonitos saris y trajes de fiesta y se dejan fotografiar con poses típicas para los álbumes familiares…
Allí, sentados en los escalones de piedra, vimos cómo el sol se hundía detrás de las colinas, proyectando un reflejo perfecto del Palacio de la Ciudad sobre el agua tranquila. Udaipur es la bellísima ciudad de los lagos, del Rajastán.
Mañana recorremos la ciudad, pero hoy, nos quedamos con el recuerdo de esta luz dorada que envuelve nuestros sueños.
La mañana amaneció en Kota con la incertidumbre que solo una carretera desconocida puede dar. El desayuno ha sido muy “hindú” y hemos probado poco a pesar de la excelente pinta que tenía, pero a las 7:00h de la mañana empezar con el picante y las especias no era lo que teníamos planeado... eso sí, la fruta picada siempre está deliciosa.
Equipamos la Himalayan y dejamos atrás la ciudad rodando por carreteras locales para buscar esa India que se crece entre los pueblos donde el tiempo parece haberse detenido. La mañana se ha despertado bastante fresca y es un gustazo rodar en solitario por caminos pedregosos y carreteras mordidas por el agua de las intensas tormentas.
A mediodía, el sol nos daba de pleno, pero vamos bien equipados con el traje de verano Rally Air, que no solo es fresco y muy cómodo, sino que también nos aporta seguridad a la hora de conducir en caso de caídas. Las horas han ido pasando entre conversaciones del diario y los saludos a la gente local, que nos miraban con esa curiosidad genuina tan de esta tierra.
Después de almorzar, el paisaje de llanuras profundas ha dado paso a las suaves ondulaciones de las colinas Aravalli, anticipando que estábamos llegando a nuestro destino. Justo cuando el cielo comenzaba a declinar sus colores, entramos en Udaipur. La ciudad nos recibió con sus lagos mansos y sus palacios de ensueño. No perdimos ni un segundo.
Dejamos la moto, tomamos un tuk tuk que nos llevó al imponente Templo Jagdish… un coloso de piedra tallada que se alza sobre la caótica vida de la ciudad vieja. Sus 32 escalones parecían llevarnos directamente al cielo, y al subir, los dos elefantes de piedra en la entrada nos daban una silenciosa bienvenida. La fachada, un lienzo de intrincadas figuras de dioses y bailarinas, brillaba bajo la luz del atardecer. Dentro, el aire se llenó del aroma a incienso y del eco de los rezos en el corazón de Udaipur. Un verdadero espectáculo de devoción y arte.
Después, nos perdimos en el laberinto de sus calles estrechas hasta llegar a uno de los Ghats del lago Pichola donde los jóvenes pasean su amor entre palomas, vestidos para la ocasión con bonitos saris y trajes de fiesta y se dejan fotografiar con poses típicas para los álbumes familiares…
Allí, sentados en los escalones de piedra, vimos cómo el sol se hundía detrás de las colinas, proyectando un reflejo perfecto del Palacio de la Ciudad sobre el agua tranquila. Udaipur es la bellísima ciudad de los lagos, del Rajastán.
Mañana recorremos la ciudad, pero hoy, nos quedamos con el recuerdo de esta luz dorada que envuelve nuestros sueños.
D3MIO
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Desconocía ese dato y tienes razón. Después de haber vistos imágenes en Youtube también y de pasada aparece, durante una persecución en tuktuk, el Templo Jagdish y también hay una reproducción de un gran barco de remos y velas que es en recuerdo de una secuencia de la película... En su día nos preguntamos su significado.El lago Pichola es el de la isla con el palacio residencia de Octopussy en la película del mismo nombre (saga James Bond).
Fantástico todo...
.
OCTOPUSY
Bueno, un nuevo lugar de "Película" visitado.
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D3MIO
Curveando
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Día 14: Udaipur
Despertar en Udaipur es como abrir los ojos en un sueño de luz. Nuestro segundo día comenzó con el objetivo de recorrer con calma la belleza exultante de la Ciudad de los Lagos.
Nuestra primera parada fue el Palacio de la Ciudad… y nos sorprendió gratamente… no es solo una estructura, sino una inmensa cascada de historia, piedra y opulencia que se desliza por la colina hasta besar las aguas del lago Pichola. Construido a lo largo de casi cuatro siglos por los maharanas de Mewar, su arquitectura es una fusión audaz de estilos Rajput y Mughal. Sus muros de granito y mármol, en tonos pálidos y dorados, esconden un laberinto de patios, terrazas y pasillos adornados con mosaicos de espejos, vidrieras labradas y murales de colores vivos. Desde sus balcones se obtienen unas vistas panorámicas inigualables de la ciudad y los palacios flotantes. El complejo irradia una majestad atemporal, un testimonio del poder y el refinamiento de la realeza que una vez lo habitó.
Luego, la experiencia se hizo aún más emocionante. Abordamos una barca que rodea suavemente las aguas de zafiro del lago Pichola, convirtiendo el bullicio de la orilla en un recuerdo distante. El aire se siente fresco y a medida que avanzamos, la visión del templo Jag Mandir crece ante nosotros: una fantasía de mármol y piedra dorada emergiendo del centro del lago. Sus pabellones flanqueados por estatuas de elefantes de piedra irradian una serenidad real que invita a la contemplación callada y serena del entorno.
Al regresar a tierra firme, nos adentramos en el corazón palpitante de la vida local: el Mercado de Pol. El aire se llenó del olor a especias, el sonido del regateo y el resplandor de los coloridos saris. Nos perdimos entre los pasillos estrechos, donde el arte pichwai (pinturas sobre tela de algodón con pigmentos naturales y de piedra) y las miniaturas competían con las joyas de plata y las camisolas y vestidos hindúes.
Finalmente, el día se rindió en el lugar más sublime de la ciudad: los ghats. Con el cielo teñido de un intenso naranja y oro, paseamos por las escalinatas de piedra que descienden hacia el lago. Las luces del Palacio de la Ciudad se encendieron, proyectando un brillo tembloroso sobre el agua oscura. El ambiente se volvió casi sagrado. Nos sentamos en silencio, mientras la calma envolvía la orilla, viendo cómo Udaipur se ha ido transformando en una joya nocturna que permanecerá en nuestra memoria.
Seguimos caminando.
Despertar en Udaipur es como abrir los ojos en un sueño de luz. Nuestro segundo día comenzó con el objetivo de recorrer con calma la belleza exultante de la Ciudad de los Lagos.
Nuestra primera parada fue el Palacio de la Ciudad… y nos sorprendió gratamente… no es solo una estructura, sino una inmensa cascada de historia, piedra y opulencia que se desliza por la colina hasta besar las aguas del lago Pichola. Construido a lo largo de casi cuatro siglos por los maharanas de Mewar, su arquitectura es una fusión audaz de estilos Rajput y Mughal. Sus muros de granito y mármol, en tonos pálidos y dorados, esconden un laberinto de patios, terrazas y pasillos adornados con mosaicos de espejos, vidrieras labradas y murales de colores vivos. Desde sus balcones se obtienen unas vistas panorámicas inigualables de la ciudad y los palacios flotantes. El complejo irradia una majestad atemporal, un testimonio del poder y el refinamiento de la realeza que una vez lo habitó.
Luego, la experiencia se hizo aún más emocionante. Abordamos una barca que rodea suavemente las aguas de zafiro del lago Pichola, convirtiendo el bullicio de la orilla en un recuerdo distante. El aire se siente fresco y a medida que avanzamos, la visión del templo Jag Mandir crece ante nosotros: una fantasía de mármol y piedra dorada emergiendo del centro del lago. Sus pabellones flanqueados por estatuas de elefantes de piedra irradian una serenidad real que invita a la contemplación callada y serena del entorno.
Al regresar a tierra firme, nos adentramos en el corazón palpitante de la vida local: el Mercado de Pol. El aire se llenó del olor a especias, el sonido del regateo y el resplandor de los coloridos saris. Nos perdimos entre los pasillos estrechos, donde el arte pichwai (pinturas sobre tela de algodón con pigmentos naturales y de piedra) y las miniaturas competían con las joyas de plata y las camisolas y vestidos hindúes.
Finalmente, el día se rindió en el lugar más sublime de la ciudad: los ghats. Con el cielo teñido de un intenso naranja y oro, paseamos por las escalinatas de piedra que descienden hacia el lago. Las luces del Palacio de la Ciudad se encendieron, proyectando un brillo tembloroso sobre el agua oscura. El ambiente se volvió casi sagrado. Nos sentamos en silencio, mientras la calma envolvía la orilla, viendo cómo Udaipur se ha ido transformando en una joya nocturna que permanecerá en nuestra memoria.
Seguimos caminando.
D3MIO
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Día 15: de Udaipur a Jeewana y las mujeres de Rajastán.
Dejamos atrás a Udaipur. No es solo el calor lo que se disipa también lo hace la idea de la "India de postal". Hoy, la ruta de 330 kms hacia el sur, pasando por Ranakpur y terminando en Jeewana, nos ha sumergido en el corazón rural del Rajastán. Hemos olvidado las autopistas y nos hemos perdido en las carreteras secundarias, donde el asfalto, a veces, es una sugerencia y los baches son la norma.
La Himalayan rugía suavemente mientras rodábamos por carreteras que se entrelazaban como viejas venas de la tierra. A cada curva, una nueva sensación.
De repente, una banda de monos langures aparecen saltando, observándonos desde el arcén con una curiosidad descarada antes de desaparecer entre la maleza.
El camino enrevesado y lleno de socavones ha puesto a prueba los amortiguadores de la moto y los nuestros… y nos ha llevado hasta al Templo Jain de Ranakpur, una maravilla de mármol que nos ha dejado sin aliento. Hemos dejado la moto bajo la sombra de un enorme árbol y nos hemos acercado a la taquilla donde nos informan que es la hora del rezo y no se puede visitar el interior del templo hasta las doce… son las 10h de la mañana. Pedimos permiso para dar una vuelta por el exterior sin molestar y nos dejan pasar. Desde fuera, el mármol color blanco roto irradia una calma ancestral bajo el sol del Rajastán. El complejo emerge de la tierra como una flor de loto gigante, rodeado por la inquietud de la selva que acecha. No hemos podido esperar para entrar. La ruta de hoy son más de 6 horas en moto y no queremos llegar de noche por el peligro que conlleva… como la falta de iluminación y las vacas en la carretera.
Pero la verdadera esencia de la ruta de hoy estaba lejos de los monumentos. Estaba en el asfalto roto, en las pistas de tierra que nos guiaban hacia Jeewana. Estaba en la vida que bullía a los lados de la carretera, sin adornos, sin filtros.
Nuestros ojos no podían dejar de observar a las mujeres de estas zonas rurales. Rostros curtidos por el sol, miradas firmes. Caminan equilibrando pesadas cargas sobre sus cabezas: cestas de leña, cántaros de agua, fardos de lo que el campo les ofrece. Manos que no conocen el descanso, siempre trabajando, labrando la tierra, cuidando a los suyos.
Mujeres de una tremenda fuerza silenciosa vestidas con llamativos saris de colores vivos que cubren sus rostros para protegerlas del polvo… Su labor, a menudo invisible, sostiene el entramado de estas comunidades. Los hombres charlando a la sombra de los árboles o conduciendo el tractor o la camioneta…
Verlas con esa resiliencia inquebrantable, me provoca un profundo respeto. No sé sus nombres, ni sus historias, pero el recuerdo de su resistencia me acompañará mucho más allá de esta aventura.
Hoy hemos aprendido que las mejores vistas no siempre están en las postales, sino en los ojos de quienes construyen el mundo con sus propias manos, un día tras otro… las manos de ellas.
Dejamos atrás a Udaipur. No es solo el calor lo que se disipa también lo hace la idea de la "India de postal". Hoy, la ruta de 330 kms hacia el sur, pasando por Ranakpur y terminando en Jeewana, nos ha sumergido en el corazón rural del Rajastán. Hemos olvidado las autopistas y nos hemos perdido en las carreteras secundarias, donde el asfalto, a veces, es una sugerencia y los baches son la norma.
La Himalayan rugía suavemente mientras rodábamos por carreteras que se entrelazaban como viejas venas de la tierra. A cada curva, una nueva sensación.
De repente, una banda de monos langures aparecen saltando, observándonos desde el arcén con una curiosidad descarada antes de desaparecer entre la maleza.
El camino enrevesado y lleno de socavones ha puesto a prueba los amortiguadores de la moto y los nuestros… y nos ha llevado hasta al Templo Jain de Ranakpur, una maravilla de mármol que nos ha dejado sin aliento. Hemos dejado la moto bajo la sombra de un enorme árbol y nos hemos acercado a la taquilla donde nos informan que es la hora del rezo y no se puede visitar el interior del templo hasta las doce… son las 10h de la mañana. Pedimos permiso para dar una vuelta por el exterior sin molestar y nos dejan pasar. Desde fuera, el mármol color blanco roto irradia una calma ancestral bajo el sol del Rajastán. El complejo emerge de la tierra como una flor de loto gigante, rodeado por la inquietud de la selva que acecha. No hemos podido esperar para entrar. La ruta de hoy son más de 6 horas en moto y no queremos llegar de noche por el peligro que conlleva… como la falta de iluminación y las vacas en la carretera.
Pero la verdadera esencia de la ruta de hoy estaba lejos de los monumentos. Estaba en el asfalto roto, en las pistas de tierra que nos guiaban hacia Jeewana. Estaba en la vida que bullía a los lados de la carretera, sin adornos, sin filtros.
Nuestros ojos no podían dejar de observar a las mujeres de estas zonas rurales. Rostros curtidos por el sol, miradas firmes. Caminan equilibrando pesadas cargas sobre sus cabezas: cestas de leña, cántaros de agua, fardos de lo que el campo les ofrece. Manos que no conocen el descanso, siempre trabajando, labrando la tierra, cuidando a los suyos.
Mujeres de una tremenda fuerza silenciosa vestidas con llamativos saris de colores vivos que cubren sus rostros para protegerlas del polvo… Su labor, a menudo invisible, sostiene el entramado de estas comunidades. Los hombres charlando a la sombra de los árboles o conduciendo el tractor o la camioneta…
Verlas con esa resiliencia inquebrantable, me provoca un profundo respeto. No sé sus nombres, ni sus historias, pero el recuerdo de su resistencia me acompañará mucho más allá de esta aventura.
Hoy hemos aprendido que las mejores vistas no siempre están en las postales, sino en los ojos de quienes construyen el mundo con sus propias manos, un día tras otro… las manos de ellas.
Limoncello
Acelerando
Bonito relato fruto sin duda de una mirada curiosa. La acumulación de estímulos debe de ser intensísima, cada día a la expectativa del siguiente.
D3MIO
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Cierto, fueron días intensos de descubrir y de vivencias, como bien dices cada día superaba al anterior.
D3MIO
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Día 16: de Jeewana a Jaisalmer
Hoy ha sido el día en que la Himalayan nos ha llevado a las puertas del gran desierto de Thar. Hemos salido temprano desde Jeewana para evitar el calor.
Conforme hemos ido rodando, las tierras cultivadas y las plantaciones han de granados ya en flor han ido desapareciendo. La paleta de colores se ha reducido a los ocres y, sobre todo, al dominante amarillo dorado del horizonte.
La carretera se ha convertido en una línea serpenteante entre las débiles acacias que ofrecen escasa sombra. El aire se hizo más seco, más cálido, y empezamos a sentir esa inconfundible sensación de estar muy cerca de las puertas del desierto.
Ha sido una etapa relajada, donde la moto parecía la única cosa en movimiento en un paisaje estático que se rompía con el sorpresivo encuentro de una manada de camellos que se dirigían a su campamento para guarecerse de la noche…
Finalmente, a lo lejos, surgió entre la bruma del calor el Fuerte de Jaisalmer como un espejismo inocente. Una visión casi mítica que yo buscaba especialmente.
Llegamos a nuestro alojamiento… un coqueto hotel justo al lado del fuerte, dejamos el equipaje, un duchazo rápido para coger energía y nos dirigimos de inmediato al fuerte, conocido como Sonar Qila (El Fuerte Dorado). Sus murallas de arenisca anaranjada brillaban con intensidad bajo el sol de la tarde.
El fuerte no es solo una fortaleza; es una ciudad viva, se dice que es el único fuerte habitado del mundo. Al atravesar sus imponentes puertas, nos adentramos en un laberinto de callejuelas estrechas, donde la vida cotidiana de Rajastán hierve sin cesar.
En la ciudadela, los palacios reales se entremezclan con los havelis (mansiones) tallados con la delicadeza de un encaje de hilo, mostrando la riqueza pasada de sus mercaderes. Trepar a sus torreones ofrece una recompensa visual inigualable con una panorámica de casas que se extienden hasta el horizonte, todas teñidas del mismo tono dorado... es como viajar en el tiempo. El fuerte atesora entre sus muros antiguas leyendas de reyes, princesas y guerreros…
Finalizamos el día paseando por el cercano Lago Gadisar que nos ofrece un respiro sereno mientras observamos como la gente se divierte paseando en barca o simplemente compartiendo la tarde en buena compañía… el lago está rodeado por pequeños templos y ghats que se reflejan en sus aguas tranquilas al atardecer… un lugar perfecto para reposar la ruta de hoy.
Ahora sí, estamos en el corazón del desierto.
Hoy ha sido el día en que la Himalayan nos ha llevado a las puertas del gran desierto de Thar. Hemos salido temprano desde Jeewana para evitar el calor.
Conforme hemos ido rodando, las tierras cultivadas y las plantaciones han de granados ya en flor han ido desapareciendo. La paleta de colores se ha reducido a los ocres y, sobre todo, al dominante amarillo dorado del horizonte.
La carretera se ha convertido en una línea serpenteante entre las débiles acacias que ofrecen escasa sombra. El aire se hizo más seco, más cálido, y empezamos a sentir esa inconfundible sensación de estar muy cerca de las puertas del desierto.
Ha sido una etapa relajada, donde la moto parecía la única cosa en movimiento en un paisaje estático que se rompía con el sorpresivo encuentro de una manada de camellos que se dirigían a su campamento para guarecerse de la noche…
Finalmente, a lo lejos, surgió entre la bruma del calor el Fuerte de Jaisalmer como un espejismo inocente. Una visión casi mítica que yo buscaba especialmente.
Llegamos a nuestro alojamiento… un coqueto hotel justo al lado del fuerte, dejamos el equipaje, un duchazo rápido para coger energía y nos dirigimos de inmediato al fuerte, conocido como Sonar Qila (El Fuerte Dorado). Sus murallas de arenisca anaranjada brillaban con intensidad bajo el sol de la tarde.
El fuerte no es solo una fortaleza; es una ciudad viva, se dice que es el único fuerte habitado del mundo. Al atravesar sus imponentes puertas, nos adentramos en un laberinto de callejuelas estrechas, donde la vida cotidiana de Rajastán hierve sin cesar.
En la ciudadela, los palacios reales se entremezclan con los havelis (mansiones) tallados con la delicadeza de un encaje de hilo, mostrando la riqueza pasada de sus mercaderes. Trepar a sus torreones ofrece una recompensa visual inigualable con una panorámica de casas que se extienden hasta el horizonte, todas teñidas del mismo tono dorado... es como viajar en el tiempo. El fuerte atesora entre sus muros antiguas leyendas de reyes, princesas y guerreros…
Finalizamos el día paseando por el cercano Lago Gadisar que nos ofrece un respiro sereno mientras observamos como la gente se divierte paseando en barca o simplemente compartiendo la tarde en buena compañía… el lago está rodeado por pequeños templos y ghats que se reflejan en sus aguas tranquilas al atardecer… un lugar perfecto para reposar la ruta de hoy.
Ahora sí, estamos en el corazón del desierto.
D3MIO
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Muchas gracias compañero, a ti por comentarlo!
D3MIO
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Día 17: Jaisalmer
Nuestro viaje por la India ha entrado en una fase mágica, justo en el umbral del desierto de Thar. Hoy, Jaisalmer, la "Ciudad Dorada", nos ha robado el corazón.
Comenzamos el día escalando de nuevo las murallas del majestuoso Fuerte de Jaisalmer, una fortaleza viva que parece emerger de las arenas. Dentro, nos dirigimos al Palacio del Maharajá, el "Raj Mahal", una joya de siete pisos. Sus intrincados balcones y celosías talladas en arenisca amarilla son un testimonio de la opulencia y el arte Rajput. Hemos podido imaginar la vida de los Maharajas, rodeados de espejos, pinturas y opulencia con sabor añejo. Nos sentimos transportados a una época de reyes y leyendas, asomándonos a sus miradores que ofrecen unas vistas panorámicas de la ciudad impresionantes.
Después, nos perdimos en el laberinto de callejuelas para descubrir las legendarias Havelis. Estas mansiones de antiguos y ricos mercaderes, son un despliegue de opulencia olvidada. Sus fachadas están cubiertas de un "encaje" de arenisca amarilla, con cientos de balcones tallados con una maestría asombrosa. Cada detalle cuenta la historia de la Ruta de la Seda y la riqueza que pasaba por aquí. Sin duda, al recorrer cada estancia de estas lujosas mansiones hemos podido ratificar que ya el arte era sinónimo de estatus social.
El día terminó en un lugar de paz y una belleza melancólica: Bada Bagh, el jardín de los Cenotafios Reales. A seis kilómetros de Jaisalmer, nos encontramos con un campo de majestuosas chatris. Estas cúpulas ornamentadas de piedra dorada no son tumbas, sino memoriales erigidos en honor a los Maharawals (gobernantes) de Jaisalmer. Cada uno cuenta la historia de un rey.
Pero lo verdaderamente mágico es la hora.
Cuando el sol se hundió en el desierto de Thar, tiñó las estructuras de un naranja rojizo intenso. Las tallas cobraron vida con sus sombras alargadas. Fue un espectáculo de luz y silencio. El espíritu de los reyes parecía flotar en el aire, despidiéndose del sol una vez más. Un final de día inolvidable.
Terminamos la tarde junto al Lago Gadsisar. Este embalse histórico, rodeado de templos y ghats, era el antiguo suministro de agua de la ciudad. Mientras las últimas luces se desvanecían, el fuerte iluminado se reflejaba perfectamente en sus tranquilas aguas.
Y es que Jaisalmer es mucho más que una ciudad…
India sigue nos desvelando su alma.
Nuestro viaje por la India ha entrado en una fase mágica, justo en el umbral del desierto de Thar. Hoy, Jaisalmer, la "Ciudad Dorada", nos ha robado el corazón.
Comenzamos el día escalando de nuevo las murallas del majestuoso Fuerte de Jaisalmer, una fortaleza viva que parece emerger de las arenas. Dentro, nos dirigimos al Palacio del Maharajá, el "Raj Mahal", una joya de siete pisos. Sus intrincados balcones y celosías talladas en arenisca amarilla son un testimonio de la opulencia y el arte Rajput. Hemos podido imaginar la vida de los Maharajas, rodeados de espejos, pinturas y opulencia con sabor añejo. Nos sentimos transportados a una época de reyes y leyendas, asomándonos a sus miradores que ofrecen unas vistas panorámicas de la ciudad impresionantes.
Después, nos perdimos en el laberinto de callejuelas para descubrir las legendarias Havelis. Estas mansiones de antiguos y ricos mercaderes, son un despliegue de opulencia olvidada. Sus fachadas están cubiertas de un "encaje" de arenisca amarilla, con cientos de balcones tallados con una maestría asombrosa. Cada detalle cuenta la historia de la Ruta de la Seda y la riqueza que pasaba por aquí. Sin duda, al recorrer cada estancia de estas lujosas mansiones hemos podido ratificar que ya el arte era sinónimo de estatus social.
El día terminó en un lugar de paz y una belleza melancólica: Bada Bagh, el jardín de los Cenotafios Reales. A seis kilómetros de Jaisalmer, nos encontramos con un campo de majestuosas chatris. Estas cúpulas ornamentadas de piedra dorada no son tumbas, sino memoriales erigidos en honor a los Maharawals (gobernantes) de Jaisalmer. Cada uno cuenta la historia de un rey.
Pero lo verdaderamente mágico es la hora.
Cuando el sol se hundió en el desierto de Thar, tiñó las estructuras de un naranja rojizo intenso. Las tallas cobraron vida con sus sombras alargadas. Fue un espectáculo de luz y silencio. El espíritu de los reyes parecía flotar en el aire, despidiéndose del sol una vez más. Un final de día inolvidable.
Terminamos la tarde junto al Lago Gadsisar. Este embalse histórico, rodeado de templos y ghats, era el antiguo suministro de agua de la ciudad. Mientras las últimas luces se desvanecían, el fuerte iluminado se reflejaba perfectamente en sus tranquilas aguas.
Y es que Jaisalmer es mucho más que una ciudad…
India sigue nos desvelando su alma.
Limoncello
Acelerando
Qué bonita ciudad. Y qué emoción y suerte al volver a conectar con la Ruta de la Seda y algunos de vuestros anteriores destinos como Irán, Bujara o Samarcanda. Pura historia de las civilizaciones.
La descripción en el relato, no me canso de decirlo, me deja embobado
La descripción en el relato, no me canso de decirlo, me deja embobado
D3MIO
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Si, es sorprendente ver como las ramificaciones de la Ruta de la Seda se extienden por todo oriente, viendo la opulencia con la que vivían muchos de los comerciantes en diferentes ciudades de la ruta, imaginas el volumen de comercio que debía de existir en ese tiempo, además de la precariedad del transporte, descansando en campamentos improvisados con jaimas o en enormes carabanserays, donde en algunos casos el "refinamiento" para el viajero, llegaba hasta limites insospechados.Qué bonita ciudad. Y qué emoción y suerte al volver a conectar con la Ruta de la Seda y algunos de vuestros anteriores destinos como Irán, Bujara o Samarcanda. Pura historia de las civilizaciones.
La descripción en el relato, no me canso de decirlo, me deja embobado
Gracias por el comentario del relato, @Tacirupeca realmente vive lo que te he comentado, de esa forma es fácil relatar.
D3MIO
Curveando
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Correcto maestro, como dije el la explicación del porqué no visitamos Nepal, este trazado nos ha dado la oportunidad de visitar profundamente el Rajastan, para nosotros lo mejor de India.
Además nos ha permitido realizar pausas en el viaje para detenernos y disfrutar de lugares, que en un caso los íbamos a ver rápidamente o en otros ni siquiera visitaríamos, como Jaisalmer, ya que nos quedaba muy lejos para poder meter esos kilómetros en el recorrido.
D3MIO
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Día 18: de Jaisalmer a Jhodpur
Hoy la alarma ha sonado antes de lo habitual. Cuando el sol comenzaba a pintar el cielo ya teníamos lista la moto para emprender la ruta y liberarnos de alguna hora de calor.
Hemos dejado atrás la 'Ciudad Dorada'.
La brisa fresca de la mañana es una delicia mientras nos adentrábamos por las carreteras locales. Hemos ido atravesando pequeños pueblos enclavados en zonas hostiles y desérticas cuyas vidas se desarrollan prácticamente en el arcén de la carretera donde los niños juegan, las mujeres comienzan las tareas, y los tractores invaden la calzada. Nos hemos cruzado con varias manadas de camellos que deambulaban libremente entre las acacias.
Sobre las 12 del mediodía, la bulliciosa Jodhpur nos ha recibido con sus atascos ya buen conocidos. Después de casi cinco horas de carreteras, buenas y regulares, la Himalayan nos lleva directamente al alojamiento que está justo en frente de un Mac Donald… por supuesto no dudamos en visitarlo. Claro, todas las hamburguesas son de pollo… aquí lo de comer ternera ni hablar. Lo siguiente es una ducha rápida, cambio de ropa y listos para sumergirnos en la 'Ciudad Azul'
Es hora punta así que dejamos la moto aparcada y paramos un tuk tuk para que nos lleve a los impresionantes jardines Mandore, un oasis de frescura a las afueras de Jodhpur. Nuestra mirada se alzó de inmediato hacia los magníficos cenotafios reales de piedra arenisca roja que honran a los antiguos gobernantes de Marwar. Parecen más templos que tumbas, se erigen con una solemnidad impresionante entre la exuberante vegetación.
Hemos paseado por senderos flanqueados por árboles centenarios donde lo más encantador ha sido la presencia de los langures… los pequeños monos guardianes que saltan ágilmente entre las cúpulas y las ramas. Sus travesuras añaden una nota juguetona a la atmósfera histórica. Los viejos templos, algunos en ruinas y otros bien conservados, hacen de este jardín un lugar peculiar donde la naturaleza, la arquitectura y la historia se abrazan en perfecta armonía.
Después, el tuk tuk nos ha levado al famoso Toorji Ka Jhalra, o el pozo de agua escalonado. Este antiguo pozo, con sus escaleras perfectamente simétricas descendiendo hacia el agua, es una maravilla arquitectónica. Fue mandado construir por la esposa del Maharajá Abhay Singh para que la población tuviese acceso al agua potable. Se cree que tiene una profundidad de alrededor de 100 metros. Sentarse en sus escalones y contemplar como los niños se lanzan al agua para refrescarse o charlar con las jóvenes curiosas que querían saber de nosotros ha sido experiencia muy especial.
Ya al caer la tarde, nos zambullimos en el vibrante caos del mercado Sardar controlado por la imponente Torre del Reloj que marca el ritmo de la ciudad azul. ¡Qué explosión de colores, sonidos y olores! Puestos abarrotados de especias, ropa, artesanías, y el ajetreo de la gente regateando y comprando. Nos hemos perdido entre sus pasillos, absorbiendo cada detalle, cada risa, cada conversación disfrutando de la energía contagiosa del lugar.
Hoy ha sido otro hermoso día de contrastes y es que Rajasthan no deja de sorprendernos.
Ahora a descansar.
Hoy la alarma ha sonado antes de lo habitual. Cuando el sol comenzaba a pintar el cielo ya teníamos lista la moto para emprender la ruta y liberarnos de alguna hora de calor.
Hemos dejado atrás la 'Ciudad Dorada'.
La brisa fresca de la mañana es una delicia mientras nos adentrábamos por las carreteras locales. Hemos ido atravesando pequeños pueblos enclavados en zonas hostiles y desérticas cuyas vidas se desarrollan prácticamente en el arcén de la carretera donde los niños juegan, las mujeres comienzan las tareas, y los tractores invaden la calzada. Nos hemos cruzado con varias manadas de camellos que deambulaban libremente entre las acacias.
Sobre las 12 del mediodía, la bulliciosa Jodhpur nos ha recibido con sus atascos ya buen conocidos. Después de casi cinco horas de carreteras, buenas y regulares, la Himalayan nos lleva directamente al alojamiento que está justo en frente de un Mac Donald… por supuesto no dudamos en visitarlo. Claro, todas las hamburguesas son de pollo… aquí lo de comer ternera ni hablar. Lo siguiente es una ducha rápida, cambio de ropa y listos para sumergirnos en la 'Ciudad Azul'
Es hora punta así que dejamos la moto aparcada y paramos un tuk tuk para que nos lleve a los impresionantes jardines Mandore, un oasis de frescura a las afueras de Jodhpur. Nuestra mirada se alzó de inmediato hacia los magníficos cenotafios reales de piedra arenisca roja que honran a los antiguos gobernantes de Marwar. Parecen más templos que tumbas, se erigen con una solemnidad impresionante entre la exuberante vegetación.
Hemos paseado por senderos flanqueados por árboles centenarios donde lo más encantador ha sido la presencia de los langures… los pequeños monos guardianes que saltan ágilmente entre las cúpulas y las ramas. Sus travesuras añaden una nota juguetona a la atmósfera histórica. Los viejos templos, algunos en ruinas y otros bien conservados, hacen de este jardín un lugar peculiar donde la naturaleza, la arquitectura y la historia se abrazan en perfecta armonía.
Después, el tuk tuk nos ha levado al famoso Toorji Ka Jhalra, o el pozo de agua escalonado. Este antiguo pozo, con sus escaleras perfectamente simétricas descendiendo hacia el agua, es una maravilla arquitectónica. Fue mandado construir por la esposa del Maharajá Abhay Singh para que la población tuviese acceso al agua potable. Se cree que tiene una profundidad de alrededor de 100 metros. Sentarse en sus escalones y contemplar como los niños se lanzan al agua para refrescarse o charlar con las jóvenes curiosas que querían saber de nosotros ha sido experiencia muy especial.
Ya al caer la tarde, nos zambullimos en el vibrante caos del mercado Sardar controlado por la imponente Torre del Reloj que marca el ritmo de la ciudad azul. ¡Qué explosión de colores, sonidos y olores! Puestos abarrotados de especias, ropa, artesanías, y el ajetreo de la gente regateando y comprando. Nos hemos perdido entre sus pasillos, absorbiendo cada detalle, cada risa, cada conversación disfrutando de la energía contagiosa del lugar.
Hoy ha sido otro hermoso día de contrastes y es que Rajasthan no deja de sorprendernos.
Ahora a descansar.
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